Si bien ha transcurrido casi 3 semanas desde las elecciones, la virulencia de algunos cruces entre el gobierno y los partidos de la oposición no ha sucumbido ante el final de la contienda electoral. El principal flanco de los ataques por parte de los voceros del gobierno es Elisa Carrió quien de manera poco feliz declaró que tras las elecciones se retiraba 3 meses al mar si bien eso no hizo que adoptara el perfil bajo que el contexto pos elección pedía. En principio hay dos cuestiones importantes que afectan a Carrió y que han sido tapa de los diarios: el éxodo de los principales referentes del ARI (ahora denominado grupo de los 8) de la Coalición Cívica acusando a ésta de haberse “derechizado” al incorporar a Patricia Bullrich, a Estenssoro y coquetear con López Murphy entre otros. La segunda cuestión que llamativamente aparece ahora tiene que ver con la declaración jurada de Carrió (digo llamativamente porque ésta ya era pública y hasta había aparecido en el Clarín del día 14 de octubre). Carrió declara que tiene un patrimonio total de 104.460 pesos conformado por: un departamento valuado en $54.000 que le presta a una diputada del ARI; dos terrenos en el Chaco cuyo valor es de $5000 en un caso y $2795 en otro; en bienes del hogar tiene $22.346. Pero por si esto fuera poco, a estos magros 104.000 pesos debemos restarle $65000 que Carrió debe al Banco Hipotecario y a otros bancos con el agregado de que podría perder el departamento de $54.000 si sale una sentencia en su contra en un juicio por calumnias e injurias que le sigue Eduardo Duhalde. Una última cuestión: actualmente Carrió no tiene trabajo y la mantiene una colecta que hacen algunos diputados del ARI.
Varias reflexiones se pueden hacer al respecto: por lo pronto parece poco creíble que una profesional, que a su vez posee un apellido de gran prestigio en el ámbito del Derecho, y que lleva al menos 15 años en la política prácticamente no tenga patrimonio. Parece una exageración de Carrió en ese sentido. Ella no iba a obtener un voto menos por decir que su patrimonio es de, pongamos, 1.000.000 de pesos. Hay tantas buenas razones para votar a Carrió que hacerlo por su escaso patrimonio es ofensivo a sus cualidades. Por otra parte, no hace falta ser indigente para ser honesto y lamentablemente esta declaración jurada genera la idea de que o bien Carrió miente o bien es una pésima administradora.
Ahora bien, tal vez alguien ingenuamente podría decir que una mala administradora de sus ingresos difícilmente pueda hacerse cargo de un país. Pero esta última idea es tan falaz como la que indica que quien administra bien una empresa y un club de fútbol necesariamente administra bien un país. A veces se da así pero no hay una conexión lógica entre estas afirmaciones. Pero el elemento más importante que puede perdurar es uno que puede afectar aún más a Carrió. Me refiero a que se dirá que ella miente y que, por lo tanto, la guardiana de la moralidad argentina esconde una naturaleza jánica. Así Carrió perdería la legitimidad para exigir el contrato moral. Pero me quiero detener un poco en este punto. Está claro que el contrato moral ha sido el “caballito de batalla” de Carrió, aunque quizás no tanto en esta campaña que fue mucho mejor manejada por sus asesores y jefes de campaña. Pero yo siempre me pregunté qué quería decir eso de ”contrato moral”. Por un lado parece remitir a la tradición contractualista como parte de una estrategia de situarse dentro de algo así como “una línea de pensamiento republicana”. Pero la idea de que el contrato debe ser moral me desconcierta. ¿Es moral porque la gente debe ser buena y, dado que no lo es, la sociedad debe cambiar? ¿O se refiere a que debe haber una única moralidad, en el sentido de que los argentinos debemos perseguir un único ideal de la buena vida? Esto último es casi un ideal clásico por no decir anacrónico. Las sociedades modernas occidentales son plurales y la tradición contractualista intentaba dar respuesta a esa situación. Se trata de algo más o menos así: ya que todos pensamos distintos, pongámosnos de acuerdo en derechos y delegaciones que nos garanticen que cada uno pueda perseguir la forma de vida que desee. Esto lo sabemos al menos desde el siglo XVII con lo cual no creo que el contrato moral se refiera a esto. Queda, entonces la primera alternativa: el contrato moral es que todos seamos buena gente. Es decir: el problema de la Argentina es que cuando podemos violamos la ley y los políticos son los primeros en violar la ley justamente porque utilizan lo público para favorecer sus intereses privados. Igualmente, se dice, los políticos son sólo un emergente de una sociedad en descomposición. Sin embargo, mientras la sociedad cambia, la gente debería votar a personas honestas (léase Carrió). De manera simplificada ese sería el razonamiento. Dicho esto resulta claro, que la inmoralidad de mentir derribaría el constructo de Carrió y su legitimidad. Y me pregunto por qué.
¿Sería peor gobernante Carrió por habernos mentido en su declaración jurada? ¿Telerman hizo una peor gestión desde que nos enteramos que no era licenciado? ¿Las propuestas de Blumberg se hicieron poco atractivas por no ser éste ingeniero? ¿Clinton fue menos demócrata por negar, en un principio, algo tan común como la felatio de una becaria? Lo paradojal es que Carrió queda presa de su propia lógica de moralizar la política y parece estructurar lo político detrás de la dicotomía honesto (moral) versus deshonesto (inmoral). Esta es otra de las graves consecuencias de una crisis como la de 2001. Alcanza con ser honesto para recibir un voto. Eso mismo se decía de Zamora: lo votamos porque es honesto y porque vive de vender libros. La moralización de la política no permite evaluar estrategias de gobierno ni proyectos de país. Importan sus ejecutores. Si roban son del eje del mal. Si no, están de nuestro lado. Hay dos bandos nada más: los buenos y los malos: Menem y todo el resto. Y los nuevos malos también son Menem. Kirchner es Menem y de este lado nosotros, los buenos ciudadanos. Nosotros que siguiendo la tendencia de algunos espiritualistas públicos afirmamos que alcanza con ser buenos ciudadanos y generar comunidades bloggers con pseudónimos para cambiar el mundo. Nosotros que por mail nos anotamos en una lista para que no cierren un canal que no vimos nunca; nosotros que con sagaz claridad observamos que el único problema de este país es que se roban la plata.
La corrupción a todo nivel es sin duda un problema y sería deseable que este mal endémico de los hombres no exista. Pero, justamente, los grandes pensadores del contractualismo trataron de presentar la justificación a un Estado formado por hombres que no son ni ángeles ni santos. Hombres que en algunos casos son egoístas, envidiosos, ladrones y corruptos. Por eso diseñaron un contrato político y no moral. El moral era imposible. Dividieron el ámbito de lo público y lo privado y creyeron que sólo en torno del primero se podía pactar. Cuando todos persigamos el mismo ideal de buena vida o todos seamos hombres buenos, seguramente las formaciones jurídicas serán casi obsoletas. Allí no hará falta elegir a nadie que mande. El día de la plena moralidad será el día en que el contrato político carezca de sentido.
Varias reflexiones se pueden hacer al respecto: por lo pronto parece poco creíble que una profesional, que a su vez posee un apellido de gran prestigio en el ámbito del Derecho, y que lleva al menos 15 años en la política prácticamente no tenga patrimonio. Parece una exageración de Carrió en ese sentido. Ella no iba a obtener un voto menos por decir que su patrimonio es de, pongamos, 1.000.000 de pesos. Hay tantas buenas razones para votar a Carrió que hacerlo por su escaso patrimonio es ofensivo a sus cualidades. Por otra parte, no hace falta ser indigente para ser honesto y lamentablemente esta declaración jurada genera la idea de que o bien Carrió miente o bien es una pésima administradora.
Ahora bien, tal vez alguien ingenuamente podría decir que una mala administradora de sus ingresos difícilmente pueda hacerse cargo de un país. Pero esta última idea es tan falaz como la que indica que quien administra bien una empresa y un club de fútbol necesariamente administra bien un país. A veces se da así pero no hay una conexión lógica entre estas afirmaciones. Pero el elemento más importante que puede perdurar es uno que puede afectar aún más a Carrió. Me refiero a que se dirá que ella miente y que, por lo tanto, la guardiana de la moralidad argentina esconde una naturaleza jánica. Así Carrió perdería la legitimidad para exigir el contrato moral. Pero me quiero detener un poco en este punto. Está claro que el contrato moral ha sido el “caballito de batalla” de Carrió, aunque quizás no tanto en esta campaña que fue mucho mejor manejada por sus asesores y jefes de campaña. Pero yo siempre me pregunté qué quería decir eso de ”contrato moral”. Por un lado parece remitir a la tradición contractualista como parte de una estrategia de situarse dentro de algo así como “una línea de pensamiento republicana”. Pero la idea de que el contrato debe ser moral me desconcierta. ¿Es moral porque la gente debe ser buena y, dado que no lo es, la sociedad debe cambiar? ¿O se refiere a que debe haber una única moralidad, en el sentido de que los argentinos debemos perseguir un único ideal de la buena vida? Esto último es casi un ideal clásico por no decir anacrónico. Las sociedades modernas occidentales son plurales y la tradición contractualista intentaba dar respuesta a esa situación. Se trata de algo más o menos así: ya que todos pensamos distintos, pongámosnos de acuerdo en derechos y delegaciones que nos garanticen que cada uno pueda perseguir la forma de vida que desee. Esto lo sabemos al menos desde el siglo XVII con lo cual no creo que el contrato moral se refiera a esto. Queda, entonces la primera alternativa: el contrato moral es que todos seamos buena gente. Es decir: el problema de la Argentina es que cuando podemos violamos la ley y los políticos son los primeros en violar la ley justamente porque utilizan lo público para favorecer sus intereses privados. Igualmente, se dice, los políticos son sólo un emergente de una sociedad en descomposición. Sin embargo, mientras la sociedad cambia, la gente debería votar a personas honestas (léase Carrió). De manera simplificada ese sería el razonamiento. Dicho esto resulta claro, que la inmoralidad de mentir derribaría el constructo de Carrió y su legitimidad. Y me pregunto por qué.
¿Sería peor gobernante Carrió por habernos mentido en su declaración jurada? ¿Telerman hizo una peor gestión desde que nos enteramos que no era licenciado? ¿Las propuestas de Blumberg se hicieron poco atractivas por no ser éste ingeniero? ¿Clinton fue menos demócrata por negar, en un principio, algo tan común como la felatio de una becaria? Lo paradojal es que Carrió queda presa de su propia lógica de moralizar la política y parece estructurar lo político detrás de la dicotomía honesto (moral) versus deshonesto (inmoral). Esta es otra de las graves consecuencias de una crisis como la de 2001. Alcanza con ser honesto para recibir un voto. Eso mismo se decía de Zamora: lo votamos porque es honesto y porque vive de vender libros. La moralización de la política no permite evaluar estrategias de gobierno ni proyectos de país. Importan sus ejecutores. Si roban son del eje del mal. Si no, están de nuestro lado. Hay dos bandos nada más: los buenos y los malos: Menem y todo el resto. Y los nuevos malos también son Menem. Kirchner es Menem y de este lado nosotros, los buenos ciudadanos. Nosotros que siguiendo la tendencia de algunos espiritualistas públicos afirmamos que alcanza con ser buenos ciudadanos y generar comunidades bloggers con pseudónimos para cambiar el mundo. Nosotros que por mail nos anotamos en una lista para que no cierren un canal que no vimos nunca; nosotros que con sagaz claridad observamos que el único problema de este país es que se roban la plata.
La corrupción a todo nivel es sin duda un problema y sería deseable que este mal endémico de los hombres no exista. Pero, justamente, los grandes pensadores del contractualismo trataron de presentar la justificación a un Estado formado por hombres que no son ni ángeles ni santos. Hombres que en algunos casos son egoístas, envidiosos, ladrones y corruptos. Por eso diseñaron un contrato político y no moral. El moral era imposible. Dividieron el ámbito de lo público y lo privado y creyeron que sólo en torno del primero se podía pactar. Cuando todos persigamos el mismo ideal de buena vida o todos seamos hombres buenos, seguramente las formaciones jurídicas serán casi obsoletas. Allí no hará falta elegir a nadie que mande. El día de la plena moralidad será el día en que el contrato político carezca de sentido.