jueves, 28 de julio de 2016

Niños con hambre y fútbol para mozos (publicado el 28/7/16 en Veintitrés)

La discusión que se viene dando en los últimos días en torno a la gratuidad de las transmisiones de fútbol exuda todos los vicios que una discusión pública puede tener: lugares comunes, mentiras, manipulaciones, ausencia de lógica comparativa y, sobre todo, enorme demagogia. ¿Debería sorprender? No. Pero igual me sorprende.
Para ordenar la exposición comencemos con la discusión de fondo: ¿ver el fútbol por TV es un derecho? Recuerdo que, en su momento, cuando el gobierno de CFK decidió intervenir y acabar con el insólito monopolio que nos obligaba a ver tribunas, a esperar a las 22hs del domingo para que los que no somos de River o Boca veamos un miserable compacto de goles, y a tener que consumir en un bar si queríamos ver en vivo a nuestro equipo, dudé acerca de si la televisación gratuita debía interpretarse como un derecho. Eran tiempos de un “Fútbol para Mozos” y no “para Todos”. Con el tiempo, la duda se me disipó y entendí que si estamos comprometidos con una agenda de ampliación de los derechos culturales, las transmisiones de Fútbol no podían estar ausentes. Porque, no hay que olvidar, frente al ideario liberal que restringe la lista de derechos a los civiles y políticos, la tradición del constitucionalismo social, ya en la década del 40, mostró que los derechos sociales, económicos y culturales son también esenciales.
Asimismo, las divergencias y la aparición de nuevas necesidades, nuevas exigencias y nuevos derechos, muestra que la lista de éstos no es estática sino que es un producto histórico fruto de disputas y contingencias varias. Con todo, más allá de ese carácter histórico los derechos suelen naturalizarse pronto a tal punto que, durante la campaña, Cambiemos tuvo que prometer que las transmisiones de Fútbol continuarían siendo gratuitas pues la mayoría de la población ya lo entendía como un derecho adquirido.  
Tal promesa, claro está, aparentemente, no durará ni ocho meses de gestión más allá de que el gobierno le quiera cargar a la AFA la responsabilidad de la decisión de volver al viejo esquema de Fútbol pago. La estrategia es bastante obvia: el gobierno, de manera oculta, le pide a la AFA que públicamente pida un aumento millonario, funcionarios del gobierno comienzan a instalar que tal aumento es desmedido, la AFA dice que no le alcanza y que necesita que se rompa el contrato, y el gobierno dice que ha hecho todo lo posible por sostener la gratuidad pero ha sido una decisión de la AFA. Luego agrega que los 2500 millones que se iban a gastar en el Fútbol se van a destinar a otras prioridades y fin del asunto: negocio redondo para todos.
Si bien es verdad que hay innumerables derechos que el Estado debe brindar y no brinda, incluso derechos constitucionales, la aceptación de que las transmisiones de Fútbol gratuita son un derecho, sería un paso importantísimo como base para el debate, pues aceptado ese piso no se puede, tan suelto de cuerpo, afirmar que el dinero se usará para otra cosa. Sin embargo, esto suele pasarse por alto y los que pretenden el regreso de las transmisiones pagas, ofrecen distintas argumentaciones. En primer lugar, el año pasado, cuando el candidato Macri no podía aceptar públicamente su intención de acabar con la gratuidad para que el negocio lo hagan los privados, decían que el Fútbol gratuito estaba bien pero que no había que politizarlo. ¿Por qué decían que el Fútbol estaba politizado? Porque en los entretiempos aparecía pauta oficial. Fenómeno extraño: si esa misma pauta iba a los medios privados que apretaban al gobierno para que anunciara, no se producía la politización del medio en cuestión. Pero si esa pauta iba al Fútbol, el Fútbol se politizaba. Dejando la ironía de lado, digámoslo con claridad: el gran conflicto con el Fútbol para Todos era que el gobierno lo pagaba con partidas destinadas a la pauta oficial, lo cual era doblemente virtuoso porque, por el mismo dinero, el gobierno cumplía con un derecho cultural y a su vez lograba que sus actos fueran visualizados por audiencias enormes. ¿Dónde estaba el conflicto entonces? En que la pauta oficial con que se pagaba el Fútbol no iba a los medios privados.
Pasados los meses, apareció un segundo argumento que se basa en la idea de que era falso que las transmisiones de Fútbol fueran gratis porque mucha gente debía tener Cable para ver la TV y porque, finalmente, el dinero que se le daba a la AFA provenía de nuestros impuestos. No dicen que un porcentaje importante de ciudadanos veía los partidos por TDA, aquel sistema que el gobierno está vaciando para que, justamente, no quede otra salida que abonarse a alguna empresa si es que deseamos ver, incluso, canales de aire. Pero, por sobre todo, cometen una falacia enormemente peligrosa porque ese mismo argumento es el que se utilizó siempre, por ejemplo, para intentar arancelar la Universidad. En este caso dicen: “los que van a la Universidad la podrían pagar o ya lo están haciendo con sus impuestos de lo cual se sigue que deberían pagar un arancel”. Como argumento es bastante particular porque en el fondo indica algo así como “ya lo está pagando así que puede pagar más”. ¿Se imagina yendo a comprar unas zapatillas y que el vendedor le diga “este calzado cuesta $1000 pero, ya que lo va a pagar, pague $1500”?        
Una última curiosidad la aporta el más demagogo de los argumentos. Es curioso porque los republicanos e institucionalistas acuden a los sofismas que pertenecerían presuntamente al populismo para convencer a la ciudadanía de que el dinero debe invertirse en otras cosas. Así, nos interpelan diciendo: ¿sabe cuántos hospitales se podrían construir con la plata que se le da al Fútbol? ¿O cuántas AUH se podrían otorgar? Para ser justos, habría que decir que este argumento es un clásico de una tradición liberal que tampoco se ha privado de apelar a la demagogia. Se trata de un argumento igualmente peligroso porque en nombre de la necesidad podría reducir el Estado a una función básica de seguridad y alimentación. En otras palabras, si el argumento es que no se puede gastar en Fútbol mientras haya un niño con hambre, habría que cerrar el Ministerio de Cultura, el de Ciencia y Tecnología e incluso el de Educación porque al fin de cuentas siempre es más urgente un pedazo de pan que un libro, al menos hasta que los libros se puedan comer. Pero vayamos a los números finos: ¿sabe qué porcentaje del presupuesto nacional se destinó a Fútbol para todos en el año 2015? Apenas algo más del 0,1. Sí, leyó bien. Por supuesto que ese dinero puede ayudar a muchos niños con hambre pero ¿sabe qué? La decisión de quitar las retenciones al campo significó una transferencia de ingreso para los sectores agroexportadores que se calcula en 60000 millones de pesos, esto es, veinticuatro veces más que lo que el gobierno dice haber ofrecido a la AFA en 2016. ¿Sabe cuántos hospitales se podrían construir con esos 60000 millones destinados a gente con niños que no tienen hambre sino 4X4? ¿Sabe cuántas facturas de gas se podrían pagar?    

En lo personal, siempre consideré un error del gobierno anterior no abrir más el espacio de las trasmisiones a la pauta privada porque las transmisiones de Fútbol son un derecho pero también pueden ser un negocio. El punto aquí es de cuántos va a ser el negocio. Si me pregunta a mí, y que me perdonen los pocos y los mozos, mientras el Estado cumple con mi derecho, prefiero que el negocio sea para todos.   

viernes, 22 de julio de 2016

Ruido (publicado el 21/7/16 en Veintitrés)

El último jueves se realizó la primera protesta presuntamente genuina contra el gobierno de Macri. Con “presuntamente genuina” me refiero a que se trató de ese tipo de protestas que la oposición al gobierno kirchnerista sobreestimaba por tratarse mayoritariamente de “gente como uno” indignada, espontánea y autoconvocada. Es difícil estimar la convocatoria pero varios miles de ciudadanos salieron a las calles de todo el país a hacer ruido contra el tarifazo. El actual gobierno había tenido movilizaciones críticas a su gestión de mucho peso en aquella jornada de abril en la que CFK brindara un acto frente a Comodoro Py y en la movilización de las centrales sindicales. Sin embargo, como decíamos, esta protesta parece especial para el gobierno porque muchos de los que participaron seguramente votaron a Macri y fueron parte de los cacerolazos que se le realizaron al gobierno anterior.
Dicho esto, no es interés de esta columna ingresar en la discusión en torno a la calidad de la protesta. En otras palabras, del mismo modo que el debate acerca de la calidad del voto debería estar saldado y no debemos aceptar que nos digan que hay votos buenos (los realizados por ciudadanos de a pie, racionales, blancos, de clase media y de grandes centros urbanos) y votos malos (los realizados por morochos de la Argentina profunda presuntamente rehenes del clientelismo de punteros o caudillos), tampoco deberíamos aceptar que nos digan que hay protestas genuinas y protestas que deben invalidarse. No debemos aceptarlo porque esa distinción descansa en la misma concepción aristocrática que afirma que hay individuos que votan mejor que otros y condena toda protesta que esté convocada por organizaciones. Lo digo más fácil: ¿por qué habría que valorar más una protesta en la que la gente llega caminando que una en la que la gente llega en micros color naranja y con banderas? Es muy importante para el análisis político comprender quiénes y por qué se movilizan pero de allí no se sigue que una protesta tenga mayor legitimidad que otra. En el caso del “ruidazo” del último jueves es relevante reconocer que allí hubo ciudadanos que siempre se opusieron a Macri pero también hubo ciudadanos que en algún momento confiaron en el líder PRO y ahora se sienten decepcionados. ¿Y por qué semejante decepción? Porque ni siquiera les hace falta ser demasiado memoriosos para recordar que, en noviembre del año pasado, Cambiemos instaló, gracias a la inconmensurable ayuda de sus posmodernos evangelizadores mediáticos, que el aumento de tarifas, los despidos, la transferencia de ingreso hacia los que más tienen, el cierre de fábricas y la disparada de la inflación, eran parte de una “campaña del miedo”. En un sentido, habría que aceptarles algo pues, efectivamente, era una campaña del miedo pero era un miedo objetivo ante lo que iba a suceder. Porque se puede crear miedo inventando fantasmas pero también se puede obtener miedo frente a una amenaza real. “No te vamos a quitar nada de lo que es tuyo”, decía María Eugenia Vidal y muchos de los valientes que le creyeron tienen menos cosas que las que tenían hace siete meses.
La protesta, a su vez, significó, quizás, el comienzo de un punto de inflexión en un sector de la ciudadanía que deglutió con gozo autoconfirmatorio que algunas restricciones actuales obedecen a una supuesta fiesta de despilfarro y corrupción del gobierno anterior y mostró que ese argumento no se puede sostener indefinidamente. Porque es falso que el gobierno anterior fuera sistemáticamente corrupto y que el modelo llevado adelante por el gobierno anterior fuera esencialmente de saqueo pero aun si lo hubiera sido, la ciudadanía en algún momento le dirá al gobierno actual: “Está bien, Macri, los anteriores eran muy malos pero te votamos para que lo soluciones y no para que lo diagnostiques”. La analogía con la medicina puede servir pues aun cuando un médico acertara un diagnóstico negativo llegará un momento en que el paciente le exigirá la solución al problema pues nadie va al médico para que solamente le diga que tiene una enfermedad sino para que, en caso de tenerla, se la curen.
Con todo, en el gobierno debe haber una sensación ambivalente tras la protesta pues más allá de la natural preocupación que puede surgir cuando a los siete meses de gestión parte de tus votantes te quitan apoyo, en Cambiemos deben lamentar que tras haber hecho reformas estructurales que, sin dudas, condicionarán a generaciones de argentinos, el conflicto les aparezca por lo que parecía más simple de hacer. Lo diré de otra manera: lograron poner los jueces de la Corte que querían; hicieron una fenomenal transferencia de recursos hacia el sector agroexportador eliminando retenciones; les pagaron a los buitres y endeudaron al país, es decir, a tus hijos y a tus nietos, y han dado los pasos jurídicos necesarios para hacer inviable el sistema previsional. Y sin embargo, el conflicto en la calle lo tienen por la ineptitud y la prepotencia que los llevó a dar vía libre a aumentos que llegaron hasta el 2000% sin ningún criterio. Es más, no recuerdo en la Argentina una situación en la cual hubiera un consenso generalizado en torno a la necesidad de aumentar las tarifas. De hecho, hasta en las filas del FPV había acuerdo en ello. Pero, claro, el aumento debía hacerse segmentado, dosificado y con algún criterio. Con todo, hay que reconocer que no solo es ineptitud y prepotencia sino también voracidad porque el tarifazo solo benefició a las empresas y no solo perjudicó directamente a los usuarios sino que ni siquiera benefició al Estado puesto que a pesar de los aumentos siderales, los subsidios apenas bajaron un 7% en los primeros 5 meses del año, de lo cual se sigue que los aumentos continuarán porque la presión para el achicamiento del gasto público será la condición para recibir crédito internacional.      
Para finalizar, resulta claro que las medidas estructurales que se mencionaron anteriormente, al no tener una incidencia inmediata, parecen abstractas y no generan la indignación y la urgencia de quien recibe una tarifa de gas que no puede pagar y tiene veinte días para hacerlo antes de que le corten el servicio. Es razonable que así sea porque si me van a cortar los servicios no me voy a preocupar por mi jubilación, por el achicamiento del Estado o porque en el mediano plazo se destruya la industria nacional. Pero algún aprendizaje como sociedad debiéramos tener. No sea que alguien con inteligencia media en el gobierno se dé cuenta que si retrotrae las tarifas la indignación clasemediera que repercute en los medios mermará y la ciudadanía celebrará a un gobierno que cuando debe retroceder lo presenta como un ejercicio de buena escucha. Con ese simple paso atrás se podrá seguir avanzando en las medidas que verdaderamente están encorsetando a un país y a su pueblo por generaciones y por las cuales nadie salió a cacerolear. No hagamos tanto ruido entonces. No sea que avivemos algunos giles.

                   

viernes, 15 de julio de 2016

El violento cierre de la grieta (publicado el 14/7/16 en Veintitrés)

Hace tiempo que en la Argentina cuando se habla de “grieta” no se habla de la desigualdad sino de la fractura en las corporaciones. Efectivamente, cuando los coletazos del 2001 arrojaban más de 50% de pobres y más de 20% de desocupación nadie hablaba de “grieta”. Sin embargo, en momentos donde la patria no es el otro sino “vos” (sin el otro), tus derechos son vistos como vallas que terminan donde empieza la valla del otro y se reinstala una estética militarista que más que pretender simbolizar la soberanía huele a los años de represión, se nos informa, con jerga psicoanalítica, que a los patriotas los angustiaba separarse de la madre patria y que es momento de cerrar la grieta. Eso sí: la grieta no cierra con todos adentro y de eso, justamente, me interesaría hablar. ¿Por qué? Porque los discursos de la sutura siempre se posicionaron desde la perspectiva del diálogo y la negociación pero nunca nos dijeron que la recomposición y la unidad de los presuntos bloques agrietados no sería a través de un acuerdo sino a través de distintas formas de la violencia. En buen criollo: para que la grieta cierre, los preocupados en cerrarla han elegido dejar uno de los bloques afuera.
Para comprender esto, tomemos los dos grandes campos donde se da “la grieta”, el de la corporación política y el de la corporación periodística, y allí veremos algo en común: en ambos se busca finalizar la disputa creando lo que se conoce como un “exterior constitutivo”, un límite capaz de separar un “nosotros” de un “ellos”. Se trata, al fin de cuentas de, justamente, reconstruir una nueva identidad y para ello hay que reconocer eso “otro” que no se es o no se quiere ser.
En el campo de lo político eso “otro” (que para ser verdaderamente “otro” debe adquirir cualidades monstruosas y extrañas pues lo que se necesita es identificarlo para discriminarlo), es el kirchnerismo. En este sentido, desde hace tiempo los opinadores que pareciera que duermen en los canales de TV, y las plumas de editoriales dominicales, buscan imponer que el kirchnerismo es una enfermedad, una alteración en el organismo social que hay que extirpar. Los que son profundamente antiperonistas extienden ello a todo el peronismo; y algunos de los que se dicen peronistas pero interpretan al kirchnerismo como una anomalía, reivindican un pretendido “buen peronismo anti K” que pareciera ser un peronismo que es tan pero tan bueno que se parece demasiado al antiperonismo.
En el campo de la corporación periodística, eso “otro” monstruoso es el “seisieteochismo”. Contra esa bestia están todos, incluso muchos de los periodistas progresistas que acompañaron con mayor o menor énfasis al gobierno anterior. En este sentido, periodistas conservadores y progresistas coinciden en darles una denominación especial a los que empezaron a poner en tela de juicio el mito decimonónico del periodismo independiente. Así, el “seisieteochismo” y los “seisieteochistas” se transforman rápidamente en sinónimo de militantes, advenedizos, ladrones o ignorantes pero nunca periodistas. Tal campaña de estigmatización se desarrolló durante los años en que el programa estuvo al aire y lo más insólito es que continúa con enorme beligerancia siete meses después de su última emisión.
Ahora bien, ¿cuál es el factor aglutinante que le da presunta unidad a ese “nosotros” y es capaz de dejar afuera a lo monstruoso? ¿La política? No. La ética. En otras palabras, la corporación política y la periodística están construyendo su propio mito de origen y de ejercicio en torno a la ética, la cual a su vez buscan identificar con las determinaciones de algunos sectores del poder judicial. La consecuencia está a la vista: una sociedad del pleito, políticos, ministros y periodistas que trabajan de presuntos fiscales de la república, e imputaciones a todo aquello o aquel que haya sido kirchnerista. Es más, han instalado que haber sido K es ya, en sí mismo, una imputación digna de ser judicializable o al menos condenable socialmente. Mientras esto sucede, paradójicamente, emergen condenados como Lanatta, Elaskar, Fariña y Pérez Corradi, sospechados de corrupción como Schoklender o exagentes como Jaime Stiuso para, de repente, ser la reserva moral de la Argentina indignada por la corrupción. Es que la honestidad y la verdad de las afirmaciones se mide también en relación a ese límite, a ese exterior constitutivo que marca el afuera.  De esto se siguen nuevos criterios a partir de los cuales será honesto todo aquel que denuncie a “lo otro” y será verdadera cualquier acusación que se le haga a “lo otro”, provenga de quien provenga. “Lo otro” será, a priori, culpable y llevará en sus espaldas la inversión de la carga de la prueba, esto es, deberá probar que es inocente. Sin embargo, los que buscan cerrar la grieta tratarán de que esa sociedad que no respeta el principio de inocencia ni siquiera le respete, a lo monstruoso, el derecho a tratar de probar tal inocencia. Si no es la justicia adicta, será el escrache y la condena social en base a acusaciones falsas. Un Medioevo pero con diarios, TV y Twitter.    
Por otra parte, las enormes torpezas, contramarchas e ineptitudes del gobierno en materia de gestión contrastan con su efectividad para instalar reformas estructurales y perseguir a “lo otro”.  Así, muchas veces, alguna legisladora, gracias a los favores de algún servicio “mano de obra desocupada” denuncia, algún fiscal o juez inescrupuloso monta una escena sobre eso y, luego, los medios oficialistas replican. En otros casos, un funcionario, como Lombardi o Lopérfido, pasa información falsa por debajo de la mesa para desprestigiar artistas, universidades o comunicadores presuntamente K, un periodista presuntamente intrépido publica las mentiras y el resto de la corporación comienza una campaña violenta de estigmatización contra los señalados. Todo esto con la total impunidad propia de los periodistas oficialistas de hoy, algunos de los cuales son los amplificadores de las operaciones, trabajan en radios del Estado y/o con el Grupo Clarín pero tienen la suerte de seguir siendo periodistas independientes. Con todo, lo importante es que todos son fiscales, no desde la política sino desde la ética. Hasta los políticos oficialistas son fiscales y no políticos. Recién mencionaba al ministro Lombardi. ¿Recordás aciertos de la gestión Lombardi y para qué asiste a los medios de comunicación el Ministro? A mí me sucede que siempre lo veo denunciando a los referentes comunicacionales del gobierno anterior o mostrando que gasta poco. Evidentemente, si no muestra los logros de su gestión será porque en TV el tiempo es tirano y, para el ministro, será siempre un tirano prófugo.
Por cierto, ya que hablamos de funcionarios ¿qué hace la oficina anticorrupción liderada por Laura Alonso además de sugerir públicamente a los funcionarios que deleguen la firma si creen estar en incompatibilidad? Perseguir la presunta corrupción (pero siempre del gobierno anterior, nunca del propio). La lista podría continuar pero ya hay demasiados nombres propios para una nota que pretende ser conceptual.         
Corporaciones que actúan como fiscales y un espacio político y cultural imputado en tanto tal, en medio de una sociedad que asiste deseosa al espectáculo mediático de la sentencia y el castigo de eso “otro” monstruoso que le han construido. Ninguna época es comparable con otra pero este camino, en la Argentina, ya ha sido tristemente transitado.  
 


viernes, 8 de julio de 2016

La conducción y los empoderados (publicado el 7/7/16 en Veintitrés)

El último domingo, la expresidenta CFK brindó su primer reportaje tras la finalización de su administración en el gobierno. Lo hizo en el canal C5N, en el programa de Roberto Navarro, y con ello culminó una etapa de casi siete meses en los que las comunicaciones oficiales de la conductora del FPV se habían realizado a través de las redes sociales (con la excepción de aquel recordado acto de abril, bajo la lluvia, frente a Comodoro Py). En este caso fue una charla telefónica, lo cual no parece la mejor decisión comunicacionalmente hablando pues en la Televisión hace falta imagen y en política también. Que haya sido “en vivo” fue mejor que haya sido grabado pero la presencia de su figura, sus gestos y sus modos hubieran tenido un impacto enormemente mayor. Desconozco si fue una decisión propia o de sus asesores pero podría haber sido una buena oportunidad para mostrarse. De hecho, como se indicara en esta misma columna la semana pasada, el tipo de liderazgo que construyó CFK ameritaría una presencia mayor desde lo comunicacional y desde lo político. En otras palabras, la expresidente forjó un liderazgo fuertemente paternalista y totalizante comparable con los de grandes figuras de nuestra historia y, en ese sentido, es natural la sensación de orfandad y vacío que supone su decisión de “retiro” de la vida pública. De hecho el hashtag #VuelveCristina, más que una definición política, parece un ejercicio de porteñocentrismo pues ¿cuál es el sentido de este “Vuelve” si no se había ido a ningún lado? El “Vuelve” tenía sentido con un Perón proscripto y fuera del país pero CFK no se fue del país sino que, solamente, se fue de la Ciudad de Buenos Aires para dirigirse al lugar en el que vive desde hace décadas pero que, vale aclararlo, queda dentro de la Argentina. En todo caso el verdadero #VuelveCristina se daría en el momento en que la expresidente decidiera retomar activamente el rol de liderazgo de un espacio que recibe una persecución mediático-judicial sin antecedentes en tiempos de democracia.     
Durante la entrevista no hubo definiciones ni diagnósticos novedosos políticamente hablando. En todo caso, los “títulos” fueron el pedido de una auditoría sobre toda la obra pública, el duro golpe que resultó la “escena López”, la denuncia de una persecución judicial y política en su contra y las aclaraciones en torno a su relación con Báez.
Sin embargo, cuando se le preguntó respecto de su futuro político y de la idea de “ponerse al frente” de la oposición, CFK fue evasiva y continuó con su idea de “empoderamiento ciudadano” horizontal y alejado de cualquier tipo de liderazgo vanguardista.   
Dicho esto, la pregunta que sigue sobrevolando y que muchos esperábamos que fuera respondida en el reportaje, es cuál será el futuro político de CFK o al menos cuál es su plan para el corto y el mediano plazo. En este punto, considero que las hipótesis al respecto debieran basarse no solo en el clima de época y el vértigo del cambio en el escenario político sino en la trayectoria, llamemos, “ideológica” de la propia CFK.
En este sentido, bien cabe trazar algunas continuidades que en esta revista supimos delinear cuando en el acto antes mencionado la expresidente lanzó la idea del “Frente ciudadano”.
En aquel momento señalábamos que la categoría de “ciudadano” pertenecía más a una tradición socialdemócrata que a una tradición nacional y popular, lo cual, por cierto, a priori no tiene nada de malo. Incluso señalábamos que tal categoría estaba emparentada con la idea de “empoderamiento” que CFK comenzó a utilizar en su último año de mandato y que resuena mucho a la horizontalidad pregonada por el PODEMOS español.   
Y a su vez, indicábamos que sin renegar del peronismo, en CFK la impronta socialdemócrata y republicana aparece con fuerza también en su política de DDHH y en, mal que les pese a muchos, el carácter fuertemente institucionalista ganado, probablemente, en sus años de legisladora. Insisto con esto: más allá del “relato” liberal que reemplazó al fantasma comunista por el fantasma populista y lo representa como una suerte de monstruo antirepublicano y demagogo, CFK ha demostrado en varios aspectos una perspectiva mucho más institucionalista que la de Cambiemos y que la de muchos miembros de su propio frente. Por citar algunos ejemplos, frente a la pornográfica acumulación de vetos y al abuso de los decretos realizados por el PRO en Ciudad y en Nación, piénsese cómo el kirchnerismo llevó al Congreso la resolución 125 o la llamada “Ley de Medios”, y cómo esperó pacientemente que el poder judicial se expidiera sobre esta última a tal punto que el Grupo Clarín obtuvo el tiempo necesario para no acatarla nunca.                    
Para finalizar y suponiendo que el análisis aquí realizado es el correcto: ¿Cómo se compatibiliza un liderazgo fuerte y verticalista como el de CFK con el llamado a un empoderamiento ciudadano horizontal? ¿Este llamado supone una renuncia al tipo de construcción propio del peronismo? Y a su vez, ¿el empoderamiento es un momento superador en una especie de dialéctica de un proyecto nacional que solo necesita verticalismo y liderazgos hasta que el pueblo y los sujetos de forma individual alcancen la autonomía o es lo que impone la circunstancia en la coyuntura particular en la que la conductora, por diversas razones, no quiere ejercer esa conducción, no hay nadie capaz de reemplazarla y se espera la aparición de un nuevo liderazgo?
Lo siento, pero se trata de preguntas que, al menos hoy, no le puedo responder. 



viernes, 1 de julio de 2016

El imperdonable lujo de la fragmentación (publicado el 30/6/16 en Veintitrés)

Tras “la escena López” parecen haberse acelerado los tiempos de una diáspora en el Frente para la Victoria. Todo había comenzado con la salida del bloque liderado por Bossio, realizado antes de que comenzaran las sesiones ordinarias, y esta última semana continuó con el desprendimiento del bloque de diputados del Movimiento Evita. Asimismo, los rumores indican que en breve podría haber una nueva e importante ruptura con lo cual es posible que el bloque de diputados del FPV se reduzca a algunas decenas de lo que se conoce como “kirchnerismo duro”.
Con todo, hay un rasgo curioso y si bien nunca faltan los oportunistas, en algunos casos, ex gobernadores que, de repente, parecen haber nacido de un repollo y reniegan de las políticas y de la conducción que defendieron durante estos doce años y que les permitió ganar las elecciones en sus provincias, muchas de las rupturas no se hacen por razones estrictamente ideológicas si bien es verdad que muchos de los “escindidos” fueron capaces de apoyar políticas progresistas y de izquierda solo en tanto eran arrastrados por la conducción y el contexto de época de la región. Ahora bien, usted dirá, con razón, que algunos de los que rompieron ansiosamente con el bloque del FPV votaron a favor del acuerdo con los Buitres, lo cual, parecía un límite. Sin pretender justificar una acción que tendrá costos para generaciones de argentinos, es posible que muchos de los congresistas hayan tenido que sopesar sus convicciones con las necesidades, los reacomodamientos y, por qué no, con los aprietes, tanto del gobierno nacional como de los propios gobernadores que son los que deben poner la cara en cada uno de sus distritos. Seré claro: lo que quiero decir con todo esto es que aun con diferencias en algunos casos importantes y aun reconociendo que hay sectores que convivieron con cierta incomodidad con las reformas más progresistas del kirchnerismo, la fragmentación se debe más a diferencias con el modo de conducir que a razones ideológicas de fondo. Así lo afirmó públicamente, por ejemplo, el referente del Evita, “Chino” Navarro, quien, según trascendió en los medios, se habría reunido durante largas horas con la propia CFK la semana anterior, y le habría manifestado la necesidad de que ella tuviera una mayor presencia y un ejercicio efectivo de conducción más amplia que incluya, como lo hizo otrora, a sectores y referentes locales que durante años se sintieron desplazados o perjudicados por las decisiones que la expresidente tomaba.
Desde mi punto de vista, el momento elegido por el Evita para hacer la escisión no parece el adecuado pero también resulta claro que el pedido a Cristina de una mayor presencia y de una conducción más amplia se encuentra en buena parte de la militancia, incluso en los que la han defendido y la defenderán por siempre. En otras palabras, para quien ejerció el gobierno durante ocho años con una impronta de liderazgo formidable se espera algo más que apariciones circunstanciales con cartas en redes sociales. Esta “ausencia”, que no sabemos si se trata de una decisión de vida o de una estrategia política, genera sensación de orfandad en sus seguidores y sensación de acefalía en las organizaciones.  
Volviendo a la cuestión de las presuntas diferencias entre el kirchnerismo más duro y los otros sectores que conformaron el movimiento nacional en los últimos años, cabe remitirse al Encuentro “El peronismo en el bicentenario de la independencia”, organizado por el PJ en Formosa el 23 y 24 de junio. Sin presencias de referentes de La Cámpora ni del massismo ni de Bossio, el documento final que se proponía como un ejercicio de actualización doctrinaria, resaltó los logros de los doce años mencionando con nombre propio a Néstor Kirchner y a CFK para escándalo de ciertos sectores progresistas porteños que durante años fueron parte del FPV y cada vez que hablan del PJ y de gobernadores como Insfrán repiten como un mantra todos los prejuicios habidos y por haber mientras conocen la realidad de esas provincias y las organizaciones que allí trabajan desde arriba de una combi, con guía turística y leyendo manuales de algún politólogo que habla de clientelismo y de políticas indígenas como una aventura antropológica y desde revistas que se escriben en francés.
En el documento final del Encuentro se afirmó que a las tres banderas clásicas del peronismo, habría que agregarle una fuerte impronta federalista, el compromiso con la construcción de una “Patria Grande” y uno de los elementos identitarios del kirchnerismo: la defensa irrestricta de los DDHH (desde una perspectiva pluricultural y multiétnica); también se llamó a continuar con la agenda de ampliación de derechos, tan cara al peronismo, tomando en cuenta, por ejemplo, el derecho a un ambiente sano tal como se sigue de la anticipadora Carta de Perón escrita en 1972 (“Mensaje Ambiental a los pueblos y gobiernos del mundo”) y de la encíclica papal Laudatio si. Incluso, para los que consideran que todo lo que huela a PJ tiende al conservadurismo, se habló de una política de derechos emancipatoria que fomente un debate público acerca de la posibilidad de una reforma constitucional que sustituya la actual Constitución de matriz neoliberal y que se avance hacia una redefinición de los límites de un poder judicial que en Argentina y en la región es uno de los principales actores de desestabilización de los gobiernos populares. También se tematizó el carácter frentista del peronismo capaz de incluir otras fuerzas, de un Estado activo con políticas inclusivas y de la amenaza de la derecha neoliberal hacia la larga lista de derechos conquistados en estos últimos doce años. Asimismo, en ese documento se indicó que la verdadera grieta es la de la desigualdad; que la solución a ese drama no es el endeudamiento sino una política de industrialización y fomento del mercado interno, y que el Banco Central no puede ni debe ser “independiente” de la política económica del país. Es más, incluso se dedicó un párrafo entero para, quizás, la disputa más importante que haya dado el kirchnerismo, cuando se indicó: “Ayer con la tiza y el carbón, hoy con los nuevos medios digitales y en especial bregando por la recuperación del derecho al acceso amplio y democrático a la comunicación, la batalla cultural se expande y continúa. Es una batalla que se libra en el campo mismo del lenguaje, cuando se distorsionan hasta las palabras y su sentido con términos como flexibilización laboral, cambio, sinceramiento y pesada herencia, configurando un fraude semántico que, con su engaño, intenta manipular a la sociedad. Reivindicamos por ello las valiosas conquistas, aún incompletas, obtenidas por los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, que son patrimonio del pueblo argentino, tendientes a democratizar la palabra, combatir la concentración de medios y el compromiso con nuevos contenidos federales, culturales y educativos”.
La lectura de este documento final muestra que al interior del PJ hay enormes puntos de encuentro con lo que estuvimos llamando “kirchnerismo duro”. Si bien es atendible que a la luz de la historia se tenga cierta desconfianza hacia el pragmatismo mal entendido que varias veces adoptó “el partido” (y que también adoptaron, por cierto, referentes de ese “kirchnerismo duro”), desde mi perspectiva, el futuro político de CFK necesita de un ejercicio de conducción que vaya un paso más allá de “los puros” incluyendo también a sectores que hoy están dentro del FPV con críticas al papel de CFK, y sectores y referentes que están afuera pero con los cuales se pueden hallar elementos en común, máxime frente a un adversario político tan claro como es el macrismo.
Dicho de otra manera, frente a una derecha legitimada por las urnas y decidida a acabar con las conquistas de la última década, no hay lugar para el lujo de la depuración que llevada al extremo conllevaría un espacio testimonial o “la unanimidad del sí mismo”, aun cuando se puedan esgrimir buenas razones de mediano plazo para hacerlo.      
En todo caso, parafraseando a Alfonsín cuando afirmaba que era mentira que la sociedad argentina se hubiera derechizado pero que, si eso fuera cierto, entonces el radicalismo no debería alterar sus convicciones sino prepararse para perder elecciones, podemos decir que a esa amplia masa gelatinosa, compleja y diversa que llamamos “movimiento nacional y popular” podríamos perdonarle (y hasta exigirle) que pierda las elecciones ante el escenario de una sociedad derechizada pero nunca podrá perdonársele perder las elecciones por llegar a ellas en bloques tan puros como fragmentados.