No era tan difícil presagiar los carriles que adoptaría el discurso opositor después del triunfo apabullante del kirchnerismo en las elecciones primarias, aunque reconozco que me ha sorprendido que éste sea adoptado por un amplio espectro que incluye desde los sectores más reaccionarios que invocan una guerra santa contra los sucios trapos rojos hasta referentes que supieron ser nuestros héroes cuando éramos jovencitos. A través de una red social alguien me comentaba que con estos últimos pasa algo similar a lo que sucede cuando ya entrados en años observamos nuestra película favorita de la infancia y notamos que, finalmente, Papá pitufo es un gordito reaccionario, Pitufina invita al jet set a almorzar todos los mediodías, Gárgamel y Azrael han sido demonizados y Pitufo filósofo es un esquizofrénico que viste de mayo francés pero es a la vez la musa y el rapsoda de los discursos corporativos, muy poco bohemios, de la épica del peor liberalismo autóctono y rezongón.
En esta realidad azul, de pitufos que riman con Majul, insólitamente se afirma que lo que la ciudadanía elige se ha transformado en un peligro: el de una “hegemonía” política, lo cual no es otra cosa que la posibilidad de que el kirchnerismo tenga mayoría en ambas cámaras. No importa si esto es realmente posible ni que para logarlo haya que sacar bastante más que ese 50%. Lo que importa es que, aparentemente, hay razones para el temor. Se dice, así, que eso violaría el equilibrio de poderes lo cual, por cierto, hablaría bastante mal del sistema republicano pues supondría que tal equilibrio depende de que al interior de cada uno de los poderes existan fuerzas de diversa extracción ideológica recortadas en partes iguales de manera que ninguna pueda imponerse sobre la otra. De este modo, habría candidatos cuyo mensaje debiera ser más o menos el siguiente: “Hola señor elector. Yo sé que soy un opositor a las ideas del candidato que tanto usted como la mayoría de la gente va a votar. Pero justamente, por ello, es decir, para garantizar el equilibrio del sistema republicano le pido que me vote. No porque mis propuestas sean buenas. Sino simplemente porque soy opositor”.
Si bien está claro que estoy haciéndome un poco el zonzo al desestimar algunas buenas razones, más empíricas que conceptuales, acerca de los posibles vicios que puede traer aparejado un sistema en el que haya un partido inmensamente mayoritario sin rivales de fuste capaz de generar incentivos para mejorar, los invito a pensar un poco la lógica algo particular de los sistemas de gobierno, en este caso del endiosado republicanismo.
Recuerdo que Platón, con el interés de defender una sociedad aristocrática y no gobernada por las mayorías, ponía un ejemplo tan incómodo que era difícil de rebatir. Tal ejemplo se vinculaba con la metodología más democrática para elegir gobernantes, esto es, la práctica del sorteo. Esta forma de selección, sin duda, hace que todos seamos iguales y supone que todos los participantes están en condiciones de ocupar el cargo en cuestión. Allí, la pregunta razonable de Platón, era “si usted, cuando se le rompe una mesa, en vez de arriesgarse a hacer un sorteo entre los diferentes carpinteros, elige al mejor, ¿por qué se esclaviza ante el azar y no exige poder seleccionar voluntariamente al que mejor pueda desempeñarse al frente de los asuntos públicos?”
Siguiendo con la analogía, nos resultaría risible la situación en la que un Ernesto Sanz nos dijera que debemos llamar a otros carpinteros para que el mejor carpintero se sienta presionado a hacer las cosas bien, aun cuando éstos no sean buenos o incluso cuando sepamos que éstos nos dirán que la solución para el tema de la mesa es aumentar la tasa de interés para que ni se nos ocurra alentar el consumo de otra mesa.
Volviendo al enfoque más conceptual, sabemos que democracia y republicanismo no son lo mismo y también sabemos que nuestros sistemas actuales son complejos y que aquello que llamamos “democracias/repúblicas liberales” es el resultado de una confluencia de tradiciones que hallaron en las estructuras actuales un modo, no ausente de tensiones, de compatibilizarse. En esta línea, será motivo de otra columna retomar este fantasma que la oposición azuza acerca de la posible intentona reformista del kirchnerismo buscando una “Cristina eterna”, pero es posible adelantar que el límite a las reelecciones es uno de los mejores ejemplos del modo en que las constituciones funcionan como un poder contramayoritario, esto es, una forma de limitar el alcance y la legitimidad de las decisiones de la mayoría de la ciudadanía a través de determinadas cláusulas legales. Si esto es bueno o es malo, no es asunto de esta reflexión hoy.
Ahora bien, retomando lo dicho algunas líneas atrás, si hacemos hincapié en estos pedidos de votos al modo trosko-altamirista, es decir, una suerte de apelación a la compasión, de buena parte del arco opositor, podemos leer entre líneas un paradojal desprecio por el funcionamiento de las instituciones que tanto se dice defender. En otras palabras, si el sistema depende del equilibrio de las banderas que llevan adelante los hombres de carne y hueso que ocupan sus espacios, hablaríamos de un sistema débil al cual habría que incluirle más restricciones aún. Por ejemplo: ningún partido podrá obtener más del 50% de los votos; si así fuese el excedente de esos 50 debería pasar inmediatamente a la fuerza que estuviese en segundo lugar. Es más, podríamos llevar al extremo esta idea y pregonar por una disolución total de las mayorías puesto que aparentemente, la existencia de éstas desequilibraría al sistema. En este sentido, si el problema del poder se resuelve en su dispersión total, podemos legislar en este mismo momento, es decir, en este interregno en el que el oficialismo no tiene quórum propio, para impedir que haya fuerzas que superen el 1% de los votos y promover una reforma política en la que se obligue a que existan no menos de 100 ofertas electorales. Para que participen todos, “los que quieren a Videla”, los que quieren la indignación de Pino Solanas o las epifanías de las performance de Carrió. Y si más gente quiere participar, bienvenida la división absurda hasta los límites de las paradojas de Zenón, porque, aparentemente el poder muerde, hace mal y apesta las instituciones. Sigamos dividiendo que lo que importa es que haya muchos, no importa lo que digan ni lo que propongan. Porque el sistema republicano de repente se ha quedado sin controles, ni equilibrios y los votantes de las mayorías son una suerte de zombies incapaces de generar un control sobre sus propios representantes; son seres babeantes, aluvionales, blackberrizados, chavizados, tinellizados, plasmazados, choripanizados. Con una población así no hay republicanismo que aguante. Piénselo, señor elector. Imagine que puede que el gobierno kirchnerista quiera seguir hasta el 2100 y que La Cámpora Internacional esté en Estados Unidos averiguando los costos que asumirá usted y yo con dineros públicos, para congelar a CFK y que sea nuestra presidenta en los festejos de nuestro tercer centenario organizada por bisnietos de Fuerza Bruta. Incluso todo esto podría darse en un contexto de viento de cola de cometa por el intercambio galáctico y el interés que nuestra soja producirá en civilizaciones extraterrestres, equilibradas, como Uruguay y Chile, con marcianos que alternan en el poder como toda democracia sana y vigorosa. Piénselo, estamos frente a un verdadero peligro. El republicanismo depende de su voto. ¡Moderación o muerte! ¡Hasta el equilibrio siempre!