viernes, 25 de octubre de 2013

La guerra de los mundos (publicado el 24/10/2013 en Veintitrés)

“Les habla Orson Welles, (…) y les tengo que asegurar que La guerra de los mundos no ha tenido más intención que la de celebrar una simple fiesta. En su versión para la radio, el teatro Mercurio también se disfrazó con una sábana y salió desde los arbustos para asustar, diciendo “¡Buuuuuu!”. (…) Hemos aniquilado al mundo ante sus propios oídos y destruido totalmente la CBS. Espero que se sientan aliviados de saber que, realmente, no iba en serio y que ambas instituciones siguen abiertas para sus negocios. Así que adiós a todos y, por favor, recuerden al menos hasta mañana, la terrorífica lección que aprendieron esta noche: la brillante cabeza de invasor que se encuentran en el salón de sus casas, no es otra cosa que un habitante con una calabaza hueca y si acaso el timbre de la puerta suena, y al abrir no ven a nadie, no será un marciano, es Halloween”.
Así finalizaba la emisión del programa de radio que hace exactamente 75 años hacía historia y catapultaba al estrellato a un joven Orson Welles. Lo que había hecho el artista que más tarde dirigiría y protagonizaría Ciudadano Kane, era bastante simple: adaptó al formato radial el texto de una novela publicada por un casi homónimo, H. G. Wells, en 1898, titulada La Guerra de los Mundos. En aquel clásico de la ciencia ficción una civilización marciana invadía la Tierra y aniquilaba todo lo que se interponía en su camino pero la adaptación al formato radial conllevaría uno de los episodios más mencionados en el campo de las teorías de la comunicación. Porque a pesar de que la emisión del programa de Welles advertía desde un principio que se trataba de una dramatización, la adaptación de la novela en el formato de boletín de noticias y la mirada ingenua que se tenía sobre la relación entre medios de masas (incipientes) y la verdad, hizo que mucha gente reaccionara como si efectivamente tal invasión estuviera sucediendo. No hizo falta demasiado: varios locutores, un falso cronista que moría alcanzado por un rayo de calor alienígena, un apócrifo piloto que gritaba antes de estrellarse contra un robot gigante, un supuesto astrónomo que no era otro que Welles, y algunos extra que hacían de policías y de sobrevivientes. Todo esto mientras se pasaba música de orquesta (entre las piezas estaba una versión de “La Cumparsita”) para ser continuamente interrumpida por pretendidos flashes informativos en los que la tensión crecía. Se cuenta que alrededor de 1 millón de personas llegaron a las comisarías para pedir ayuda, colapsaron las líneas, y hasta corrían sin destino con pañuelos en la boca para evitar inhalar los gases tóxicos que emanaban nuestros visitantes del planeta rojo. El episodio llegó a la tapa del New York Times y Orson Welles tuvo que pedir disculpas ante una audiencia que se había sentido engañada. No importaba que se hubiera advertido al principio, y que, a los cuarenta minutos de la emisión de una hora, se haya vuelto a aclarar que se trataba de una representación. Lo que había ganado era el soporte. Pues “si lo dicen en la radio, debe ser verdad”.
 Este increíble hecho es el ejemplo que se utiliza para graficar una visión acerca de la relación entre medios y audiencia que hoy ha caído en desuso. Algunos la llaman “la teoría de la aguja hipodérmica” porque es una teoría que, influida por el conductismo, supone que el mensaje de los medios penetra “bajo la piel” de la masa y, tras internalizarse, produce un comportamiento homogéneo en todos los receptores. Con los años, esta visión acabó siendo demasiado simplificadora porque supone que el receptor es estrictamente pasivo y porque afirma que el mismo mensaje será decodificado por toda la audiencia del mismo modo. Hoy, cualquier teoría de la comunicación seria asume, de una manera u otra, que los receptores no actúan como autómatas y que el mensaje que proviene de los medios es recepcionado en el marco de una red conceptual que tiene que ver con la propia historia del sujeto.              
De aquí que no se pueda sostener que todo es culpa de los medios, más allá de que muchos se toman de esto para deducir, en un salto lógico al vacío, que eso significa que los medios no influyen y que las audiencias son receptáculos de pensamiento crítico. Digamos entonces que los medios influyen, y mucho, aunque nunca determinan completamente porque las audiencias no son estrictamente pasivas más allá de que hay un creciente esfuerzo por la manipulación con estrategias que siempre van un paso delante de la capacidad de adaptación de la población. Porque está claro que la “educación mediática” de 1938 no era la misma que la que se tiene en 2013 pero la posibilidad de manipular audiencias hoy cuenta con mecanismos mucho más sofisticados y una mediatización de la vida infinitamente más profunda.
 Ahora bien, llevado al terreno actual, ¿hay alguna diferencia entre la audiencia que creyó en el bombardeo extraterrestre y la que considera que el disco rígido robado y encontrado en la mochila del motorman de la locomotora que chocó en Once fue puesto allí por una “célula de La Cámpora” como indicaron miembros de La Fraternidad y Jorge Lanata en su programa de Televisión? Leyó bien. Representantes de los trabajadores y periodistas opositores dijeron que el disco rígido que contiene las pruebas de los movimientos del tren y de la idoneidad del motorman no fue robado por él sino que apareció en su mochila por una estrategia del gobierno que quiso “plantarle” una prueba. Claro que nadie puede explicar por qué el gobierno haría esto, ya que, si el motorman es inocente, el disco rígido puesto allí (supuestamente por La Cámpora) demostraría, en manos del juez, que el motorman actuó bien y que el error fue de la máquina. Pero hoy, ya no la verdad, sino la verosimilitud misma, se ha transformado en un lujo que la urgencia de la información no permite. Y con esto, claro está, no pretendo defender al gobierno o exculparlo de deficiencias en el área de transporte. Simplemente me estoy refiriendo al modo en que determinados medios, para ganar credibilidad, se nutren de una audiencia a la que, en paralelo, van constituyendo. Y a medida en que la calidad de las invenciones y las justificaciones va mermando debe mermar también la capacidad crítica de la audiencia. Porque antes las operaciones de prensa, al menos, eran solapadas, de inoculación lenta y con hedor sutil. Hoy están a la vista, huelen a pescado y son impulsadas por emisores de una mediocridad escalofriante que necesitan, claro está, de un receptor acorde. Esto puede explicar que el tema de la semana, después del de Cabandié, sea la opinión de Alfredo Casero, un humorista que en cada expresión parece luchar contra dificultades de atención y una gramática con subordinadas huérfanas de origen que en una “media lengua” lograron afirmar el decálogo más oligofrénico de las verdades mediáticas: que se vive con miedo, que a quien opina distinto le mandan la AFIP, que la Cámpora es demoníaca y que hay que contar la otra verdad de los 70. Todo esto, claro está, acompañado del rapto de heroicidad del fronterizo que mientras denuncia una presunta dictadura asesina por TV, recibe como revelación un deber de luchar contra el mal y de no callarse la boca, aun desde la “clandestinidad” (sic) frente a los que querrían “ponerle un bozal mediático”.        
Para concluir, y descartada la mirada de la aguja hipodérmica, lo que más bien cabe decir es que las audiencias de la actualidad son audiencias desolladas, en carne viva, sensibles y continuamente estimuladas que mayoritariamente pueden acompañar noticias falsas en tanto sean confirmatorias de prejuicios y sean funcionales a los deseos que los propios medios también ayudaron a construir. No son pasivas pero eso no las transforma en una masa crítica. Porque el bombardeo, que no es marciano, es un bombardeo de estímulos que no permite nunca la cicatrización, ni las costras, ni los callos, ya que lo que se busca es mantener una hipersensibilidad que  48 horas de veda electoral no podrá suavizar. Porque este tipo de audiencia es la que no oyó las dos veces en que Welles advirtió que se trataba de una representación y que tampoco oyó a Lanata cuando en su programa de radio admitió que la cámara a Cabandié fue una operación política (donde en ningún momento se “chapea con los desaparecidos” para evitar pagar una multa, lo cual no lo exime, claro está, de la responsabilidad por exigir un “correctivo” a los superiores de la agente). Es la audiencia que lee Clarín pero que, en el mejor de los casos, dice no estar ni con unos ni con los otros, y considera que la guerra de los mundos es aquella que se libra entre dos facciones de poder, la que está al frente de un multimedio hegemónico y la que está al frente del gobierno. Son los mismos que, si un día el diario viene con una calabaza gigante, van a decir que se trata de un sabotaje de la Cámpora mientras la verdadera guerra de los mundos, aquella que se libra entre la verdad y la ficción, o al menos entre lo verosímil y lo inverosímil, se les mea de risa en la cara.       



domingo, 20 de octubre de 2013

Un kirchnerista defensor del periodismo militante (publicado el 16/10/13 en Veintitrés)

Adivina, adivinador: ¿a quién pertenece este fragmento?
“Hablar de la prensa es hablar de la política, del gobierno, de la vida misma de la República, pues la prensa es su expresión, su agente, su órgano. Si la prensa es un poder público, la causa de la libertad se interesa en que ese poder sea contrapesado por sí mismo. Toda dictadura, todo despotismo, aunque sea el de la prensa, son aciagos a la prosperidad de la República”.
Alguien que diga que puede haber una dictadura de la prensa debe ser contemporáneo y, en caso de ser argentino, seguramente, es un kirchnerista fundamentalista pues ha vinculado la prensa a la política. Le daré otro fragmento mientras imagina de quién se trata:
“¿Se ocuparía hoy la prensa de lo mismo que se ocupó durante los últimos quince años? No ciertamente: eso sería ir contra el país, y contra el interés nuevo y actual del país. El escritor liberal que repitiese hoy el tono, los medios, los tópicos que empleaba (…) se llevaría chasco, quedaría aislado y sólo escribiría para no ser leído”.
Evidentemente es un kirchnerista de paladar negro, alguien que quiere “un diario de Yrigoyen” y no se da cuenta de la importancia que tienen los medios independientes si es que deseamos vivir en una democracia armónica que incluya todas las miradas. Por cierto, además, está preso de una retórica anacrónica, setentista, diría yo, que todavía divide al mundo en derechas e izquierdas, o, liberales y populares. Con algunos fragmentos más se develará el misterio:
“Desgraciadamente, la tiranía que hizo necesaria una prensa de guerra ha durado tanto que ha tenido tiempo de formar una educación entera en sus sostenedores y en sus enemigos. Los que han peleado por diez o quince años han acabado por no saber hacer otra cosa que pelear” (…) “El soldado licenciado de la vieja prensa vuelve con dolor su vista a los tiempos de la gloriosa guerra. La posibilidad de su renovación es un dorado ensueño. De buena gana repondría diez veces al enemigo caído, para tener gusto de reportar otras diez glorias en destruirlo. Pelear, destruir, no es trabajo en él; es hábito, es placer, es gloria. Es además oficio que da de vivir como otro; es devoción fiel al antiguo oficio; es vocación invencible otras veces: es toda una educación finalmente”.
Sin dudas es alguien que tiene una mirada muy crítica sobre el periodismo, lo cual, necesariamente lleva a pensar que no debe publicar en medios tradicionales. Menos aún lo imagino como un referente o alguien frecuentemente citado como podría ser un prócer o un hombre determinante en la formación institucional de nuestro país. Pues tiene el desparpajo paranoide de suponer que el periodismo inventa enemigos cuando eso es propiedad de la política que divide a los argentinos. Seguramente, entonces, se debe tratar de un outsider de esos que tienen espacio en blogs o en medios paraoficiales solventados con el dinero de todos. Además parece hablar con una soberbia típica de esos chicos de La Cámpora cuando parece posicionarse en el futuro para afirmar que los periodistas que han peleado siempre no saben hacer otra cosa que pelear. Como si se ubicase más allá del 2015 en un país donde no sabemos qué pasará mañana y lo mejor que podemos hacer es aguardar escondidos debajo de la cama. Seguramente con algunos párrafos más todo quedará aclarado:
“La prensa que subleva a las poblaciones argentinas contra su autoridad de ayer, haciéndoles creer que es posible acabar en un día con esa entidad indefinible y pretende que con sólo destruir a este o aquel jefe es posible realizar la República representativa desde el día de su caída, es una prensa de mentira, de ignorancia y de mala fe: prensa del vandalaje y de desquicio, a pesar de sus colores y sus nombres de civilización” (…) “¿Qué piensa hacer la vieja prensa en ese tiempo? ¿Piensa emplear las mismas armas (…)? ¿Piensa siempre llamar “venal”, “corrompido”, “servil” al escritor o al orador que por desgracia no vea las cosas como las ve el antiguo combatiente (…)?
Se va armando un perfil claro me parece: kirchnerista de paladar negro, anacrónico, outsider, quizás bloggero a sueldo, camporista y probablemente periodista de 678 ofendido porque le dicen “venal” ante la insólita defensa de lo indefendible a las que nos tienen acostumbrados. Es demasiado lineal para ser verdad pero créame que no es un invento mío y que esta nota no terminará con usted sumido en el engaño mientras le confieso que los fragmentos son apócrifos. Le doy una oportunidad más.
“En las edades y países de caudillaje, hay caudillos en todos los terrenos. Los tiene la prensa lo mismo que la política. La tiranía, es decir, la violencia está en todos, porque en todos falta el hábito de someterse a la regla” (…) “La prensa, como elemento y poder político, engendra aspiraciones lo mismo que la espada; pero en nuestras poblaciones incultas, automáticas y destituidas de desarrollo intelectual, la prensa que todo lo prepara, nada realiza en provecho de sus hombres, y sólo allana el triunfo de la espada”.
Entramos en el terreno de lo inaudito. Esto parece ya una diatriba contra el diario La Nación. O aún peor, parece escrito por Guillermo Moreno. Falta que diga que el diario Clarín y sus periodistas defensores tienen las manos manchadas con sangre. ¿La pluma justificando la espada? A lo sumo puede haber ocurrido en otro país pero lo dudo. Finalmente el periodismo será crítico del poder o sólo será propaganda. Ahora sí, aunque no sé si vale la pena seguir leyendo a este caballero, le agrego los últimos fragmentos.
“Tenemos la costumbre de mirar la prensa como terreno primitivo de la libertad y a menudo es refugio de las mayores  tiranías, campo de indisciplina, de violencia  y de asaltos  vandálicos contra todas las leyes del deber. La prensa, como espejo que refleja la sociedad de que es expresión, presenta todos los defectos políticos de sus hombres”. (…) “[El periodista] Predica el europeísmo y hace de él un arma de guerra contra los caudillos de espada; pero no toma para sí el tono y las costumbres europeas del Times o el Diario de Debates parisiense en la impugnación y el ataque. Defiende las garantías privadas contra los ataques del sable, pero olvida que el hogar puede ser violado por la pluma. Estigmatiza al gaucho que hace maneas con la piel del hombre, y él saca pellejo a su rival político con pretexto de criticarlo”.       
Lo que faltaba: criticar por cipayo al periodista que lo único que hace es denunciar al poder, y enojarse indirectamente con la sociedad civil afirmando que la prensa es su espejo. Si todavía no sabemos de quién se trata sí se puede inferir que esto debe estar escrito por un kirchnerista enojado después de las PASO y muestra la reacción de quien le da la espalda a la sociedad y la culpa por no darse cuenta de a quién vota.   
En fin, se acaba el espacio y usted está ansioso. Observo el título del libro del que fueron extraídos estos fragmentos y dice Cartas Quillotanas. Publicado en 1853. ¿Su autor? Un kirchnerista defensor del periodismo militante llamado Juan Bautista Alberdi. 




sábado, 19 de octubre de 2013

Bestiario político argentino N° 15: Los panópticos (publicado el 15/10/13 en Diario Registrado)

La leyenda indica que el filósofo Michel Foucault, en una de las visitas que solía hacer a las cárceles, escuchó, por primera vez, de boca de uno de los reclusos, la historia de los panópticos. Se trata de seres con formato cilíndrico rodeados de una suerte de anillos en cuyo rostro no hay ni boca, ni nariz ni orejas: sólo un gran ojo sin párpados. Que el mito proviniese de uno de los pabellones protestantes del presidio existente en las afueras de la ciudad de New Bentham, hizo que el francés adjudicase el relato a un brote místico o, simplemente, a una representación colectiva de la mirada de Dios.
Pero lo más curioso es que, en la era digital, la leyenda reapareció y existen varios testigos que dicen haber interactuado con monstruos panópticos. La descripción que hacen de estos seres a veces los asemeja a un Ayudante de Office muñido de cámaras. Otros hablan de un ser esférico de color rojo cuyo cuerpo es un gran botón con la misteriosa inscripción “REC”. A diferencia de la visión analógica de este supuesto mito, los panópticos de la actualidad no sólo son capaces de observarlo todo sino también de registrarlo mediante grabaciones sin ningún tipo de límite de memoria. Sin embargo los panópticos del siglo XXI no sólo registran sino que también son capaces de editar la información que reciben y habrían surgido del descuido de unos científicos que trabajaban en el mejoramiento del software Irineo en el marco de una operación política que buscaba desacreditar a uno de los candidatos.
Naturalmente, la morada de estos pequeños seres son los diversos dispositivos electrónicos pues se alimentan de imágenes con una voracidad asombrosa. Resulta difícil de creer pero los más alarmistas dicen que muchos han sido adoptados como mascotas reemplazando a perros y gatos y que su existencia ha puesto en tela de juicio la división tajante entre lo público y lo privado. Pensándolo bien, puede que tengan razón, pues en una civilización de la soledad, el monstruo más preciado es aquel capaz de garantizar que nunca va a dejarnos solos.  

      

lunes, 14 de octubre de 2013

Van por la línea de sucesión (publicado el 10/10/13 en Veintitrés)

Puede que peque de alarmista pero quiero afirmar que, desde mi punto de vista, van por la línea de sucesión. No es nada nuevo, claro, pero la intervención quirúrgica a la que fue sometida CFK excita los espíritus de los que, incapaces de imponerse políticamente, aguardan un guiño de la biología. ¿Qué significa que van por la línea de sucesión? Que ante la eventualidad de una CFK que no esté en condiciones físicas para continuar al frente del ejecutivo, los poderes fácticos intentarán que el kirchnerismo abandone la casa Rosada lo antes posible. La razón es simple y no tiene que ver con lo que indique la Constitución. Se trata, simplemente, de la legitimidad social y política que se ha conseguido horadar en aquellos que debieran reemplazar a CFK en el cargo. El ejemplo más evidente es el de Amado Boudou, quien recibió una andanada de titulares desde el día 59 de asumido su cargo a pesar de que, hasta ahora, sólo hay imputaciones contra su persona (por citar un ejemplo, entre el 7 de febrero y el 31 de marzo de 2012 Clarín lo menciona críticamente en casi 30 tapas). Sin embargo, para parte de la dirigencia política y para todos los medios opositores Boudou no está en condiciones morales de asumir la presidencia. Nada dicen de Mauricio Macri que no está imputado sino procesado pero eso es otro asunto parece, porque lo que importa es la condena social y para la gran mayoría de la ciudadanía Boudou es culpable de algo por más que no se sepa bien de qué. A su vez, para ganarse estima social no lo ayuda su perfil descontracturado de guitarras y motos y sobre todo que los gobernadores oficialistas no vean con buenos ojos que el actual vicepresidente sea el hombre que esté al frente del ejecutivo hasta el 2015. En este contexto no hace falta demasiada inventiva para saber lo que podría suceder si la presidenta tuviera que abandonar de modo permanente el poder ejecutivo. Si usted no tiene mucha imaginación, en el programa de Jorge Lanata este último domingo, el consultor Jorge Giaccobe puede ayudarlo cuando indicó: “Yo no creo que la sociedad (…) permita [la asunción de Boudou]". "¿De qué manera podría evitarlo", preguntó Lanata. Y la respuesta fue "Plaza de Mayo. López Rega. Otras situaciones parecidas donde la sociedad no quiso que alguien la representara o estuviera en el poder".         
El espíritu golpista de esta declaración y la expresión de deseo disfrazada de diagnóstico no implica necesariamente que Giaccobe esté equivocado. Porque la asunción de Boudou supondría casi inmediatamente el armado de un enorme cacerolazo impulsado por una presión mediática insoportable. Que las razones de esa fuerte resistencia social no tengan que ver con acusaciones probadas en la justicia y que exista manipulación de la opinión pública no importa porque aquí no está en juego la verdad sino la creencia.
Por otra parte, con un casi desconocimiento total en la ciudadanía, la persona que sigue a Boudou en la línea sucesoria y que debiera hacerse cargo del poder si la presidenta y el vice no pudieran asumirlo es Beatriz Rojkés de Alperovich. La esposa del gobernador de Tucumán también ha sido atacada mediáticamente desde la misma usina operacional: el programa de Jorge Lanata. Allí se acusó a ella y a su familia de vínculos con asesinatos, trata de personas y por si esto no alcanzase, se hicieron circular fotos donde, con toques ciertos de frivolidad, la segunda en la línea de sucesión se deja ver en algunos destinos exóticos bien lejos del país. Una vez más, no importa la verdad. Importa la opinión pública pero, sin duda, es real que parece poco creíble que Beatriz Rojkés pudiera mantenerse al frente del gobierno dos años.
En esta línea, en la nota del último lunes publicada en el diario Clarín, Eduardo Van der Kooy, despojado de cualquier metáfora, indica que la esposa del gobernador “trepó sólo por su amistad y solidaridad con Cristina. Se trata de una mujer distante del sistema peronista. Y de todos los sistemas”. No conforme con esto agrega “¿Alguien podría imaginarse gobernando a Boudou la transición? ¿Alguien podría pensar que Rojkés lo haría sin hesitaciones?”
Donde sí encuentran alguien con sustento en la línea sucesoria es en el tercer lugar pues allí aparece Julián Domínguez, el presidente de la Cámara de diputados. Van der kooy reconoce la trayectoria del hombre que supo encauzar desde el Ministerio de Agricultura el conflicto con las patronales del campo y que proviene de un peronismo más clásico. Pero sin justificación alguna lo conmina a ser el que convoque al plenario del Congreso que debería designar al presunto reemplazante de Cristina (como lo hizo en su momento Eduardo Camaño en aquel final de 2001 que derivó en la elección de Eduardo Duhalde tras la aventura fallida de Adolfo Rodríguez Sáa). Eso sí, lo que Van der Kooy no dice es que hasta hace un par de semanas la oposición amenazaba con intentar arrebatarle la presidencia de la Cámara a Domínguez, esto es, al oficialismo. Tras el resultado de las elecciones y con el parte médico de CFK bajo el brazo, no debiera sorprender una nueva intentona a pesar de que el kirchnerismo puro seguirá siendo primera minoría holgadamente. Pero si la estrategia opositora triunfase, un Boudou sin legitimidad social y una Rojkés sin espaldas políticas deberían dejar paso a la figura que un reeditado “Grupo A” eligiese. Cuál sería el nombre designado lo desconozco y, en el fondo, creo, me resisto a pensarlo quizás porque siento que mi sistema nervioso no merece pasar momentos de zozobra.      
Pero si la oposición no lograra alzarse con la presidencia de la Cámara, lo que el editorialista estrella no menciona es al cuarto en la línea sucesoria: el Presidente de la Corte Suprema de Justicia Ricardo Lorenzetti. Por qué no se lo nombra puede ser explicado a partir de las reflexiones de Borges donde la clave de resolución del enigma está en aquel nombre que nunca aparece mencionado; o también en aquella canción de Jorge Fandermole cuyo estribillo repite “el que te ama no te nombra”. Por cierto, y siguiendo en el terreno de las especulaciones ¿no sería una gran plataforma de legitimidad social fallar contra la ley de medios en el contexto de una CFK convaleciente y un kirchnerismo que ha reducido a la mitad los votos de 2011? Al fin de cuentas, un Presidente de la Corte Suprema al frente del gobierno no haría más que formalizar que el verdadero poder en la Argentina no está en ninguno de los representantes elegidos a través del voto popular. 
Probablemente, todas estas elucubraciones se disipen con el regreso a la actividad de la presidenta, algo que todos los pronósticos dan casi por descontado. Pero hay que estar preparado para todo y darse cuenta que, como sucedió en Paraguay, los gobiernos democráticos no serán derrocados por golpes militares a la vieja usanza sino por golpes institucionales que guardan las formas y derivan en supuestos “gobiernos de transición”. A justificar esa transición en el formato que sea y a dirigirla hacia determinados objetivos que, casualmente, nunca favorecen a los sectores populares, se ocupará, como lo ha hecho históricamente, la prensa hegemónica.    

    

Eterno retorno de la biopolítica (publicado el 8/10/13 en Diario Registrado)

Hay algo más peligroso que los exabruptos de dirigentes y periodistas opositores en ocasión de la intervención quirúrgica a la que fue sometida la presidenta y se trata de la red conceptual que a falta de un nombre técnico llamaré “biopolítica”. Dejando de lado el sentido que tal término tiene en la academia, lo que aquí llamo “biopolítica” es un tipo de perspectiva en el que se establece una analogía entre la vida y la política. Más específicamente, se considera que la sociedad es un gran organismo y que el líder de esa sociedad encarna en su cuerpo individual las acciones políticas que impulsa. Dicho en buen criollo: un gobernante que aplica malas políticas sobre el cuerpo social lo enfermará y la prueba de ello quedará expresada en su propio cuerpo. No se trata de un castigo divino sino de una relación directa entre el cuerpo de la presidenta y el cuerpo de la sociedad. Tal relación descabellada se viene utilizando como un hallazgo teórico cada vez que el líder de un gobierno populista latinoamericano sufre algún deterioro en su salud. Cuando esto sucede se dice que el cuerpo del líder no pudo aguantar porque una política de confrontación y de odio hacia las clases dominantes es una alteración de la armonía natural que pronto termina atacando al propio cuerpo. Así, un líder liberal, como aplica buenas políticas, poseería una excelente salud pero aquel líder que considera que debe intervenir el Estado enfermará y, si persiste, morirá. Usted seguramente se está riendo ante este tipo de razonamientos ¿pero leyó las principales columnas de los editorialistas? Citaré sólo una para no agobiarlo. Me refiero a la de Joaquín Morales Solá el domingo 6 de octubre de 2013. Allí se puede leer: “Parece producirse una convergencia entre la decadencia política y la declinación física”; (…) un rasgo también kirchnerista y constante es la disposición por la confrontación. La guerra y el rencor son malos consejeros para la salud y la vida; (…) De todos modos, es un modo de gobernar muy parecido al de su esposo. Y es casi imposible que el cuerpo de un ser humano tolere que caigan sobre él todas las cuestiones, las grandes y las pequeñas, las importantes y las insignificantes, de un país. Así, o se paraliza el gobierno o le explota el cuerpo, solía decir un ministro de Néstor Kirchner cuando lo veía trajinar con los detalles de la administración” (las cursivas son mías).
Frente a argumentaciones como éstas bien cabe la mueca risueña, la pena o tal vez la indignación pero hay que ir un poco más allá y comprender que se está estableciendo, al fin de cuentas, una analogía entre un conjunto de acciones políticas y una enfermedad (de hecho, en otras ocasiones, importantes formadores de opinión se refirieron al kirchnerismo como a un cáncer). Por ello hay que estar atentos. Porque sabemos cómo se puede curar el cáncer y también sabemos que en la Argentina, en nombre de la salud de la nación y la patria, se ha producido y se ha intentado justificar la más vergonzosa de las quimioterapias sociales.   


viernes, 4 de octubre de 2013

La reelección conservadora (publicado el 3/10/13 en Veintitrés)

 Latinoamérica necesita un presidente conservador y alemán. Sí, sí, leyó bien. Esa será la conclusión de esta nota que intentará hacer un análisis sesudo y comparativo de algunas particulares interpretaciones de lo que sucede en nuestra región y en Europa. La ocasión no puede ser mejor porque lo que me interesa discutir es la posibilidad de reelección indefinida y los diferentes tipos de estándar con que se evalúa esta posibilidad. Hacerlo ahora, caída la posibilidad de una intentona reeleccionista por parte del kirchnerismo, puede ayudar a que la discusión se realice poniendo entre paréntesis, por un rato al menos, los intereses, las pasiones y las conveniencias de coyuntura. Porque ni las reformas ni cualquier modificación que implique de un modo u otro al mandato presidencial se hace en abstracto. Esto quiere decir que en 1994 no se discutía la reelección sino la reelección de Menem; y en 2013, la discusión que se instaló en los medios no era acerca de un sí o un no a la reelección sino un sí o un no a la continuidad de Cristina Kirchner.
Pero ahora que no hay fantasmas ni nombres propios ¿qué tal discutir un poquito en abstracto? Como disparador, comencemos por la siguiente pregunta: ¿por qué es un signo de continuidad institucional un tercer mandato de Angela Merkel al frente de Alemania pero cualquier atisbo reeleccionista de un presidente latinoamericano es visto como el germen de un dictador populista que busca la eternidad en el poder? Se dirá que son sistemas distintos: que en Alemania y buena parte de Europa existe un sistema parlamentarista y aquí hay un presidencialismo. Sin duda eso es así pero si bien en el modelo alemán el que gobierna es el parlamento considero que la pregunta que se le hace a los presidencialismos americanos es extrapolable a ese sistema pues sea bajo un modelo presidencialista, sea bajo un modelo parlamentarista, no sería deseable que una persona o un conjunto de ellas esté habilitada constitucionalmente para continuar indefinidamente en un cargo cuyo ejercicio supone, de por sí, una ventaja respecto de sus competidores. Al menos eso dice una importante parte de la biblioteca, ¿no?
Sin embargo, hay quienes afirman que más allá de la diferencia entre sistema parlamentario o presidencialista lo que hay que tomar en cuenta es que en Alemania existe lo que se conoce como “voto de censura constructivo”. Se trata de una instancia que puede imponer el parlamento y que permite remover de su cargo al primer ministro si y sólo si existe una mayoría parlamentaria capaz de consensuar un candidato que lo reemplace. La introducción de esta instancia se dio a raíz del aprendizaje que significó el haber padecido la inestabilidad de la República de Weimar y la posterior llegada al poder de Hitler.  
Gracias al voto de censura constructivo que existe en muy pocos países, los que intentan justificar diferencias entre el modelo alemán y los presidencialismos latinoamericanos afirman que si bien Merkel puede llegar a estar como mínimo 12 años al frente de los germanos, podría ser destituida en cualquier momento. Eso es efectivamente así. Lo curioso es que cuando refieren, por ejemplo, al sistema presidencialista de Venezuela, pasan por alto el artículo 72 de la Constitución impulsada por el chavismo que incluye la figura del mandato revocatorio. Este artículo afirma que  “transcurrida la mitad del período por el cual fue elegido el funcionario o funcionaria, un número no menor del 20 % de los electores o electoras inscritos en la correspondiente circunscripción podrá solicitar la convocatoria de un referendo para revocar su mandato”.
Sin embargo, claro está, los paladines del republicanismo liberal omiten esta figura que, por cierto, obligó al propio Chávez a someterse al referendo, y presentan al modelo de constitución chavista como la construcción jurídica a medida de un líder populista y megalómano. También pasan por alto que la figura del referendo revocatorio venezolano establece un mecanismo mucho más directo pues es el propio pueblo el que puede impulsar el fin del mandato del presidente. En Alemania, en cambio, es la transa y los acuerdos de cúpula entre partidos y representantes el que puede depositar en el gobierno a un candidato que el pueblo no votó. Por todo lo dicho, si alguien afirma que un canciller alemán puede ser destituido en cualquier momento debiéramos indicar que lo mismo le sucede a un presidente venezolano. Sin embargo, un canciller alemán no tiene ningún impedimento para estar al frente del gobierno 15, 20 o 30 años pero un presidente argentino no puede superar los 8 años. Extrañas paradojas ¿no?       
Por último, aquellos bien pensantes especialistas que critican los modelos latinoamericanos recurren, como quien recurre a un texto sagrado que tiene todas las respuestas, a la constitución estadounidense de 1787 comentada por Madison, Hamilton y Jay. En un sentido hacen bien en recurrir allí pues en ese texto encontrarán justificado el sistema de contrapesos, la división de poderes y el control de constitucionalidad en manos del poder judicial, entre otros aspectos. Pero hay un detalle que suelen pasar por alto pues “los padres fundadores” de nuestros sistemas consideraban que no debía ponerse límite a las reelecciones del presidente. Sí, es así. Es una herida narcisista en el republicanismo liberal y en sus defensores vernáculos pero los “padres fundadores” planteaban la necesidad de un gobierno centralizado, vigoroso y con la posibilidad latente de continuidad. Por si usted no lo cree, tome nota, pues Hamilton lo decía con estas palabras en el artículo LXXII de El Federalista: “a la duración fija y prolongada agrego la posibilidad de ser reelecto. La primera es necesaria para infundir al funcionario la inclinación y determinación de desempeñar satisfactoriamente su cometido, y para dar a la comunidad tiempo y reposo en que observar la tendencia de sus medidas y, sobre esa base, apreciar experimentalmente sus méritos. La segunda es indispensable a fin de permitir al pueblo que prolongue el mandato del referido funcionario, cuando encuentre motivos para aprobar su proceder, con el objeto de que sus talentos y sus virtudes sigan siendo útiles, y de asegurar al gobierno el beneficio de fijeza que caracteriza a un buen sistema administrativo”.
Dicho esto, los autores agregan que no permitir la reelección traería como consecuencia la desaparición de alicientes para realizar un buen gobierno, la tentación de “entregarse a finalidades mercenarias” saqueando al Estado, privaría a la comunidad de la utilidad que supone que un cargo esté ocupado por alguien con experiencia y generaría inestabilidad institucional entre otros perjuicios.
Tuvieron que pasar 160 años para que, gracias a una enmienda, los estadounidenses pusieran límite a la reelección indefinida. ¿Cuál fue la razón de este cambio? La aparición de un “populista” como Roosevelt que sacó a Estados Unidos de la crisis gracias a aplicar algunas políticas de índole keynesiana y que no se cansó de ganar elecciones hasta que falleció ocupando el cargo de presidente.

Lo dicho demuestra que mi interés por discutir en abstracto no tiene mucho sentido y que el problema no es la posibilidad de permitir o una la reelección. Lo que se juega es de qué signo político son los candidatos que potencialmente suelen ganarse la estima del electorado. Esto me hace intuir que el día que en Latinoamérica un candidato conservador logre obtener un apoyo suficiente como para poder ser reelegido indefinidamente, vendrán a intentar convencernos de lo importante que es la experiencia, la continuidad de políticas y el respeto por una decisión popular que no merece tener límites constitucionales.