lunes, 30 de marzo de 2009
Las nuevas ficciones de la política (publicado originalmente el 30/3/09 en www.lapolíticaonline.com)
Hay una falacia recurrente que opera en el accionar de cualquiera que tenga pretensiones de hacer política a todo nivel. Se trata de hipostasiar entidades que no son otra cosa que ficciones cuya función es estratégica. Cuando alguien afirma “el pueblo” está en contra, piensa a éste como una entidad homogénea, que puede ser sujeto de acción y que posee voluntad como cualquier individuo humano. Pero el “pueblo” no se ve, no tiene sistema nervioso y es más que la sumatoria de todos los ciudadanos. Hipostasiar nunca es inocente y siempre resulta una operación más o menos consciente de el o los pretendidos representantes de la entidad que se está hipostasiando. Junto a “el pueblo”, otra de las entelequias más utilizadas es “el mercado”. Así es corriente escuchar que “el mercado está inquieto”, “está calmo”, “tiene desconfianza” o “reacciona” de una u otra manera. Seguir leyendo esta nota aquí
miércoles, 18 de marzo de 2009
La gobernabilidad y la ley de Radiodifusión (publicado originalmente el 18/3/09 en www.lapoliticaonline.com)
En una estrategia digna de los mejores tiempos de Kirchner, el gobierno ha propuesto adelantar cuatro meses la fecha de las elecciones. Aprovechando el artilugio macrista del desdoblamiento que obligaba a los vecinos a votar dos veces en poco tiempo a la vez que favorecía a su candidata principal, Gabriela Michetti, CFK descolocó a gran parte de la oposición y retomó el control de la agenda. (Seguir esta nota aquí)
lunes, 9 de marzo de 2009
El fracaso
En el país donde Susana Giménez instala la agenda en materia de política de seguridad no puede sorprender que la torpeza estratégica y el pragmatismo mal entendido de Kirchner le sirva en bandeja a la opositora corporación de multimedios, la publicación, en primera plana, del resultado de las elecciones para cargos provinciales en el distrito que constituye el 0,8% del padrón nacional.
¿Qué es lo que hace que el presidente del PJ se alíe con Barrionuevo y Saadi para disputar la interna de una provincia con escaso peso a nivel nacional donde lo máximo que se podía obtener era una victoria pírrica? Tal vez sea un supuesto revanchismo hacia el candidato cobista o la lealtad peronista sin matices y como nuevo paso en la pejotización de Kirchner. Incluso puede ser un brote megalómano o un impasse en las reuniones del Café literario. Quizás sea un poco de cada cosa o tal vez haya una razón que a mí se me pasa por alto. Sin embargo cuesta entender qué cálculo realiza Kirchner para encaramarse en tamaña iniciativa con una compañía más que deleznable y que incluso antes del resultado final ya andaba esputando centrífugamente culpas por doquier.
Siendo esta una semana en la que el gobierno sumó un poroto importante tras el primer acuerdo con la Mesa de Enlace y trasladó el problema al adversario desnudando sus internas, parecen momentos en que este tipo de errores no deben cometerse especialmente cuando las tapas de los diarios andan deseosas de titulares estridentes, Boca pierde más de lo que gana y Fabbiani todavía no ha tenido un accidente automovilístico tras una noche de Gastronomía excesiva.
Pero hasta el resultado de los comicios catamarqueños, la noticia era “la polémica por la seguridad” y el tema de la pena de muerte que fue apoyada por una buena cantidad de personajes del espectáculo que gozan de la impunidad del micrófono fácil. En debates que nos hacen morir de pena se instala una polémica que no existe y, como suele pasar cíclicamente, se pretende legislar desde el dolor bajo la presuposición de que éste nos acerca a una verdad metafísica accesible sólo a los que han perdido un ser querido.
La suerte de ley de talión que subyace a “el que mata tiene que morir” no sólo parece retrotraernos al Medioevo y fomentar una espiral de venganzas sino que resulta inaplicable a otros delitos. Así, y ya que de polémicas hablamos, no parece muy razonable afirmar “el que fuma marihuana tiene que ser fumado”, etc., etc. Por otra parte, si bien en este caso ayuda a evitar que se instaure la pena capital, el esgrimir razones religiosas para oponerse a la pena de muerte tampoco parece un camino coherente pues existen casos donde los católicos no siempre defienden la vida. Sin ir más lejos, el aborto está permitido en determinadas circunstancias y, especialmente, no olvidemos que el Derecho y la Moral permiten el asesinato en defensa propia.
Asimismo, aquellos que niegan la pena de muerte basándose en el posible error irreversible, no parecen dar una razón abrumadora. Al fin de cuentas, una buena investigación puede eliminar el porcentaje de error y aun los errores que se cometen en los sistemas jurídicos que no admiten la pena de muerte son reversibles pero no menos dañinos. ¿O acaso no es un desastre que por error alguien esté preso 10 años?
Más allá de esto, si es que de números hablamos, la pena de muerte y el endurecimiento de las penas en general se han mostrado ineficaces a la hora de bajar el delito en todos los lugares donde se ha aplicado. Esto tiene que ver con que el argumento del endurecimiento de pena como efecto disuasivo descansa en un presupuesto falso, esto es, el cálculo racional de aquel que va a cometer el delito. Como si el ladrón saliese a robar con las últimas novedades del código penal bajo el brazo, se presupone que éste, antes de tomar la decisiones de actuar ilegalmente realiza un complejo cálculo de costo y beneficio por el cual se da cuenta que es mejor conseguirse una changa antes que seguir robando.
No obstante, esto no significa que haya que quedarse de brazos cruzados o que el asunto de la seguridad sea sólo un problema de derecha. La seguridad será un asunto de derecha si el pensamiento de izquierda sigue suponiendo que hoy día es legítimo pensar que la solución de toda desigualdad es la eliminación de la propiedad privada, y si lo que se da en llamar, “Escuela garantista” no se vuelve fundamentalista. En todo caso, cuando Argibay dice que la delincuencia en los menores no es un problema tan grave como el de gatillo fácil, parece estar más preocupada en alborotar que en dar un diagnóstico serio.
Independientemente de innegables porcentajes de reincidencia, de cárceles que resultan ser el espacio de reclutamiento para organizaciones cada vez más violentas y la complicidad y la connivencia policial, la pena de muerte supone la renuncia a la posibilidad de “reinsertar” y “reeducar” a aquel que actúa por fuera de la ley. En este sentido, la instauración de la pena capital supondría la aceptación total del fracaso educativo de la sociedad, el mismo fracaso que surge del intento repetido que desde vastos sectores apunta a deslegitimar a la política en tanto nicho de corrupción. Dado que los seis años del Gobierno K devolvieron un espacio de legitimidad a la acción política, sería deseable que se le diera una respuesta tajante a los intentos de instalación de “manos duras” y que aun a riesgo de perder los votos clientelísticos de algunas regiones, el Gobierno se corriera del abrazo de personajes nefastos de la política.
¿Qué es lo que hace que el presidente del PJ se alíe con Barrionuevo y Saadi para disputar la interna de una provincia con escaso peso a nivel nacional donde lo máximo que se podía obtener era una victoria pírrica? Tal vez sea un supuesto revanchismo hacia el candidato cobista o la lealtad peronista sin matices y como nuevo paso en la pejotización de Kirchner. Incluso puede ser un brote megalómano o un impasse en las reuniones del Café literario. Quizás sea un poco de cada cosa o tal vez haya una razón que a mí se me pasa por alto. Sin embargo cuesta entender qué cálculo realiza Kirchner para encaramarse en tamaña iniciativa con una compañía más que deleznable y que incluso antes del resultado final ya andaba esputando centrífugamente culpas por doquier.
Siendo esta una semana en la que el gobierno sumó un poroto importante tras el primer acuerdo con la Mesa de Enlace y trasladó el problema al adversario desnudando sus internas, parecen momentos en que este tipo de errores no deben cometerse especialmente cuando las tapas de los diarios andan deseosas de titulares estridentes, Boca pierde más de lo que gana y Fabbiani todavía no ha tenido un accidente automovilístico tras una noche de Gastronomía excesiva.
Pero hasta el resultado de los comicios catamarqueños, la noticia era “la polémica por la seguridad” y el tema de la pena de muerte que fue apoyada por una buena cantidad de personajes del espectáculo que gozan de la impunidad del micrófono fácil. En debates que nos hacen morir de pena se instala una polémica que no existe y, como suele pasar cíclicamente, se pretende legislar desde el dolor bajo la presuposición de que éste nos acerca a una verdad metafísica accesible sólo a los que han perdido un ser querido.
La suerte de ley de talión que subyace a “el que mata tiene que morir” no sólo parece retrotraernos al Medioevo y fomentar una espiral de venganzas sino que resulta inaplicable a otros delitos. Así, y ya que de polémicas hablamos, no parece muy razonable afirmar “el que fuma marihuana tiene que ser fumado”, etc., etc. Por otra parte, si bien en este caso ayuda a evitar que se instaure la pena capital, el esgrimir razones religiosas para oponerse a la pena de muerte tampoco parece un camino coherente pues existen casos donde los católicos no siempre defienden la vida. Sin ir más lejos, el aborto está permitido en determinadas circunstancias y, especialmente, no olvidemos que el Derecho y la Moral permiten el asesinato en defensa propia.
Asimismo, aquellos que niegan la pena de muerte basándose en el posible error irreversible, no parecen dar una razón abrumadora. Al fin de cuentas, una buena investigación puede eliminar el porcentaje de error y aun los errores que se cometen en los sistemas jurídicos que no admiten la pena de muerte son reversibles pero no menos dañinos. ¿O acaso no es un desastre que por error alguien esté preso 10 años?
Más allá de esto, si es que de números hablamos, la pena de muerte y el endurecimiento de las penas en general se han mostrado ineficaces a la hora de bajar el delito en todos los lugares donde se ha aplicado. Esto tiene que ver con que el argumento del endurecimiento de pena como efecto disuasivo descansa en un presupuesto falso, esto es, el cálculo racional de aquel que va a cometer el delito. Como si el ladrón saliese a robar con las últimas novedades del código penal bajo el brazo, se presupone que éste, antes de tomar la decisiones de actuar ilegalmente realiza un complejo cálculo de costo y beneficio por el cual se da cuenta que es mejor conseguirse una changa antes que seguir robando.
No obstante, esto no significa que haya que quedarse de brazos cruzados o que el asunto de la seguridad sea sólo un problema de derecha. La seguridad será un asunto de derecha si el pensamiento de izquierda sigue suponiendo que hoy día es legítimo pensar que la solución de toda desigualdad es la eliminación de la propiedad privada, y si lo que se da en llamar, “Escuela garantista” no se vuelve fundamentalista. En todo caso, cuando Argibay dice que la delincuencia en los menores no es un problema tan grave como el de gatillo fácil, parece estar más preocupada en alborotar que en dar un diagnóstico serio.
Independientemente de innegables porcentajes de reincidencia, de cárceles que resultan ser el espacio de reclutamiento para organizaciones cada vez más violentas y la complicidad y la connivencia policial, la pena de muerte supone la renuncia a la posibilidad de “reinsertar” y “reeducar” a aquel que actúa por fuera de la ley. En este sentido, la instauración de la pena capital supondría la aceptación total del fracaso educativo de la sociedad, el mismo fracaso que surge del intento repetido que desde vastos sectores apunta a deslegitimar a la política en tanto nicho de corrupción. Dado que los seis años del Gobierno K devolvieron un espacio de legitimidad a la acción política, sería deseable que se le diera una respuesta tajante a los intentos de instalación de “manos duras” y que aun a riesgo de perder los votos clientelísticos de algunas regiones, el Gobierno se corriera del abrazo de personajes nefastos de la política.
martes, 3 de marzo de 2009
Soberbia
El Gobierno y los representantes de las patronales del campo acaban de suscribir un acuerdo sobre trigo, carne y leche que parece abrir la puerta hacia un impasse en la condición beligerante que impera en el país desde hace al menos un año. Atrás quedó una semana en la que la oposición se reunió en el Senado para ulular y posicionarse de cara a octubre y una solicitada tan insólita como amenazante que respondía al rumor de la estatización de la compra y venta de granos. Como no podía ser de otra manera, en los días previos a la reunión, las palabras más escuchadas fueron “caja” y “diálogo”. Lo de “la caja” se puso de moda desde las elecciones 2007 atravesando la discusión en torno a la 125 y llegando a su punto cúlmine con el fin de las AFJP y el regreso al sistema de reparto. Por alguna razón que desconozco, de repente, que el Estado busque recaudar se transformó en un sacrilegio al tiempo que, paradójicamente, la gente pedía mayor participación del Estado en Educación, Seguridad, Salud y Empleo.
Resulta obvio que en un contexto de crisis internacional y elecciones, el gobierno busque caja. Pero lo interesante es que criticar eso, a manera de latiguillo, paradójicamente, deja sentada las bases de la propia invalidación de la crítica. Para decirlo de otro modo, si el gobierno busca caja, con el dinero de las AFJP le alcanza y le sobra. De aquí que o bien es falso que en la discusión con el campo hoy el gobierno busque caja o es falso que buscara caja antes cuando se regresó al sistema de reparto. Si bien este argumento puede pecar de falaz, en todo caso, cabría preguntarse qué es lo que hace que según quién esté en el gobierno, un dinero recaudado por el Estado sea interpretado a veces como meritorio orden fiscal y otras veces como demoníaca compulsión por la caja.
La otra muletilla repetida hasta el hartazgo es “diálogo”, término que bien puede ser el título de una nueva biblia de la moderación que incluye a figuras que brillan más por su pusilanimidad y travestismo que por su perfil de estadistas.
Sobre este punto quisiera detenerme: aun dejando de lado la cuestión acerca de si es posible solucionar todos los temas a través del diálogo resulta claro que si al menos alguna de las partes peca de soberbia, subestima y humilla a la otra parte, éste será infructuoso y si bien no necesariamente los diálogos son siempre entre iguales, en ellos hay normas básicas y respeto por el interlocutor. CFK es soberbia. Su forma y su estilo son soberbios. Su solvencia es casi irritante. Sin embargo el contenido y la forma de las acciones de su gobierno no lo son. Sin abusar de los decretos de necesidad y urgencia, las decisiones más importantes las giró a un Senado que, como bien sabemos, no siempre le fue leal. De hecho, esta característica fue la que hizo respirar aliviados a los representantes de la Mesa de Enlace cuando se aseguraron que cualquier intento de intervenir en el mercado de granos sería enviado al Congreso. La forma soberbia del estilo de CFK es notoria y basta con escuchar cualquier discurso para observar esa característica de su personalidad; la soberbia de vastos sectores de la oposición que van desde los representantes de las nuevas coaliciones políticas (CC + UCR y Pro + PJ disidente), hasta los portavoces de corporaciones agromediáticas y algunos intelectuales, es mucho más sutil. Pero la gran paradoja es que esta soberbia es tal vez la razón más importante por la que estos sectores no han podido aparecer ante la opinión pública como una opción de gobierno. Si se afirma que el gobierno gana las elecciones con fraude o que compra votos a través del clientelismo político se presupone, de manera soberbia, que no existe ninguna buena razón para elegir a este gobierno. La misma presuposición opera cuando se les achaca a ciertos intelectuales que su apoyo a los K no es otra cosa que producto de cargos y dádivas. Así, el 46% de los votos obtenidos en Octubre surgen de la conjunción de una masa ignorante y unos instruidos cuyas voluntades fueron seducidas por el dinero y el poder. Es esta soberbia la que traslada un manto de sospecha sobre todo aquel que no sea rabiosamente opositor pues o se está con la verdad o se es ignorante y/o corrupto.
Semejante miopía no significa que sea falso que en algunos lugares de la Provincia de Bs. As., impresentables punteros se roben unas boletas y obliguen, a través de sus relaciones clientelares, a que se apoye a determinado candidato. Tampoco es enteramente falso que el gobierno compre voluntades (tanto como las compra la oposición) pero ninguno de estos rasgos alcanza para comprender el fenómeno K ni explica que existan millones de personas que, aun equivocados, hayan decidido apoyar al gobierno. Sin caer en cierta mitología por la cual se afirma que todo lo que no sea peronista es incapaz de comprender al “pueblo”, la generalidad de la oposición parece miope para entender que puede haber gente honesta intelectualmente que apoya las acciones del gobierno. Se trata de la misma soberbia que se encuentra en las afirmaciones de Carrió o Buzzi cuando indican “que no está mal que el Estado intervenga: lo que está mal es que el Estado kirchnerista sea el que intervenga”. Así, los paladines del republicanismo y el respeto institucional descansan en el personalismo más burdo por el cual no hay Estado que funcione sin funcionarios con una moral de ángeles.
Mientras esperamos que estos ángeles caigan desde el cielo o desde el Senado, lo que queda es darse cuenta que para un correcto funcionamiento de las instituciones y un diálogo fructífero, tenemos que entender que éstas deben poseer los mecanismos formales de control para no quedar a merced de los hombres de turno y que, por más fachada y arreglos florales para la mesa de discusión, es imposible acordar cuando uno de los interlocutores es denostado y estigmatizado a priori desestimando así el resultado de comicios democráticos en que los ciudadanos, en su mayoría de buena fe, decidieron apoyarlo y elegirlo como representante de sus intereses.
Resulta obvio que en un contexto de crisis internacional y elecciones, el gobierno busque caja. Pero lo interesante es que criticar eso, a manera de latiguillo, paradójicamente, deja sentada las bases de la propia invalidación de la crítica. Para decirlo de otro modo, si el gobierno busca caja, con el dinero de las AFJP le alcanza y le sobra. De aquí que o bien es falso que en la discusión con el campo hoy el gobierno busque caja o es falso que buscara caja antes cuando se regresó al sistema de reparto. Si bien este argumento puede pecar de falaz, en todo caso, cabría preguntarse qué es lo que hace que según quién esté en el gobierno, un dinero recaudado por el Estado sea interpretado a veces como meritorio orden fiscal y otras veces como demoníaca compulsión por la caja.
La otra muletilla repetida hasta el hartazgo es “diálogo”, término que bien puede ser el título de una nueva biblia de la moderación que incluye a figuras que brillan más por su pusilanimidad y travestismo que por su perfil de estadistas.
Sobre este punto quisiera detenerme: aun dejando de lado la cuestión acerca de si es posible solucionar todos los temas a través del diálogo resulta claro que si al menos alguna de las partes peca de soberbia, subestima y humilla a la otra parte, éste será infructuoso y si bien no necesariamente los diálogos son siempre entre iguales, en ellos hay normas básicas y respeto por el interlocutor. CFK es soberbia. Su forma y su estilo son soberbios. Su solvencia es casi irritante. Sin embargo el contenido y la forma de las acciones de su gobierno no lo son. Sin abusar de los decretos de necesidad y urgencia, las decisiones más importantes las giró a un Senado que, como bien sabemos, no siempre le fue leal. De hecho, esta característica fue la que hizo respirar aliviados a los representantes de la Mesa de Enlace cuando se aseguraron que cualquier intento de intervenir en el mercado de granos sería enviado al Congreso. La forma soberbia del estilo de CFK es notoria y basta con escuchar cualquier discurso para observar esa característica de su personalidad; la soberbia de vastos sectores de la oposición que van desde los representantes de las nuevas coaliciones políticas (CC + UCR y Pro + PJ disidente), hasta los portavoces de corporaciones agromediáticas y algunos intelectuales, es mucho más sutil. Pero la gran paradoja es que esta soberbia es tal vez la razón más importante por la que estos sectores no han podido aparecer ante la opinión pública como una opción de gobierno. Si se afirma que el gobierno gana las elecciones con fraude o que compra votos a través del clientelismo político se presupone, de manera soberbia, que no existe ninguna buena razón para elegir a este gobierno. La misma presuposición opera cuando se les achaca a ciertos intelectuales que su apoyo a los K no es otra cosa que producto de cargos y dádivas. Así, el 46% de los votos obtenidos en Octubre surgen de la conjunción de una masa ignorante y unos instruidos cuyas voluntades fueron seducidas por el dinero y el poder. Es esta soberbia la que traslada un manto de sospecha sobre todo aquel que no sea rabiosamente opositor pues o se está con la verdad o se es ignorante y/o corrupto.
Semejante miopía no significa que sea falso que en algunos lugares de la Provincia de Bs. As., impresentables punteros se roben unas boletas y obliguen, a través de sus relaciones clientelares, a que se apoye a determinado candidato. Tampoco es enteramente falso que el gobierno compre voluntades (tanto como las compra la oposición) pero ninguno de estos rasgos alcanza para comprender el fenómeno K ni explica que existan millones de personas que, aun equivocados, hayan decidido apoyar al gobierno. Sin caer en cierta mitología por la cual se afirma que todo lo que no sea peronista es incapaz de comprender al “pueblo”, la generalidad de la oposición parece miope para entender que puede haber gente honesta intelectualmente que apoya las acciones del gobierno. Se trata de la misma soberbia que se encuentra en las afirmaciones de Carrió o Buzzi cuando indican “que no está mal que el Estado intervenga: lo que está mal es que el Estado kirchnerista sea el que intervenga”. Así, los paladines del republicanismo y el respeto institucional descansan en el personalismo más burdo por el cual no hay Estado que funcione sin funcionarios con una moral de ángeles.
Mientras esperamos que estos ángeles caigan desde el cielo o desde el Senado, lo que queda es darse cuenta que para un correcto funcionamiento de las instituciones y un diálogo fructífero, tenemos que entender que éstas deben poseer los mecanismos formales de control para no quedar a merced de los hombres de turno y que, por más fachada y arreglos florales para la mesa de discusión, es imposible acordar cuando uno de los interlocutores es denostado y estigmatizado a priori desestimando así el resultado de comicios democráticos en que los ciudadanos, en su mayoría de buena fe, decidieron apoyarlo y elegirlo como representante de sus intereses.