lunes, 30 de septiembre de 2013

Bestiario político argentino N° 14: Los cancerberos (publicado el 26/9/13 en Diario Registrado)

Cuando, siguiendo la línea de lo que había sucedido en la antigua ciudad de Ortigia, el alcalde decretó que nadie podía morir ni nacer en su jurisdicción, se dispusieron cancerberos en toda la frontera de la ciudad. La razón era simple: había que frenar la estampida que, desde el interior de la ciudad, protagonizarían las embarazadas que querían parir y, desde el exterior, realizarían los moribundos que ansiaban una sobrevida. Los cancerberos, con su cuerpo de perro y sus 3 cabezas, aunque algo faltos de timing tras el largo proceso de ausencia de actividad que le siguió a la demostración de que el inframundo era una simple farsa, destrozaron los cuerpos de las jóvenes que habían sobrepasado largamente las 9 lunas (algunas llegaban a 14 o 15 y se cuenta que hubo una que llevaba 32), y de aquellos moribundos que eran arrojados por sus familiares desde el límite de la frontera con la esperanza de caer en esta jurisdicción. Tras la matanza, cargaron también contra los habitantes más humildes de los arrabales de la ciudad y contra todos los jóvenes, seres que naturalmente mantienen un estrecho vínculo con el delito, y los arrojaron más allá de la frontera.
Sin ningún Hércules que pudiera capturarlos, la ciudad institucionalizó a los cancerberos y los destinó a la protección de la seguridad interior e incluso muchos ciudadanos de a pie han adquirido uno para proteger el hogar. En el día mundial de la propiedad privada, con el objeto de homenajearlos, el alcalde inauguró un monumento de hormigón en el centro del ex jardín botánico que había construido Carlos Thays.  Allí, los primeros domingos de cada mes se realiza un extraño ritual en homenaje a Hades y los curiosos arrojan una monedita de 10 centavos para que la suerte los proteja en la próxima adquisición.          


viernes, 27 de septiembre de 2013

Gente, redes y pescados (publicado el 26/9/13 en Veintitrés)

La relación entre redes sociales y periodismo tradicional ha sido presentada generalmente como una relación de discordia y hay buenas razones para aprobar tal presentación pues las redes en particular y las posibilidades que brinda la web en general, permitieron la rápida amplificación de voces alternativas que no tenían lugar en los espacios consagrados que por la propia lógica del negocio acabaron concentrándose en muy pocas manos. En este contexto, la primera reacción de los medios tradicionales y de muchos de sus periodistas estrella fue el de trazar una línea clara entre el presunto profesionalismo de quien ejerce el periodismo desde los soportes clásicos y el carácter amateur y ausente de rigurosidad que pulula en la web.
Pero la prepotencia de los hechos hizo que tal distinción se transformara rápidamente en obsoleta puesto que muchas de las voces que actúan desde el soporte novedoso han demostrado calidad y elocuencia y porque el prestigio que en algún momento tuvieron los soportes tradicionales se ve puesto en tela de juicio por las demostraciones de sesgo y falta de idoneidad con las que nos sorprenden día a día. Esto, claro está, no implica afirmar que el mundo 2.0 sea la panacea pues, de hecho, creo que se le puede aplicar aquella descripción que Borges hiciera de la Biblioteca de Babel cuando indicaba que “por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias”. Pero, con todo, resulta claro que el espacio de la web vino a interpelar la forma tradicional de hacer periodismo y tal interpelación generó la necesidad de una enorme capacidad de resiliencia. Así, quizás sin toda la premura que el negocio virtual necesita y avanzando a pasos analógicos dentro de las posibilidades técnicas, los diarios utilizan las plataformas de las redes para difundir sus noticias, las radios interactúan con los oyentes vía Facebook y Twitter y hasta el programa de Mirtha Legrand contabiliza en uno de los márgenes de la pantalla las veces que su hashtag es mencionado en la red del pajarito. Pero todas estas son cuestiones técnicas, muy interesantes, pero técnicas al fin. Por ello quería enfocarme en un aspecto más bien conceptual de la problemática y afirmar que la reinterpretación que los medios tradicionales están haciendo del rol de las redes sociales es un síntoma perfectamente coherente con la pérdida de credibilidad por la que éstos atraviesan. Porque es gracias a esta crisis que necesitan constituir a imagen y semejanza un nuevo sujeto o, en todo caso, consolidar la idea de que la opinión pública es aquello que se encuentra allí, en las redes. Para poder comprender mejor esta aseveración no hace falta más que ubicarse en el contexto de crisis actual del periodismo, crisis que no tiene que ver con que muchos lectores hoy prefieren el soporte digital al papel sino con un profundo quiebre en la confianza y en la representatividad del periodista. En este sentido, como muchas veces se desarrolló desde esta columna, desde hace un tiempo ya se ha perdido esa mirada virginal que se tenía del periodismo y que lo presentaba como un mero médium entre la sociedad civil y los gobiernos, médium que servía, al mismo tiempo, para amplificar las demandas de la comunidad y para controlar a los representantes populares obligados a hacer públicos sus actos. Porque el hecho de la autonomización de este cuarto poder que impone las condiciones a los poderes republicanos y construye hegemónicamente sentido común, comenzó a ser advertido por una buena parte de la sociedad.
Esto muestra, claro está, que no es posible hoy en día seguir sosteniendo que la ciudadanía es estrictamente pasiva frente a lo que los medios construyen. Dicho en otras palabras: los medios influyen pero su influencia no es total. Hay intersticios, tensiones, contradicciones y movimientos de contrapoder al interior del poder.    
Pero la pregunta que el periodismo que desea mantener sus prebendas y su rol de representante se hace es cómo volver a recuperar el lugar de portavoces de la sociedad. Está claro que hoy no alcanza con hablar en nombre de la “gente” porque hay muchos ciudadanos que se consideran parte de esta categoría y no se ven representados por lo que “dicen que dice la gente”. Y es aquí donde aparece el lugar que las principales usinas de sentido tienen asegurado para las redes sociales pues éstas resultarían una suerte de encuesta permanente e inmediata de todos los temas, minuto a minuto y con la magia sacra de ser autoconvocada. Desde esta perspectiva, las redes permitirían un acceso directo a las demandas de una ciudadanía activa que desde cualquier lugar y en cualquier momento podría participar. Hasta hay quienes hablan de un ágora virtual que vendría a resolver el problema logístico de una democracia directa para un país de 40.000.000 de personas. En este mundo maravilloso, de orgasmos de participación y compromiso, nada se dice de hasta qué punto las redes sociales carecen de agenda propia y no hacen más que reproducir, por otros medios y por otro soporte, la sumisión a un sentido común que ahora se reviste de moderno, canchero y aggiornado. Pero el instrumento es ideal pues se siguen imponiendo cosmovisiones y perspectivas desde un soporte que genera la fantasía de la participación. Porque alguien contesta una encuesta, opina sobre un entrevistado, manda un video de un día de lluvia o de un perro que salta y se siente parte de la comunidad de la comunicación. Incluso considera que es parte de la construcción de sentido y que el sistema le ha dado un espacio desde el cual formar parte de las discusiones sensibles a la opinión pública. Esto no incluye a todos los usuarios: hay muchos muy inteligentes, que entienden lo que está en juego y que a través del instrumento ayudan en la enorme tarea del pensar. Pero son los menos. La mayoría cree lo que le han hecho creer, esto es, que lo que sucede en las redes sociales es representativo de la sociedad, que las tendencias y lo más nombrado del día es lo que verdaderamente importa, y que una opinión desde la comodidad de un dispositivo es equivalente a la decisión que se toma en un cuarto oscuro. Como no podía ser de otra manera, el supuesto contrapeso que aparentemente se podía ejercer desde las redes hoy aparece esterilizado por un discurso que se ha apropiado de la novedad en beneficio propio. Lo que antes era “la gente en la calle me dice”, afirmación sin comprobación empírica posible, comienza a sustituirse por “las redes sociales dicen”. Ahora, lo que la gente piensa, se mide en “tendencias”, “seguidores”, “cantidad de comentarios” y no alcanzan las redes para contener tantos pescados. A su vez, si a esto le agregamos que gracias a Internet el periodista cree posible adquirir un termómetro de lo que sucede en la sociedad sin tener un contacto directo con ésta, notamos que se está frente a un signo de los tiempos en el que el vínculo con el otro aparece como una causa de discordia o peligro frente al cual es mejor guarecerse.    

Pero tal escenario tiene también consecuencias políticas y con eso quisiera terminar. Pues “la opinión de las redes” no incluye a todos aquellos que potencialmente tienen acceso libre a la tecnología y no saben cómo darle determinados usos;  y, por sobre todo, comienza a delinear un sujeto político amorfo, que con individualizante rebeldía senil festeja ingenuamente participar en la agenda que le imponen los medios tradicionales militando desde “la compu” y dividiendo el mundo entre lo es malo y lo que “Me gusta”.              

sábado, 21 de septiembre de 2013

¿Fin de ciclo? (publicado el 17/9/13 en Veintitrés)

Tras el resultado en las últimas PASO apareció la idea de “fin de ciclo kirchnerista” tal como había sucedido después de las elecciones legislativas de 2009. En aquel momento, la idea de que el kirchnerismo había llegado a su fin y que a duras penas podría terminar su mandato en 2011, dio lugar a una importante cantidad de bibliografía que hoy se halla en depósitos de grandes editoriales, mesas de saldo, o museos de curiosidades. Sin embargo, hay dos hechos que se han transformado en un límite a la continuidad del kirchnerismo y que no estaban presentes en 2009. El primero es biológico y se relaciona con la muerte de Néstor Kirchner; el segundo es institucional y tiene que ver con la imposibilidad de reelección de CFK. Es en esta línea que se comprende que confirmándose que los votos obtenidos en estas elecciones no alcanzarán para lograr una reforma constitucional, naturalmente aparezca, una vez más, el vaticinio de un inexorable final del kirchnerismo. ¿Pero puede ser todo tan lineal y simple? ¿Acaso la continuidad del kirchnerismo está atada a la posibilidad de una reforma constitucional? ¿No es posible un kirchnerismo con CFK fuera del gobierno?
Para tratar de responder estos interrogantes, admítase que más allá de que parece haber demasiada ansiedad en decretar el fin del kirchnerismo, no resulta descabellado suponer que una vez abandonada la Casa Rosada, asuma quien asuma, el kirchnerismo cerrará su ciclo. Esto obedece a que el modo de construcción política de los Kirchner es un modo peronista, verticalista y personalista. A algunos les puede gustar y a otros, muchos de los cuales simpatizan con el gobierno pero se pretenden intelligentzia inmaculada e iluminada, no. Pero está claro que en el peronismo la conducción no se discute y no hay ninguna duda de que quien conduce es CFK. A los ojos de la ciudadanía y en términos electorales, este modo de construcción tiene sus pro y sus contra porque en momentos de bonanza quien acapara los laureles es el conductor pero en momentos de flaqueza no hay instancias intermedias que lo protejan. Pero el kirchnerismo es así y en ese aspecto muestra una impronta fuertemente peronista. A juzgar por los resultados en las elecciones ni a Perón ni a los Kirchner les ha ido mal pero resulta claro que, para este tipo de construcciones, el límite a la reelección es una dificultad que tanto Perón como Kirchner, a nivel provincial, pudieron resolver con una constitución que permitía reelecciones indefinidamente. Pero CFK no tiene esa posibilidad, de aquí que se asocie fin de mandato con fin del kirchnerismo pues las plumas opositoras generan una equivalencia entre el tiempo del mandato del conductor en la Casa Rosada, la posibilidad de seguir conduciendo y, lo que es más discutible aún, el entierro de un proceso que, como se demostró en el peronismo, puede sobrevivir a su líder.
Para especificar mejor esto hagamos un experimento mental y supongamos que CFK decide no apoyar a Scioli y busca ungir un candidato “tapado”. En 2015, ese candidato hace una muy buena elección pero pierde en ballotage frente a la expresión opositora que supere la fragmentación. ¿Esto significa que se acabó el kirchnerismo? Puede que sí pero también puede que no, no sólo porque CFK difícilmente decida “retirarse” de la política sino porque el kirchnerismo ha logrado instalarse, con tensiones e interpretaciones en pugna, dentro del campo de las identidades políticas de la Argentina. Y nótese que no estoy haciendo referencia a las conquistas logradas en estos 10 años, conquistas que la ciudadanía ha naturalizado y que costará mucho remover. Me estoy refiriendo más bien a una transformación cultural profunda que pone al kirchnerismo como referente de todas las discusiones. Se está “en” o “contra” el kirchnerismo, se es “más” o “menos” kirchnerista, o se tendrá que “volver a” o “superar” al kirchnerismo, pero lo que parece haber marcado estos tiempos es la existencia de un proceso cuya complejidad excede largamente todo lo sucedido en los últimos 30 años. Porque el menemismo también transformó la realidad (desde mi punto de vista, de manera negativa) pero no hay allí ninguna épica, ninguna identidad y ninguna continuidad histórica que alguien tenga el descaro de asumir públicamente. Distinto es el caso del kirchnerismo, el cual, más allá de que para algunos sea puro peronismo, para otros un tipo de izquierda y para otros un populismo reaccionario, ha marcado una época y posee vastos sectores dispuestos a asumirlo como identidad. Porque los dirigentes pueden ir y venir y la dirigencia argentina toda ha demostrado una veleidad y un carácter acomodaticio vergonzante a lo largo de toda la historia. Pero la cuña que ha clavado el kirchnerismo garantiza una permanencia que hace pensar que no resulta del todo aventurado suponer que quizás en 20 años algún referente llegue al gobierno levantando las banderas de Kirchner y CFK del mismo modo que hasta el día de hoy miles de jóvenes llevan como estandarte a Perón y Evita.
Pero quiero insistir con esto: no me interesa en este punto valorar más allá de que, claramente, tengo una posición tomada. No me interesa porque creo que en este caso alcanza con la mínima pretensión de describir un fenómeno que, salvo algún opositor con espuma en la boca, nadie podrá resistirse a reconocer. Porque efectivamente hay un relato, término que no refiere a una mera ficción sino a trazar continuidades históricas, a incluirse en una linealidad narrativa y por sobre todo, a asumir una cosmovisión y un horizonte. Y es porque hay relato que existe una posibilidad cierta de trasvasamiento generacional cuyo florecimiento puede no ser inmediato pues no hay que confundir trasvasamiento generacional con trasvasamiento de poder. En esta línea, como alguna vez escribí en esta columna, sigo considerando que en el kirchnerismo hay una apuesta por un sujeto de la historia entendido en términos generacionales y que tal apuesta se encarna en la generación de los nietos recuperados, aquellos jóvenes que hoy promedian los 35 años. No es, claro está, que CFK crea que el próximo presidente tiene que tener esa edad. A lo que me refiero es a que CFK considera que es en esa generación, aquella de los nacidos entre el 75 y el 80, donde será posible articular los ideales transformadores que ostentó la generación de los padres de estos jóvenes con el aprendizaje que surge de haber crecido en el marco de instituciones democráticas. Esto significa que los sub 35 podrán levantar banderas de los años 70 pero no observan como alternativa la vía de las armas porque viven en otra época y en otro contexto. Se trata de una generación que no está exenta de errores ni de pecados burocráticos pero entiende que se aceptará siempre el resultado de las urnas y se buscará justicia en el marco del Estado de Derecho aun cuando el adversario no hago lo mismo. Si esto es tal como aquí se describe, suponer que el kirchnerismo desaparecerá porque CFK en 2015 tendrá que dejar su lugar en la Casa Rosada, sería simplemente un error tan importante como afirmar que si CFK no transfiere el poder a un sub 35 el trasvasamiento generacional habrá fracasado. Hay, cerca de la presidenta,  dirigentes que hoy rondan los 50 años y son capaces de asumir la responsabilidad de ser la continuidad histórica, y también hay una juventud que en 20 años, con aprendizaje y experiencia democrática, puede, ante la mirada atónita de los escribas propios y ajenos, llegar a la presidencia dentro del traje de un Nestornauta que disimulará canas, calvicies, pecados de juventud y algunos kilitos de más.                 

martes, 17 de septiembre de 2013

Bestiario político argentino N° 13: Los Catoblepas (publicado el 13/9/13 en Diario Registrado)

“Tú, rey, no serás más rey, porque no podrás mirar, como no pudo mirar el Catoblepas” reza una irregular e incompleta sentencia anónima escrita en la pared sagrada donde sólo se le permitía escribir al rey. Se trata de la pared de la que habría sido la primera unidad administrativa en territorio etíope en épocas remotas y, por las características del mensaje, los arqueólogos entienden que debe haber sido una suerte de paleo-graffiti desafiante efectuado en el marco de una revuelta contra alguno de los sucesores de Menelik I. Complementando las leyendas populares con la información del Kebra Nagast, el Libro de la Gloria de los Reyes de Etiopía, se pudo reconstruir que el Catoblepas tenía una cabeza desproporcionadamente pesada para el tamaño de su cuerpo, característica que llevaba a la criatura a no poder levantar la mirada del piso. De aspecto semejante al ñu y al búfalo, se afirma que la imposibilidad de levantar la cabeza fue la consecuencia de una maldición impuesta por los dioses. La razón sería simple: los catoblepas, aprovechando el gran poder de su mirada, habían convencido a las deidades para que delegaran en ellos la representación en los asuntos concernientes a la organización social en la tierra. Persuadidos por esas penetrantes miradas, los dioses aceptaron pero pronto se vieron defraudados ya que los catoblepas se autonomizaron y constituyeron sistemas de gobierno funcionales a sus propios intereses. La ira de los dioses no se hizo esperar ya que se vieron engañados y, frente a la promesa incumplida, le quitaron fortaleza al cuerpo del Catoblepas de manera tal que éstos no tuvieran fuerza para alzar la cabeza. El objetivo de tal acción era evidente: los Catoblepas no podrían mirar a los ojos a nadie y, por lo tanto, les resultaría imposible ejercer la política, actividad que, ya desde la antigüedad, ha demostrado no ser otra cosa más que un arte de la persuasión.             

lunes, 16 de septiembre de 2013

Hipocracia (publicado el 12/9/13 en Veintitrés)

 Bienvenidos a la hipocracia, forma degenerada y sofística de la representación en el marco de un sistema democrático, modelo a seguir en los tiempos venideros, panacea para una Argentina agotada de tanta división y tantos malos modales.
 Si bien se indagará en las diferentes acepciones que este término puede alcanzar, usted puede deducir inmediatamente que por hipocracia me estoy refiriendo, en primer lugar, a la posibilidad cierta de un futuro cercano en el que estemos gobernados por hipócritas, esto es, por un conglomerado de hombres y mujeres que llegan al poder de la mano de un tipo de discurso que, una vez en el gobierno, girará radicalmente. Para comprender tal idea permítame remitir a la rica historia de este término.
Hipócrita se le llamaba al actor en el teatro griego. ¿Por qué sucedía esto? Por dos razones vinculadas a la utilización de máscaras. En primer lugar, el actor utilizaba una máscara para que su voz se amplificase, más allá de que, claro está, los espacios en donde se exponían las principales tragedias habían sido construidos con una acústica que sorprende hasta el día de hoy y que los estudiosos siguen intentando explicar (véase cómo, por ejemplo, en el Teatro de Epidauro, construido en el siglo IV AC en la zona de la Argólida y con capacidad para 14000 espectadores,  el sonido de una moneda cayendo en el centro del escenario puede oírse en el escalón de la última fila que está a unos 70 metros de altura). Pero, en segundo lugar, que la idea de hipócrita se encuentre indisolublemente ligada a la de máscara se explica por la razón de que el uso de ésta no sólo servía a los fines auditivos sino que también permitía que un mismo actor interpretara a diferentes personajes cambiando la forma de la máscara. Con esta breve explicación es que puede comprenderse que actor e hipócrita eran sinónimos puesto que el primero es el que está “por debajo” de la máscara, de aquí que el término en cuestión tenga el prefijo “hipo” que hoy se utiliza para designar a los que están por debajo de cierto umbral, por ejemplo, los “hipoacúsicos” o los que han sufrido una crisis de “hipotermia”. Con el tiempo, claro está, el término hipócrita dejó de tener el carácter, si se quiere, descriptivo, para transformase en valorativo y referir a aquellos sujetos que muestran o dicen una cosa pero hacen o piensan otra, individuos que, como sucedía en el teatro griego, esconden lo que verdaderamente son detrás de una máscara.
Ser un representante hipócrita, entonces, pone en riesgo todo el sistema representativo más allá del modo en que las democracias en las repúblicas liberales han intentado generar mecanismos de control sobre el comportamiento de los representantes. Porque está claro que en estos tiempos posmodernos se votan hombres y trayectorias personales pero algún programa de gobierno y/o legislativo hay que exponer y se supone que, en principio, debería tratar de cumplirse con esa promesa de campaña. Caso contrario, queda la mentira o el cinismo de declaraciones brutales como aquella de Carlos Menem cuando algunos años después de asumir y de realizar la reforma neoliberal más extraordinaria que pudiera haberse consumado, a pesar de no figurar en el programa de campaña, afirmara “si hubiera dicho lo que iba a hacer no me votaba nadie”. Esa frase condensa todo el problema de la representación y revela una dificultad de origen, esto es, la presuposición de que el representante sabe mejor que el propio pueblo lo que es deseable para el pueblo. En otras palabras, el representante supone que él conoce el buen camino antes que el pueblo y por ello encuentra justificado esconderse detrás de una mascarada, presentarse como lo que no es, para granjearse la estima popular y luego transitar el camino contrario (el cual, por cierto, es justo reconocer, luego sí recibió apoyo de la ciudadanía).
Pero en el primer párrafo adelantaba que es posible encontrar otras acepciones de la hipocracia y del gobierno de los hipócritas, también explicables a partir del prefijo “hipo”. Porque una hipocracia no sería sólo un gobierno con representantes que, por ejemplo, semanas antes de una elección afirman que subirán el mínimo no imponible gracias a gravar la renta financiera pero cuando esta propuesta es llevada adelante por el oficialismo emiten su voto en contra; más bien se trataría de un gobierno de los que están “por debajo” que no son, claro está, “los de abajo”: son los que toman las decisiones que ejecutan los que llevan la máscara. Así, la hipocracia no sólo debe rechazarse por las razones éticas de un representante que dice una cosa y hará otra, sino también por las razones políticas de transformarse en un gobierno en el que el pueblo y sus representantes ceden su soberanía ante la prepotencia de aquellos decisores que se imponen por la fuerza de las balas, de las leyes a medida o de la construcción hegemónica del sentido común.
Dicho esto, mencionaré una tercera acepción vinculada con las dos anteriores y con el desarrollo de la etimología que venimos exponiendo porque “hipo” también puede interpretarse como equivalente a “poco” o a “menos”. El hipoacúsico es el que oye poco y el que sufre una crisis de hipotermia es el que tiene menos temperatura en su cuerpo. De aquí que las dos acepciones antes mencionadas se complementen, creo yo, necesariamente, con la idea de una hipocracia entendida como el “poco gobierno” y el “menos Estado”. Porque para que una mayoría ciudadana crea que una opción de gobierno puede estar dada por candidatos que dicen algo y hacen lo contrario, se necesita un gobierno debilitado incapaz de generar mayorías y un Estado pequeño que “deje hacer” y renuncie a todo afán regulatorio y a la promoción de canales de participación y control ciudadano sobre sus representantes en el interregno que se produce entre una elección y otra.       
Prometer detrás de una máscara lo que finalmente no se hará, delegar las decisiones en la pequeña casta que siempre gobernó el país y no se sometió a la legitimidad del voto popular y estimular gobiernos débiles con un Estado empequeñecido son, entonces, las tres características de la hipocracia cuyo vínculo es casi indisociable. 
De aquí que quepa preguntarse: ¿esta es la propuesta que viene a reemplazar al kirchnerismo tras lo que algunos plantean como un indeclinable fin de ciclo? ¿Se harán cargo, estos hombres de la oposición, del daño que le harán a la democracia y a la política cuando, llegando eventualmente a algún tipo de espacio de representación, sea legislativo o ejecutivo, muestren su verdadero rostro? Por último, ¿qué precio está dispuesto a pagar el electorado no kirchnerista con tal de que este proyecto nacional, popular y democrático se termine? ¿Se asumirá la responsabilidad que todos tenemos a la hora de votar o Argentina se verá atestada de ciudadanos desmemoriados que dentro de unos años lucirán la máscara de la tragedia mientras se preguntan por qué se retrocedió en conquistas objetivas que los habían beneficiado?


domingo, 8 de septiembre de 2013

Bestiario político argentino N° 12: los Gerones rojos (publicado el 6/9/13 en Diario Registrado)

Descendientes de los Chagjin chinos, la mitología irlandesa nos habla de los Gerones rojos, criaturas cuyo proceso de gestación es desproporcionadamente largo y en algunos casos llega a 40 años. Esto hace que al nacer la mayoría ya posea barba y pelo entrecano si bien, del mismo modo que los recién nacidos humanos, necesitan ayuda hasta poder caminar solos. El Gerón rojo tiene una enorme ansiedad de futuro pues desde los 9 meses está listo para nacer pero, por razones desconocidas, no lo hace, lo cual obliga a todo el círculo cercano a ayudar a la madre en este largo proceso. Según algunos psicoanalistas ésta sería la razón por la que los gerones rojos tienen una memoria acotada a lo inmediato y el pasado lejano es interpretado por ellos como un mal sueño en el que reina la confusión típica de la constitución intrauterina.  
A pesar de que en un primer momento fue difícil su inserción social, hoy es casi imposible  distinguir un gerón rojo de cualquier otro ser humano pues su apariencia es similar salvo por la particularidad de que recién en la adultez un gerón rojo puede dar sombra. Esto hizo que muchos los llamen metafóricamente “criaturas sin sol” aprovechando que, además, no se trata de seres con demasiada lucidez. 
En el ámbito de la política se les llama gerones rojos a aquellos jóvenes que “nacen viejos”, sujetos que a pesar de su corta edad buscan reinstaurar modelos del pasado mientras se prosternan con avidez zonza ante cualquier propuesta que incluya la palabra “futuro”.      


viernes, 6 de septiembre de 2013

Los candidatos del no-lugar (publicado el 5/9/13 en Veintitrés)

En el año 1992, el antropólogo Marc Augé incluye, en su libro Los no-lugares. Espacios del anonimato, el concepto de “no-lugar” para referirse a la lógica de la vida actual en las ciudades occidentales y capitalistas. Se trata de espacios de tránsito, como un aeropuerto, una autopista, una vía de tren, un supermercado o una red de hoteles. Según Augé, la característica de los tiempos que vivimos y que él denomina “sobremodernidad”, es justamente el de una época que hace proliferar los no-lugares contrariamente a lo que sucedió en la modernidad tan caracterizada por una noción sustancialista del sujeto y un capitalismo abocado a la acumulación material antes que a la lógica “entro y salgo” del capitalismo financiero con énfasis en los servicios. Dicho de otra manera, la identidad moderna se constituía en referencia a espacios fijos como una ciudad, un oficio, una fábrica, una familia, la misma casa, etc. Hoy la situación es otra y lo que prima es el tránsito y lo que Augé llama tres tipos de excesos vinculados al tiempo, al espacio y a la individualidad respectivamente.
 En lo que respecta al primero, Augé afirma que hay un exceso de acontecimientos que parece acelerar la historia. Esto significa que un hombre nacido en el siglo XIX bien podría marcar un manojo de acontecimientos que transformaron el mundo mientras una persona que cuente hoy con 80 años ha vivido procesos y hechos sorprendentes para una sola vida, comenzando por la segunda guerra mundial, la bomba atómica, las inmigraciones, la masividad de la radio y la televisión, la guerra fría, la revolución cubana, la llegada a la luna, la caída del Muro y de las Torres, el nacimiento de las computadoras e internet, etc. En la actualidad la sensación es que suceden muchas cosas importantes todo el tiempo más allá de que no se puede negar que buena parte de esta sensación se deba a la existencia de la mercantilización de la información que llevan adelante los medios masivos de comunicación cuando espectacularizan los hechos y necesitan tildar de históricos y trascendentes sucesos cotidianos sin importancia.
 Pero existe también un exceso vinculado al espacio, una suerte de cambio paradigmático en la relación que se tiene con los lugares. Con esto Augé se refiere al modo en que afecta nuestra cosmovisión del mundo el hecho de la revolución en los medios de transporte que permite relativizar cualquier distancia pasando de los 3 meses que necesitaban nuestros abuelos para llegar en barco desde Europa, a las 12 horas que invertimos hoy subidos a vuelos que parten diariamente hacia distintos países del viejo continente. Lo mismo sucede con el fenómeno de las telecomunicaciones, la televisión por cable e internet, elementos que hacen que lo que sucede en otras partes del mundo no resulte para nada alejado y pueda percibirse en vivo.
 Por último, el tercer exceso de nuestra época es el de la agudización del ego y la soledad en el contexto de un capitalismo que genera cada vez más introversión al tiempo que enarbola la bandera de “estar conectados”.
 Ahora bien, la pregunta es si esta idea de los no-lugares puede aplicarse a la política y a la actualidad argentina. Creo que la respuesta puede ser afirmativa.
 Pensemos en, por ejemplo, la disolución de los partidos políticos, un verdadero “lugar” moderno en el que descansaba una ideología y una doctrina que se transmitía inter-generacionalmente. Hoy la mayoría de los candidatos ya no se considera parte de un partido, a duras penas, se constituye en un “espacio”, que no es otra cosa que un estar de paso, un no-lugar, un mero tránsito donde las relaciones con aquellos que lo comparten es de mera contigüidad azarosa, un rejunte casual y circunscripto a una finalidad electoralista inmediata. Quizás por ello es que los que dicen formar un “espacio” antes que un partido, paradójicamente, reniegan del lenguaje de la espacialidad, tan caro a la política moderna, que afirmaba, por ejemplo, que hay izquierdas y derechas. En esta misma línea, los que dicen habitar “espacios” consideran que aquello que en la jerga de la militancia se llama “territorio” es una categoría a ser superada, una rémora premoderna gobernada por barones y poblada por bárbaros.  
 Pero quienes en la actualidad reivindican la política de los espacios, también configuran de manera distinta el tiempo: ya no se pretende la transmisión de un ideario ni se aboga por continuidades históricas. Más bien hay ruptura con lo anterior y bajo un discurso de apología del futuro se vive un presente continuo en el que el pasado es algo que debe ser pisado y olvidado. En este contexto, la referencia a la historia es vista como el intento revanchista de los que perdieron y, como tal, un retroceso a conflictos presuntamente superados y anacrónicos.
 Por último, la exacerbación del ego se ve en el hecho de que las construcciones políticas desde el no-lugar del “espacio” se hacen sobre una figura que ocupa el centro de la escena mediática. Así, un rostro y un slogan, antes que un concepto y un programa, reducen la política al reino manipulable de la imagen. No hay construcción política ni sustento en bases. No hay militancia sino mera participación pues quien participa dedica un tiempo acotado, entra y sale.  Por ello tampoco hay actos sino que la actividad proselitista se hace caminando, sin detenerse y transitando. El único movimiento que escapa a esa lógica es el kirchnerismo más allá de su relación fluctuante con el PJ, relación que no surge de un rechazo a la lógica de partidos sino a quienes detentaban el poder en él. Sin que esto suponga coherencia extrema o una total homogeneidad de miradas en los diferentes dirigentes que apoyan el modelo nacional, popular y democrático, hay en el discurso y en el accionar del kirchnerismo una retórica reivindicatoria de los lugares frente a los no-lugares, líneas de continuidad, referencias históricas y el intento de encontrar vasos comunicantes con tradiciones del pensamiento y la acción política, algo que en el radicalismo y en el socialismo vernáculos es un ejercicio que se ve a cuentagotas y que generalmente acaba deshonrando a figuras de una rica historia.    
 En esta línea, el kirchnerismo reivindica la construcción de identidades de la modernidad y de los partidos, lo cual, por supuesto, no necesariamente nos lleva por un camino plagado de elogios. Pero frente a los candidatos con pretensiones y posibilidades hipotéticas de llegar al poder, la diferencia es bastante notoria.           
 Para finalizar, quisiera parafrasear una frase de Marc Augé e indicar que el no-lugar es exactamente lo contrario de la utopía, porque a diferencia de ésta, existe, está ahí, en una imagen que no postula ningún ideal de sociedad orgánica. En los discursos de los candidatos de los no-lugares, la utopía es reemplazada por la referencia zonza a una idea de futuro que se proyectaría desde esa imagen; idea de futuro que no especifica contenido pero se transforma en un valor en sí mismo simplemente porque está por venir. El problema es que si te descuidas, un día, de repente, llega.