Cuando Pablo Sirvén, en línea con el principal editorialista de Clarín quien realizó una analogía entre el Gobierno de Galtieri y el de CFK, afirma en La Nación que el programa de TV 678 hace una defensa vergonzosa de la administración K equiparable a la realizada por Gómez Fuentes en su tristemente célebre “60 minutos”, volvemos a ejercitar la capacidad de asombro y a preguntarnos sobre los límites (éticos) del periodismo, de la ignorancia y de la irritabilidad de las personas.
En lo que refiere al primer punto, el periodismo en la Argentina no sólo es mayoritariamente servil sino que, además, abusa de la impostura. En este sentido, nadie le exige a un Medio de comunicación que no persiga intereses; lo que se le exige es que al perseguirlos no se autodenomine independiente.
En cuanto a la ignorancia, tanto como sucede con la estupidez humana, es difícil mensurarla, pero es una variable que debemos tener en cuenta a la hora de analizar determinadas formas discursivas. Sobre este punto, a la idea de que existe una corruptela generalizada impulsada por las dádivas de La Caja se le suma otra, no menos anquilosada, que indica que sólo los ignorantes pueden apoyar al gobierno. Pues no: en las filas de los que apoyan al gobierno y también en las que apoyan a la oposición, sin duda hay estúpidos, ignorantes y apologetas a sueldo pero también hay, por sobre todo, gente con convicciones. ¿Acaso podemos afirmar que los reaccionarios y los liberales tienen menos convicciones que los peronistas, los populistas o los izquierdistas? Sin embargo, otra vez, lo que se debe subrayar es que el diario fundado por Mitre junto al resto de la agresiva corporación de Medios opositores, parece incapaz de comprender que del lado del gobierno no sólo hay masas amorfas y zoológicas cooptadas por choripanes adquiridos antes del aumento. Además, son estos mismos canales de información los que incluso hipotecan escrúpulos cuando, como sugiere Sirvén, afirman que cualquier medio o periodista cuya línea de pensamiento sea algo menos rabiosa que la de Clarín, es un émulo de camaleón neo-neustadtiano y candidato a “peor periodista del año”. Al fin de cuentas, hay gente que equivocadamente o no, cree tener razones para defender al gobierno tanto como del otro lado hay hombres y mujeres que creen tener razones para oponerse o, incluso, para intentar que el tiempo institucional del kirchnerismo halle un crepúsculo vertiginoso que libere a la pobre patria mía.
Pero no nos olvidemos de la irritabilidad, el último fenómeno a analizar. Como indicase Aliverti en una nota publicada en Página 12 el lunes 22/2/10, existe un fenómeno del orden del odio visceral hacia el gobierno que enraizado en cierta tradición del árbol genealógico de los simios superiores, si no aggiorna el “Viva el Cáncer” a un “Viva la Carótida” es porque esta obstrucción también afecta a ex presidentes embanderados en la línea del Consenso de Washington. Pero la irritabilidad no es exactamente odio, más bien se trata, en este caso, de la irritabilidad de la soberbia omnipotente. En este sentido, ¿qué es lo que hace que un programa con poco rating como 678, como indica Sirvén, haga “tanto ruido” y moleste?
Me temo que la respuesta apunta a la ceguera impune de quienes todavía no pueden digerir cómo, entre tanto consenso ideológico de agendas de productores y editorialistas, de repente aparezca un programa con gente que, defendiendo intereses o no, simplemente afirma otro punto de vista y realiza una tarea periodística y de opinión tan elogiable y criticable como cualquier otra. No soy íntimo amigo de ninguno de los panelistas, pero supongo que lo hacen de manera honesta tanto como lo hacen muchos otros periodistas a favor y en contra del Gobierno.
Sin embargo, la irritabilidad de una parte considerable de los periodistas opositores no les permite tolerar el juego de la libertad de prensa, ni el uso y a veces abuso, claro, de chicanas y recortes de lo real humanos, demasiado humanos. Tampoco les permite aceptar la hipótesis de que los que defienden al gobierno no necesariamente realizan sus observaciones en función de prebendas o intereses espurios. Ni siquiera se permiten dudar y pensar que tal vez los oficialistas no sean malvados y corruptos sino apenas, simplemente, personas con una ideología con presupuestos controvertidos (por cierto, como los de cualquier otra ideología).
A estos periodistas fácilmente irritables uno puede aceptarles tanto sus convicciones, como su ignorancia, su estupidez y su irritabilidad. Espero que ellos hagan lo mismo con aquellos que defienden crítica o acríticamente los grandes lineamientos de la política del Gobierno. Pero eso sí, lo que vamos a exigirles a los periodistas opositores es que consideren que lo que nos separa de ellos es simplemente un abismo ideológico pero nunca un abismo moral.
En lo que refiere al primer punto, el periodismo en la Argentina no sólo es mayoritariamente servil sino que, además, abusa de la impostura. En este sentido, nadie le exige a un Medio de comunicación que no persiga intereses; lo que se le exige es que al perseguirlos no se autodenomine independiente.
En cuanto a la ignorancia, tanto como sucede con la estupidez humana, es difícil mensurarla, pero es una variable que debemos tener en cuenta a la hora de analizar determinadas formas discursivas. Sobre este punto, a la idea de que existe una corruptela generalizada impulsada por las dádivas de La Caja se le suma otra, no menos anquilosada, que indica que sólo los ignorantes pueden apoyar al gobierno. Pues no: en las filas de los que apoyan al gobierno y también en las que apoyan a la oposición, sin duda hay estúpidos, ignorantes y apologetas a sueldo pero también hay, por sobre todo, gente con convicciones. ¿Acaso podemos afirmar que los reaccionarios y los liberales tienen menos convicciones que los peronistas, los populistas o los izquierdistas? Sin embargo, otra vez, lo que se debe subrayar es que el diario fundado por Mitre junto al resto de la agresiva corporación de Medios opositores, parece incapaz de comprender que del lado del gobierno no sólo hay masas amorfas y zoológicas cooptadas por choripanes adquiridos antes del aumento. Además, son estos mismos canales de información los que incluso hipotecan escrúpulos cuando, como sugiere Sirvén, afirman que cualquier medio o periodista cuya línea de pensamiento sea algo menos rabiosa que la de Clarín, es un émulo de camaleón neo-neustadtiano y candidato a “peor periodista del año”. Al fin de cuentas, hay gente que equivocadamente o no, cree tener razones para defender al gobierno tanto como del otro lado hay hombres y mujeres que creen tener razones para oponerse o, incluso, para intentar que el tiempo institucional del kirchnerismo halle un crepúsculo vertiginoso que libere a la pobre patria mía.
Pero no nos olvidemos de la irritabilidad, el último fenómeno a analizar. Como indicase Aliverti en una nota publicada en Página 12 el lunes 22/2/10, existe un fenómeno del orden del odio visceral hacia el gobierno que enraizado en cierta tradición del árbol genealógico de los simios superiores, si no aggiorna el “Viva el Cáncer” a un “Viva la Carótida” es porque esta obstrucción también afecta a ex presidentes embanderados en la línea del Consenso de Washington. Pero la irritabilidad no es exactamente odio, más bien se trata, en este caso, de la irritabilidad de la soberbia omnipotente. En este sentido, ¿qué es lo que hace que un programa con poco rating como 678, como indica Sirvén, haga “tanto ruido” y moleste?
Me temo que la respuesta apunta a la ceguera impune de quienes todavía no pueden digerir cómo, entre tanto consenso ideológico de agendas de productores y editorialistas, de repente aparezca un programa con gente que, defendiendo intereses o no, simplemente afirma otro punto de vista y realiza una tarea periodística y de opinión tan elogiable y criticable como cualquier otra. No soy íntimo amigo de ninguno de los panelistas, pero supongo que lo hacen de manera honesta tanto como lo hacen muchos otros periodistas a favor y en contra del Gobierno.
Sin embargo, la irritabilidad de una parte considerable de los periodistas opositores no les permite tolerar el juego de la libertad de prensa, ni el uso y a veces abuso, claro, de chicanas y recortes de lo real humanos, demasiado humanos. Tampoco les permite aceptar la hipótesis de que los que defienden al gobierno no necesariamente realizan sus observaciones en función de prebendas o intereses espurios. Ni siquiera se permiten dudar y pensar que tal vez los oficialistas no sean malvados y corruptos sino apenas, simplemente, personas con una ideología con presupuestos controvertidos (por cierto, como los de cualquier otra ideología).
A estos periodistas fácilmente irritables uno puede aceptarles tanto sus convicciones, como su ignorancia, su estupidez y su irritabilidad. Espero que ellos hagan lo mismo con aquellos que defienden crítica o acríticamente los grandes lineamientos de la política del Gobierno. Pero eso sí, lo que vamos a exigirles a los periodistas opositores es que consideren que lo que nos separa de ellos es simplemente un abismo ideológico pero nunca un abismo moral.