sábado, 31 de mayo de 2014

Anticipo político mundialista (publicado el 29/5/14 en Veintitrés)

Va a ser muy difícil este Mundial de Fútbol. No porque nuestra selección sea inferior a otras sino porque vamos a tener que escuchar una y otra vez una incesante lista de esclarecidos de esquina que, micrófono y pluma en mano, nos advertirán acerca de la utilización política del fútbol. Por supuesto que rememorarán ejemplos reales y repudiables como el del mundial 78 y la vergonzosa campaña mediática que elaboró la dictadura militar para presentarse bien derecha y humana mientras torturaba y asesinaba. También podrán ir más atrás y señalar cómo el régimen de Mussolini, en 1934, entendía que en el Mundial que organizaban se jugaba más que una aparentemente neutral gesta deportiva.  
Pensándolo bien, naturalmente, podrían referirse a cada uno de los mundiales y, en algunos más, en algunos menos, encontrarían  hechos políticos propios de cada época. No podría ser de otro modo pues un fenómeno popular y político sería absurdo que no reflejara las particularidades del momento histórico. En este punto todos contribuyen pues los organizadores encuentran en un episodio trascendente a nivel mundial la oportunidad de mostrar al mundo elementos identitarios y constitutivos, oportunidad que se presenta también a cada uno de los países participantes.
Ahora bien, el hecho de que regímenes totalitarios se hayan aprovechado de este tipo de eventos oficia de canal lineal para hilar todo tipo de silogismos hasta llegar a una conclusión disparatada. La cadena sería más o menos la siguiente: dado que el gobierno argentino promueve un Estado activo, es totalitario, y ya que es totalitario y peronista, es demagogo, y puesto que es demagogo estableció que los partidos se puedan ver de manera gratuita, y en tanto que esto lo hace con la única finalidad de darle pan y circo al pueblo, hay un interés político del gobierno detrás de esta selección de fútbol. Algunos incluso han llegado a sugerir que el técnico de la selección se ha transformado en tal por haberse reconocido militante de la JP en los años 70 y haber sido uno de los 11 millones de ciudadanos que votó a CFK en 2011. No conformes con esto, están quienes han sugerido que Tévez no participa del plantel por un gesto que habría hecho contra la hinchada de Racing, algo que el hijo de la presidenta no le habría perdonado.     
Dejando de lado el relato antikirchnerista y volviendo a la historia, ya no del fútbol en particular sino del deporte en general, podríamos remitirnos a los Juegos Olímpicos. Desde que éstos se reestablecieron, en 1896, abundó la utilización política siendo lo más recordado los Juegos de Berlín 1936, donde, simbólicamente, el régimen nazi buscaba mostrar la superioridad física y mental de los arios, algo que no sucedió, por ejemplo, en las 4 competencias en las que el vencedor fue Jesse Owens, un estadounidense negro y pobre empleado en una gasolinera.
También es muy recordado el saludo de “Black Power” en el podio de los 200 metros llanos de los afroamericanos estadounidenses Tommy Smith y John Carlos en México 1968 y la lista en la que hechos políticos se hicieron presentes puede ser inagotable, incluyendo boicots, faltazos y ausencia de invitaciones vinculadas al contexto de la guerra fría, y vencedores y vencidos de las guerras mundiales. Asimismo, el episodio más dramático se dio con el asesinato de 11 deportistas israelíes en Münich en manos de un grupo terrorista palestino, algo que no produjo la cancelación de la competencia.       
Estos son los ejemplos más conocidos pero, insisto, cada Mundial o Juego es en sí mismo un hecho político. Lo fue siempre, incluso en los orígenes de los Juegos allá por el 776 AC en Olimpia. Allí el deporte aparecía como una demostración agonal, una confrontación entre las ciudades griegas cuya finalidad era múltiple: mostrar unidad, generar lazos de confraternidad pero, a su vez, demostrar quién era el poderoso en la competencia. De aquí que las Ciudades-Estado se comprometieran directamente y que allí se jueguen toda una serie de valores políticos pero también estéticos y morales. Piénsese por ejemplo en los entrenamientos que se hacían en Atenas, en los gimnasios, desnudos, por el culto a lo corporal que existía, y cómo buena parte de esa actividad estaba estrechamente vinculada a las reflexiones filosóficas y a la relación con los discípulos a través de la institución de la pederastía.   
Pero el mundo contemporáneo es testigo de un sentido común liberal que ha liberado al deporte de su faceta política, algo que se ha agudizado con la profesionalización de los deportistas en las últimas décadas. Tal profesionalización ha hecho de los deportistas una “marca” completamente desvinculada de su pertenencia nacional (algo harto evidente en el tenis por ejemplo). Así, hoy en día, que un deportista esté o no en un equipo representativo del país obedece más a sus sponsors que a la presión gubernamental y/o popular.  
No por casualidad, aunque suene paradójico, la exaltación nacionalista y el chauvinismo ramplón provienen de las publicidades de empresas privadas. Son ellas las que refieren al renacimiento de la identidad argentina, al necesario involucramiento de todo el pueblo, a la imposición de que ninguna otra cosa más importa, y a presentar al evento como una continuación de la guerra por otros medios. Y todo eso por tomar una cerveza o por comprar un HD.
Luego, los mismos referentes mediáticos que aceptan ese tipo de publicidades para sostener sus productos periodísticos son los que preguntarán a los argentinos si nos estamos volviendo locos o si somos tan estúpidos como para no darnos cuenta que en el fondo todo es una estrategia gubernamental para tapar las cosas que importan, esto es, el hijo del hermano de la suegra del yerno del socio de la ex de Sucundrule que “complicaría mas a Boudou”.
Son los que van a hablar de utilización política indebida de un simple fenómeno deportivo y luego, en una posible derrota, editorializarán trazando comparaciones entre el funcionamiento del seleccionado y la situación del país. Utilizarán las palabras “radiografía”, “símbolo” y harán de un resultado futbolístico un diagnóstico político. Dirán que el equipo estuvo desbalanceado y partido en dos como el país, que los argentinos dependemos siempre de una única persona y eso es lo que nos lleva al fracaso pues no hay salvadores, y mientras se refieren a un Messi que la tira afuera quieren que pensemos en Cristina y en el peronismo; y no conformes con eso agregarán que nos creemos los mejores del mundo, por este gobierno soberbio, y al final nos vamos en cuartos de final como siempre. Sí, todo eso van a decir. Y cuando Sabella cambie el esquema ante un partido difícil, van a decir que improvisó, como improvisamos los argentinos. Ya lo han hecho, y lo volverán a hacer. Son muy predecibles. Y son los mismos que advierten que no hay que mezclar las cosas, que al fútbol hay que dejarlo en paz para que no se le introduzca la grieta. Son aquellos que, con tono suave y politizándolo todo, piden, a los gritos, no politizar.





viernes, 23 de mayo de 2014

Otra Argentina, ¿Otra Capital? (publicado el 22/5/14 en Veintitrés)

En el afán de reconsiderar un proyecto de país que vaya mucho más allá del circunstancial cambio de administración en el 2015, ¿no es momento de reflexionar acerca de la necesidad de un traslado de la Capital hacia el norte de nuestro territorio?
Se trata de una de las ideas en las que viene trabajando el actual Presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, quien este último fin de semana, en un masivo encuentro en Mar del Plata, comenzó a posicionarse como una de las opciones del kirchnerismo de cara a las elecciones del año que viene.
Sabemos que en la breve historia de nuestro país, la elección de Buenos Aires como Capital ha estado en el centro de los principales conflictos desde que la Corona española determinó establecerla como capital del Virreinato del Río de la Plata allá por 1776. De aquí que no sería del todo exagerado afirmar que la historia de disputas en nuestro territorio durante el siglo XIX estaría lejos de comprenderse si no se toma en cuenta el conflicto en torno a la Capital. Pero dejaré este aspecto a los historiadores para dedicar los párrafos que siguen al sentido que podría tener, de cara al futuro, una Capital alejada del puerto ocupando parte de lo que hoy es Santiago del Estero.
Cuando se habla de traslado de Capital, lo primero que viene a la memoria es el Proyecto Patagonia de 1986, impulsado por Raúl Alfonsín, que incluía, como uno de los aspectos más relevantes, el  traslado de la Capital a Viedma-Carmen de Patagones. Las razones eran más que atendibles: la Argentina tenía y tiene una distribución demográfica absolutamente despareja concentrando en el 1% del territorio (la Ciudad y el Conurbano) al 33% de la población total del país. Esta condición macrocefálica genera un enorme desequilibrio entre las regiones de nuestro vasto territorio constituyendo una conjunción explosiva: una mayoría del país testigo del avance fenomenal de una pujante Buenos Aires que crece manteniendo en sus márgenes a aquellos hombres y mujeres que por falta de oportunidades en sus lugares de origen decide migrar aun al costo de padecer todo tipo dificultades.
                En este sentido, el proyecto de Alfonsín tenía como uno de sus principales fundamentos separar el poder político del poder económico y acabar con ese viejo dicho popular que afirma que Dios está en todos lados pero atiende en Buenos Aires. Además, siguiendo con los fundamentos, el alfonsinismo entendía que era necesario impulsar económica y demográficamente el sur además de refundar un nuevo tipo de Estado que se desburocratice. Asimismo, este traslado de la Capital suponía una transformación desde el punto de vista organizacional pues, impulsado por el espíritu de la social democracia europea, la corriente alfonsinista del radicalismo buscaba empezar a matizar el carácter presidencialista de nuestro sistema en pos de un acercamiento al sistema parlamentarista, algo que finalmente se expresó, en parte, tras el Pacto de Olivos que dio lugar a la reforma constitucional de 1994.          
Ahora bien, como usted recordará, el proyecto alfonsinista fracasó por razones de inoperancia, de dificultades propias del proyecto y, también, sin dudas, por la enorme crisis económica en la que se sumió el país.
Esto hizo que, lamentablemente, quede instalado en el imaginario popular que el traslado de la Capital no es otra cosa que ese tipo de propuestas faraónicas tan impracticables como indeseables. De aquí que a la propuesta de Domínguez se la intente vincular inmediatamente con el fracaso anterior. Sin embargo, el proyecto es bastante distinto pues se enmarca dentro de una cosmovisión hija de los gobiernos populares que se fueron constituyendo en la región durante el siglo XXI.
Si bien los equipos de Domínguez no han presentado públicamente el proyecto con todas las consideraciones del caso, de las palabras del propio presidente de la Cámara de Diputados se siguen algunas ideas verdaderamente interpelantes.
La primera marca una enorme diferencia con el proyecto de Alfonsín pues se trata de una Argentina cuya Capital se traslada al norte porque deja de pensarse como el puerto funcional a las potencias del Atlántico y se siente parte de Latinoamérica. Hay muchas razones simbólicas para justificar esto pero también hay razones políticas y económicas. En cuanto a estas últimas téngase en cuenta, por ejemplo, que China es el cuarto destino de las exportaciones argentinas solo superado por Brasil, la UE en su conjunto y los países del NAFTA, y que el intercambio comercial entre nuestro país y el gigante asiático pasó de USS 1.222 M en 2000 a USS 17.749 M en 2013. ¿Queda claro por qué es importante para Argentina mirar hacia el pacífico?
Asimismo, si se toma en cuenta la relación de Argentina con Brasil, esto es, la principal economía del Mercosur, el intercambio comercial fue, en 2012, de USS 34.400 M.
Estos son, simplemente, algunos fríos datos que muestran que el horizonte geopolítico de la Argentina en el siglo XXI difiere radicalmente del que nuestro país tuviera en el siglo XIX y XX.
Como segunda característica (y aquí también se encuentra una diferencia importante con el proyecto radical de la década de los 80), hay una idea refundacional del Estado pero ésta no se vincula con el intento de avanzar hacia un sistema parlamentario. Esto se puede entender por la tradición peronista a la que suscribe Domínguez pero también por las buenas razones que se han esgrimido en favor del presidencialismo en las últimas décadas frente al furor parlamentarista que se intentaba imponer desde determinadas pseudo catedrales del pensamiento progresista.      
Donde sí puede haber cierto rasgo en común es en cuanto al diagnóstico del problema de la macrocefalia de nuestro territorio. Tal punto de vista ni siquiera fue original de Alfonsín sino que es posible rastrearlo mucho más atrás en el tiempo en distintos referentes que advertían de los riesgos que suponía determinar a Buenos Aires como Capital. Sin embargo, el proyecto de Domínguez tiene una mirada más abarcadora pues se propone un rediseño demográfico, que atraviese no solo a la Patagonia, capaz de fundar 100 ciudades de 100.000 habitantes a lo largo de todo el país. 
Esto implica, sin dudas, un enorme esfuerzo de inversión en infraestructura que, seguramente, sería coordinado por el Estado y financiado a través de créditos internacionales pero en el que se espera también un gran interés privado, especialmente en lo que respecto al sector inmobiliario y productivo. En cuanto a este último aspecto, Domínguez, que ha sido reconocido en su paso por el Ministerio de Agricultura al ser capaz de encauzar el conflicto con las patronales del campo, ha indicado que el traslado a Santiago del Estero permitiría aprovechar las 6.000.000 de hectáreas que el norte argentino tiene para integrarlas al sistema productivo y así incrementar en un 60% la producción de cereales y oleaginosas. Asimismo, Santiago del Estero se encontraría cerca del Corredor Bioceánico que unirá Argentina, Brasil y Chile y permitirá a los 3 países dinamizar el ingreso y egreso de sus productos a través de ambos océanos, retomando el espíritu del recordado ABC por el que pregonaba Perón. En los próximos meses se esperan mayores precisiones acerca del proyecto y el propio Domínguez prometió presentarlo en agosto en la mismísima Santiago del Estero. Sería en un nuevo encuentro del espacio de reflexión que fundó hace más de un año y que reúne a legisladores, intelectuales, referentes territoriales, jueces y académicos bajo la denominación de Grupo San Martín.
En un contexto en el que los candidatos solo miran encuestas, aun cuando pueda haber razones para discutir este proyecto, es de celebrar que un dirigente con pretensiones comprenda que para gobernar, además de mediciones, hace falta tener ideas.    
   


       

domingo, 18 de mayo de 2014

Los portadores asintomáticos de la violencia (publicado el 15/5/14 en Veintitrés)

La jerarquía eclesiástica dio a conocer un documento breve que en los medios opositores fue presentado como referido a la “inseguridad”. Sin embargo, ya desde su título (“Felices los que trabajan por la paz”) daría la sensación de que la temática es algo más amplia.
Ahora bien, a pesar de su extensión, llamó la atención que prácticamente lo único que se hubiera destacado públicamente es una frase, desde mi punto de vista, poco feliz. Me refiero a la que aparece en el primer párrafo del documento y afirma “La Argentina está enferma de violencia”. Frente a semejante sentencia, era esperable que quienes conocen la historia de este país y, en especial, el rol cumplido por las jerarquías eclesiásticas durante las dictaduras militares, reaccionen. Sin embargo, lamentablemente, los únicos que lo hicieron fueron miembros del gobierno nacional pues el enorme espectro ideológico que no comulga con la actual administración kirchnerista no hizo más que plegarse a la desafortunada afirmación.
Si la actual sociedad argentina está enferma de violencia qué decir de la Argentina de 1955 con bombardeo a civiles en Plaza de Mayo para destituir a un gobierno democrático; o la Argentina de 1976-1983 con asesinatos, desapariciones y apropiaciones; incluso, en tiempos democráticos, ¿no estaba enferma de violencia la sociedad argentina en 2001 cuando no había trabajo, aumentaba la desigualdad, había represión en las calles y los bancos, violentamente, se quedaban con los depósitos?
Es esa historia violenta de nuestro país la que, aflorando como un palimpsesto, invita a indignarse cuando muchos de los que no alzaron ni alzan la voz acerca de los momentos más oscuros de nuestra historia se posicionan como diagnosticadores.
En este sentido, el acudir a la metáfora biológico-médica remite justamente a aquellos años de persecuciones, asesinatos y desapariciones. No sólo cuando se habla de una sociedad “enferma” sino también cuando en el apartado 5 se habla de la corrupción como “cáncer social”.
El peligro de este tipo de asociaciones libres, de fácil comprensión para el gran público, son sus presupuestos pues se sostienen en la idea de la sociedad como un gran organismo, un cuerpo único y homogéneo, en el que, como sucede con nuestro cuerpo individual, todo tipo de anomalía (enfermedad) debe ser atacada con el fin de establecer una presunta armonía original. Está claro que no todo pensamiento organicista deriva necesariamente en la persecución a grupos o sujetos sindicados como la parte enferma del cuerpo social. De hecho, muchas de estas miradas se presentan como alternativas ante la perspectiva vigente en culturas como las nuestras donde la sociedad no es más que una suma de individuos. Pero también es bueno rescatar que la asociación entre los presupuestos organicistas y la metáfora médica trasladada al ámbito de lo social ha estado en la base de los peores genocidios. ¿O acaso, una vez que se define a un grupo como “cáncer social”, no existe una obligación de atacarlo con una “quimioterapia social” de shock?
Sin embargo, dicho esto, también me gustaría resaltar otros aspectos del documento, párrafos que fueron invisibilizados por los medios que lo hicieron público. La razón es clara: desde que Bergoglio se transformó en Francisco, la palabra de la Iglesia recobró cierta ascendencia que hace que no sea buen negocio disputar allí. Dado que esto lo ha entendido perfectamente el gobierno pero también lo entienden los opositores, naturalmente, la noticia era generar un enfrentamiento entre Iglesia y gobierno o, mejor aún, entre la Iglesia y La Cámpora.
Efectivamente, hubo respuestas por parte de funcionarios del gobierno y de militantes de La Cámpora, especialmente por la desafortunada frase mencionada aquí. Pero el documento, además de hacer críticas más o menos directas al gobierno cuando, sin ningún dato ni comparación que lo sustente, afirma que los hechos delictivos han aumentado en cantidad y agresividad, o cuando denuncia que hay corrupción, desnutrición infantil y gente durmiendo en las calles, también hace críticas a los “caballitos de batalla” del relato antikirchnerista.
Por ejemplo, contra los linchamientos, el documento indica “La reiteración de estas situaciones [hechos delictivos] alimenta en la población el enojo y la indignación, que de ninguna manera justifican respuestas de venganza o la mal llamada justicia por mano propia”. Aclarado que no hay justificación alguna para los linchamientos, ni supuesta ausencia de Estado, el documento agrega “la creciente ola de delitos ha ganado espacio en los diversos medios de comunicación, que no siempre informan con objetividad y respeto a la privacidad y al dolor. Con frecuencia en nuestro país se promueve una dialéctica que alienta las divisiones y la agresividad”. Desde mi punto de vista no creo que el único problema de la cobertura mediática sea su nulo respeto al dolor y a la privacidad de las víctimas. Es eso y mucho más porque es también constituir a la víctima en legislador experto en seguridad y es la promoción de un estado de psicosis colectiva que exagera la peligrosidad real que supone transitar por la calle de las grandes urbes. Pero más interesante es que el documento de la Iglesia hace un punto seguido y tras denunciar el rol del periodismo se refiere a la promoción de la “dialéctica que alienta las divisiones y la agresividad”. A buen entendedor: por como está construido el párrafo, y más allá de que evita una referencia específica, no se está refiriendo al gobierno sino a los medios. Sin embargo, ningún diario, claro está, tituló “Duro documento de la Iglesia contra los medios de comunicación”.  Tampoco titularon “Duro documento de la Iglesia contra la derecha argentina representada por Massa, Macri y algún trasnochado manodurista que todavía milita en el FPV” cuando el documento indica “No se puede responsabilizar y estigmatizar a los pobres por ser tales. Ellos sufren de manera particular la violencia y son víctimas de robos y asesinatos, aunque no aparezcan de modo destacado en las noticias (…) La Cárcel genera en la sociedad la falsa ilusión de encerrar el mal, pero ofrece pocos resultados. El sistema carcelario debe cumplir su función sin violar los derechos fundamentales de todos los presos, cuidando su salud, promoviendo su reeducación y recuperación. Nos duele y preocupa que casi la mitad de los presos no tenga sentencia. La mayoría de ellos son jóvenes pobres y sin posibilidades para contratar abogados que defiendan sus causas”. 
Por último, quisiera volver a esa línea acerca de la corrupción como “cáncer social”. Dejando de lado, insisto, lo poco feliz de la caracterización, esa acusación pareciera estar dirigida al gobierno y a la clase dirigente en general. Pero al leer la frase entera, nos enfrentamos a una sorpresa pues ésta afirma “La corrupción, tanto pública como privada, es un verdadero “cáncer social””. La sorpresa, claro está, es la aclaración de que la corrupción también es privada. De este modo se atenta contra el sentido común del liberalismo económico que entiende que participación estatal es sinónimo de corrupción como si los mayores bolsones de lavado, dinero en negro, evasiones y demás, no tuvieran que ver con el ámbito de la iniciativa privada, esto es, en muchos casos, las grandes empresas.
Desde mi punto de vista, entonces, el documento incluye la problemática de la “inseguridad” como una expresión de la violencia que está lejos de ser la única existente en nuestras sociedades. Dicho de otra manera, la violencia no es simplemente la agresión física que eventualmente pudiera suceder en el marco de un atentado contra la propiedad privada. Pero si bien esta mirada más amplia que incluye a la inseguridad como una de las tantas manifestaciones violentas es la que mejor representa el espíritu del documento, el estado de hipercomunicación en el que viven nuestras sociedades obliga, en este caso, a la jerarquía eclesiástica, a dar mensajes claros y a tener un enorme cuidado con la terminología y las frases utilizadas porque las palabras adquieren su significado y su valor en la historia. Esa claridad hubiera requerido, que, quizás, utilizando la misma matriz metafórica, se señale con mayor precisión a aquellos portadores asintomáticos de la violencia que no pertenecen a la administración kirchnerista pero que tienen una enorme responsabilidad social sea como dirigentes sociales, políticos o comunicadores.       
                   

       

domingo, 11 de mayo de 2014

Maquillajes y sanguchitos: preguntas para María Julia Oliván (publicado el 9/5/14 en Diario Registrado)

Días atrás, la ex conductora de 678, María Julia Oliván, actual panelista de Intratables y La Cornisa, dos sendos programas independientes, realizó una serie de afirmaciones a las que quisiera referirme en tanto algunas de ellas resultan falsas y otras dejan al descubierto el presupuesto que se repite como mantra desde las usinas más representativas del antikirchnerismo y que interpreta como parte de un relato ficcional todo aquello que rodea al actual gobierno.  
Oliván se refirió a lo sucedido en el programa 678 el día de la muerte de Néstor Kirchner. Allí fueron invitadas unas 70 personas entre políticos, dirigentes de organizaciones no gubernamentales, periodistas, intelectuales, académicos y artistas que habían participado alguna vez del ciclo que para ese momento transitaba su segunda temporada al aire. Quien escribe estas líneas fue uno de los invitados que tuvo la posibilidad de brindar su sensación ante la abrupta noticia de la muerte del expresidente, y no recuerda un fenómeno similar de aplauso y llanto desconsolado en Televisión, menos aún si el aplaudido y llorado es un político.   
Oliván, quien también asistió como invitada, confesó días atrás que en un primer momento pensó que la invitación hacia su persona obedecía a que cuando Néstor Kirchner había visitado 678 ella todavía era la conductora, es decir, no había tomado la decisión de buscar trabajo en programas en los que se siente ideológicamente más cómoda. Sin embargo, un golpe narcisístico le aguardaba: era una, y no la más importante, claro, entre 70 personas. Quizás por ello, tres años y medio después de ese hecho, Oliván se despachó afirmando que, al llegar al estudio, los invitados estaban muy cómodos comiendo sanguchitos y que apenas se encendió la cámara realizaron la puesta en escena de poner cara de compungidos y llorar al mejor estilo de telenovela mexicana. Seguidamente, Oliván, quien indicó que la previa sangucheril le había resultado ofensiva, confesó la no menos ofensiva acción de haberse dirigido a la sala de maquillaje algo que, doy fe, no hizo el 90% de los invitados. Para suerte de las dos pobres maquilladoras del canal, la razón fue sencilla: la mayoría venía de la Plaza de Mayo y ese día les interesaba un carajo que se les notaran las ojeras y las imperfecciones en TV. No fue, parece, el caso de María Julia.
A mí no me consta la escena de los sanguchitos pero no tengo por qué dudar de la palabra de Oliván especialmente cuando se trata de semejante nimiedad. Pero la ex panelista del independiente Jorge Lanata, actual conductora de un programa en el independiente INFOBAE TV, deslizó una acusación profundamente dolorosa para los que estuvimos presentes ese día. Me refiero a la afirmación de que todos los allí convocados, salvo ella, tenían algún tipo de contrato con el gobierno. Tal afirmación es mentira pues, efectivamente, muchos de los allí presentes trabajaban en el sistema de medios públicos y otros tantos eran funcionarios. Pero otra importante cantidad no teníamos ningún vínculo contractual. Con todo, tal distinción entre “contratados” y “no contratados” resulta irrelevante pues podríamos preguntarle a María Julia Oliván: ¿qué es lo que te permite creer que la única capaz de tener convicciones sinceras sin exigir nada a cambio sos vos? ¿Acaso no pudiste mantener tu independencia y tus convicciones cuando fuiste contratada por una productora que te puso como conductora de un programa en el canal público? Si no pudiste ¿quiere decir que dejaste tus convicciones, por dinero, en la puerta del canal? Y si pudiste, cosa que estoy seguro que es así porque te mantenés igualmente independiente en programas y canales que son abiertamente antikirchneristas y que hacen campaña por alguno de los precandidatos opositores, ¿por qué no te permitís pensar que otros también pueden lograrlo?
Para finalizar, ¿no es más fácil tratar de rebatir políticamente las posiciones que tiene el adversario antes de tildarlo de esconderse en una mascarada, en una ficción? ¿No es más simple concederles a los que defienden al gobierno que no lo hacen por venalidad sino que, quizás, simplemente, están equivocados? Lo digo de otra manera, ¿no hay ciudadanos que pueden estar convencidos de que las políticas del gobierno son las correctas aun cuando puedan no serlo? Supongo que sí, del mismo modo que hay un montón de ciudadanos que están convencidos de que las políticas del gobierno son incorrectas y no creo que estén contratados por alguien o lo hagan a cambio de algo. ¿No te parece María Julia?  Partiendo de la base de que el otro puede estar tan convencido de una idea opuesta a la tuya es que vas a poder discutir política sin la invalidación moralizante que supone caracterizar al adversario de corrupto. Se trata del respeto hacia el otro y de la enorme posibilidad de dejar de pensar en maquillajes y sanguchitos.                   

     



viernes, 9 de mayo de 2014

El "Código Tinelli" (publicado el 8/5/14 en Veintitrés)

Marcelo Tinelli no hace ganar ni perder elecciones. Suponer que el próximo presidente de la Argentina depende de la bondad de la imitación que se le asigne al candidato en cuestión en Showmatch es sobreestimar el alcance de una figura televisiva, despreciar la capacidad del electorado y sostener una relación causa y efecto entre la intención del mensaje y la decodificación del mismo por parte de la audiencia.
Es una pena, pero si un animador con un programa exitoso fuera tan determinante, los hombres más poderosos de la Argentina no tendrían que hacer más que cooptar al animador o, en caso de no existir tal animador, inventarlo. ¿Para qué perderían tiempo en intentos desestabilizadores, ataques financieros y maniobras de horadación diversa si alcanza con que una celebridad introduzca subliminalmente el nombre de un candidato mientras una audiencia zombie festeja el baile del famoso de hoy?     
Es llamativo, porque aquellos que promueven este tipo de análisis y creen comprender los procesos políticos a partir de los guiños y los enojos del animador del ciclo que hoy compite cabeza a cabeza con una telenovela brasileña, son los que se mofaban del gobierno kirchnerista y le adjudicaban un conato paranoide cuando acusaba a los medios de ser determinantes de la subjetividad del ciudadano medio. En aquel momento, la respuesta a la necesidad de avanzar con una ley que pusiera límite a las posiciones dominantes era “la gente no es estúpida”, “no cree todo lo que dicen en la televisión”. Sin embargo, ahora, de repente, el futuro de Massa, Scioli, Macri, FAU y el candidato de CFK depende del buen o mal humor de Tinelli mientras le corta la pollera a Vicky Xipolitakis.
¿Pero cómo son las cosas entonces? Si la bajada de línea la hace Tinelli es determinante. Si la hace la pauta oficial durante los entretiempos del Fútbol para Todos también. Pero si la hace el periodismo independiente, desde sus centenares de ideológicas bocas de expendio, no. Ahí la audiencia es una sociedad civil iluminada y crítica que sabe discriminar muy bien entre la buena y la mala información. ¿Será esa misma sociedad civil la que algunos tratan como pueblo bárbaro cuando le bailan en el caño o le hacen rodar la pelota?    
Vayamos a los dos ejemplos más citados: ¿usted cree que De la Rúa se tuvo que ir antes del gobierno porque casi se choca con el decorado en aquel recordado programa de Videomatch en el que, sin dudas, se mostró como un político pacato y de pocas luces?     
En la misma línea, ¿usted sinceramente considera que De Narváez ganó la elección en la provincia de Buenos Aires en 2009 por el famoso “alica alicate” impuesto por su imitador? ¿Bastaba acaso con crear un personaje que tenía tanto de simpático como de tonto para ganarle a Kirchner? ¿Tan débil era el aparentemente todopoderoso Kirchner que bastaba con una caricatura que abuse de un latiguillo para vencerlo?
Esto no significa, desde ya, negar la relevancia de la telepolítica, o el modo en que algunos dirigentes se han constituido como tales en estudios de televisión. Ejemplos vernáculos y a lo largo del mundo sobran. Pero de lo que se trata es de denunciar que detrás del presupuesto de que Tinelli es determinante para poner y quitar gobiernos no solo hay intereses (lo cual es una obviedad) sino el síntoma que evidencia el paradigma de los formadores de opinión que promueven este tipo de análisis.  
Porque ya no se trata solo de la farandulización de la política entendida como la estrategia de una dirigencia política capaz de acudir a figuras cuyo único mérito es ser “conocidas”. Más bien, es una farandulización en tanto el formato y las categorías de análisis para enfocar la política son las utilizadas por el periodismo de espectáculos. Así, no es casual que los programas de política con el enfoque clásico hayan dejado lugar a formatos heredados de los programas de chimentos, esto es, un conductor y muchos panelistas con opiniones contrarias que simulan representar la heterogeneidad del pensamiento popular en el marco de la lógica del escándalo y la incontinencia oral. Sucede en América 2 con “Intratables” y en “El diario de Mariana” en Canal 13 por citar solo dos ejemplos.  
Este solapamiento entre el periodismo político y el de espectáculos, además de promover que los supuestos analistas políticos se manejen como chimenteros, desplazando la discusión política a “menganito, en los pasillos, dijo tal cosa de un alto funcionario sultanito y se va a aliar con el reconocido barón pepito sin que el diputado montotito se entere”, no es inocente y obliga al dirigente político a jugar en el campo de los mass media, es decir, de visitante, en un espacio donde las presentaciones las hacen otros, la imagen no es lo que es y, desde la misma disposición de las butacas en el estudio, se comienza la disputa con una desventaja casi irremontable. 
  Pero los que sobredimensionan la importancia de Tinelli en el arena política exponen, además, sin desearlo, toda una visión del mundo. Pues consideran que no es el hombre común, el de la calle, el que hay que oír para poder vislumbrar el humor social que hay que sondear cuando se acerca una elección presidencial. Más bien, lo contrario. Así, el argumento indicaría que la llave del futuro no está en el ciudadano de a pie sino en el empresario exitoso. En otras palabras, dado que Tinelli es un empresario exitoso y los empresarios exitosos saben dónde está el poder, los alineamientos políticos del animador anticipan los senderos de la Argentina hacia 2015.  Así de fácil. Basta ver Showmatch para que mientras las chicas bailan reggaetón “el tipo canchero que se las sabe todas te cante la justa”. Este es el nivel de los analistas políticos de los medios argentinos que creen haber encontrado, entre glúteos turgentes, el “Código Tinelli”. Según éstos, develar el  código supondría no solo adentrarse en la más pura expresión de la cultura argentina sino que, con visos oraculares, permitiría anticipar los procesos y reacomodamientos políticos que se avecinan. Así, las palabras de Tinelli y su programa son vistos por los analistas, absurdamente, como una suerte de aleph que contiene todas las formas populares de la argentinidad y el futuro de la política.    
Para finalizar, entonces, sin dudas, una imitación en un programa tan visto puede generar un bien preciado para políticos que intentan posicionarse pues aumenta el nivel de conocimiento pero no puede ser capaz de transformar radicalmente el clima político en pos de uno u otro candidato. Ayuda, empuja, acomoda y acompaña pero no determina totalmente. Es un dato. De cierta relevancia. Nada menos pero nada más.    


viernes, 2 de mayo de 2014

Lo que esconde reconocer un buen culo (publicado el 1/5/14 en Veintitrés)

¿No sería parte de mi libertad de expresión proferirle, a una señorita, una grosería vinculada a sus atributos físicos y a sus potenciales capacidades amatorias? La pregunta es pertinente aunque profundamente incómoda y a pesar de haber sido tan básica no ha estado presente en el debate que se ha instalado acerca de esa práctica mayoritariamente urbana que, a falta de una categoría más precisa, llamaremos “piropear”. Pero para que quede bien claro, no me refiero solamente al acto de galantería que podría sintetizarse en un “¡qué linda que sos!” sino en aquellas frases vulgares y hasta ofensivas que no escatiman la palabra “culo”, “tetas” y toda aquella actividad sexual que pueda realizarse con culos y tetas.
Desde mi punto de vista la discusión puede enmarcarse en el debate que se ha realizado en Estados Unidos alrededor del “lenguaje de odio” (hate speech). Esta denominación engloba todas aquellas expresiones ofensivas dirigidas contra grupos humanos e incluyen no solo mujeres sino también a gays, lesbianas, minorías étnicas y religiosas entre otros grupos considerados “diferentes”.
Ahora bien, usted se preguntará cómo es que se vincula el elogio a un culo y a un par de tetas de una desconocida con el odio. Resulta pertinente tal interrogación pero, para decirlo de manera general, parece claro que detrás de ese tipo de expresiones se esconde una objetualización de la mujer y una forma de acoso que no por ser cotidiana estaría justificada. En este sentido hay quienes denuncian que el transformar a un sujeto (la mujer) en un objeto no es otra cosa que la manifestación de una lógica patriarcal en la que los varones se sienten dueños de las mujeres. Esto lleva a conflictos de los varones entre sí (“no la mires que está conmigo”, es decir, “no la mires porque es mía”) y a desenlaces trágicos en las relaciones entre los varones y sus propias mujeres como bien ha quedado demostrado con los reiterados casos de femicidio.
Para que quede claro, no estoy diciendo que del elogiar un culo se siga necesariamente el femicidio. Solo estoy diciendo que la mirada feminista explicaría tales fenómenos en los términos del modo en que se ha constituido nuestra cultura patriarcal.
Pero volviendo a la pregunta inicial, es posible encuadrar la problemática del lenguaje estigmatizador de grupos como algo a discutir en el marco de una de las grandes conquistas de la modernidad occidental: la libertad de expresión.
Entonces, ¿debieran prohibirse este tipo de expresiones? ¿Pero hacerlo no podría interpretarse como una forma de censura? En las últimas décadas, decíamos, en los Estados Unidos ha habido intensos debates públicos y académicos en torno a casos específicos como el de la pornografía, género que muchas mujeres han denunciado como degradante, estigmatizante y reproductor de la mirada masculina. A su vez, está claro, y así lo entendió la propia Corte Suprema de ese país, existen una serie de expresiones que no son protegidas por la Primera Enmienda, esto es, la vinculada a la libertad de culto, asociación y expresión. En otras palabras, insultos, obscenidades o una publicidad engañosa y con información falsa no pueden ser justificados por “mi derecho libre a expresarme”.
Sin embargo, la perspectiva liberal tiende a absolutizar el derecho a la libertad de expresión aun cuando esto conlleve el riesgo de afectar a determinados grupos. Quienes, por ejemplo, aduzcan que no debiera permitirse una expresión que afectara a terceros recibirán una respuesta contundente: si no se pudieran realizar expresiones que afectaran a terceros sería prácticamente nula la comunicación entre los hombres, la proliferación de ideas diversas y, sobre todo, los debates públicos. Nadie podría criticar gobiernos porque eso estaría afectando a las personas que forman el gobierno o nadie podría criticar a un periodista porque tal crítica podría afectar tanto a él como a sus familiares y seguidores.
Un argumento adicional, aunque suene paradójico, afirmaría que hay que ser tolerantes incluso con los intolerantes porque el riesgo de no serlo podría transformarse en un boomerang: una vez que se prohíben un conjunto de expresiones y que en tal prohibición interviene el Estado, es posible que, como una pendiente resbaladiza, cada vez se cercene más el conjunto de derechos y libertades de los individuos. De aquí que quienes defienden esta posición consideren, incluso, que no se deben prohibir, por ejemplo, las manifestaciones que niegan el holocausto o que hacen apología del terrorismo de Estado aun cuando éstas nos resulten indignantes.
En la vereda opuesta al pensamiento liberal, se encuentran aquellos que desde diferentes ideologías abogan por la prohibición del lenguaje de odio. Los argumentos son variados pero uno de los más intuitivos es la igualdad. En otras palabras, se podría afirmar que este tipo de expresiones estigmatizan a determinados grupos generando fracturas sociales y condenando a los miembros de esos grupos a una situación de discriminación que afecta las diversas áreas de su plan de vida. En este sentido, prohibir este tipo de expresiones sería un tipo de “discriminación positiva” o “acción afirmativa”, esto es, un derecho que se le otorga a determinado grupo que por diversas razones históricas ha sido postergado.                            
De lo dicho surge que, expuesto en estos términos, lo que parece simple en algunos casos nos traslada a callejones sin salida en otros. ¿Se debe ser tolerante con los intolerantes en nombre de la libertad de expresión aun cuando esa decisión afecte a otros seres humanos inclusive, quizás, a uno mismo? ¿Es más importante proteger la libertad de expresarse que la condena social que sufren determinados grupos? A su vez, ¿la prohibición de determinado tipo de expresiones en tanto afectan a terceros no podría ser la llave que permita justificar actos de censura? Es decir, si se prohíben expresiones porque afectan, en este caso, al colectivo de las mujeres, ¿no podrían, por ejemplo, los católicos exigirles a las feministas que no se discuta sobre aborto porque eso va contra sus más profundas creencias?
Este tipo de preguntas estuvieron presentes en aquel conflicto que se generó hace algunos años con las caricaturas de Mahoma publicadas en un diario danés, algo que despertó la ira de sectores musulmanes en todo el mundo.
Hubo quienes consecuentemente defendieron la publicación en nombre de la libertad de expresión pero existieron dueños de diarios y revistas que, con un doble estándar, enarbolaban la bandera de la libertad de prensa al tiempo que ocultaban las normas, a veces explícitas, a veces implícitas, de prohibir la publicación, en tanto “blasfema”, de cualquier manifestación que afecte al dogma cristiano.       

Como se ve, detrás de las expresiones dirigidas a una mujer con buen culo se esconde algo más: un abierto, complejo e incómodo debate en el que no hay que dejarse tentar por las salidas fáciles.