En el auditorio de la SIGEN y organizado conjuntamente por la Secretaría de Cultura de la Nación y la Escuela de Humanidades de la Universidad de San Martín, tuve la opción de presenciar la mesa debate que dio cierre al ciclo titulado Debates y combates. Hacia una teoría política de la emancipación para el siglo XXI. Allí disertaron con traducción simultánea filósofos como el argentino Ernesto Laclau, la francesa Judith Revel, la eslovena Jelica Sumic y los italianos Davide Tarizzo, Giacomo Marramao y Toni Negri. Para los desprevenidos, especialmente este último es una figura con reconocimiento mundial en particular a partir de la publicación en el año 2000 de su libro Imperio (escrito junto a Michael Hardt). Negri es un pensador neomarxista cuya historia de vida merece como mínimo algunas líneas. Nacido en 1933 vivió su infancia en plena guerra y a los 20 años decidió probar la experiencia de vivir en un kibutz en Israel, algo que, según ha afirmado en entrevistas, fue aquello que lo hizo comunista. De regreso a Italia participó activamente en diferentes agrupaciones y publicaciones que podrían ubicarse dentro de un espacio de marxismo heterodoxo hasta que en 1979 es arrestado acusado de ser el autor intelectual del asesinato del primer ministro Aldo Moro. Más allá de que él siempre negó las acusaciones y de que el juicio estuvo plagado de irregularidades, fue condenado a 30 años de cárcel de los cuales sólo cumplió 4 pues fue elegido legislador. Sin embargo, dado que el parlamento revocó meses después tal beneficio, Negri acaba exiliándose en Francia, país en el que desarrolla buena parte de su actividad intelectual más allá de que ésta había empezado mucho tiempo atrás en la Universidad de su ciudad natal, Padua.
Hecha esta breve presentación, bien cabe una mínima pista de la perspectiva de las alocuciones. Por empezar, hablar de “debates”, pero, especialmente, de “combates”, es toda una declaración de principios. Se trata de proponer un concepto de democracia que vaya bastante más allá del punto de vista estrictamente formal que se sigue de la tradición republicana y que en Argentina se vio con claridad en aquellas intervenciones que compulsivamente hacían referencia a la necesidad de consenso. Con la finalidad de entender esto, digamos una obviedad: para exigir consenso, si se es honesto, hay que suponer que éste es posible lo cual implica una concepción de la democracia fundamentada en la ausencia del conflicto. Desde el punto de vista de los conferencistas, claramente, esta visión consensualista esconde la defensa de las desigualdades y el intento de obturación de los canales naturales de disputa y lucha que nutren a toda sociedad. Así, el consenso no sería otra cosa que la forma en que los poderes fácticos logran imponer su dominación al tiempo que travisten su triunfo detrás de un discurso de armonía y racionalidad de todos los sectores involucrados.
Ahora bien, dada la pertenencia de los invitados al debate, parecía natural que la Mesa de cierre encarara comparativamente la situación de Europa y América Latina, y fueron varios los disparadores que intentaron comprender esta relación.
Crisis, Estado y tercera vía
En cuanto a la crisis originada por el capitalismo financiero en Europa hoy, Marramao ofreció una interesante perspectiva afirmando que ésta no es otra cosa que la consecuencia de la salida neoliberal que se le dio a la crisis de 2008 y que, en la actualidad, parecen haber dos modelos en pugna: el del extremo individualismo de la tradición inglesa-estadounidense y el capitalismo colectivista y jerárquico de China.
Expuesto así, parece claro que Europa ha renunciado a su modelo de Estado de Bienestar de posguerra y, en este contexto, el vergonzoso modo en que Francia y Alemania aplican las recetas del Consenso de Washington, es la demostración clara de esta perspectiva. En este punto, una preocupación que sobrevolaba la sala era la del rol de los partidos de izquierda europeos, muchos de ellos actualmente en el poder. Sobre este punto, la francesa Revel fue taxativa y afirmó que la izquierda en Europa ha sido completamente incapaz de entender y oponerse a este proceso cuya lógica es la de la paulatina eliminación del rol activo del Estado. En este sentido, no sólo en Grecia sino en España también, paradójicamente, se asiste a oposiciones conservadoras que están logrando que los ajustes que ellos mismos aplicarían los estén llevando adelante los timoratos gobernantes socialistas dilapidando historia, credibilidad y legitimidad.
Asimismo, un sentimiento común fue el temor que aparecía en los rostros de los disertantes al momento en que todos coincidían que, como suele ocurrir en este tipo de crisis, la solución no vendrá por la vía revolucionaria de izquierda, sino por una derecha nacionalista y reaccionaria que parecía desaparecida pero sólo estaba aletargada. Especialmente porque algunas de estas versiones nacionalistas traen detrás de sí un cóctel explosivo que complementa apelaciones a la pureza identitaria con una economía de mercado desregulada. En esta línea, una de las principales razones para observar el caso de América Latina es la reivindicación del Estado como agente protagónico. Desde este punto de vista, la eslovena Sumic, si bien advierte que no es posible trasladar sin más la experiencia latinoamericana a Europa por infinidad de razones, sí sugiere tomar como modelo el modo en que el Estado ha sido el motor para poder salir de la crisis neoliberal. Claro que aquí aparece otro problema y es la dificultad de las izquierdas para pensar el Estado. Esto se relaciona con que, al menos en su versión clásica, el marxismo fomentaba, en última instancia, la desaparición del Estado en tanto éste no era otra cosa que la institucionalización de las relaciones de dominio de una clase sobre otra. Dada la complejidad del mundo actual, lo que ocurre en América Latina es un proceso novedoso incapaz de ser pensado con estas antiguas categorías. De aquí que el propio Marramao concluya que en América Latina quizás se esté gestando una tercera vía superadora de los modelos estadounidense y chino. Con el mismo espíritu, Laclau, haciendo un poco de historia de las ideas, identificaba esta posibilidad como la imbricación de dos tradiciones que en la breve historia de las repúblicas del sur, transitaron caminos diferentes. El argentino se refería a que en América Latina fueron intercalándose gobiernos de tradición democrática y popular con gobiernos de tinte liberal sin poder hallar nunca una conciliación como sí lo habría hecho Europa después de la guerra. Esto generaba, o bien gobiernos de masas poco afectos al respeto de los derechos civiles y las instituciones republicanas, o bien gobiernos que, demasiados apegados a las vacuas formas del imperio de la ley, olvidaban que sin participación no hay democracia sana. Sin embargo, a partir del siglo XXI y de la asunción de gobiernos progresistas en la región, más allá de las particularidades de cada caso, Laclau encuentra que hay buenas razones para afirmar que estamos asistiendo por primera vez a la conciliación de estas dos tradiciones.
Por otra parte, el rol del Estado fue reivindicado por todos los disertantes salvo por Negri y allí se abrió, desde mi punto de vista, el gran interrogante de la noche: quién es el sujeto revolucionario de la historia.
Buscando el nuevo sujeto
Digamos que para toda esta tradición que podemos llamar neomarxista o también izquierda lacaniana, existe un vacío teórico dejado por el marxismo, esto es, quién ocupará el lugar vacante del proletariado como sujeto revolucionario. En otras palabras, una vez admitido que la variable económica no es la única que opera en las sociedades actuales y que ya no es posible indicar que existen condiciones objetivas en la historia que hagan que emerja, desde la Infraestructura, el sujeto capaz de confrontar con el capitalismo, la pregunta es “¿y ahora quién podrá ayudarnos?”.
Algunas décadas atrás, la esperanza estaba puesta en los movimientos sociales, los cuales justamente, rompían con la lógica economicista del marxismo clásico y respondían al contexto de reivindicaciones particulares y heterogéneas de sociedades complejas. En este sentido, Negri abre un interrogante respecto a la tensión que se genera entre la necesidad de que las reivindicaciones de estos movimientos se institucionalicen, y la capacidad que los Estados modernos burgueses tienen de asimilar y diluir la potencia de esas transformaciones. Menos escépticos respecto al rol del Estado fueron los interlocutores de Negri. De hecho, tanto Marramao como Laclau se ocuparon de criticar la corriente biopolítica que indica que los campos de concentración son la figura más representativa de la realización de la lógica de los Estados modernos cuyo modo de control se da directamente sobre la vida biológica de la población.
Con todo, tanto Negri como Laclau fueron optimistas respecto a la posibilidad de las transformaciones y de hallar el nuevo sujeto. En el caso del italiano, está lo que él llama “multitudes”, espacio de identidades complejas y heterogéneas capaz de brindar una respuesta transnacional a la lógica imperial característica del escenario pos caída del Muro de Berlín. En cuanto a Laclau, la categoría, tan denostada como incomprendida, de “populismo”, es la que él propone para pensar el nuevo orden de las identidades y de la acción política haciendo hincapié en el modo en que diferentes demandas insatisfechas pueden englobarse bajo el paraguas del significante “pueblo”.
Por último, caben unas reflexiones respecto a unas provocativas declaraciones de Negri. Si bien el italiano compartió con los presentes la esperanza que supone América Latina para el mundo, tras afirmar que este subcontinente asiste a una verdadera revolución especialmente a partir de los casos de Argentina, Ecuador, Bolivia y Venezuela, indicó que en estas tierras está muy claro qué es lo que no se quiere pero que, sin embargo, hay una importante cantidad de dudas en torno al camino a seguir. En esta línea el autor de Imperio se preguntaba cuál es el régimen de propiedad que desean los gobiernos y los pueblos latinoamericanos. Esto significa que de la conciencia en torno al rechazo a las formas neoliberales no se sigue una única receta ni un camino claro, a lo cual hay que sumarle que más allá de procesos e historias compartidas, las características de los pueblos latinoamericanos están marcadas por importantes diferencias que hacen que muchas veces algunas comparaciones sean poco prácticas y de nulo valor teórico. Con todo, lo que a muchos de los presentes nos dejó reflexionando es, en la situación que vive el mundo y la humanidad, hasta qué punto parece razonable pedirle a los gobiernos latinoamericanos que discutan el sistema de producción y la concepción de la propiedad cuando por la suba de unos puntos en los derechos de exportación ha habido intentonas destituyentes en Argentina y a lo largo de Latinoamérica tanto Chávez, Correa y Evo Morales sufrieron golpes cívico-militares. Semejante exigencia parece responder a una utopía controvertida cuya historia y elaboraciones teóricas están lejos de ofrecer un camino limpio y claro. Más bien, los tiempos que corren parecen ser los de una extrema inventiva que pueda pensar condiciones de mayor igualdad en el marco de una mayoría de la población que sabe que acabar con el neoliberalismo fue un acierto pero que no desea salir de la lógica de acumulación capitalista.