jueves, 27 de febrero de 2014

Kirchnerismo 2015: ¿con o sin peronismo? (publicado el 27/2/14 en Veintitrés)

¿Habrá kirchnerismo luego de 2015? La pregunta adquirió una relevancia enorme una vez disipados los rumores de un presunto intento de reforma constitucional que habilitara la reelección de CFK. Pero tal interrogante encierra la trampa de suponer que el kirchnerismo solo seguirá existiendo en la medida en que el próximo presidente sea de su riñón. Este error descansa en no tomar en cuenta que el kircherismo se ha transformado en una identidad política lo cual puede llevar perfectamente a su supervivencia más allá de estar fuera del poder formal durante un ciclo administrativo.
Sin embargo, haber forjado una identidad política, referencia de al menos una generación, no garantiza nada pues las identidades políticas son enormemente importantes pero como cualquier existencia sufren cambios, tensiones, progresos, retrocesos, nacen y también pueden morir. En este sentido quisiera reflexionar acerca de algunos de los dilemas que se le plantean al kirchnerismo.
Dejando de lado las vicisitudes y las urgencias que toda administración supone, la principal preocupación que deberá atender el kirchnerismo de cara al 2015 es cuál será su candidato. Hasta ahora, la decisión de CFK parece haber sido clara: “jueguen todos y cuando escampe vemos”. Ese “todos” incluye a un amplio espectro que va desde Jorge Capitanich, pasando por Sergio Urribarri, Florencio Randazzo y Julián Domínguez. El tiempo dirá cuál de estos candidatos logra en base a su fortaleza relegar al resto aunque una posibilidad es que todo se dirima en las internas abiertas. Si bien eso le dará una fuerte legitimidad democrática al elegido, plantea una dificultad: el ganador podría estar venciendo en la interna con no más del 15% de los votos totales del país y llegaría a la elección enfrentando a un candidato opositor que podría rondar un 25% si es que, claro está, ese amplio espectro no kirchnerista sigue con dificultades para encaramarse detrás de un candidato. Y dado que al candidato kirchnerista le puede resultar adversa una segunda vuelta, debería obtener un 40% en la primera vuelta para ser elegido presidente y saltar de 15% a 40% en pocas semanas no parece una tarea fácil.         
Pero, seguramente, usted se preguntará por qué he excluido a Scioli. Es que creo que allí está uno de los principales dilemas. Pues Scioli es el hombre del oficialismo que mejor mide en las encuestas pero sin embargo, está claro, no parece gozar de la confianza de CFK. La tensión se remonta por lo menos al momento en que Scioli era vicepresidente de Kirchner y tuvo su último pico con los rumores de un intento de acuerdo del actual gobernador de la provincia de Bs As con Sergio Massa hasta pocas horas antes del cierre de las listas en las últimas elecciones. 
Scioli sabe de esa desconfianza pero especula con que CFK no tenga otra alternativa que nombrarlo “su candidato” en función de las encuestas y hay quienes desde el núcleo duro del kirchnerismo indican que con un Scioli presidente “rodeado” de kirchneristas de paladar negro se podrían mitigar los vaivenes ideológicos del actual gobernador. Esta perspectiva es la que, razonablemente, indica que el poder solo se sostiene ejerciéndolo y que en 2015 el candidato es lo de menos puesto que la jefatura (en las sombras) seguirá en manos de CFK.
Pero dentro del núcleo duro kirchnerista también hay miradas que asumen que la jefatura estará (en las sombras) en manos de CFK pero consideran que no es indiferente el hombre que ocupe la presidencia. Incluso sectores progresistas que forman parte del kirchnerismo ponen en duda su apoyo a una eventual candidatura de Scioli aun cuando esa sea la decisión de CFK. Desde este punto de vista, es preferible perder pero conservar un piso de apoyo popular de un 20% o un 25%, que ceder a las necesidades electorales con el riesgo de disolver la identidad kirchnerista en la línea más conservadora del Frente para la Victoria.
Coincido en advertir el riesgo de una disolución identitaria si bien también entiendo que ganar las elecciones es importante. Pero donde quizás me aparte de la línea progresista del kirchnerismo es en el rol que le asignan al peronismo y al PJ pues por momentos parecen suponer que el kirchnerismo podría sobrevivir independientemente del movimiento y el partido que constituyó Perón.
Frente a esto cabe decir, en primer lugar, que habría que aclarar que PJ no es lo mismo que peronismo pues este último lo trasciende. A su vez, el PJ no es solamente un aparato burocrático con caciques territoriales. Es eso pero es algo más también y se viven momentos de cierta ebullición interna que permiten pensar en alguna renovación. Aclaro esto porque considero que la supervivencia del kirchnerismo depende de su vínculo con un ala del peronismo que no debe renunciar a la jefatura del partido. En otras palabras, el kirchnerismo incluye elementos progresistas de cierta tradición del liberalismo político y es fuertemente impulsado por una generación nacida en democracia pero tiene un componente peronista insoslayable. Dígase entonces que un kirchnerismo sin los elementos progresistas podría tener los vicios del peronismo clásico pero un progresismo sin peronismo gozaría de la misma esterilidad bien pensante y republicana que ya todos conocemos.       
Por último, PJ y peronismo no son sinónimos de Scioli. Ese es otro error de algunos sectores progresistas que acompañan al gobierno. Scioli es un referente importante del PJ y forma parte del peronismo gracias a la generosidad ubicua del movimiento que ha sabido incluir prácticamente todas las variables, tradiciones y candidatos habidos y por haber. Pero el PJ y el peronismo no se reducen a Scioli ni éste tiene garantizado un apoyo irrestricto. Será una disputa enorme como las que el peronismo y el partido nos tiene acostumbrados pero en estos momentos el gobierno no puede permitirse entregar ni el liderazgo del movimiento ni la estructura del PJ. Habrá que rellenarlos con una militancia innovadora, aggiornada y transformadora pero el prejuicio progresista no puede servir en bandeja espacios codiciados y centrales para toda construcción política. Pelear esos espacios no implica, claro está, dar por cerrado ese claro intento de trasvasamiento generacional por fuera de las estructuras clásicas que impulsó el kirchnerismo desde 2010 y 2011. Se trata de, a ese intento, sumarle actores políticos y reunir fortalezas. Organizar todos esos componentes y ganar la elección de 2015 no será sencillo pero en la confluencia estará la posibilidad de mantener una identidad que, aun en el hipotético caso de no llegar a ser gobierno, tendrá la capacidad suficiente para ponerle límite a todo intento de regresar a modelos económicos y políticos de décadas anteriores que la Argentina merece tener bien presentes con el único fin de no volver a repetirlos.          
         

  

viernes, 21 de febrero de 2014

El otro índice (publicado el 20/2/14 en Veintitrés)

Llegó la nueva medición del índice de precios al consumidor del INDEC con una diferencia muy importante respecto a la de años anteriores. Para ser más precisos, el índice debutó con un 3,7% de aumento y de ese modo el gobierno decidió ponerle fin a una situación que horadaba su credibilidad mes a mes. Porque sea por una intervención con “dibujo” de los números, sea porque la metodología no era la adecuada para reflejar un índice representativo, lo cierto es que la falta de credibilidad del INDEC había dado rienda suelta a los deseos cuantificados de todos los opositores que instalaban números que tampoco daban cuenta de lo que sucedía con los precios. Y aun cuando los índices privados o los índices mensuales que expresaban una decena de diputados opositores tuvieran buena fe (soy escéptico al respecto), resulta imposible comparar la capacidad logística de un organismo como el INDEC con la de cualquier consultora. En este sentido, aunque resulte increíble, medidoras privadas tomaban como indicadores los precios de un par de supermercados de la zona céntrica de la Capital y con esos datos decían representar el número de la inflación nacional.
Pero desde ahora, el nuevo IPC adopta una perspectiva federal y se extiende más allá del radio de la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Esto significa que el relevamiento incluye alrededor de 13.000 comercios de todo el país y toma nota de unos 200.000 precios. Para ello utiliza 290 agentes que cubren el modo en que fluctúan los precios de los bienes y servicios de consumo de alrededor de 36.000.000 de argentinos, esto es, casi la totalidad de población urbana de nuestro país.   
Ahora bien, ¿la decisión de avanzar en una nueva metodología es una decisión estrictamente económica? Desde mi punto de vista, no. Porque todos los actores económicos se manejaban con un índice reflejado en otras variables que arrojaba el último año una inflación de entre un 20% y un 25%. Lo hacían los sindicalistas y lo hacían los empresarios fijando los precios y lo reconocía implícitamente el gobierno al avalar los números de las paritarias. Claro que un número oficial más representativo ayuda a discutir con más precisión y, sobre todo, es una señal para seducir inversiones extranjeras y tener más herramientas en las arduas negociaciones que este gobierno lleva adelante para acabar con las consecuencias heredadas del default. Todo esto es relevante. Pero más importante es su aspecto político en el sentido de la necesidad de recobrar la confianza de una buena parte de la sociedad. Y hablo de “confianza popular” y no de “confianza de los mercados”, distinción que algunos omiten. Porque la confianza de los mercados es un eufemismo para no hablar de rentabilidad. La rentabilidad es lo único que da confianza. No es el clima de negocios ni la seguridad jurídica: es la rentabilidad. Pero la confianza popular tiene una lógica que no es estrictamente la del bolsillo sino que incluye otros valores, otros deseos y otras angustias. Porque aún cuando se votasen programas y no personas, existe un sinfín de circunstancias no previstas sobre las que la ciudadanía no tiene opinión formada y simplemente deposita su confianza en el representante suponiendo que tomará la decisión correcta. Pero cada vez que un gobierno miente su credibilidad se va horadando puesto que actúa como una pendiente resbaladiza, algo que la oposición sabe muy bien. Por ello, de las “mentiras del INDEC” pasaban en un salto “sinecdótico” a hablar de un gobierno mentiroso y a poner en tela de juicio todos los números del gobierno y toda palabra oficial. Y eso es injusto más allá de que una nueva medición del IPC afectaría, claro está, otros números como el de la medición de la pobreza y la indigencia.
La importancia de este nuevo índice es, entonces, menos económica que política dado que  supone haber comprendido que la credibilidad es central en la relación entre el gobernante y el pueblo. Lo sabían los sofistas, esos injustamente vilipendiados pensadores que reivindicaban la democracia, en la antigua Grecia. Y lo sabía el propio Perón cuando parafraseaba a Alberdi y decía “gobernar es persuadir”. Dicho esto, no tenía sentido que el gobierno se expusiese mes a mes a que los que verdaderamente mienten sistemáticamente en la Argentina, lo acusen de falsear la realidad con datos que eran fácilmente verificables en los supermercados. Y no alcanzaba con que se repita una y otra vez el dato real pero contraintuitivo y esquivo a la memoria de que el poder adquisitivo es infinitamente mayor que el de hace años y que las paritarias han estado siempre por encima de la inflación o, como mínimo, (y solo en los últimos dos años quizás) a la misma altura. Porque a muchos sectores populares y medios lo que les aflora no son las mejoras que han recibido sino esa suerte de chip de pánico e indignación que se activa cuando los alimentos aumentan. Cuando esa lucecita se prende no hay pedido de racionalidad que pueda ser bien recibido.    
Después podremos discutir las razones de la inflación, cuánto se debe a factores externos, cuánto a presiones internas y cuánto a errores no forzados del gobierno. Allí habrá que tomar en cuenta, por ejemplo, el cambio en la política de la Reserva Federal estadounidense que, con moderación de la emisión y paulatina suba en las tasas de interés, afecta claramente a mercados emergentes de los cuales la Argentina es muy dependiente. De hecho, aunque sólo se diga por debajo, Brasil estaría entrando en recesión técnica y China crece menos de lo que se esperaba. Y si de inflación hablamos, y queremos compararnos, el siempre reverenciado modelo uruguayo tuvo un alza en su índice de precios de 2,44% en el mes de enero, un cuarto del total de lo que había crecido en todo 2013. Ninguna de estas novedades explica por sí mismas los problemas de la Argentina pero no pueden ser pasadas por alto con liviandad. Respecto de lo que sucede adentro ya lo sabemos: los poderes económicos que también se han beneficiado con este gobierno no cesan en sus presiones y la administración kirchnerista tiene menos espaldas para hacer frente a las corridas dado un déficit importante originado especialmente en la importación de energía (algo provocado principalmente por el vaciamiento de YPF que produjo REPSOL pero que está en proceso de plena recuperación desde que el 51% de la empresa volvió a manos estatales) y por el pago de la deuda externa que ha disminuido enormemente pero implica erogaciones y liquidez en dólares que en Argentina no abundan.       
Se ha dado, entonces, un paso adelante no sólo económico sino político. Sin duda, es un punto a favor del nuevo equipo económico de Kicillof, Fábrega, Costa y en el que se puede incluir a Capitanich también. Porque sostener una intervención o una metodología obsoleta incapaz de reflejar un índice adecuado podía tener una finalidad originaria vinculada a la necesidad de alcanzar una menor erogación de intereses de aquellos bonos que se ajustaban por el CER. Pero esa ganancia material no es nada comparable con la pérdida simbólica a la que se sometía el gobierno mes tras mes para disfrute de todo un arco de voces para los cuales la credibilidad es un tesoro que han perdido hace mucho tiempo y que todavía no pueden comprar en el mercado.     
        



sábado, 15 de febrero de 2014

Fiesta (publicado el 13/2/14 en Veintitrés)

Y con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas/ Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a sus divisas. (Joan Manuel Serrat)


 En el último mes, referentes del establishment financiero mundial publicaron sendas notas en las que se ocupan de la actualidad económica de la Argentina. Entre las más sobresalientes está la crónica del viaje que realizara por nuestro país Mary Anastasia O´Grady, periodista de Wall Street Journal, y que el diario La Nación tuvo la gentileza de publicar el 13 de enero último. El texto en cuestión tiene pasajes de antología y se destaca incluso por sus destellos poéticos. Por mencionar uno de los más conmovedores tómese el siguiente: “La infraestructura de la ciudad [de Buenos Aires] también parecía abatida. Los amplios bulevares y grandiosos edificios del siglo XIX están cansados y roñosos y las calles huelen mal. Los grafitis enardecidos y los afiches hechos tiras desfiguran las paredes, lo que intensifica una sensación generalizada de decadencia sin ley. Destruir la riqueza de una nación demora un largo tiempo, pero una década de kirchnerismo, de gobiernos encabezados por Néstor Kirchner y su actual viuda Cristina Fernández de Kirchner, parece estar lográndolo. (…) Cuando un país sufre disturbios, saqueos, cortes de electricidad y una inflación galopante, lo normal es que las personas libres busquen que sus líderes restauren la calma y el orden.”
Es difícil comprender a qué refiere la periodista cuando habla de la supuesta riqueza de la nación perdida en la última década pues una aritmética rápida nos lleva al año 2003, año en que el gobierno de Duhalde se tuvo que retirar antes de tiempo y en el que se estaban pagando los costos sociales de una devaluación enorme tras la crisis generada por las políticas que el Wall Street Journal apoyó y sigue apoyando sin ningún mínimo conato de autocrítica.
Pero más cerca en el tiempo, el 1 de febrero para ser más precisos, la revista inglesa The Economist dedica un editorial a los casos de Argentina y Venezuela con un título tan trillado como elocuente: “La fiesta ha terminado”. Uno de sus párrafos resume el sentido del artículo: “La Argentina y Venezuela han estado viviendo prósperamente durante años, gastando despreocupadamente las ganancias de un irrepetible boom de commodities (petróleo en Venezuela, soja en la Argentina). Ambos han recurrido a intervenciones de los bancos centrales y a controles administrativos para evitar que tasas cambiarias sobrevaluadas caigan y que la inflación crezca. Ambos enfrentan ahora un castigo merecido”.
Expuesto esto quiero detenerme en aquella referencia al final de una supuesta fiesta. No para desmentirlo con un análisis económico sino para marcar ciertas paradojas y algunas consecuentes perplejidades.
Porque los referentes del pensamiento conservador siempre han intentado vincular las políticas de fuerte regulación estatal, énfasis en el mercado interno e inclusión social, con la idea de  “fiesta”. Pero, claro está, no hacen referencia a nada que sea digno de festejar. Más bien todo lo contrario: se trata de asociar este tipo de políticas a “la otra cara” de una fiesta. Listemos tales  características negativas. En primer lugar, una fiesta está asociada a los excesos, a la exageración, a la pasión dionisíaca y a la irracionalidad. Esto hace que en muchos casos las consecuencias se paguen al día siguiente con la famosa resaca o teniéndose que arrepentir de algunas acciones que el milagro de la tecnología permite capturar en forma de video para deleite de propios y extraños. A su vez, en segundo lugar, la diferencia entre lo que sucede durante la fiesta y lo que sucede al otro día muestra que el momento del festejo es una anomalía, un hecho fuera de lo normal. Es más, podría decirse, que una fiesta es tal, justamente, por su condición de excepcionalidad, lo cual permite que se aflojen las inhibiciones cotidianas. Dicho en otras palabras: hay fiesta porque en la mayoría de nuestros días vivimos en un estado de “no fiesta”. De esto se sigue que la noción de fiesta está asociada a una dimensión temporal: la fiesta no puede ser permanente, debe acotarse en el tiempo para constituirse como tal.
Tras este breve comentario parece claro por qué ciertos sectores del establishment recurren al latiguillo de la “fiesta” para referirse a las políticas de los gobiernos que denominan “populistas”: de lo que se trata es de hacer ver a la inclusión de una enorme cantidad de ciudadanos dentro de la cobertura de derechos básicos y bienes materiales como un “momento” de despilfarro, de exceso, que luego debe volver a un supuesto cauce de normalidad. Tal normalidad, claro está, es la de las políticas de ajuste que profundizan la desigualdad y se encuentran al servicio, no de una economía libre, sino de una economía dirigida (por las grandes capitales). Desde esta perspectiva, la inflación sería el síntoma del exceso (como lo es la resaca cuando se bebe demasiado) y se pasa por alto la mención al modo en que la especulación de unos pocos explica una buena parte de los aumentos en los precios.    
Pero en la introducción le adelantaba la mención de algunas perplejidades y con esto me refería a la paradójica situación de un discurso que exige austeridad en el gasto público al tiempo que incentiva los estímulos para un consumo desenfrenado del ciudadano medio individual. En otras palabras, el clima cultural del capitalismo del siglo XXI constituye tipologías de consumidores cada vez más específicos pero con un patrón común: no parar de consumir. Se trata de una cultura hedonista en la que se estimula un constante estado de fiesta (de consumo) o, lo que es lo mismo, que en el día a día cotidiano el consumo desenfrenado se transforme en una habitualidad y, sobre todo, en una necesidad. El mensaje para el consumidor individual no es el de la austeridad. Ni siquiera es el de gastar lo mismo que entra. Es el de seguir consumiendo aun endeudándose. Claro que a los gobiernos también se los controla obligándolos a endeudarse pero la contrapartida es que el prestamista impone las condiciones de austeridad recortando los gastos supuestamente superfluos, esto es, aquellos vinculados a lo social. Este mensaje no podría reproducirse en el plano individual pues sería difícil encontrar una publicidad que cínicamente afirme que para seguir consumiendo usted debe dejar de invertir en, por ejemplo, su salud, su educación, su techo y su cultura. Pero hay mensajes que van en esa línea con apenas una pizca más de sofisticación. Descifrar tales mensajes y sus inoculadores no es tan fácil como pareciese. De aquí que hay que estar muy atentos pues dicen por allí que el orden conservador que ha tenido gran éxito económico, (incluso durante los 10 años de la “fiesta populista”), pero ha sido incapaz de mantener ubicuamente su hegemonía ideológica, está ansioso de armar su fiesta, esto es, una fiesta exclusiva a la que no estarán invitados ni usted, ni yo ni la mayoría de los argentinos.         

        

viernes, 14 de febrero de 2014

Operación Francisco (publicado el 12/2/14 en Diario Registrado)

La desmentida del Papa Francisco al diario La Nación que, a través del periodista Mariano Obarrio, había informado en tapa el llamado a una reunión entre el gobierno, sindicalistas y empresarios a pedido de la máxima jerarquía de la iglesia católica, se transformó en una de las operaciones de prensa más escandalosas del año que recién comienza. En tanto tal no tiene demasiado sentido realizar un análisis estrictamente profesional acerca del ejercicio del periodismo sino indagar en el sentido de la operación y la carga simbólica que tal noticia, de haber sido cierta, hubiera implicado.
 En primer lugar, una intervención del Papa hablaría de una profunda crisis política en Argentina. De hecho el antecedente de una mediación papal nos lleva rápidamente al conflicto del canal de Beagle con Chile en el que el rol de Juan Pablo II y el cardenal Samoré fueron determinantes para garantizar la paz.
Asimismo, a la instalación de la idea de crisis que se hubiera puesto de manifiesto de haber sido real la operación de prensa perpetrada por Obarrio, le seguiría, como segundo elemento, una clara demostración de impotencia del gobierno argentino en tanto incapaz de resolver las tensiones económicas y la puja distributiva. Tal impotencia tendría como corolario una suerte de cesión de facto del poder a una autoridad eclesiástica que goza de gran popularidad en el pueblo argentino pero que no tiene la legitimidad democrática ni la decisión de intervenir en los asuntos internos de nuestro país. Porque más allá de que la fantasía de los sectores conservadores de la Argentina era que la entronización de Francisco trasladara el eje del poder de la Casa Rosada al Vaticano, lo cierto es que el Papa hasta ahora no sólo no se ha enfrentado al gobierno argentino sino que su prédica latinoamericanista y anti neoliberal coincide con las principales líneas de la política de la administración kirchnerista.         
Por último, un cuarto elemento que se hubiera seguido del llamado a una reunión por parte de Francisco era una desjerarquización de los actores. En otras palabras, se estaría ubicando a sindicalistas y a empresarios al mismo nivel que el gobierno/Estado, casi como 3 facciones de interés en disputa.
Dicho esto no queda más que parafrasear cierto slogan de un conocido multimedio y afirmar que los deseos pueden taparse o pueden presentarse como información, realizar una operación de prensa y hacerse tapa.


lunes, 10 de febrero de 2014

Bestiario político argentino N° 17: los Hades Merinter (publicado el 4/2/14 en Diario Registrado)

Los Hades Merinter, variante monstruosa de algún tipo de roedor autóctono, son una plaga que merodea los silo bolsas que llevan mucho tiempo llenos. Salen desde el subsuelo de la tierra, tienen un olor pestilente y nadie ha podido dar con sus madrigueras. Simplemente aparecen cuando tienen hambre. Los grandes acopiadores han logrado controlar a estos animalitos siendo generosos con sus líderes, pero siempre está vigente el temor de que un día aparezcan. No son tan pequeños pero hay humanos que son incapaces de verlos lo cual hace que varios expertos insólitamente los consideren capaces de invisibilizarse.
Por su parte, hombres de la provincia de Buenos Aires, seguramente como parte de un mito transmitido de generación en generación, dicen que los dueños de grandes extensiones de campo venden su cosecha cuando sienten una suerte de temblor en la tierra que preanuncia la aparición de los Hades Merinter. Otros, simplemente, atribuyen esa decisión al circunstancial valor del dólar. Lo cierto es que el comportamiento de los Hades Merinter siempre ha sido acusado tanto de irracional como de incontenible por los hombres de campo.

Para finalizar, aclárese que estas monstruosidades son capaces de hibernar durante años y muchos de ellos han llegado a la ciudad y han sido domesticados casi como un gesto de snobismo exótico. Aunque, claro está, se mantiene vigente la amenaza de esa variante de Hades Merinter sordos y ciegos que realizan un chirrido ensordecedor que se multiplica por millones y no deja nada en pie. Lamentablemente, ninguno de los testigos de ese fenomenal suceso ha sobrevivido para documentarlo.         

viernes, 7 de febrero de 2014

La usura y lo posible (publicado el 6/2/2014 en Veintitrés)

Tras estabilizar el dólar en 8 pesos, la administración kirchnerista considera que están dadas las condiciones para la recuperación de la competitividad en diferentes sectores y que hay buenas razones para proseguir con el proceso de sustitución de importaciones. Asimismo, el gobierno espera dar una señal clara para incentivar la liquidación de granos hacia aquellos exportadores “con espaldas” suficientes para especular con una tendencia alcista del dólar. Dado que aun los economistas más críticos reconocen que el problema del gobierno no es macroeconómico sino una coyuntural carencia de liquidez, todas las miradas se han posado sobre aquellos sectores claramente beneficiados con la última devaluación y que, a pesar de ello, quizás por razones ideológicas y políticas más que económicas, siguen reticentes a volcar sus dólares al mercado.  
 Quien leyó esta misma columna la semana anterior, habrá notado que llamé la atención sobre esta particular dependencia (circunstancial, pero dependencia al fin) del gobierno hacia sectores de la cadena productiva altamente concentrados. Para ponerlo en números, se calcula que el 70% de las exportaciones de soja, maíz y trigo está en manos de 8 empresas siendo la más importante Cargill.    
Pero si hablamos de concentración ésta llega a otros eslabones de la cadena de valor. Tómense por ejemplo los datos que recoge en una nota del diario Tiempo Argentino, el diputado Carlos Raimundi a partir de un estudio del Centro de Investigaciones CIGES: “1 sola empresa concentra el 80% de la producción de panificados; 3 empresas producen el 78% de las galletitas; 2 empresas concentran el 82% de la producción de cervezas; 2 empresas elaboran el 79% de los fertilizantes; 1 sola firma fabrica el 85% del acero; 1 sola firma monopoliza el 100% del aluminio; 1 sola firma concentra el 93% de la producción de etileno; 3 empresas dominan el 97% del mercado del cemento”.
 En este contexto resulta claro que cualquier medida del gobierno tendiente a presionar a los exportadores para que liquiden sus dólares, y a las distintas empresas para que no lleven los costos de la devaluación a los precios de manera usuraria, chocará con límites estructurales y actores económicos enormemente fuertes. Ahora bien, en este contexto, no pude más que recordar las palabras de Arturo Sampay en la fundamentación de la “Constitución peronista” del año 1949. Pues allí Sampay se pregunta cómo puede la justicia social, ese principio tan caro al peronismo, mediar entre la renta individual (propia del capitalismo desregulado) y el bien común, pilar del justicialismo heredado de la Doctrina Social de la Iglesia. Y la respuesta es asombrosamente actual pues para que el desarrollo económico individual no afecte el acceso a  bienes materiales básicos de los sectores mayoritarios de la comunidad, hace falta atacar dos aspectos: los monopolios y la usura.
 Sobre la cuestión monopólica se ha hablado mucho en los últimos años en nuestro país pero bastante poco se ha hablado de la usura. Por ello viene bien recordar la definición que da Sampay: “El concepto genérico de usura en los precios está dado por la exacción abusiva que se pretende de la venta de un bien o de la prestación de un servicio, incluidos los negocios industriales en amplio sentido, ya sean estrictamente económicos, agrícolas, manufactureros o comerciales”  
Pero lo más interesante es que desde la perspectiva justicialista, la usura es aquello que define al capitalismo moderno. De aquí que Sampay presente a la Constitución de 1949 como anticapitalista en tanto pone límites a la renta individual ilimitada. Esto, claro está, ayuda a comprender aquel pasaje de la marcha peronista que tanta perplejidad nos generaba cuando la oíamos (y la oímos) entonada por un ala neoliberal pro-mercado que se denomina justicialista.
                Pero la Constitución del 49 no se quedaba en el diagnóstico dado que suponía, como toda constitución, un sistema económico con medidas específicas tendientes a garantizar el bien común siempre bajo el criterio de la justicia social. Por mencionar algunas de estas medidas: reforma del código penal castigando al usurero y a los delitos económicos; nacionalización de las instituciones bancarias incluyendo el Banco Central; estatización del comercio exterior; nacionalización de los recursos naturales; permiso de expropiación (aunque no de confiscación) y fomento del mercado interno con la mira puesta en la integración regional.
Como usted notará, muchas de estas medidas tienen vigencia en la actualidad: existen figuras donde encuadrar lo que aquí llamamos usura (o agiotaje) como ser el caso del artículo 300 del Código Penal que castiga con una pena de 6 meses a 2 años a quien “hiciere alzar o bajar el precio de las mercaderías por medio de noticias falsas, negociaciones fingidas o por reunión o coalición entre los principales tenedores de una mercancía o género, con el fin de no venderla o de no venderla sino a un precio determinado”; el Banco Central no está en manos de los ingleses desde 1946; pervive la figura de la expropiación y ha crecido enormemente el mercado interno y el comercio en el bloque latinoamericano. Con todo, los recursos naturales están manos de las provincias y es una cuenta pendiente generar los mecanismos para que estos bienes estratégicos no sean saqueados por los inversores privados extranjeros. Asimismo el comercio exterior no está estatizado y en esa línea vienen las exigencias de algunos sectores afines al kirchnerismo que exigen el regreso de una Junta Nacional de Granos que, desde mi punto de vista, podría circunscribirse a garantizar el abastecimiento del mercado interno para liberar todo excedente y, como se sigue de las palabras del ministro Capitanich, tendría que tomar en cuenta que las condiciones logísticas para el control deberían tener una mayor capacidad imaginativa que la que se necesitaba allá por los años 30, 40 y 50.
 Por último, para cerrar con Sampay, la Constitución derogada por el gobierno de facto en el año 1957, tenía también un programa dedicado al campo. Allí indicaba que “El Estado [tiene el derecho a] fiscalizar la distribución y la utilización del suelo, interviniendo con el fin de desarrollar su rendimiento en interés de todo el pueblo y de garantizar a cada labriego, o familia labriega que demuestre aptitudes para ello, la posibilidad de convertirse en dueño de la tierra que trabaja (…) Se justifica, entonces, que el Estado pueda expropiar sus tierras a quienes no las hacen rendir por abandono, desidia o incapacidad, y que las distribuya entre los aptos para trabajarlas como propietarios (…) El campo no debe ser bien de renta sino instrumento de trabajo”.       
Ni los actores son los mismos, ni las circunstancias son similares ni el equilibrio de fuerzas es comparable. Pero siempre viene bien indagar en la historia reciente cuando pretendemos ir un paso más allá de lo posible.