En el año
1992, el antropólogo Marc Augé incluye, en su libro Los no-lugares. Espacios del anonimato, el concepto de “no-lugar”
para referirse a la lógica de la vida actual en las ciudades occidentales y
capitalistas. Se trata de espacios de tránsito, como un aeropuerto, una
autopista, una vía de tren, un supermercado o una red de hoteles. Según Augé,
la característica de los tiempos que vivimos y que él denomina
“sobremodernidad”, es justamente el de una época que hace proliferar los no-lugares
contrariamente a lo que sucedió en la modernidad tan caracterizada por una
noción sustancialista del sujeto y un capitalismo abocado a la acumulación
material antes que a la lógica “entro y salgo” del capitalismo financiero con
énfasis en los servicios. Dicho de otra manera, la identidad moderna se
constituía en referencia a espacios fijos como una ciudad, un oficio, una
fábrica, una familia, la misma casa, etc. Hoy la situación es otra y lo que
prima es el tránsito y lo que Augé llama tres tipos de excesos vinculados al
tiempo, al espacio y a la individualidad respectivamente.
En lo que respecta al primero, Augé afirma que
hay un exceso de acontecimientos que parece acelerar la historia. Esto
significa que un hombre nacido en el siglo XIX bien podría marcar un manojo de
acontecimientos que transformaron el mundo mientras una persona que cuente hoy
con 80 años ha vivido procesos y hechos sorprendentes para una sola vida,
comenzando por la segunda guerra mundial, la bomba atómica, las inmigraciones, la
masividad de la radio y la televisión, la guerra fría, la revolución cubana, la
llegada a la luna, la caída del Muro y de las Torres, el nacimiento de las
computadoras e internet, etc. En la actualidad la sensación es que suceden
muchas cosas importantes todo el tiempo más allá de que no se puede negar que
buena parte de esta sensación se deba a la existencia de la mercantilización de
la información que llevan adelante los medios masivos de comunicación cuando
espectacularizan los hechos y necesitan tildar de históricos y trascendentes sucesos
cotidianos sin importancia.
Pero existe también un exceso vinculado al
espacio, una suerte de cambio paradigmático en la relación que se tiene con los
lugares. Con esto Augé se refiere al modo en que afecta nuestra cosmovisión del
mundo el hecho de la revolución en los medios de transporte que permite
relativizar cualquier distancia pasando de los 3 meses que necesitaban nuestros
abuelos para llegar en barco desde Europa, a las 12 horas que invertimos hoy subidos
a vuelos que parten diariamente hacia distintos países del viejo continente. Lo
mismo sucede con el fenómeno de las telecomunicaciones, la televisión por cable
e internet, elementos que hacen que lo que sucede en otras partes del mundo no
resulte para nada alejado y pueda percibirse en vivo.
Por último, el tercer exceso de nuestra época
es el de la agudización del ego y la soledad en el contexto de un capitalismo
que genera cada vez más introversión al tiempo que enarbola la bandera de
“estar conectados”.
Ahora bien, la pregunta es si esta idea de los
no-lugares puede aplicarse a la política y a la actualidad argentina. Creo que
la respuesta puede ser afirmativa.
Pensemos en, por ejemplo, la disolución de los
partidos políticos, un verdadero “lugar” moderno en el que descansaba una
ideología y una doctrina que se transmitía inter-generacionalmente. Hoy la
mayoría de los candidatos ya no se considera parte de un partido, a duras
penas, se constituye en un “espacio”, que no es otra cosa que un estar de paso,
un no-lugar, un mero tránsito donde las relaciones con aquellos que lo comparten
es de mera contigüidad azarosa, un rejunte casual y circunscripto a una
finalidad electoralista inmediata. Quizás por ello es que los que dicen formar
un “espacio” antes que un partido, paradójicamente, reniegan del lenguaje de la
espacialidad, tan caro a la política moderna, que afirmaba, por ejemplo, que
hay izquierdas y derechas. En esta misma línea, los que dicen habitar
“espacios” consideran que aquello que en la jerga de la militancia se llama
“territorio” es una categoría a ser superada, una rémora premoderna gobernada
por barones y poblada por bárbaros.
Pero quienes en la actualidad reivindican la
política de los espacios, también configuran de manera distinta el tiempo: ya
no se pretende la transmisión de un ideario ni se aboga por continuidades
históricas. Más bien hay ruptura con lo anterior y bajo un discurso de apología
del futuro se vive un presente continuo en el que el pasado es algo que debe
ser pisado y olvidado. En este contexto, la referencia a la historia es vista
como el intento revanchista de los que perdieron y, como tal, un retroceso a
conflictos presuntamente superados y anacrónicos.
Por último, la exacerbación del ego se ve en el
hecho de que las construcciones políticas desde el no-lugar del “espacio” se
hacen sobre una figura que ocupa el centro de la escena mediática. Así, un
rostro y un slogan, antes que un concepto y un programa, reducen la política al
reino manipulable de la imagen. No hay construcción política ni sustento en
bases. No hay militancia sino mera participación pues quien participa dedica un
tiempo acotado, entra y sale. Por ello
tampoco hay actos sino que la actividad proselitista se hace caminando, sin detenerse
y transitando. El único movimiento que escapa a esa lógica es el kirchnerismo
más allá de su relación fluctuante con el PJ, relación que no surge de un
rechazo a la lógica de partidos sino a quienes detentaban el poder en él. Sin
que esto suponga coherencia extrema o una total homogeneidad de miradas en los
diferentes dirigentes que apoyan el modelo nacional, popular y democrático, hay
en el discurso y en el accionar del kirchnerismo una retórica reivindicatoria
de los lugares frente a los no-lugares, líneas de continuidad, referencias
históricas y el intento de encontrar vasos comunicantes con tradiciones del
pensamiento y la acción política, algo que en el radicalismo y en el socialismo
vernáculos es un ejercicio que se ve a cuentagotas y que generalmente acaba
deshonrando a figuras de una rica historia.
En esta línea, el kirchnerismo reivindica la
construcción de identidades de la modernidad y de los partidos, lo cual, por
supuesto, no necesariamente nos lleva por un camino plagado de elogios. Pero
frente a los candidatos con pretensiones y posibilidades hipotéticas de llegar
al poder, la diferencia es bastante notoria.
Para finalizar, quisiera parafrasear una frase
de Marc Augé e indicar que el no-lugar es exactamente lo contrario de la
utopía, porque a diferencia de ésta, existe, está ahí, en una imagen que no
postula ningún ideal de sociedad orgánica. En los discursos de los candidatos
de los no-lugares, la utopía es reemplazada por la referencia zonza a una idea
de futuro que se proyectaría desde esa imagen; idea de futuro que no especifica
contenido pero se transforma en un valor en sí mismo simplemente porque está
por venir. El problema es que si te descuidas, un día, de repente, llega.