Finalmente, lo que parecía una broma o la aparición de un nuevo personaje de Los Midachi en una performance de “Reality político”, le dio un tremendo susto a una construcción que gobierna la intendencia de Rosario desde hace 20 años y que intentaba lograr su primera reelección en la provincia. En otras palabras, el candidato del PRO, Miguel Del Sel, casi gana y eso obliga a que de la sorpresa haya que pasar rápido a la reflexión.
Seguramente se harán en estos días análisis de las razones específicas que hicieron que el amigo del Chino Volpato alcanzara tal caudal de votos. Los más ingenuos se lo adjudicarán al mensaje oracular críptico de Carlos Reutemann; los más empapados tomarán la calculadora y notarán que la cantidad de votos que Rossi perdió en relación a las primarias es casi exactamente el plus que llevó a Del Sel de ese sorprendente 15%, a este ya inexplicable 35%. De ahí concluirán con buen tino que el aparato del PJ, ese que todavía carga la rémora de las rancias derechas, existe, opera y puede, al menos en parte, mover el amperímetro en algunas provincias. El tema “conflicto con el campo” también pueda ser una variable aunque, probablemente, en este caso, sobrevalorada: si bien está claro que hay sectores que han roto para siempre su relación con el Gobierno Nacional, Rossi obtuvo 13 puntos más que en 2009 y es de esperar que en las elecciones nacionales, CFK obtenga un número más cercano al de la candidata kirchnerista ganadora en diputados: María Eugenia Bielsa.
A su vez, si bien hay similitudes entre los perfiles de Macri y Del Sel, la comparación entre las elecciones de Capital y Santa Fe tiene sus limitaciones, especialmente por el peso que los aparatos partidarios poseen en esta última. Además, quedará para una reflexión más pegada a las estadísticas observar los comportamientos de los votantes según clase socioeconómica y rango etario además de la siempre remarcada diferencia entre la Rosario “iluminista” y la Santa Fe “profunda”. Por último, se recorrerán fárragos de tinta en el que se pergeñe un aparente clima de retorno a los 90 que busque emparentar a la actual administración nacional con la corrupción y la burbuja del consumo. Sin embargo, hablar de tal regreso puede resultar un interesante slogan para debate y zócalo televisivo pero para el análisis político no ayuda demasiado. En todo caso, siempre habrá territorios, características personales de algún carisma particular y una coyuntura capaz de explicar las razones de apariciones como la de Del Sel, esto es, surgimientos que tienen algo de exótico y bastante de exabrupto. Pero hablar sin más de un retorno a la forma de entender la política que caracterizó la última década del siglo XX, es pura insidia de aquellos que apañan y apuntalan, justamente, a este tipo de personajes que, generalmente, con el título de hombres sencillos deseosos de hacer el bien, encarnan esa ideología subterránea que eufemísticamente llamamos sentido común y que generalmente es la cara amable de los populismos de derecha.
Pero si bien todos estos puntos merecen un análisis, y dado que el lector interesado debe estar cansado del desfile de repeticiones que hacen énfasis en alguno de estos aspectos, quizás sea más relevante pensar qué hay detrás de discursos como los de Del Sel. Digamos primero lo más obvio que no por trillado es falso. Estamos ante una política de la antipolítica: hombres que intentan involucrarse y ofrecerse como administradores de los destinos de la cosa pública, pero que se presentan como ajenos; hombres que provienen del exterior de estructuras partidarias anquilosadas y que ofrecen “equipos” con “gente que sabe”. Podrá ser el Fino Palacios o el Mago Coria pero se trata de elegir a los que aparentemente saben algo sobre algo. La cabeza votada por el pueblo es un mero seleccionador, una suerte de Coco Basile, que no es muy afecto al laburo pero que aparentemente elige bien a los que tienen que salir a la cancha. Elegidos a dedo por el hombre cuyo único mérito es tener un nombre instalado independientemente de las razones que lo hicieron reconocido, aparentemente, los que saben apuntan al bien y a la verdad y por ello no puede haber pelea allí porque la verdad y el bien son una sola y nos unen. Los que dicen que no hay una sola verdad y un solo bien y que, en todo caso, lo que encontramos es que hay espacios de disputa y de imposible sutura, simplemente, son facciosos, interesados, cuando no marxistas de sucio trapo rojo, camporistas de blackberry, cartaabiertistas de youtube, barbudos viejos o, simplemente, pelotudos.
Pero algo un poco menos obvio es la cosmovisión que excede el ámbito de los candidatos PRO, sea que vengan en frasco de virginales esfínteres como Olmedo, de aforistas anagramáticos como Bergman o de implantes capilares de un tercio de grupo cómico. Lo comparten a grandes rasgos los amplios sectores de la oposición que más rabiosamente atacan al oficialismo: se trata de la política entendida como un mirar hacia adelante, una mera proyección.
Ahora bien, claro está, se habla de una proyección extraña porque generalmente, por más que hacen promesas, estos sectores aborrecen de las mismas pues las contraponen al “hacer”. De este modo, estarían por un lado los políticos que siempre prometen (pero no hacen) y por el otro, los hombres simples, gestores exitosos de una empresa o de su hogar, que simplemente hacen (y no prometen). En esta línea fueron sintomáticas las palabras de Del Sel cuando los cómputos lo daban arriba de Bonfatti: “ganamos porque no prometimos nada”. Se trata, entonces, de estar todo el tiempo en un aquí y en un ahora pero que debe mirar hacia el futuro quizás más por olvidar el pasado que por tener un punto de vista de largo plazo que no sea pura retórica vacía.
Estos políticos de la compulsión a mirar hacia adelante, del mero proyecto que sea un correr que deje el pasado, la crítica y la reflexión atrás, parecen haber nacido de un repollo o haber sido traídos por una cigüeña parisina (hipótesis, ambas, que pueden ser útiles para dar cuenta de los resultados de sendos análisis de ADN que han circulado en los últimos días tras 10 años de dilaciones); tienen pasado pero no les interesa mostrarlo; tienen espalda pero temen que mirándoselas notemos algo de suciedad en la parte donde ella termina. Están fascinados por el hacer pequeño, diario, el del contacto con los timbres y con la gente, porque es un contacto que mira hacia un futuro de reconciliación. Nadie sabe por qué el futuro debiera ser aquel en el que estemos todos juntos pero aparentemente allí estaremos, olvidando nuestro pasado porque el pasado equivale a diferencia mientras que el futuro es unidad. Que no sepamos todavía unidad en torno a qué, es otra cosa y que pensemos en que quizás no todos estaremos de acuerdo en los principios de este futuro en el que los ideales de Biolcatti pueden confluir y armonizarse con el de un trabajador golondrina de Formosa, es asunto de tipos problemáticos, jodidos, anclados en el pasado y deseosos de separarnos. Tipos que no serán invitados a Delselópolis, la ciudad del futuro en la que todos son bienvenidos.