La semana pasada me sorprendió la cobertura que se le dio al trigésimo quinto aniversario de la muerte de Rucci. Todos los años uno encuentra, es verdad, alguna cartelería y se entera de algún acto pero este año pareció especial. De todas las coberturas hubo una que me llamó más la atención. Me refiero al anuncio que promocionaba el programa de Andrés Kipplan y titulaba, “El asesinato de Rucci: un crimen de lesa humanidad”. Todos sabemos que un título sugestivo invita al televidente a acercarse al programa pero éste fue como mínimo poco feliz. Si bien no me consta que Kipplan haya consentido esta presentación resulta penoso que periodistas que uno ingenuamente supone progresistas se presten tan burdamente al juego de la atracción publicitaria. Especialmente cuando ésta llama tan flagrantemente a mentir. Esta operación de prensa de lesa verdad se repitió de manera solapada en varios otros programas y entrevistas.
Sea como causa o como efecto de la forma en que se cubrió la noticia, se reabrió la causa Rucci tomando como testigo a un periodista de La Nación que tras hacer una investigación afirmó que dos de los asesinos del sindicalista aún están vivos. Esto fue tomado por algunos interesados como una posibilidad más de reabrir el debate acerca de si los crímenes de los guerrilleros pueden ser interpretados como crímenes de lesa humanidad. Lo llamativo es que fueron los periodistas y no los Rucci los que quisieron descarrilar la discusión hacia allí, pues la estrategia de estos últimos no es la de equiparar los crímenes perpetrados por el aparato estatal, a los de una organización guerrillera. Más bien, lo que busca la familia Rucci es probar que hay un hecho “nuevo” que permita reabrir la causa y buscar a los culpables. De este modo, en todo lo que rodea a este juicio no aparece nunca la idea de extender el campo de lo que se considera crímenes de lesa humanidad. Por si aún no queda claro, estos crímenes son aquellos realizados por los Estados sobre individuos o grupos de individuos, son de carácter imprescriptible y hasta pueden ser causales de intervención de potencias extranjeras en los territorios donde se perpetren sistemáticamente. Existe jurisprudencia internacional en este sentido.
Hay quienes creen que un crimen de lesa humanidad es simplemente “un crimen grave”. De aquí parecen inferir que un crimen realizado por civiles donde, por ejemplo, hubiera secuestro y tortura seguida de muerte es un crimen de lesa humanidad. Y no lo es. Es un crimen atroz, sus autores merecen pasar en la cárcel muchos años pero no es un crimen de lesa humanidad. Tampoco un violador que descuartiza a su víctima menor de edad comete un crimen de lesa humanidad. Comete un crimen indescriptible y le deseo la peor vida, pero no es un crimen equiparable al que se realiza con sistematicidad desde un Estado.
Guste o no, no hay discusión aquí. La justicia argentina se ha expedido en el asunto brindando infinidad de pruebas. Por si esto fuera poco, la jurisprudencia de los Tratados internacionales a los que suscriben los Estados y los órganos legales cosmopolitas también se han pronunciado en ese sentido. Quien derive de aquí que eso supone apoyar a los montoneros parece carecer de la estatura intelectual para entablar una discusión sin espuma en la boca.
El respeto mundial por la figura del crimen de lesa humanidad ha sido parte de un proceso largo en el que tuvo que haber inmensos derramamientos de sangre para que se llegara a este mínimo acuerdo que parece sentar las bases de un sustrato común a las distintas civilizaciones o al menos a la mayoría de ellas. Bastardear esta figura, ampliarla irresponsablemente puede significar un desgranamiento de la misma y la pérdida de su fortaleza. El sesgo ideológico de los que pregonan por una memoria completa que nada tiene que ver con el recuerdo sino con la intención de inducir cambios en la cosa juzgada, parece cegarles la mirada y no les permite darse cuenta que el precio de su revancha es quitarle especificidad y transformar en tan amplia como ambigua a la idea de crimen de lesa humanidad. Si en la Argentina sucede esto, su pequeña victoria será la derrota de una visión cosmopolita que rige sin duda, al menos, el mundo occidental. De ser así, ahí sí que estaremos “afuera” del mundo.
Sea como causa o como efecto de la forma en que se cubrió la noticia, se reabrió la causa Rucci tomando como testigo a un periodista de La Nación que tras hacer una investigación afirmó que dos de los asesinos del sindicalista aún están vivos. Esto fue tomado por algunos interesados como una posibilidad más de reabrir el debate acerca de si los crímenes de los guerrilleros pueden ser interpretados como crímenes de lesa humanidad. Lo llamativo es que fueron los periodistas y no los Rucci los que quisieron descarrilar la discusión hacia allí, pues la estrategia de estos últimos no es la de equiparar los crímenes perpetrados por el aparato estatal, a los de una organización guerrillera. Más bien, lo que busca la familia Rucci es probar que hay un hecho “nuevo” que permita reabrir la causa y buscar a los culpables. De este modo, en todo lo que rodea a este juicio no aparece nunca la idea de extender el campo de lo que se considera crímenes de lesa humanidad. Por si aún no queda claro, estos crímenes son aquellos realizados por los Estados sobre individuos o grupos de individuos, son de carácter imprescriptible y hasta pueden ser causales de intervención de potencias extranjeras en los territorios donde se perpetren sistemáticamente. Existe jurisprudencia internacional en este sentido.
Hay quienes creen que un crimen de lesa humanidad es simplemente “un crimen grave”. De aquí parecen inferir que un crimen realizado por civiles donde, por ejemplo, hubiera secuestro y tortura seguida de muerte es un crimen de lesa humanidad. Y no lo es. Es un crimen atroz, sus autores merecen pasar en la cárcel muchos años pero no es un crimen de lesa humanidad. Tampoco un violador que descuartiza a su víctima menor de edad comete un crimen de lesa humanidad. Comete un crimen indescriptible y le deseo la peor vida, pero no es un crimen equiparable al que se realiza con sistematicidad desde un Estado.
Guste o no, no hay discusión aquí. La justicia argentina se ha expedido en el asunto brindando infinidad de pruebas. Por si esto fuera poco, la jurisprudencia de los Tratados internacionales a los que suscriben los Estados y los órganos legales cosmopolitas también se han pronunciado en ese sentido. Quien derive de aquí que eso supone apoyar a los montoneros parece carecer de la estatura intelectual para entablar una discusión sin espuma en la boca.
El respeto mundial por la figura del crimen de lesa humanidad ha sido parte de un proceso largo en el que tuvo que haber inmensos derramamientos de sangre para que se llegara a este mínimo acuerdo que parece sentar las bases de un sustrato común a las distintas civilizaciones o al menos a la mayoría de ellas. Bastardear esta figura, ampliarla irresponsablemente puede significar un desgranamiento de la misma y la pérdida de su fortaleza. El sesgo ideológico de los que pregonan por una memoria completa que nada tiene que ver con el recuerdo sino con la intención de inducir cambios en la cosa juzgada, parece cegarles la mirada y no les permite darse cuenta que el precio de su revancha es quitarle especificidad y transformar en tan amplia como ambigua a la idea de crimen de lesa humanidad. Si en la Argentina sucede esto, su pequeña victoria será la derrota de una visión cosmopolita que rige sin duda, al menos, el mundo occidental. De ser así, ahí sí que estaremos “afuera” del mundo.
*Esta nota fue publicada en www.artepolitica.com