En las últimas semanas, buena parte de la agenda mediática estuvo marcada por dos hechos independientes que tuvieron como protagonistas a hombres y mujeres cercanos al gobierno. Tales hechos y sus responsables no son comparables pero lo que los relaciona, más allá de la cercanía temporal, es la reacción que suscitó desde la presidencia.
El primero de estos hechos ganó la tapa diario Clarín: se trata de la infinitamente poco feliz declaración de la diputada Diana Conti en relación al sueño personal de una reforma constitucional que, pasando de un sistema presidencialista a uno parlamentarista, permitiera la posibilidad de alcanzar una Cristina que pueda eternizarse en el poder.
El segundo, por su parte, surgió como consecuencia de la carta que Horacio González, acompañado por intelectuales de Carta Abierta, escribiese a la Fundación El Libro con la finalidad de impedir que se le otorgue a Mario Vargas Llosa el honor de ser el conferenciante en la jornada inaugural de la Feria del libro de 2011. Más allá de que en su carta, el Director de la Biblioteca Nacional, dejaba en claro que en ningún momento se trataba de cercenar la palabra del reciente premio Nobel de literatura, la sugerencia de desplazarlo de la jornada inaugural para circunscribirlo a una conferencia al interior de la organización de la feria, fue interpretada por la lectura insidiosa como un gesto autoritario, en este caso, proveniente de la intelectualidad nacional y popular.
Si bien, por respeto a Horacio González, la talla de los implicados en estos hechos resulta incomparable, los episodios han recibido una misma y rápida respuesta por parte de la presidencia: en cuanto al desliz de Conti, la propia presidenta en cadena nacional y en el discurso más importante del año, la desdijo; y en lo que tiene que ver con el pedido de Horacio González, un llamado personal de CFK bastó para que uno de los intelectuales más sobresalientes y respetados de la Argentina, retirara su pedido.
La intervención presidencial en estos asuntos menores fue interpretada de forma variopinta por las plumas ya conocidas aunque siempre con el afán auto-confirmatorio de cuanta hipótesis descabellada y operación de prensa se haya realizado. Asimismo, resulta destacable mencionar que, en los dos casos, los que recibieron de un modo u otro la comunicación de la presidenta para que revirtieran su postura, asumieron su error. Tales gestos son elogiables, porque, efectivamente, fueron errores.
Lo de Diana Conti resulta sorprendente pues no se trata de una dirigente recién llegada a la política. Sobre todo porque tal declaración, además de ser electoralmente antipática, desnudaría la propia debilidad del modelo kirchnerista. En otras palabras, que el proyecto de país inaugurado por Néstor Kirchner solamente pueda ser sostenido por CFK, más que de la fortaleza de la presidenta hablaría de la debilidad de un proyecto. Más allá de que en las condiciones actuales no hay dudas de que la única dirigente capaz de encolumnar la variedad de fuerzas que engloba el oficialismo es ella, será tarea de construcción desde el 10 de diciembre de 2011 generar los cuadros y los recambios para robustecer un proyecto que tiene pretensiones de perdurar. Con todo, permítaseme hacer un pequeño comentario respecto de algo que pasó desapercibido de la declaración de deseo de Conti. Me refiero a que no fueron pocos los que desde las tribunas de la derecha, después de las elecciones de 2009, intentaron imponer la idea de que el poder que debía gobernar, pues era el más representativo del voto popular, era el legislativo. Así, la posibilidad del veto presidencial pasó de ser un atributo del poder ejecutivo para transformarse en una medida antidemocrática, valorización que no se hizo con la cantidad de vetos realizados por el Jefe de Gobierno de la Ciudad quien, claro, pertenece a otro color político. Por razones estrictamente coyunturales, la corriente de pensamiento del liberalismo rancio y reaccionario intentó instalar una suerte de parlamentarismo de facto a la par que buscaban esmerilar la figura del ejecutivo nacional como si éste no hubiese sido el fruto de una elección ciudadana. En aquel momento no decían que la lógica del parlamentarismo parece adecuada para resolver sin grandes costos institucionales una crisis como la de 2001, pero también permite mantener indefinidamente a un gobernante en el poder. La discusión entre parlamentarismo y presidencialismo no es nueva en la Ciencia política y, por sobre todo, no está saldada. Sin embargo, lamentablemente, en estos lares, la gran mayoría de los interlocutores parecen zigzaguear movidos más por la coyuntura y el lugar de fuerza que les toca, que por una argumentación sólida libre de las victorias pírricas y las ventajitas de la inmediatez.
En cuanto a Vargas Llosa, se ha escrito tanto que no creo posible agregar algo original. Un gran escritor, independientemente de la legitimación que pueden brindar premios controvertidos, y un provocador cultor de un ideario vetusto y fundamentalista. Un cruzado del conservadurismo casi caricaturesco, risible en caso de no ser tan dañino. Asimismo agreguemos que en su estadía en Buenos Aires participará de la reunión organizada por la fundación internacional que agrupa a la derecha del mundo y que, esto va a título personal, la invitación de la Fundación El libro en las vísperas de elecciones no puede ser otra cosa que una provocación. Y sin embargo, ninguno de estos motivos es suficiente para justificar que un premio Nobel de literatura no deba abrir una feria cuya organización es privada. Es más, y dedicando un pequeño párrafo a la historia de las ideas, lo que tanto incomoda de la visión de Vargas Llosa, torpemente continuada por el idiota de su hijo en el Manual del perfecto idiota latinoamericano, es probablemente, lo que podría llamarse, su “liberalismo económico” y no el liberalismo en general. En este sentido, una parte mayoritaria de la sociedad argentina y aún los sectores cercanos al kirchnerismo avalarán la defensa a ultranza de los derechos humanos y de las libertades civiles y políticas que pregona el liberalismo político. Sin embargo, como la propia historia de esta tradición atestigua, ser un liberal en lo político no nos compromete necesariamente con ser liberales en lo económico como sí lo hace Vargas Llosa en la versión más recalcitrantemente conservadora deudora de los puntos de vista de John Locke, Friedrich Von Hayek y Robert Nozick.
Pero apuntarle al cruzado del libre mercado Vargas Llosa como cruzados de la causa opuesta no nos diferenciaría. Es esto lo que pareció seguirse no tanto de la postura de Horacio González sino de algunos seguidores del gobierno en general cuya actitud resulta a veces tan dogmática como la del autor de La guerra del fin del mundo o la de la corporación de Medios. Más allá de la conceptual, por si esto fuera poco, errores como los desarrollados aquí resultan profundamente nocivos electoralmente hablando, pues espantan a aquellos que tibiamente simpatizan con el gobierno.
Evidentemente, serán meses para estar atentos máxime donde cada pequeño error será amplificado por las usinas del pensamiento corporativo cuya única esperanza de triunfo es el auto-hundimiento del kirchnerismo. En este contexto, tan histérico como histórico, la responsabilidad de los que acompañan al gobierno reposa, entre otras cosas, en no obligar a la presidenta a salir y desgastarse, más allá de que lo haga con dotes de estadista, al cruce de sus propios cruzados.
El primero de estos hechos ganó la tapa diario Clarín: se trata de la infinitamente poco feliz declaración de la diputada Diana Conti en relación al sueño personal de una reforma constitucional que, pasando de un sistema presidencialista a uno parlamentarista, permitiera la posibilidad de alcanzar una Cristina que pueda eternizarse en el poder.
El segundo, por su parte, surgió como consecuencia de la carta que Horacio González, acompañado por intelectuales de Carta Abierta, escribiese a la Fundación El Libro con la finalidad de impedir que se le otorgue a Mario Vargas Llosa el honor de ser el conferenciante en la jornada inaugural de la Feria del libro de 2011. Más allá de que en su carta, el Director de la Biblioteca Nacional, dejaba en claro que en ningún momento se trataba de cercenar la palabra del reciente premio Nobel de literatura, la sugerencia de desplazarlo de la jornada inaugural para circunscribirlo a una conferencia al interior de la organización de la feria, fue interpretada por la lectura insidiosa como un gesto autoritario, en este caso, proveniente de la intelectualidad nacional y popular.
Si bien, por respeto a Horacio González, la talla de los implicados en estos hechos resulta incomparable, los episodios han recibido una misma y rápida respuesta por parte de la presidencia: en cuanto al desliz de Conti, la propia presidenta en cadena nacional y en el discurso más importante del año, la desdijo; y en lo que tiene que ver con el pedido de Horacio González, un llamado personal de CFK bastó para que uno de los intelectuales más sobresalientes y respetados de la Argentina, retirara su pedido.
La intervención presidencial en estos asuntos menores fue interpretada de forma variopinta por las plumas ya conocidas aunque siempre con el afán auto-confirmatorio de cuanta hipótesis descabellada y operación de prensa se haya realizado. Asimismo, resulta destacable mencionar que, en los dos casos, los que recibieron de un modo u otro la comunicación de la presidenta para que revirtieran su postura, asumieron su error. Tales gestos son elogiables, porque, efectivamente, fueron errores.
Lo de Diana Conti resulta sorprendente pues no se trata de una dirigente recién llegada a la política. Sobre todo porque tal declaración, además de ser electoralmente antipática, desnudaría la propia debilidad del modelo kirchnerista. En otras palabras, que el proyecto de país inaugurado por Néstor Kirchner solamente pueda ser sostenido por CFK, más que de la fortaleza de la presidenta hablaría de la debilidad de un proyecto. Más allá de que en las condiciones actuales no hay dudas de que la única dirigente capaz de encolumnar la variedad de fuerzas que engloba el oficialismo es ella, será tarea de construcción desde el 10 de diciembre de 2011 generar los cuadros y los recambios para robustecer un proyecto que tiene pretensiones de perdurar. Con todo, permítaseme hacer un pequeño comentario respecto de algo que pasó desapercibido de la declaración de deseo de Conti. Me refiero a que no fueron pocos los que desde las tribunas de la derecha, después de las elecciones de 2009, intentaron imponer la idea de que el poder que debía gobernar, pues era el más representativo del voto popular, era el legislativo. Así, la posibilidad del veto presidencial pasó de ser un atributo del poder ejecutivo para transformarse en una medida antidemocrática, valorización que no se hizo con la cantidad de vetos realizados por el Jefe de Gobierno de la Ciudad quien, claro, pertenece a otro color político. Por razones estrictamente coyunturales, la corriente de pensamiento del liberalismo rancio y reaccionario intentó instalar una suerte de parlamentarismo de facto a la par que buscaban esmerilar la figura del ejecutivo nacional como si éste no hubiese sido el fruto de una elección ciudadana. En aquel momento no decían que la lógica del parlamentarismo parece adecuada para resolver sin grandes costos institucionales una crisis como la de 2001, pero también permite mantener indefinidamente a un gobernante en el poder. La discusión entre parlamentarismo y presidencialismo no es nueva en la Ciencia política y, por sobre todo, no está saldada. Sin embargo, lamentablemente, en estos lares, la gran mayoría de los interlocutores parecen zigzaguear movidos más por la coyuntura y el lugar de fuerza que les toca, que por una argumentación sólida libre de las victorias pírricas y las ventajitas de la inmediatez.
En cuanto a Vargas Llosa, se ha escrito tanto que no creo posible agregar algo original. Un gran escritor, independientemente de la legitimación que pueden brindar premios controvertidos, y un provocador cultor de un ideario vetusto y fundamentalista. Un cruzado del conservadurismo casi caricaturesco, risible en caso de no ser tan dañino. Asimismo agreguemos que en su estadía en Buenos Aires participará de la reunión organizada por la fundación internacional que agrupa a la derecha del mundo y que, esto va a título personal, la invitación de la Fundación El libro en las vísperas de elecciones no puede ser otra cosa que una provocación. Y sin embargo, ninguno de estos motivos es suficiente para justificar que un premio Nobel de literatura no deba abrir una feria cuya organización es privada. Es más, y dedicando un pequeño párrafo a la historia de las ideas, lo que tanto incomoda de la visión de Vargas Llosa, torpemente continuada por el idiota de su hijo en el Manual del perfecto idiota latinoamericano, es probablemente, lo que podría llamarse, su “liberalismo económico” y no el liberalismo en general. En este sentido, una parte mayoritaria de la sociedad argentina y aún los sectores cercanos al kirchnerismo avalarán la defensa a ultranza de los derechos humanos y de las libertades civiles y políticas que pregona el liberalismo político. Sin embargo, como la propia historia de esta tradición atestigua, ser un liberal en lo político no nos compromete necesariamente con ser liberales en lo económico como sí lo hace Vargas Llosa en la versión más recalcitrantemente conservadora deudora de los puntos de vista de John Locke, Friedrich Von Hayek y Robert Nozick.
Pero apuntarle al cruzado del libre mercado Vargas Llosa como cruzados de la causa opuesta no nos diferenciaría. Es esto lo que pareció seguirse no tanto de la postura de Horacio González sino de algunos seguidores del gobierno en general cuya actitud resulta a veces tan dogmática como la del autor de La guerra del fin del mundo o la de la corporación de Medios. Más allá de la conceptual, por si esto fuera poco, errores como los desarrollados aquí resultan profundamente nocivos electoralmente hablando, pues espantan a aquellos que tibiamente simpatizan con el gobierno.
Evidentemente, serán meses para estar atentos máxime donde cada pequeño error será amplificado por las usinas del pensamiento corporativo cuya única esperanza de triunfo es el auto-hundimiento del kirchnerismo. En este contexto, tan histérico como histórico, la responsabilidad de los que acompañan al gobierno reposa, entre otras cosas, en no obligar a la presidenta a salir y desgastarse, más allá de que lo haga con dotes de estadista, al cruce de sus propios cruzados.