¿Habrá
kirchnerismo luego de 2015? La pregunta adquirió una relevancia enorme una vez
disipados los rumores de un presunto intento de reforma constitucional que
habilitara la reelección de CFK. Pero tal interrogante encierra la trampa de
suponer que el kirchnerismo solo seguirá existiendo en la medida en que el
próximo presidente sea de su riñón. Este error descansa en no tomar en cuenta
que el kircherismo se ha transformado en una identidad política lo cual puede
llevar perfectamente a su supervivencia más allá de estar fuera del poder
formal durante un ciclo administrativo.
Sin embargo,
haber forjado una identidad política, referencia de al menos una generación, no
garantiza nada pues las identidades políticas son enormemente importantes pero
como cualquier existencia sufren cambios, tensiones, progresos, retrocesos, nacen
y también pueden morir. En este sentido quisiera reflexionar acerca de algunos
de los dilemas que se le plantean al kirchnerismo.
Dejando de
lado las vicisitudes y las urgencias que toda administración supone, la
principal preocupación que deberá atender el kirchnerismo de cara al 2015 es
cuál será su candidato. Hasta ahora, la decisión de CFK parece haber sido
clara: “jueguen todos y cuando escampe vemos”. Ese “todos” incluye a un amplio
espectro que va desde Jorge Capitanich, pasando por Sergio Urribarri, Florencio
Randazzo y Julián Domínguez. El tiempo dirá cuál de estos candidatos logra en
base a su fortaleza relegar al resto aunque una posibilidad es que todo se
dirima en las internas abiertas. Si bien eso le dará una fuerte legitimidad
democrática al elegido, plantea una dificultad: el ganador podría estar venciendo
en la interna con no más del 15% de los votos totales del país y llegaría a la
elección enfrentando a un candidato opositor que podría rondar un 25% si es
que, claro está, ese amplio espectro no kirchnerista sigue con dificultades
para encaramarse detrás de un candidato. Y dado que al candidato kirchnerista
le puede resultar adversa una segunda vuelta, debería obtener un 40% en la
primera vuelta para ser elegido presidente y saltar de 15% a 40% en pocas
semanas no parece una tarea fácil.
Pero,
seguramente, usted se preguntará por qué he excluido a Scioli. Es que creo que
allí está uno de los principales dilemas. Pues Scioli es el hombre del
oficialismo que mejor mide en las encuestas pero sin embargo, está claro, no
parece gozar de la confianza de CFK. La tensión se remonta por lo menos al
momento en que Scioli era vicepresidente de Kirchner y tuvo su último pico con
los rumores de un intento de acuerdo del actual gobernador de la provincia de Bs
As con Sergio Massa hasta pocas horas antes del cierre de las listas en las
últimas elecciones.
Scioli sabe de
esa desconfianza pero especula con que CFK no tenga otra alternativa que
nombrarlo “su candidato” en función de las encuestas y hay quienes desde el
núcleo duro del kirchnerismo indican que con un Scioli presidente “rodeado” de
kirchneristas de paladar negro se podrían mitigar los vaivenes ideológicos del
actual gobernador. Esta perspectiva es la que, razonablemente, indica que el
poder solo se sostiene ejerciéndolo y que en 2015 el candidato es lo de menos
puesto que la jefatura (en las sombras) seguirá en manos de CFK.
Pero dentro
del núcleo duro kirchnerista también hay miradas que asumen que la jefatura
estará (en las sombras) en manos de CFK pero consideran que no es indiferente
el hombre que ocupe la presidencia. Incluso sectores progresistas que forman
parte del kirchnerismo ponen en duda su apoyo a una eventual candidatura de
Scioli aun cuando esa sea la decisión de CFK. Desde este punto de vista, es
preferible perder pero conservar un piso de apoyo popular de un 20% o un 25%,
que ceder a las necesidades electorales con el riesgo de disolver la identidad
kirchnerista en la línea más conservadora del Frente para la Victoria.
Coincido en
advertir el riesgo de una disolución identitaria si bien también entiendo que
ganar las elecciones es importante. Pero donde quizás me aparte de la línea
progresista del kirchnerismo es en el rol que le asignan al peronismo y al PJ
pues por momentos parecen suponer que el kirchnerismo podría sobrevivir
independientemente del movimiento y el partido que constituyó Perón.
Frente a esto
cabe decir, en primer lugar, que habría que aclarar que PJ no es lo mismo que
peronismo pues este último lo trasciende. A su vez, el PJ no es solamente un
aparato burocrático con caciques territoriales. Es eso pero es algo más también
y se viven momentos de cierta ebullición interna que permiten pensar en alguna
renovación. Aclaro esto porque considero que la supervivencia del kirchnerismo
depende de su vínculo con un ala del peronismo que no debe renunciar a la
jefatura del partido. En otras palabras, el kirchnerismo incluye elementos
progresistas de cierta tradición del liberalismo político y es fuertemente
impulsado por una generación nacida en democracia pero tiene un componente
peronista insoslayable. Dígase entonces que un kirchnerismo sin los elementos
progresistas podría tener los vicios del peronismo clásico pero un progresismo
sin peronismo gozaría de la misma esterilidad bien pensante y republicana que
ya todos conocemos.
Por último, PJ
y peronismo no son sinónimos de Scioli. Ese es otro error de algunos sectores
progresistas que acompañan al gobierno. Scioli es un referente importante del
PJ y forma parte del peronismo gracias a la generosidad ubicua del movimiento
que ha sabido incluir prácticamente todas las variables, tradiciones y
candidatos habidos y por haber. Pero el PJ y el peronismo no se reducen a
Scioli ni éste tiene garantizado un apoyo irrestricto. Será una disputa enorme
como las que el peronismo y el partido nos tiene acostumbrados pero en estos
momentos el gobierno no puede permitirse entregar ni el liderazgo del
movimiento ni la estructura del PJ. Habrá que rellenarlos con una militancia
innovadora, aggiornada y transformadora pero el prejuicio progresista no puede
servir en bandeja espacios codiciados y centrales para toda construcción
política. Pelear esos espacios no implica, claro está, dar por cerrado ese
claro intento de trasvasamiento generacional por fuera de las estructuras
clásicas que impulsó el kirchnerismo desde 2010 y 2011. Se trata de, a ese intento,
sumarle actores políticos y reunir fortalezas. Organizar todos esos componentes
y ganar la elección de 2015 no será sencillo pero en la confluencia estará la
posibilidad de mantener una identidad que, aun en el hipotético caso de no
llegar a ser gobierno, tendrá la capacidad suficiente para ponerle límite a
todo intento de regresar a modelos económicos y políticos de décadas anteriores
que la Argentina merece tener bien presentes con el único fin de no volver a
repetirlos.