En esta nota quisiera seguir un poco la moda algo ansiosa de evaluar el primer mes de las principales nuevas gestiones del país. Pero dado que la gestión de Cristina Fernández parece seguir la línea de Kirchner y no aportar demasiada novedad, me centraré solamente en algunas de las polémicas decisiones del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Si bien resulta apresurado, los primeros meses de cualquier gobierno se encuentran plagados de decisiones, gestos y actitudes que en principio se suponen distintivos de la identidad de la nueva administración. Más allá de que a lo largo de 4 años hay marchas y contramarchas, y cambios varios, los primeros pasos pueden servir al menos para empezar a delinear el camino por venir. Por otra parte, todos los gobiernos saben que “las batallas más grandes”, si no se dan en los primeros 3 meses, no se dan más.
En términos generales y tal vez con cierta ingenuidad, tras el triunfo de Macri me preguntaba qué tipo de estrategia llevaría adelante el ex presidente de Boca: ¿una política conciliadora y de centro que busque matizar los prejuicios de cierta tradición progresista de la Capital o más bien una política más virulenta y de derecha que se apoye en el caudal de votos que supo obtener aun a riesgo de agigantar la brecha que separa a los que lo apoyan de sus detractores? Había algunas razones para sospechar que podía inclinarse por la primera opción: un contexto pos 2001 en el que el rol del Estado dista mucho de aquel de los 90, una política económica menos ortodoxa, la recuperación del poder de negociación sindical, etc. Por otra parte también podía pensarse que las pretensiones de Macri para el 2011 podían presentar a un líder más ambiguo y de centro que evite ser catalogado como el “nuevo Menem”. Sin embargo, nada de esto ha sucedido. En este primer mes, Macri ha llevado una política confrontativa que ha tenido como blanco a los ciudadanos extranjeros y de la provincia de Buenos Aires, los empleados estatales, los sindicalistas y los piqueteros. Se trata de los enemigos históricos del pueblo de la Capital. Es, al fin de cuentas, una estrategia inteligente pues un manual básico de marketing político, de esos que toman a figuras como Maquiavelo y le hacen decir cualquier cosa, afirmaría “ataca a aquellos que más desprestigiados estén y obtendrás el apoyo mayoritario del pueblo”.
Los primeros atacados fueron aquellos ciudadanos no porteños que usan los hospitales de la Ciudad. Se habló, entonces, de darle prioridad a “los vecinos” por sobre aquellos que se aprovechan de la calidad y la gratuidad del servicio. La disputa entre Capital y provincia respecto a que “ellos” usan lo que pagamos “nosotros” parece erigirse en varios ámbitos pero en la salud es evidente. Así se generó una gran polémica de la que surgieron voces a favor y muchas otras en contra que resaltaron como rasgo identitario el carácter solidario del sistema de salud como así también la inconstitucionalidad de la medida. Como indiqué en una nota pasada, yo agregaría a esto, las dificultades que este tipo de acciones le traería a los porteños fuera de la Ciudad si las provincias universalizaran esta máxima.
También fueron atacados los empleados estatales: frente a ellos hay un prejuicio bien fundado en cuanto a que existe una gran cantidad de cargos políticos que hacen que muchos de ellos reciban un sueldo cuantioso sin ni siquiera pisar el lugar de trabajo. Los famosos ñoquis están y lamentablemente estarán si bien se sabe que donde menos ñoquis hay es entre los contratados. En este sentido hubo otra inteligente estrategia de prensa que convirtió la disputa entre los contratados y Macri en una controversia entre los defensores de las prebendas políticas y sindicalistas versus el administrador que viene a poner orden. Con el correr de los días desde varios sectores de la administración del Gobierno de la Ciudad se reconoció que no todos los dados de baja eran ñoquis. Sin embargo parece que no habrá marcha atrás con la medida. Igualmente, se sabe que en política para llevarse algo hay que doblar la apuesta. Así, Macri intervino la obra social de los municipales de manera tal que los gremios deben negociar ahora por dos cosas. Como es de esperar, ganarán y perderán algo. Tenían dos cosas, ahora tendrán una. Es muy simple.
Pero faltaba atacar a uno de los colectivos más desprestigiados: los piqueteros. Aquí más que nunca, resultó notorio que la medida del juez de impedir cualquier corte sumado a la obligación del pedido de permiso para realizar manifestaciones, es simplemente una provocación. Los piqueteros no son hoy un problema y se encuentran en retirada gracias a una política inteligente del gobierno nacional de no represión a lo que debemos agregarle, por supuesto, la baja en la desocupación.
Ahora bien, ni la prioridad a los porteños en los hospitales, ni el despido de los 2300 contratados, ni la intervención de la obra social ni la garantía del libre tránsito resultaban grandes exigencias de la sociedad capitalina. De hecho, no son cambios de fondo como tampoco lo es el traspaso de la policía. Los porteños no exigen una policía propia sino mayor seguridad. Que sea capitalina o que sea federal lo mismo da. Hay una distorsión perversa del mensaje que presenta la discusión por el traspaso como la discusión por una policía mejor. Huelga decir que no hay una relación necesaria entre traspaso y mejoría y me pregunto con incertidumbre si los porteños tolerarán una idea que Macri dejó entrever en los últimos reportajes: si no traspasan los fondos, será la propia Ciudad con la contribución de sus ciudadanos la que se hará cargo de los costos de la nueva policía. Por cierto, ¿cuánto aumentarán nuestros impuestos para poder llegar a los $900.000.000 necesarios para la nueva policía? Y si no se aumentan los impuestos, ¿qué sector recibirá recortes presupuestarios?
Pero si bien no son temas de fondo, todos los frentes abiertos por Macri apuntaron a exacerbar los costados más sensibles de sus votantes. La actitud frente al “cabecita” de la provincia, el desprecio por lo público y sus trabajadores y representantes, como así también por los movimientos de desocupados sumado a la paranoia de la inseguridad, resultan distintivos de la clase media y alta de la capital. Estas medidas de “shock sensiblero” resultan muy efectistas a corto plazo pero no a futuro. De hecho muy poco podrá hacerse: la prioridad en los hospitales será muy difícil de llevar adelante operativamente; si se consigue echar a los contratados el ahorro será ínfimo; la minoría de piqueteros seguirá cortando alguna que otra calle sin represión y la inseguridad seguirá un poco más o un poco menos dependiendo del nivel de empleo y la distribución de la riqueza. Por todo lo dicho, estas medidas no generan soluciones y persiguen más bien la victimización de la administración PRO. Se va a decir que los gremios apoyados por el gobierno y la justicia le ponen trabas al gobierno de la ciudad para alcanzar el equilibrio fiscal; también se va a decir que la inseguridad y los cortes de calle siguen porque el gobierno nacional no ha traspasado la policía con los recursos. Pero aun si fuera verdad que Macri sea víctima de un gobierno nacional que, efectivamente, no lo va a ayudar, difícilmente la gente vote a alguien que diga “quise pero no pude”. Lo que sí parece claro es que la política de Macri se apoyará sin matices en los prejuicios más recalcitrantemente ortodoxos que la “porteñidad media” tiene para con “los enemigos del pueblo”. Eso hasta ahora ha hecho olvidar el impuestazo, el nombramiento de funcionarios procesados y el veto a la ley que permitía al gobierno de la Ciudad fabricar medicamentos genéricos. Las medidas efectistas y el apoyo en el núcleo duro de la ideología del votante macrista pueden alcanzar para gobernar con buena adhesión durante un tiempo la Capital. Lo que me parece más difícil es que alcance para ganar una elección nacional en 2011. Al fin de cuentas, las víctimas no ganan elecciones.
En términos generales y tal vez con cierta ingenuidad, tras el triunfo de Macri me preguntaba qué tipo de estrategia llevaría adelante el ex presidente de Boca: ¿una política conciliadora y de centro que busque matizar los prejuicios de cierta tradición progresista de la Capital o más bien una política más virulenta y de derecha que se apoye en el caudal de votos que supo obtener aun a riesgo de agigantar la brecha que separa a los que lo apoyan de sus detractores? Había algunas razones para sospechar que podía inclinarse por la primera opción: un contexto pos 2001 en el que el rol del Estado dista mucho de aquel de los 90, una política económica menos ortodoxa, la recuperación del poder de negociación sindical, etc. Por otra parte también podía pensarse que las pretensiones de Macri para el 2011 podían presentar a un líder más ambiguo y de centro que evite ser catalogado como el “nuevo Menem”. Sin embargo, nada de esto ha sucedido. En este primer mes, Macri ha llevado una política confrontativa que ha tenido como blanco a los ciudadanos extranjeros y de la provincia de Buenos Aires, los empleados estatales, los sindicalistas y los piqueteros. Se trata de los enemigos históricos del pueblo de la Capital. Es, al fin de cuentas, una estrategia inteligente pues un manual básico de marketing político, de esos que toman a figuras como Maquiavelo y le hacen decir cualquier cosa, afirmaría “ataca a aquellos que más desprestigiados estén y obtendrás el apoyo mayoritario del pueblo”.
Los primeros atacados fueron aquellos ciudadanos no porteños que usan los hospitales de la Ciudad. Se habló, entonces, de darle prioridad a “los vecinos” por sobre aquellos que se aprovechan de la calidad y la gratuidad del servicio. La disputa entre Capital y provincia respecto a que “ellos” usan lo que pagamos “nosotros” parece erigirse en varios ámbitos pero en la salud es evidente. Así se generó una gran polémica de la que surgieron voces a favor y muchas otras en contra que resaltaron como rasgo identitario el carácter solidario del sistema de salud como así también la inconstitucionalidad de la medida. Como indiqué en una nota pasada, yo agregaría a esto, las dificultades que este tipo de acciones le traería a los porteños fuera de la Ciudad si las provincias universalizaran esta máxima.
También fueron atacados los empleados estatales: frente a ellos hay un prejuicio bien fundado en cuanto a que existe una gran cantidad de cargos políticos que hacen que muchos de ellos reciban un sueldo cuantioso sin ni siquiera pisar el lugar de trabajo. Los famosos ñoquis están y lamentablemente estarán si bien se sabe que donde menos ñoquis hay es entre los contratados. En este sentido hubo otra inteligente estrategia de prensa que convirtió la disputa entre los contratados y Macri en una controversia entre los defensores de las prebendas políticas y sindicalistas versus el administrador que viene a poner orden. Con el correr de los días desde varios sectores de la administración del Gobierno de la Ciudad se reconoció que no todos los dados de baja eran ñoquis. Sin embargo parece que no habrá marcha atrás con la medida. Igualmente, se sabe que en política para llevarse algo hay que doblar la apuesta. Así, Macri intervino la obra social de los municipales de manera tal que los gremios deben negociar ahora por dos cosas. Como es de esperar, ganarán y perderán algo. Tenían dos cosas, ahora tendrán una. Es muy simple.
Pero faltaba atacar a uno de los colectivos más desprestigiados: los piqueteros. Aquí más que nunca, resultó notorio que la medida del juez de impedir cualquier corte sumado a la obligación del pedido de permiso para realizar manifestaciones, es simplemente una provocación. Los piqueteros no son hoy un problema y se encuentran en retirada gracias a una política inteligente del gobierno nacional de no represión a lo que debemos agregarle, por supuesto, la baja en la desocupación.
Ahora bien, ni la prioridad a los porteños en los hospitales, ni el despido de los 2300 contratados, ni la intervención de la obra social ni la garantía del libre tránsito resultaban grandes exigencias de la sociedad capitalina. De hecho, no son cambios de fondo como tampoco lo es el traspaso de la policía. Los porteños no exigen una policía propia sino mayor seguridad. Que sea capitalina o que sea federal lo mismo da. Hay una distorsión perversa del mensaje que presenta la discusión por el traspaso como la discusión por una policía mejor. Huelga decir que no hay una relación necesaria entre traspaso y mejoría y me pregunto con incertidumbre si los porteños tolerarán una idea que Macri dejó entrever en los últimos reportajes: si no traspasan los fondos, será la propia Ciudad con la contribución de sus ciudadanos la que se hará cargo de los costos de la nueva policía. Por cierto, ¿cuánto aumentarán nuestros impuestos para poder llegar a los $900.000.000 necesarios para la nueva policía? Y si no se aumentan los impuestos, ¿qué sector recibirá recortes presupuestarios?
Pero si bien no son temas de fondo, todos los frentes abiertos por Macri apuntaron a exacerbar los costados más sensibles de sus votantes. La actitud frente al “cabecita” de la provincia, el desprecio por lo público y sus trabajadores y representantes, como así también por los movimientos de desocupados sumado a la paranoia de la inseguridad, resultan distintivos de la clase media y alta de la capital. Estas medidas de “shock sensiblero” resultan muy efectistas a corto plazo pero no a futuro. De hecho muy poco podrá hacerse: la prioridad en los hospitales será muy difícil de llevar adelante operativamente; si se consigue echar a los contratados el ahorro será ínfimo; la minoría de piqueteros seguirá cortando alguna que otra calle sin represión y la inseguridad seguirá un poco más o un poco menos dependiendo del nivel de empleo y la distribución de la riqueza. Por todo lo dicho, estas medidas no generan soluciones y persiguen más bien la victimización de la administración PRO. Se va a decir que los gremios apoyados por el gobierno y la justicia le ponen trabas al gobierno de la ciudad para alcanzar el equilibrio fiscal; también se va a decir que la inseguridad y los cortes de calle siguen porque el gobierno nacional no ha traspasado la policía con los recursos. Pero aun si fuera verdad que Macri sea víctima de un gobierno nacional que, efectivamente, no lo va a ayudar, difícilmente la gente vote a alguien que diga “quise pero no pude”. Lo que sí parece claro es que la política de Macri se apoyará sin matices en los prejuicios más recalcitrantemente ortodoxos que la “porteñidad media” tiene para con “los enemigos del pueblo”. Eso hasta ahora ha hecho olvidar el impuestazo, el nombramiento de funcionarios procesados y el veto a la ley que permitía al gobierno de la Ciudad fabricar medicamentos genéricos. Las medidas efectistas y el apoyo en el núcleo duro de la ideología del votante macrista pueden alcanzar para gobernar con buena adhesión durante un tiempo la Capital. Lo que me parece más difícil es que alcance para ganar una elección nacional en 2011. Al fin de cuentas, las víctimas no ganan elecciones.