sábado, 31 de octubre de 2015

El factor Buenos Aires (publicado el 29/10/15 en Veintitrés)

Genera perplejidad que una candidata a la que no se le reconoce al menos una definición política y posee una retórica que transita todos los lugares comunes de la autoayuda oenegista, sea la artífice de lo que se presenta como la posibilidad cierta de la llegada a la presidencia de Mauricio Macri. Genera perplejidad porque era de esperar que tras 12 años de construcción el kirchnerismo fuera vencido por una alternativa política y robusta que lo supere en todo sentido aun cuando lo haga desde la derecha. Pero no es el caso y el PRO está cerca de terminar con la década larga de proyecto nacional y popular. Sin embargo, cabe decirlo, evidentemente el adversario político ha tenido sus méritos y en esta columna en la que se ha criticado al consultor Durán Barba por su “maquiavelismo antipolítico” (si tal conjunción no resulta un oxímoron), también se había dicho que la estrategia de la “pureza” era una estrategia adecuada puesto que, en cierta instancia, una hipotética alianza con Massa no le hubiera sumado los votos necesarios y lo hubiera obligado a resignar espacios. Ahora Macri llegó a la segunda vuelta apenas 2,5% por detrás lo cual lo pone, quizás, incluso, como favorito, más allá de que habrá que evaluar cuánto de antikirchnerista y cuánto de antimacrista tiene el voto peronista del ex intendente de Tigre que en este momento tiene el desafío de hacer valer esos 21,3% de los votos obtenidos.
Ahora bien, más allá de los aciertos del PRO creo que también habría que evaluar los errores del kirchnerismo, alguno de los cuales se vinculan a aspectos que anteceden a la estrategia electoral. Me refiero puntualmente a la dificultad de generar liderazgos por fuera de la figura de Néstor y Cristina, liderazgos que pudieran eventualmente devenir en candidaturas competitivas. Porque Scioli no era la primera opción como tampoco lo era Randazzo. En realidad no había plan B y si CFK no lograba una modificación en la Constitución, lo que restaba era simplemente esperar a ver quién picaba en punta. Impulsar que aquel que desee suceder a la actual presidente deba competir, tal como lo hicieron, recuerde, la casi decena de candidatos que uno a uno fueron haciendo su “baño de humildad”, es una decisión razonable pero tomada ante la incapacidad, la imposibilidad o el deseo de no apuntalar una o unas figuras que pudieran aparecer como reemplazantes naturales.   
Esto, por supuesto, tampoco implica hacer recaer todas las culpas sobre una forma peronista de construcción del poder. Los que no pudieron o no se animaron a disputar ese espacio tienen también su cuota de responsabilidad y Scioli tendrá también su cuota tanto en el triunfo como en la derrota. 
Pero, además, hubo un error importante en la estrategia electoral. Dado que en esta columna me equivoco bastante déjeme recordar las pocas veces que logro algún acierto porque en su momento denuncié las consecuencias que podía traer aparejada la decisión presidencial de disputar, en las PASO, una interna para dirimir el candidato a presidente. En aquel momento señalé que la estrategia discursiva de Randazzo, demasiado vehemente frente a su adversario, terminaría afectando al oficialismo y reduciendo sus chances de victoria. Probablemente la presidente interpretó este fenómeno del mismo modo y decidió ungir a Daniel Scioli, aquel que mejor medía, y acompañarlo con una figura del riñón del kirchnerismo como Carlos Zannini que no traía votos pero era una señal hacia los sectores progresistas del oficialismo que dudaban de la lealtad del actual gobernador de la provincia. Sin embargo, disolver “a dedo” la interna que se iba a jugar en las PASO tenía sus consecuencias y la información que trascendió fue que la manera de contentar al desplazado Randazzo fue ofrecerle ser el único candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, algo que el actual ministro rechazó. La historia resolverá pero, desde mi punto de vista, rechazar el segundo cargo ejecutivo más importante de la Argentina es un error, máxime porque, si bien en tanto contrafáctico nunca lo sabremos, hay buenas razones para suponer que Randazzo se hubiera impuesto a Vidal. Lo cierto es que ante esa negativa, CFK entendió que tenía la posibilidad de brindarles a sus votantes una interna o, en todo caso, no quiso asumir el costo de resolver otra candidatura a dedo. El resultado de ello fue proponerles a Julián Domínguez, Fernando Espinoza y a Aníbal Fernández que diriman el asunto en las PASO lo cual generó que inmediatamente los primeros dos se unieran en una fórmula. Y allí sucedía algo particularmente extraño: Domínguez era el menos conocido pero su imagen positiva hacía que Scioli no perdiera votos. Distinto era el caso de Aníbal Fernández que picaba en punta pero tenía un enorme rechazo de parte de la población no kirchnerista. Algunas semanas después de la determinación de las fórmulas, la vergonzosa operación mediática que sufrió el actual Jefe de Gabinete de parte del Grupo Clarín, paradójicamente, llevó a la Casa Rosada a dejar la neutralidad y a apoyar a Fernández del mismo modo que hicieron los votantes kirchneristas que estaban en la duda y entendían que, el atacado por Magnetto, es el candidato del proyecto. El resultado fue un ajustado 21 a 19 en favor de la fórmula Fernández-Sabbatella, pero los costos ya se empezaban a sentir porque esos 40 puntos fueron menos de los votos que se necesitaban para apuntalar a Scioli y la debacle final llegó este último fin de semana cuando, para sorpresa de propios y extraños, Vidal obtenía 4 puntos más que la fórmula del FPV. El rechazo de un sector de los votantes a Fernández que, acompañado por Sabbatella, también se ganaba el encono de muchos intendentes peronistas, explica que la fórmula solo haya obtenido el 35,18%, dos puntos menos que lo que obtuviera Scioli y 5 puntos menos que los que obtuviera el FPV en las PASO.
El jefe de Gabinete adjudicó la derrota a una extraordinaria elección de Vidal, lo cual es cierto, pero también hizo referencia a “fuego amigo” sin dar mayores precisiones. Si bien pudo haber algún “herido” tras el duro enfrentamiento en las PASO, si alguno de sus principales adversarios hubiera querido boicotearlo encontraríamos una enorme diferencia entre los votos del candidato a presidente por el FPV y los votos a la categoría gobernador. Sin embargo, en Matanza, tierra de Espinoza, Scioli obtuvo 48,19% y Fernández el 46,66%; en Chacabuco, tierra de Domínguez, Scioli obtuvo 38,47% y Fernández 37,73%. Asimismo, en Chacabuco, el candidato a Intendente promovido por Domínguez también perdió la elección así que difícilmente podría pensarse que el actual presidente de la Cámara hubiera llamado a votar en contra de “sí mismo” para perjudicar a su contrincante en las PASO. Algo similar sucedió en Quilmes, donde el “Barba” Gutiérrez, enfrentado desde siempre a Fernández, perdió la intendencia en manos de un cocinero.
El de la Provincia de Buenos Aires fue el único resultado que se apartó de lo esperado y del patrón que más o menos se viene dando en la Argentina, esto es, un oficialismo que gana en la mayoría de los distritos (17 sobre 24) y que pierde en los grandes centros urbanos (algunas ciudades capitales, CABA y las provincias de Mendoza, Santa Fe y Córdoba). Tal fenómeno se replica en todos los países de Latinoamérica donde existen gobiernos populares y lo que aquí permitía que ese comportamiento no incline la elección era la tradición peronista que se imponía en la provincia que aporta el 37% de los votos. Caída la provincia, la elección se puede ganar igual, como ha sucedido, pero la diferencia se achica. Para finalizar, hoy parece un consuelo pero hay que decir que el kirchnerismo sigue siendo la fuerza que más votos obtuvo en cada una de las elecciones que se han realizado en los últimos doce años y que tendrá una mayoría de alrededor de 40 escaños en la Cámara de Senadores y será primera minoría en la Cámara Baja con cerca de 115 diputados entre propios y aliados, esto es, a poco de los 129 que se necesitan para el quórum. Pero sin duda, peligra la elección más importante que es la presidencial. Una conjunción de virtudes ajenas y errores propios puede ayudar a entender el presente escenario. 

martes, 27 de octubre de 2015

Hay que callar a 678 (publicado en Diario Registrado el 23/10/15)

La previa a estas elecciones ha traído un hecho curioso: buena parte de los periodistas que han tenido la posibilidad de entrevistar a los candidatos a presidente les han preguntado sobre la continuidad de un programa de TV. Es un fenómeno inédito en la historia de la Argentina y quizás sea inédito en el mundo. El programa al que estos periodistas se refieren se llama 678 y se emite por la TV Pública un promedio de cuatro veces por semana durante una hora y media salvo los domingos en los que la edición alcanza apenas una hora. Como usted puede observar, se trata de un programa que ocupa el 3,15% de la programación del canal y si bien suele ser desplazado cada vez que se juega un partido de fútbol y en muchos casos es emitido en un horario poco habitual, es el programa de más rating en la TV Pública tanto para IBOPE como para SIFEMA.
Los periodistas preocupados por el futuro de este programa que lleva ya siete años en el aire defienden la idea de una TV Pública que no sea gubernamental. Sin embargo, le exigen al próximo gobierno que 678 no continúe. Es decir, exigen que la TV pública dependa de la decisión del próximo gobierno y, por lo tanto, se “gubernamentalice”. Es paradójico o, cuanto menos, extraño el pedido. Pero las razones detrás de ese pedido son bastante curiosas pues se exige el fin de 678 en nombre de la libertad de expresión. Dicho de otra manera, 678 sería un programa donde los informes y los panelistas defienden al gobierno, algo que, sin dudas, es, salvo contadas excepciones, cierto. Y eso, aparentemente, no puede suceder. ¿Por qué no puede suceder? Sinceramente no se sabe bien. Aparentemente, la libertad de expresión es una potestad de medios privados. Pues si uno está en la TV pública tiene libertad de expresión siempre y cuando no se exprese a favor del gobierno. Pareciera que, entonces, la libertad de expresión tiene que ver con el dinero porque se afirma que al emitirse por la TV pública, 678 se hace con el dinero de todos, y con el dinero de todos se pueden hacer programas de cocineros, noticieros, documentales, ficciones de calidad, programas para jóvenes y para chicos, musicales y ciclos de cine pero no se puede hacer un programa que, ocupando el 3,15% de la programación, se manifieste a favor del gobierno. Esta concepción “propietaria” de la libertad de expresión (solo pueden expresarse libremente los privados porque con su dinero pueden hacer lo que quieren, incluso mentir, falsear, tergiversar y desestabilizar) no resiste los avances en torno al derecho de información (derecho del que gozan los dueños de los medios y los periodistas empleados pero también los lectores y las audiencias que los consumimos). Asimismo, esta concepción “propietaria” de la libertad de expresión viene de la mano del argumento que resalta el supuesto daño económico que se les haría a los ciudadanos en tanto 678 sería pagado con los impuestos de todos. Sin embargo, por si usted no lo sabe, 678 es económicamente rentable, de modo que si usted cree que paga más impuestos por la existencia de este programa le digo que no: no solo no paga más sino que paga menos. Cualquier duda que tenga, ponga el programa entre las 21:50 y las 22:30 y allí observará todos los anunciantes privados que confían en el producto.
Sin embargo, periodistas como Luis Majul, periodistas que, particularmente, no son reconocidos por su brillantez, hasta pretenden emular a Rodolfo Walsh para, en un listado escrito en un castellano poco holgado, formular una carta abierta al próximo presidente y exigirle “Nunca más 678”. Más allá de que la utilización compulsiva del “Nunca más” conlleva el riesgo de banalizar una frase cuyo sentido está directamente vinculado al rechazo al genocidio que se cometió en Argentina, el periodista que, además, considera que la emisión de los partidos de fútbol los domingos a las 21:30 es una estrategia del gobierno para quitarle audiencia a su programa (SIC), lleva años en una campaña contra 678 en tanto se trataría de un programa de “propaganda”. Bien cabe preguntarse cuál es el criterio para determinar si un programa es, o no, de propaganda pero, aun si lo fuera, la pregunta que cabe hacer es: ¿por qué debe dejar de ser emitido un programa de propaganda? Que yo sepa Majul ni ninguno de los periodistas obsesionados con 678 pide “Nunca Más” para programas de evangelistas (donde se propagandizan los valores de su propio credo) o para programas de venta telefónica con chicas lindas. Menciono estos dos casos, simplemente, para no ingresar en la discusión acerca de cuán menos propagandísticos son otros programas periodísticos como el de Lanata, o el del propio Majul. Si hacer propaganda (política) es defender al poder podríamos discutir un rato largo si no son los majules y los lanatas los que hacen propaganda porque desde sus espacios defienden a los poderes económicos que los contratan y que auspician sus programas. En este sentido, Lanata hará periodismo cuando denuncie a Héctor Magnetto y Luis Majul se convertirá en periodista cuando denuncie el vergonzoso modo en que Daniel Vila y América TV han hecho campaña por Sergio Massa. Mientras no lo hagan, quizás, paradójicamente, sean ellos los propagandistas. Pero a pesar de ello creo que a nadie se le ocurriría escribir una carta pidiendo que esos programas dejen de emitirse. Porque la libertad de expresión es un derecho que tienen también los propagandistas.Para finalizar, es claro que un principio del modelo liberal de Estado es la neutralidad del mismo en materia religiosa y política. Si bien hay buena cantidad de bibliografía mostrando la imposibilidad de tal neutralidad podríamos conceder ese punto. Pero también hay otro principio muy pero muy liberal que es el del pluralismo y el Estado (liberal) debe garantizar tal pluralismo no solo al interior de la TV Pública sino tomando la perspectiva del mapa total de los medios porque la comunicación es un Bien público. Esto, claro está, como lo indica la ley de Medios, no quiere decir incidir en contenidos de canales privados pero sí significa que el Estado tiene la obligación de dar espacio a todas las voces evitando las posiciones monopólicas y dominantes. Y la voz de un programa con un inocultable e inocultado sesgo como 678, no tenía lugar en los canales privados, y, pareciera ser, se busca que ni siquiera tenga lugar en la TV Pública a pesar de que representa a una parte importante de la sociedad, esto es, aquella que, en líneas generales, es afín al oficialismo. Qué sucederá con el programa el año que viene, este humilde escriba, no lo sabe, pues el contrato de la productora privada que lo realiza con la TV Pública se renueva todos los años en diciembre tanto como los contratos de los panelistas que no son empleados públicos sino empleados de la productora privada. Puede que el programa siga en la misma pantalla, puede que deje de emitirse, o puede que pase a un canal privado de aire o cable. Si sucediera esto último, las críticas a 678 continuarían y de ese modo quedaría expuesto que el problema no es el canal desde el que se transmite sino el contenido del programa, los intereses que afecta y el modo en que ha expuesto la conexión pornográfica entre periodistas, dueños de medios y corporaciones económicas. Es por eso que se les pregunta a los candidatos por la continuidad de 678 y es por eso que un programa que, sin duda, tiene decenas de defectos y es ampliamente mejorable, todavía sigue molestando a todo el arco del establishment económico y periodístico opositor pero también, a buena parte de periodistas progres y oficialistas que han notado que 678 no pone en tela de juicio al periodismo opositor sino al periodismo todo.                               

viernes, 23 de octubre de 2015

Mucho más que una administración (publicado el 22/10/15 en Veintitrés)

Es un lugar común decir que en una elección presidencial se juega el futuro de nuestro país y también es un lugar común afirmar que la elección a la cual uno se dirige es más importante que las anteriores. Probablemente no sea así pero la intensidad con la que se vive el presente suele compeler, de una u otra manera, a ese tipo de suposiciones. Al fin de cuentas, si reseñamos las elecciones que se dieron en nuestra última etapa democrática, todas fueron y nos parecieron determinantes, claves, fundacionales, etc. La del 83 porque veníamos de la dictadura más sangrienta y era necesario encarar el desafío de la estabilidad democrática; en la del 89, porque debía resolverse el escenario de crisis económica fenomenal producido por el golpe de mercado y la consecuente hiperinflación; en el 95 se sometía a la voluntad popular la decisión acerca de continuar o no con el modelo neoliberal y en el 99 se trataba de terminar con la década menemista y rescatar de la crisis moral, social, económica y política al país, algo que, como usted sabe, no sucedió con la administración elegida. Continuando con la cronología, el 2003 era también una elección clave en tanto la ciudadanía elegiría por primera vez a su presidente después de la crisis de 2001, y en 2007 y 2011 se jugaba la continuidad democrática de un proyecto nacional y popular con una permanencia inédita en la historia argentina. 
Pero si usted ha aceptado esa breve y arbitraria descripción acerca de los grandes desafíos de cada una de las elecciones presidenciales desde 1983 hasta la fecha, tolerará que intente avanzar en aquello que, creo, se está poniendo en juego en esta elección. 
Comenzaré por la perspectiva regional porque del mismo modo que hubiera sucedido con una derrota de Maduro o de Dilma en las últimas elecciones, que el kirchnerismo pierda la elección frente a un partido liberal conservador como el PRO, supondría un efecto dominó fatal para los gobiernos populares de la región. Ya hemos visto cómo, hace algunas semanas, Estados Unidos cerró un acuerdo con 11 países incluyendo a Canadá, México, Colombia, Perú y Chile, esto es, gobiernos que, por diversas razones, siempre se mantuvieron a distancia de un MERCOSUR hegemonizado por la variante pretendidamente populista de líderes como Kirchner, Lula, CFK y que, más tarde, hasta incluyó a Chávez y Evo Morales. De esta manera la gran potencia del norte intenta hacer pie en Latinoamérica y cercar a los gobiernos “disidentes”.
Como si esto fuera poco, tanto por su simbolismo como, sobre todo, por su potencia económica, Estados Unidos azuza y espera la caída de alguno de los “3 grandes” participantes del “eje del mal” de la región. Y como se puede observar, la situación de Venezuela es difícil pues no puede controlar la inflación y su economía es dependiente del precio de un petróleo que oscila entre los 40 y los 50 dólares, muy lejos de los 100 dólares a los que había llegado apenas algunos años atrás; en Brasil, el escándalo Petrobras tiene a Dilma Rousseff resistiendo un pedido de juicio político y con una imagen positiva bajísima a pesar de haber logrado la reelección hace menos de un año. En el caso de Argentina, la situación económica es estable y hasta pareciera ser el único país de la región con crecimiento de su PBI en 2015; asimismo, los embates judiciales ya tuvieron su primavera y si bien lograron esmerilar la figura del vicepresidente no pudieron afectar la imagen de CFK quien también resistió a la tan peligrosa como insólita operación mediático-judicial que terminó con una denuncia desestimada por descabellada y un fiscal muerto que, a juzgar por los elementos que se han dado a conocer, se habría quitado la vida voluntaria o inducidamente, quizás, por los mismos cómplices de la operación. Sin embargo, el oficialismo no puede contar con su principal figura por un límite constitucional y eso hace que en las primarias abiertas se haya impuesto por un margen considerable pero no concluyente como para llegar holgado a la elección de este domingo.      
Si abandonamos lo regional para centrarnos en lo local, la hegemonía cultural que ha logrado el kirchnerismo ha obligado a los candidatos opositores a moderar, ocultar y, en algunos casos, girar 180 grados en sus diatribas contra los principales pilares del modelo. Porque te vienen a contar que vienen a pacificar la Argentina, a permitirnos comprar dólares, a darnos seguridad, a respetar las instituciones y a tratar bien a los periodistas pero en el fondo van por los fondos de pensiones; por las reservas del Banco Central; por las paritarias; por el fin de los planes sociales y de los subsidios (no solo los que no deberían darse sino todos los subsidios); por la baja en los impuestos (para los que más tienen), por la privatización de YPF; por la privatización de Aerolíneas; por el endeudamiento a cambio de reformas estructurales bajo receta neoliberal; por una educación pública pauperizada que restrinja la educación adecuada a los sectores que pueden pagar un establecimiento privado; por la política de Memoria, Verdad y Justicia, etc. No te lo dicen porque nadie que explicite estos deseos puede ganar hoy una elección en la Argentina. Sí lo podía hacer en el 95 pero no hoy porque la Argentina es otra.       
En cuanto al sistema político, está en juego, sin dudas, la fisonomía de los dos grandes partidos de la Argentina. El castigado radicalismo, aun si ganara su Alianza Cambiemos, (algo no imposible pero poco probable) tendrá enormes dificultades para recomponer su identidad tras haber acompañado a un candidato como Macri; en cuanto al PJ, un triunfo de Scioli sería una señal para el ala más tradicional pero no deja de ser cierto que ese espacio deberá convivir con el bloque que ha conformado CFK y que promete acompañar al nuevo presidente mientras se presenta como el garante de lo conseguido frente a quienes temen que una presidencia de Scioli suponga un retroceso o, en todo caso, un gobierno con menos espíritu confrontativo como para ir por “lo que falta”. A su vez, con un radicalismo derechizado, el bloque, digamos, “k puro”, intentará aparecer como aquel espacio al interior del peronismo que recelará de cualquier intento de hacer del PJ un partido conservador como fuera en los años 90.    
Para finalizar, quisiera advertir algo que no se suele tomar demasiado en cuenta. Me refiero a que del mismo modo que algunas líneas atrás intentábamos sintetizar en una frase el escenario al que se debía enfrentar cada unos de los presidentes electos desde el año 83 hasta la fecha, creo que este presidente enfrenta un desafío enormemente complejo como el de los Fondos Buitre. Usted estará cansado de oír del tema pero siento la obligación de alarmar y decir que de esa negociación depende el mantenimiento de las conquistas y los derechos conseguidos en esta última década y, sobre todo, el futuro de generaciones enteras. Porque no se trata de pagar un millón más o un millón menos. Se trata de que una mala negociación retrotraería la situación de la Argentina a la de 2001, con una deuda impagable y la necesidad de recurrir al sistema financiero para someter, una vez más, nuestra soberanía política y nuestra independencia económica a los mismos que llevaron a la Argentina a su momento más difícil. El gobierno actual no se niega a negociar ni tampoco se niega a pagar. Solo indica que le dará a los buitres lo mismo que le ha dado al 93% de acreedores que aceptaron la reestructuración de la deuda. Mientras tanto, el principal candidato opositor ha hablado de “pagarle a Griesa lo que Griesa pide”, el candidato Massa tiene estrechos vínculos con la Embajada estadounidense y hasta algún Gobernador oficialista ansioso se ha pronunciado erráticamente exigiendo un arreglo “urgente”. Sin embargo, en la negociación con los buitres tras el vergonzoso fallo de Griesa, CFK se ha mostrado tan intransigente como Néstor Kirchner cuando negoció una enorme quita en la deuda. El tiempo ha demostrado que era la manera adecuada de negociar. Ahora llega un gobierno nuevo y una etapa nueva pero con algo que se va a mantener constante: la presión impúdica con la que unos pocos vienen por lo que es de las mayorías.
Por todo esto, quizás una buena parte de los argentinos, al elegir su voto, entienda que ésta puede no ser la elección más importante de la última era democrática pero tiene que tener presente que el 25 de octubre se elige algo más que la administración que gobernará el país durante los próximos 4 años.        

viernes, 16 de octubre de 2015

Makri: el gran legado de Cristina (publicado el 15/10/15 en Veintitrés)

Días atrás, Iñigo Errejón, uno de los referentes del Podemos español, disertaba sobre la noción de “hegemonía” en el Centro Cultural Kirchner y mencionaba la siguiente anécdota que les contaré más o menos de memoria y con alguna licencia que exija la narración.
Se trata de lo que sucedió cuando, algunos años después de haber abandonado el poder, Margaret Thatcher acepta dar una entrevista. El contexto político era otro, el partido conservador de la “Dama de Hierro” había sido vencido y los laboristas habían logrado formar gobierno. Estamos en los últimos años de la década del noventa. La demencia senil que la llevaría a pasar los últimos años de su vida prácticamente sin salir de su casa no estaba presente aún y el entrevistador comienza preguntándole cuál es el mayor legado que ha dejado ella y el “thatcherismo” a Inglaterra. Sin pensarlo mucho, quien fuera Primer Ministro entre los años 1979 y 1990 y será recordada por su batalla contra los sindicatos, su neoliberalismo furioso y su criminalidad cuando, violando las normas del Derecho Internacional, decidió hundir el General Belgrano asesinando 323 soldados argentinos, respondió tajantemente: Mi mayor legado es Tony Blair.
El entrevistador no comprendió cómo Thatcher, máxima referente del partido conservador, podía ser capaz de afirmar que el que era, en ese momento, el Primer ministro inglés y provenía del partido laborista, es decir, el partido opositor al conservadurismo, podía ser su mayor legado. Interpretado el comentario como un equívoco, el entrevistador le pide a la entrevistada que explique esa afirmación y Thatcher, palabras más, palabras menos, y en tercera persona, indica que Tony Blair es su mayor legado porque para triunfar tuvo que dejar de ser lo que era; tuvo que abandonar el programa laborista para parecerse demasiado a Margaret Thatcher.
La justificación de la respuesta es interesantísima y se puede aplicar a muchos ejemplos de la historia política argentina reciente. Piénsese por ejemplo en el caso de la Alianza y el modo en que el discurso socialdemócrata de la campaña terminó sucumbiendo el día en que Domingo Cavallo es elegido como Ministro de Economía. La decisión de ubicar allí al máximo exponente del modelo que generó una deuda imposible de pagar mientras sumía en la pobreza a más de la mitad del país y hacía que más del 20% de la población se encuentre sin trabajo, no obedecía simplemente a las presiones de las corporaciones y del FMI sino a que una porción mayoritaria de la población seguía creyendo que, quitando la corrupción, el modelo podía sostenerse. En otras palabras, los principios neoliberales no solo tenían una expresión normativa en las leyes ordinarias y en la Constitución del 94 sino que también se habían hecho carne en el sentido común, se habían naturalizado. Se repudiaba a Menem y al menemismo pero no al neoliberalismo porque el neoliberalismo había hegemonizado a la sociedad argentina. Así, entonces, para ganar la elección y para tener legitimidad en las acciones de Gobierno, la Alianza tuvo que abandonar sus principios y parecerse demasiado a Menem.  
Pero, claro está, las sociedades cambian, fluctúan y hoy, claramente, independientemente del resultado de la próxima elección, tras 12 años en el gobierno y con clara conciencia de que la batalla debía ser, ante todo, cultural, son los principios, llamemos, “nacionales y populares” los que hegemonizan la escena. Si usted simpatiza o no con estos principios poco importa, del mismo modo que poco importaba si simpatizaba con los principios neoliberales en la década del 90. Lo relevante es que oficialismo y oposición libran su disputa electoral en el marco del escenario político y cultural que construyó el kirchnerismo en estos años.
En ese contexto es que puede entenderse la patética pantomima de un antiperonista como Mauricio Macri inaugurando una estatua de Perón. Por supuesto que se han hecho cosas peores en nombre del General así que nadie debe escandalizarse pero no deja de ser llamativo que el referente del partido conservador en Argentina hable de justicia social cuando la justicia social es, para el peronismo, el principio por el cual el Bien Común le pone freno a la prepotencia usuraria individualista, esto es, el principio por el cual la Constitución peronista de 1949, dicho por su máximo ideólogo, Arturo Sampay, “es anticapitalista”.
Un “hombre del mercado” defendiendo un principio que ataca la base del capitalismo es, como mínimo, una paradoja y alcanza para no dedicar demasiado espacio a la necesidad de analizar el modo en que el conservadurismo argentino reivindica un Perón pasteurizado cuyo único legado parece haber sido que, hacia el final de su vida, en vez de hablar de “peronistas” habló de “argentinos”. Menos sentido aún tiene explorar a los exponentes del peronismo residual que se hicieron presentes en la velada pero que ni siquiera se atreven a decir públicamente que votarían al hijo de Franco. Han perdido todos los pudores pero siempre un nuevo pudor asoma o un espejo incómodo los refleja.
Retomando el eje, decir que la inauguración de esta estatua responde al oportunismo electoral es una obviedad si no se explica, además, el contexto en el cual reivindicar a Perón, a la justicia social y a los derechos de los trabajadores se transforma en una oportunidad electoral. Porque no siempre fue así. Pero hoy existe un horizonte cultural en que kirchneristas, pero también muchos no kirchneristas, entienden que dejar la economía a merced del mercado es un camino equivocado; que el principal enemigo del ciudadano no es el Estado sino la ausencia del mismo; que las multinacionales, los organismos de crédito internacional y los Fondos Buitre presionan para instaurar en Argentina un modelo de exclusión; que YPF, Aerolíneas y los fondos jubilatorios deben ser del Estado, etc. Y cabe repetirlo: se trata de convicciones que exceden al votante kirchnerista, de aquí que el kirchnerismo pueda entenderse como hegemonizando la escena.          
Dicho por la “vía negativa”: ¿Cómo, Mauricio Macri, el candidato conservador que habla de achicamiento del Estado va a proponer en su campaña un Ingreso Universal a la niñez (más amplio que la AUH), un millón de créditos hipotecarios (que, como se comentaba en esta revista la semana pasada, supondría unos 300.000 millones de pesos, esto es, la totalidad de las reservas) o “Pobreza cero”, si una porción mayoritaria de la población no entendiera que ese tipo de propuestas (llevadas a la práctica en esta última década, claro está) son las correctas? ¿Cómo puede haber un spot de campaña en el que el máximo referente del PRO, partido que consecuentemente votó en contra todas las leyes medulares de esta última larga década, afirme que “vamos a continuar con todo lo que se hizo bien”, si no gracias a la evidencia de que oponiéndose a los principios que sustentaron las políticas kirchneristas va a perder la elección?
Resulta claro que una vez en el gobierno poco importan las promesas que se hayan hecho y que hay decenas de justificaciones harto transitadas para exponer frente a la sociedad un cambio de rumbo. Incluso, como sucedió con el kirchnerismo, podría darse que Macri gobierne la Argentina más de 4 años y que en ese lapso su mirada neoliberal vuelva a penetrar en la sociedad hasta transformarse en hegemónica. Pero hoy por hoy, el mayor legado de Cristina no es Scioli sino Makri, esto es, el Makri que se escribe con “K”, el que, para ganar la elección, sabe que tiene que dejar de ser Mauricio para parecerse cada vez más a Cristina.




    

viernes, 9 de octubre de 2015

Los guardianes detrás del debate (publicado el 8/10/15 en Veintitrés)

Con la pulcritud oenegista que una sociedad atrasada como la nuestra no se merece; con el acartonamiento propio de la seriedad y el tono grave que todo admirador de Santiago Kovadloff exige; con actuaciones estelares y “editorializantes” de moderadores amonestadores; sin salirse un ápice del libreto harto trabajado por los asesores y los focus group; casi noruegos de tan republicanos; supurantes de civilización y diálogo como le corresponde a las democracias chiquitas en las que las decisiones no las toma el que llega a la administración a través del voto popular; rodeados de un público igual o más civilizado aún y en el contexto de la Facultad que le brinda a los argentinos los fiscales de la República y las buenas costumbres contra el estatismo que atenta contra nuestros derechos individuales; con analistas que evalúan la calidad democrática, el interés y la participación por la cantidad de menciones en una red social. Así se desarrollaron los monólogos de lo que fue presentado ambiciosamente como #ArgentinaDebate, y que la ciudadanía pudo observar a través de la pantalla de América 2 entre cortes publicitarios que duraron entre 10 y 13 minutos ocupados por las empresas a las que “les interesa el país”.
Dicho esto no me voy a servir de los números del rating para afirmar que, dado que más argentinos vieron Independiente-River o el programa de Lanata, a los ciudadanos no nos interesa la democracia ni el intercambio de ideas, porque sería un reduccionismo. Además, del mismo modo que el éxito en una red social no significa nada en sí mismo, tampoco significa demasiado que los monólogos presentados como debates hayan sido vistos por más o menos gente. En todo caso, de ese dato se pueden hacer distintas inferencias y una de ellas podría ser que buena parte de la ciudadanía entendió que lo que allí había no era un debate sino un show y, si de shows se trata, prefiere el del fútbol o el de Lanata pues, a su vez, como show, el debate dejó muy poco. De hecho, los principales impulsores del montaje se quejaron de que nadie rompiera el molde y los principales análisis solo destacan algún que otro momento de quiebre de la monotonía. Pues al fin de cuenta escuchamos lo que los candidatos vienen diciendo y la única interacción entre ellos se dio cuando uno le hacía una pregunta al otro sin posibilidad de repregunta, con lo cual el preguntado hacía lo que todo asesor hubiera sugerido, esto es, negar la acusación y seguir adelante. Todo esto estructurado por temáticas y con un reloj severo que no permitía nunca intervenciones mayores a dos minutos. Dado que los candidatos, insisto, solo monologaron las propuestas que vienen repitiendo en programas de televisión y spot publicitarios, lo único que se recordará de #ArgentinaDebate son las dificultades gramaticales y argumentativas de Marcelo Bonelli, la fe republicana y las chicanas subrepticias de Luis Novaresio hacia el candidato ausente, la buena voz de Rodolfo Barilli, la puesta en escena del atril vacío para dejar en evidencia la falta de Scioli, la cantidad de veces que, como un mantra, el candidato de la izquierda repitió la palabra “trabajadores”, el “indignismo” acelerado de Stolbizer y los segundos de silencio que pidió el candidato Massa cuando le tocó usufructuar el tiempo que habría tenido el candidato del FPV y que la organización decidió distribuir para que todos los presentes hicieran su catarsis terapéutica contra el oficialismo.    
Como saldo parece poco. Ahora bien: ¿Si hubiera asistido Scioli hubiera sido mejor? No. Porque más allá de las cualidades del candidato x lo que obtura el debate es el formato dado que, como se ha dicho por allí alguna vez, el “medio es el mensaje” y es el “masaje” también.  
Ahora bien, probablemente las razones por las que el candidato del FPV eligió ausentarse no tienen que ver con esta mirada crítica hacia el formato. Más bien, probablemente, prime la idea de que liderando la intención de voto con altas probabilidades de ganar en primera vuelta no hace falta asumir el riesgo innecesario que supondría la lógica del programa televisivo “Intratables”, esto es, ser el invitado especial de una fiesta en la que se hacen presentes “todas las voces” para que por izquierda o por derecha la mayoría critique al oficialismo. Porque Scioli se hubiera encontrado con 5 candidatos atacándolo, de eso no cabe duda.
Sin embargo, se podría objetar que participar de un debate no es algo que dependa de estrategias electorales sino que es un deber republicano. Sobre ese punto me he pronunciado en esta misma revista y aun a riesgo de repetirme reafirmo que si bien podría ser preferible que haya debate aun cuando éste sea un show, lo cierto es que los requisitos republicanos que se esgrimen para exigir a los candidatos la asistencia, o bien están cubiertos previamente al debate o bien no logran ser  cubiertos por el debate. Siendo más específico, resulta insólito afirmar que el debate es necesario para que la ciudadanía conozca las posturas, la personalidad y los desempeños públicos del candidato porque, en tiempos de telepolítica, los candidatos están sobreexpuestos y hasta los que tienen menos recursos equilibran bastante la presencia mediática a partir de la última ley que otorga a los partidos espacios de difusión gratuita en medios. Por otra parte, el formato polemista, lejos de abrir el juego a que la ciudadanía revise sus posiciones y eventualmente pueda encontrar razones nuevas para ratificar o rectificar su voto, promueve la fidelización del mismo ya que la estructura empuja a que se tome partido de antemano por uno de los candidatos. La consecuencia de ello es que siempre creemos que ganó el debate el candidato que ya era de nuestra preferencia antes del mismo.
Pero además: ¿importa quién gane el debate? Aun si fuera cuantificable, ¿qué aspectos del mismo tomamos en cuenta para evaluarlo? Y, por sobre todo: ¿esos aspectos que permiten salir triunfador de un debate estructurado para show televisivo nos hablan de un buen futuro presidente o de un buen polemista mediático?
Es lamentable echar por tierra la excitabilidad republicana de comunicadores y de una parte de la audiencia que cree que participar y hacer política es mirar la tele y opinar pelotudeces en 140 caracteres. Pero resulta llamativo que los mismos que creen que el debate es esencial para la democracia nunca observen ni transmitan los debates que se dan en las cámaras de diputados y senadores o que, incluso, señalen que los mismos son una pérdida de tiempo. Incluso llama la atención cómo candidatos que no asistían (Macri) o no asisten (Massa, Carrió, Michetti, entre otros) a las sesiones de la Cámara para la que fueron elegidos por el voto popular, afirmen que quien no acepta ser parte del show le falta el respeto a la ciudadanía.
Y por sobre todo, para finalizar, creo que con la realización del debate no se beneficia ni la ciudadanía ni los polemistas. Más bien, los grandes beneficiados son aquellos interesados en que se naturalicen y legitimen al menos 3 ideas. En primer lugar, que solo una ONG (o un conjunto de ellas) es la adecuada para organizar un debate plural y neutral porque todo lo que huela a Estado, Gobierno u organizaciones populares parece estar viciado de antemano en tanto faccioso. De esta manera se busca instalar que los ciudadanos libres y racionales (en muchos casos con dudosos financiamiento en dólares), y nucleados en tanto individuos que forman parte de la sociedad civil, son los únicos con la idoneidad y la moralidad para organizar este evento.
En segundo lugar, ¿por qué el lugar escogido fue la Facultad de Derecho? Es de celebrar que el evento se hiciera en una Universidad pública pero ¿por qué no se hizo en Ciencias Sociales, en Filosofía y Letras, en Agronomía o incluso en Odontología ya que también de sonreír se trata? En tiempos de judicialización de la política y donde ciertos sectores sueñan con un gobierno de los jueces, el escenario no parece casual y abona el imaginario de un Estado y una democracia subsumidos al Poder Judicial.
Por último, ¿por qué los moderadores fueron periodistas? ¿No podría haber sido un académico? ¿Acaso un ferretero? ¿Un carpintero? ¿Un docente? ¿Por qué no un comentarista deportivo o más bien un mago con o sin dientes? ¿Fueron periodistas porque son buenos animadores con lo cual se deja bien en claro que se trataba de un show? ¿O fueron periodistas porque lo que se quiso dejar en claro es que debata quien debata lo que importa es legitimar y naturalizar que las ONG, el Poder Judicial y la corporación periodística son los guardianes morales de la República?      
 
 


viernes, 2 de octubre de 2015

"Denuncismo" para todos (publicado el 1/10/15 en Veintitrés)

A menos de un mes de las elecciones, prácticamente la totalidad de las encuestas habla de un triunfo de Daniel Scioli que no llegaría al 45% pero superaría por 10% a su inmediato perseguidor, Mauricio Macri. En general, el resultado de estas consultas arroja la cristalización de los votos de las PASO y apenas un reacomodamiento que, en este caso, le permitiría al FPV alzarse con el triunfo sin tener que recurrir a una segunda vuelta. Estos números indican que Sergio Massa resiste la polarización y que, incluso, puede haber capitalizado algo del voto que se le habría escurrido al PRO tras el “Niembrogate”, más allá de que todavía no le alcance para desplazar al ex presidente de Boca del segundo puesto.
Dicho esto, me quiero detener precisamente en la relación entre el escándalo que le costó al PRO la renuncia del primer candidato a diputado en la Provincia de Buenos Aires y la merma en el apoyo de los electores. Dicho más fácil, todos los encuestadores coinciden en que las groseras irregularidades de la empresa fantasma de Niembro le han quitado votos al PRO. Entonces la primera pregunta es por qué el votante macrista le quitó el apoyo a la escudería amarilla tras el escándalo público. ¿Usted tiene la respuesta? Piénselo bien porque no creo que el interrogante planteado pueda ser respondido cándidamente afirmando que, naturalmente, cualquier caso de corrupción o incorrecto accionar de un funcionario público quita votos. La prueba de ello es que el propio Mauricio Macri se encuentra procesado y sin embargo ha ganado elecciones y se ha posicionado como un candidato con posibilidades de alcanzar la presidencia. ¿Entonces por qué le quito el apoyo a mi partido si se sospecha que uno de los candidatos recibió dinero de forma irregular y no se lo quito si el principal referente se encuentra procesado por escuchas ilegales?
Es muy tentador responder que a una parte del votante PRO le indigna más que le quiten dinero de sus impuestos que el hecho de que lo espíen aunque esa respuesta puede ser equivocada ya que muchos de esos votantes, por ejemplo, están preocupados por la posibilidad de que el gobierno nacional los espíe a través de la tarjeta SUBE. Al menos así lo expresan a través de las redes sociales y sus celulares mientras dan información y aportan selfies que muestran desde qué lugar del país o del mundo expresan su preocupación.
Digamos entonces que es un misterio o que probablemente haya otro montón de factores en juego. A primera vista se me ocurre pensar que el PRO y los medios opositores, por razones personales y de enemistad construida durante décadas, le “soltaron la mano” a Niembro como no se la soltaron a Macri en su momento a pesar de que su situación es infinitamente más grave que la del relator de los partidos de fútbol y los indultos a los genocidas. En segundo lugar, los momentos son distintos y lo que puede indignar en un determinado contexto puede no hacerlo en otro más allá de que eso hable de cierta incoherencia. Pero como estas líneas no intentan juzgar a nadie sino solamente explicar podemos tomar este punto como variable. Por último, puede ser que, aunque resulte insólito para una administración que subejecutó presupuestos de diversas áreas durante años y tiene la decisión política de ir debilitando todo aquello vinculado a lo público, se creó el mito de que la administración PRO en la Ciudad ha sido una buena administración y a una buena administración le podemos permitir que espíe pero no que robe. La protección mediática sin duda ha ayudado a construir este “relato PRO” que se apoya en dos presupuestos del sentido común bastante zonzos: si es ingeniero y empresario debe administrar bien y si es rico entonces no va a robar porque no le hace falta.
Sin embargo, no se necesita realizar ni siquiera una breve historia de la casta de empresarios que crecieron en la Argentina a costa de los negociados con un Estado cómplice ni rebatir con decenas de ejemplos cómo el hacerse de lo ajeno es un atributo transversal a todas las clases sociales y está lejos de ser exclusividad de los que menos tienen. Con todo, sin que ninguna de estas variables pueda explicar por sí mismo el fenómeno electoral, lo cierto es que parecería que, esta vez, el PRO, la nueva política, ha perdido votos por las mismas razones que los perdía la vieja política, lo cual en un sentido debería preocuparnos porque hablamos de un electorado que aparentemente avalaría un modelo de ajuste neoliberal en la medida en que, a diferencia de lo ocurrido en los años 90, no se robe.
Pero quisiera agregar una segunda faz del “Niembrogate” vinculado a la estrategia de esmerilar políticamente a partir de las denuncias de corrupción. En este sentido, la oposición argentina ha tenido algo de su propia medicina, o dicho en otras palabras, el kirchnerismo y sus medios afines han machacado, aparentemente, con razón, sobre la vergonzosa cadena de irregularidades alrededor de “La Usina” y luego avanzaron hacia lo que serían otros casos de desvíos de fondo o formas corruptas de financiar la política partidaria a través de los dineros públicos.
Sin embargo, el “denuncismo mediático” no es propio de un kirchnerismo que apuesta a resolver políticamente, y no judicialmente, los problemas políticos. Sí, en cambio, se ha transformando en un modus operandi de una oposición que actúa en tándem uniendo operaciones mediáticas realizadas por periodistas inescrupulosos, abogaduchos de “denuncia fácil” y políticos antipolíticos que separan y luego subordinan el Estado al Poder Judicial y sueñan con un gobierno liderado o seleccionado por la Corte Suprema.      
¿Cuánto es capaz de horadar este “denuncismo” a un partido o a un gobierno? Es difícil saberlo pues más que hechos hay interpretaciones. ¿Acaso el descenso desde un 54% obtenido por CFK en 2011, a este 40% con pretensiones de 45% del FPV se explica a partir de la, literalmente, catarata de denuncias que en los últimos 4 años han lanzado los medios opositores? Puede ser, si bien, a juzgar por la imagen positiva que tiene hoy, en el caso de que pudiera volver a presentarse, CFK estaría cerca del resultado histórico de 2011. A su vez, las compulsivas denuncias, casi todas ellas, por cierto, desestimadas por la justicia, habían empezado bastante antes y sin embargo no impidieron aquella paliza electoral. Sí, en cambio, este “denuncismo” es capaz de lograr dos cosas: en primer lugar, si bien todos los casos son distintos, es capaz de dejar una mácula en el denunciado. Dicho más específicamente, independientemente de si resulta o no culpable, Niembro habrá quedado asociado a la corrupción de la misma manera que buena parte de la sociedad afirma que el vicepresidente Amado Boudou es corrupto a pesar de que la justicia no se ha expedido al respecto aún y que se encuentra en la misma instancia judicial que Mauricio Macri, alguien que, evidentemente, no es asociado con la corrupción. En segundo lugar, la lógica de la denuncia fácil es efectiva en cuanto a que, a fuerza de repetición, y a fuerza de atacar a determinadas figuras, logra que se asocie la corrupción a un partido. En otras palabras, si el referente máximo y todos los funcionarios de un gobierno, por ejemplo, son mediáticamente denunciados constantemente es probable que se logre que en una parte de la población se vincule naturalmente al partido x con la corrupción. En ese sentido, repito, el “denuncismo” es efectivo. Sin embargo, también es verdad que el precio que se paga por la denuncia constante es, paradójicamente, la desinformación y la impermeabilización de la audiencia pues el efecto de la denuncia número 100 es nulo comparado con el efecto de la denuncia número 1. Claro que a quien hace de la denuncia una estrategia política, poco le importa este particular efecto pues de lo que se trata es de lograr una asociación inconsciente entre el partido adversario y la corrupción. Pero lo cierto es que, en Argentina, las denuncias obedecen no solo a necesidades políticas si no también al sistema de producción, al formato de los medios y a la continuidad de los programas. En este sentido, la cuenta es bastante simple: si hago un programa de TV semanal que pretende ser de periodismo (opositor) de investigación, necesito sostener, como mínimo, 53 denuncias por año, lo cual, sin duda, implica que, cuando no haya nada que denunciar, habrá que inventar. Y si tengo un diario con gente trabajando 40 horas por semana imagínese usted. Hay que producir y la producción puede ser realidad o ficción, lo mismo da.
La consecuencia de ello es una audiencia indignada que necesita de la denuncia diaria o semanal pero que, a su vez, consume la denuncia como espectáculo y, en tanto tal, la consume como puede consumir cualquier otro producto (y como contrapartida, genera “otra audiencia” que, una vez probada la falsedad de alguna de esas denuncias, ya no cree en ninguna). Asimismo, la maraña del presuntamente serio periodismo de investigación, con papeles, nombres particulares, etc. hace difícil seguir la saga. Haga la prueba y, por ejemplo, pregúntele a quien cree que Boudou es un corrupto si sabe de qué se lo acusa y seguramente no sabrá responder.                      
Ya sabemos que hacer énfasis en la corrupción es la mejor manera de no discutir modelos de país y el kirchnerismo, que siempre se ha jactado de interesarse por esta discusión, esta vez, se ha servido de las armas del adversario en un caso que ha horadado al PRO, no, justamente, por la (inexistente) potencia mediática del oficialismo sino por lo escandaloso de la irregularidad y por el nombre propio en cuestión. Denunciadores denunciados y afectados electoralmente por la denuncia. Paradojas, sorpresas y perplejidades del “denuncismo”.