viernes, 30 de agosto de 2013

Hubris para todos (publicado el 29/8/13 en Veintitrés)

Tras los discursos que diera la presidenta después de las PASO, se reflotó un tópico que se había instalado en los inicios de su llegada al poder en 2007. En aquellos tiempos, una revista la acusó de “bipolar”, y en la actualidad se transita por todo un abanico de afirmaciones que van desde el burdo “está loca” para, pasando por el “se maneja con el lóbulo emocional” (SIC), llegar al presuntamente científico diagnóstico del médico y periodista Nelson Castro quien con enorme carga dramática indicó que CFK sufre el “Mal de Hubris”. Indagar sobre el significado oculto de este diagnóstico será el objetivo de esta nota.  
Para comenzar, digamos que dado que no existe en los manuales de psiquiatría ninguna referencia a este mal, conviene aclarar que “hubris” viene del griego “hybris”, término que posee una enorme cantidad de acepciones, utilizaciones e interpretaciones pero que generalmente es traducido por “desmesura”, ”insolencia”, “soberbia”, “temeridad”. Tal término es un eje central para comprender las tragedias griegas porque el destino trágico del héroe tenía que ver con el ir más allá de su condición y pretender ocupar el lugar de los dioses. Así es que generalmente en estas obras se encuentra un personaje principal que cae en desgracia por cometer un error fatal que precipita su final inexorable. Porque no hay forma de escapar al destino y los dioses, tarde o temprano, e incluso tras varias generaciones, hacen cumplir el castigo por la insolencia y el desafío perpetrado por los humanos.
Las tragedias que han llegado hasta la actualidad dan cuenta en numerosas ocasiones de este funcionamiento. Baste recordar la soberbia de Creonte en Antígona o la locura que se le impone a Ayax que, cegado por ésta, confunde a un conjunto de animales con Ulises y sus seguidores.
Asimismo, ya desde la antigüedad se les adjudicaba a los tiranos el exceso y la desmesura que los hacía ir más allá de ese virtuoso punto medio aristotélico adecuado al bueno gobernante. Razón no faltaba pues la megalomanía cruel ha sido una característica distintiva de los principales líderes autoritarios a lo largo de toda la historia de las organizaciones humanas. En esta línea, no hace falta recurrir a la mitología, ni moralizar ni enfocar el asunto en términos religiosos: simplemente alcanza con revisar los libros de historia para observar que la realidad y los hechos, muchas veces, superan a la más fatal tragedia griega.
Más cercanos en el tiempo, con menor pretensión cientificista que el doctor Castro, un clásico de los comunicadores es vincular a los gobiernos de centroizquierda de la región con la tiranía, la demagogia y el autoritarismo, todos elementos atravesados, aparentemente, de hybris. Dado que ya lo hemos analizado en esta columna, simplemente, recordaré que este artilugio eficaz es utilizado para relacionar políticas gubernamentales en la que la participación estatal es preponderante, con supuestos desequilibrios psíquicos de sus impulsores. Tal falaz vinculación tiene como consecuencia peligrosísima la introducción de una categoría médico-biológica, como lo es la de “enfermedad”, en el campo de lo social y político, permitiendo afirmar, muy sueltos de cuerpo, que determinada ideología es “un cáncer”. Dado que usted ya imagina el modo en que podría volver a concretizarse una “quimioterapia política, social y colectiva”, me gustaría, entonces, volver al concepto de hybris para arribar a algunas conclusiones sobre uno de los conflictos centrales de la Argentina de hoy. Porque sigo sin creer que el eje central de las turbulencias de nuestro país pueda reducirse a lo estrictamente político y económico. Es también cultural y con esto no estoy afirmando “iluministamente” que todos los males de la Argentina se acabarán cuando la gente se eduque. Más bien me refiero a que estamos ingresando en una etapa de una espiral que sólo vagamente podemos vislumbrar y en la que se asiste a un discurso periodístico que ya no se contenta con presentarse como uno de los discursos capaces de construir verdad sino que busca mostrarse como el único. Para ello, el discurso periodístico y el periodista tienen que deslegitimar el resto de los lenguajes y de los actores sociales y públicos. En este sentido, se arremete contra todo orden institucional. Hoy en día, el principal afectado es el poder político pero si la Justicia no formara parte del entramado de las corporaciones de poder en Argentina, también estaría aguardando su avatar. Pareciera así que la única manera de restablecer la credibilidad que ha perdido el periodismo hace ya algunos años es haciendo que la palabra del periodista no necesite ninguna otra validación, que alcance con ella para dar verdad y verosimilitud. No es casual que, en el ejemplo del médico Castro aquí citado, el lugar del periodista se complemente con el discurso médico, ese gran disciplinador social que ha delineado a las sociedades occidentales contemporáneas. Por todo esto, es natural la referencia a la hybris, porque ésta, recuerde, no sólo tenía la cara de la desmesura humana sino que también hablaba de la necesidad de aceptar un orden que venía dado por los dioses. En este sentido, que nadie puede apartarse de ese orden dado pues su castigo será inexorable, es otra de las lecturas de las grandes tragedias griegas pues quien ose hacerlo recibirá el escarmiento total para que el auditorio, que se siente identificado con el héroe, sepa que esto le sucederá a quien desafíe la supuesta naturaleza de las cosas.
 Para finalizar, un detalle a ser destacado es la característica de los dioses griegos que aquí intervienen porque éstos se encuentran lejos de ser ecuánimes, justos y desapasionados. Más bien se trata de dioses arbitrarios, que favorecen a sus preferidos, que tienen intereses determinados y por eso actúan sobre la vida humana. Dicho esto, mi pretensión no es indicar que Nelson Castro realiza una proyección psicoanalítica y acusa a CFK del mal que él mismo padece. Podría ser eso, podría ser misoginia también pero la idea no es acusar de desequilibrado al que acusa de desequilibrio pues eso no haría un aporte importante a la discusión. Más difícil, y por eso más interesante, me resulta señalar que Castro, en este caso, como un simple referente de la corporación periodística, disfraza una advertencia de diagnóstico y actúa como quien pretende seguir ocupando el rol de la divinidad y siente peligrar su lugar en el Olimpo. Esto no significa ni que CFK sea Antígona ni tampoco implica ubicar al movimiento nacional y popular en una épica irredenta. Significa simplemente que algunos afectados reaccionan como dioses que han sido desafiados e interpelados por la acción humana que en este caso no es otra cosa que el liderazgo de un movimiento político que puso en tela de juicio la credibilidad del periodista.  Por eso, Castro actúa como el dios enojado al que le han robado el fuego. Síntoma de ello es su libro Enfermos de poder, donde analiza los casos de Videla, Menem, De la Rúa, Perón, Roosevelt, Franco, Stalin, Mussolini y Kennedy entre otros hombres públicos que por la vía democrática o dictatorial alcanzaron la cima del poder. Todos ellos se habrían creído dioses y habrían actuado con desmesura y soberbia, “enfermedad” que, como se ve en esta lista,  sólo ataca a los hombres y mujeres que hacen política. Queda entonces interrogarse por la particularidad de esta presunta enfermedad que tiene predilección por los funcionarios públicos y casualmente nunca ataca a los que tienen el verdadero poder, por ejemplo, divinidades como los empresarios, los periodistas “titulares”, o los jefes del propio Nelson Castro.           



domingo, 25 de agosto de 2013

Bestiario político argentino N° 11: Los Alharepres (publicado el 21/8/13 en Diario Registrado)

Los comentarios sobre los Alharepres son, como mínimo, contradictorios. La razón es atendible: son monstruos sin forma que aparecen entre multitudes que manifiestan reivindicaciones heterogéneas. Dicho de otro modo, se trata de seres cuya única materialidad es el sonido característico que los identifica. Sus detractores se mofan de ellos espetándoles ser sólo ruido; sus admiradores, en cambio, ven en sus súbitas apariciones señales contra los gobiernos de turno.
No hay estudios ni tratados serios sobre los Alharepres. A lo sumo un conjunto de crónicas dispersas cuyos primeros registros aparecen en escritos de la tradición musulmana al menos desde el siglo IX. Me permitiré citar una de éstas con fecha no del todo precisa pero, sin duda, en el contexto de la ocupación mora en el sur de España. Se cuenta que frente a una serie de decisiones populares del Sultán, las clases acomodadas salieron a manifestarse en la puerta del Alcázar. La convocatoria habría sido espontánea y no existían representantes de esos intereses sino sólo el reclamo de aquellos hombres. Ante la persistencia de la manifestación, el Sultán tuvo una idea particular. Mandó a rodear todo el perímetro de la manifestación con espejos de unos dos metros de altura y en apenas algunas horas la multitud se vio dentro de una precaria pero eficaz estructura cuyo sentido resultaba desconocido, hasta que ocurrió lo que el Sultán había planeado y se ha transformado en una de las páginas más mágicas de la tradición islámica: la multitud se enfrentó a los espejos pero no podía reflejarse en ellos. Ninguno de los que allí estaba. La turba enloqueció y comenzaron los gritos mientras los manifestantes corrían hacia cada uno de los espejos con esperanza de hallar representación. Pero ninguno los reflejaba. Naturalmente, comenzó la violencia, y una enorme cantidad de pedreadas derivó en decenas de espejos rotos y “cronistas” heridos. Sólo aquellos que no habían entrado en un brote histérico, creyendo que se trataba de falsos espejos, acudieron a los objetos personales que portaban y podían generar algún tipo de reflejo pero, una vez más, ninguno de ellos devolvía imagen, sólo puro vacío.
Esta historia debe entenderse en el marco de una cultura iconoclasta que no admite la representación pues cualquier intento de representar a Alá es visto como un sacrilegio. De ahí la relación tan particular de esta tradición con las estatuas, las pinturas y los espejos, esto es, el objeto privilegiado que nos permite re-presentarnos. La aparición de los inmateriales Alharepres con su sonido característico similar al del golpeteo de un cacharro, había sido una señal inequívoca para confirmar que se estaba frente a una manifestación incapaz de hallar representación y representantes. El Sultán lo sabía bien.            

viernes, 23 de agosto de 2013

Por la bronca del día de ayer (publicado el 22/8/13 en Veintitrés)

Si bien resulta claro que nadie que haya obtenido el doble de votos que su rival puede ser considerado un perdedor, el Frente para la Victoria realizó una performance bastante por debajo de lo esperado en las PASO. Explicar este fenómeno multicausal supone tomar en cuenta variables  no dependientes del gobierno pero también errores propios y no forzados. Si bien será difícil ser original, a continuación, un intento de explicar lo sucedido.
 Comencemos por las variables externas, aquellas que no dependen del gobierno. La primera, de carácter formal, por decirlo de algún modo, es el hecho de enfrentarse a las primarias de una elección de medio término, esto es, elecciones que históricamente promueven una dispersión de los votos amparada en la idea de necesidad de limitar al poder ejecutivo de turno y en la libertad que conlleva la equivocada percepción de que en este tipo de elecciones “no se juega nada”.  Hacer esta aclaración muestra que es necesario comparar esta performance con la de las elecciones de 2009 y no con las de 2011, lo cual mostraría que el resultado sería casi calcado ya que el Frente para la Victoria no ha perforado su piso de alrededor de 30 puntos a nivel nacional. Asimismo, a diferencia de aquella elección, el kirchnerismo no ha jugado todas sus cartas pues, recuérdese, la lista testimonial de aquel año llevaba a Kirchner y a Scioli como líderes. Con todo, también cabe mencionar que aquella elección sucedía un año después del conflicto con el campo y con una crisis internacional que había paralizado el crecimiento. Y, también hay que recordar, aunque resulte menor ante semejantes avatares, Nuevo Encuentro (hoy decididamente dentro del gobierno), con Sabbatella a la cabeza, le había “robado” unos 6 puntos que en ese momento hubieran significado vencer a De Narváez si es que la ciencia política permitiera hacer aritmética rápida.
 Pero en 2013 la economía crece a casi el 5% y no ha habido ningún conflicto que siquiera se le parezca a aquel que tuvo en vilo al país en el año 2008. Esto obliga a buscar otras variables externas y creo que sin caer en una anacrónica lectura acerca del modo en que influyen los medios en la sociedad, es preciso afirmar que el cambio de estrategia del grupo Clarín esta vez sí afectó el caudal electoral del kirchnerismo. Insisto, con esto no quiero decir que el electorado sea presa pasiva de los dictados del marketing mediático pues, de hecho, las corporaciones periodísticas estuvieron contra el gobierno desde 2007 y en 2011 recibieron una paliza electoralmente hablando. Pero el factor Lanata ha sido decisivo en varios aspectos: en primer lugar, se dejó de lado la disputa entre periodismo militante y periodismo independiente para realizar un enfrentamiento abierto en el barro. Me refiero a que Lanata pocas veces reivindica su rol de periodista pulcro. Más bien, en sus raptos de honestidad, reconoce su carácter destructivo sin pretensión de asumir un escalón moral superior al resto. En esta línea, el discurso de Lanata no es el de alguien que busca reivindicar la profesión sino el de aquel que pretende que el discurso opuesto, el de la política, vuelva a caer en el descrédito. Claro que este “efecto Lanata” no podría entenderse sin el potencial reproductivo de las diferentes bocas de expendio de noticias del grupo Clarín, pues Lanata siempre ha hecho más o menos lo mismo: lo que ha cambiado es la maquinaria publicitaria que tiene detrás. Tal maquinaria también ha colonizado los medios alternativos que en un principio estaban en manos de la militancia kirchnerista como espacio contra-hegemónico. Me refiero a la redes sociales y considero que sin este tándem “Lanata mascarón de proa más control de tendencias en redes sociales” no podría explicarse la enorme capacidad de movilización que tuvieron algunos de los cacerolazos que se hicieron durante el último año.
 Como variables ajenas al gobierno y sobre las cuales resultaría difícil encontrar alguna responsabilidad yo agregaría el natural desgaste y una suerte de espantosa comprobación de la desmemoria selectiva de la naturaleza humana. Me refiero a que una buena cantidad de los votos perdidos se explica por una franja de la sociedad que hace 10 años no tenía trabajo y ahora vota a opositores porque cobra más de 10000 pesos y debe pagar ganancias.
 ¿Pero qué ha pasado con las variables dependientes del kirchnerismo,  o, mejor dicho, cuáles han sido los errores que cometió el gobierno para llegar a esta situación? Digamos que tales errores son más fáciles de reconocer con “el diario del lunes” y que no se encuentran en la lista de aquellas cosas que la oposición le pide al gobierno que cambie. No es ni la inflación, ni la inseguridad, dos aspectos indeseables que existen pero que ya existían cuando el gobierno obtuvo el 54%. En cuanto a la inflación, las paritarias siguen cerrándose por encima de los índices que dan los privados y durante el primer semestre el acuerdo de precios logró poner un freno coyuntural. Le queda al gobierno, claro está, intentar reducirla apuntando a los formadores de precios. El tema de la inseguridad, por su parte, no parece haberse agudizado más allá de que seguramente todos hemos sufrido o tenemos un conocido que directa o indirectamente ha sido víctima de algún atentado contra su propiedad.
 La restricción a la compra de dólares, en cambio, es una medida que no estaba presente en 2011 y que ha generado un mal humor desproporcionado en cierta clase media y que el gobierno no ha sabido resolver por torpezas logísticas y comunicacionales. En otras palabras, una medida económica de necesidad acaba siendo deslegitimada por un sistema que, en lo que refiere a la compra de moneda extranjera para viajar al exterior, por ejemplo, supone un maltrato injustificado: hasta una semana antes de viajar el contribuyente no sabe cuánto dinero se le dará y aun dentro de la semana en que le es permitido pedir el dinero a la AFIP el sistema deniega solicitudes sin explicación alguna, lo cual promueve la sensación de discrecionalidad. ¿El kirchnerismo ha perdido votos por ese pequeño porcentaje de clase media que quiere viajar al exterior? No, pero generar un mal humor gratuito no ayuda.           
 Otro elemento “novedoso” fue el accidente de Once, algo que golpeó de lleno al votante popular y que obligó al gobierno, en silencio, a revisar, quizás, el área en la que más problemas y errores cometió en 10 años: el transporte. Con la administración Randazzo las cosas parecen haber cambiado pero aquel accidente resuena todos los días en el espíritu de los miles que viajan en pésimas condiciones en la zona metropolitana. En cuanto a la ruptura con Moyano, otra novedad de los últimos años, considero que ha dañado mucho más al camionero que hoy junto a su hijo se transforman en una caricatura de sí mismos sentados en el diván de La Nación para hablar de “zurdos” y “montos”.
Después podría pensarse si Insaurralde ha sido el candidato adecuado para enfrentar a Massa. No se trata, claro está, de echar culpas, pero no deja de sorprender que para enfrentar a Massa se haya elegido alguien con un perfil similar al del intendente de Tigre, esto es, un intendente joven con un discurso proactivo y no confrontativo diferente al del kirchnerismo de paladar negro. Asimismo, la campaña pareció basarse en lo hecho sin especificar demasiado propuestas de futuro. Tal decisión puede estar justificada en que el kirchnerismo ya tiene bastantes credenciales como para que no le haga falta prometer nada. Sin embargo, también puede que la ciudadanía desee saber qué va a hacer el gobierno en estos próximos dos años.
Por último, algo que no se mencionó demasiado, han sido los errores en el armado territorial. Con esto no me refiero a las broncas que siempre quedan cada vez que se arma una lista, sino al modo en que la decisión de la postulación de Massa tomó por sorpresa a muchos intendentes al punto que varios votantes de la provincia de Buenos Aires cuyo vínculo con la política se realiza a través del referente barrial, creen que votar a Massa es votar al kirchnerismo.

Probablemente existan otros elementos que expliquen la pérdida de votos del Frente para la Victoria y todos los mencionados hayan aportado su granito de arena en mayor o menor medida pero el kirchnerismo debe asumir que la ciudadanía tiene hoy un alto grado de exigencia, algo que sólo puede ser explicado por las conquistas que impulsó y logró el propio kirchnerismo. Esto significa que al gobierno no le va a alcanzar con todo lo hecho porque lo logrado pasó a estar naturalizado y se ha internalizado como un derecho que, encima, en algunos casos, es visto como una conquista por mérito personal. Además, la advertencia de que esto puede cambiar y que hay quienes quieren un retroceso puede no ser suficiente porque hay nuevas generaciones para las que el 2001 es sólo un recuerdo de una foto en la escuela primaria. Es ingrato, pero es así: muchas veces el voto no se decide por el balance de una década sino por la bronca del día de ayer.      

jueves, 22 de agosto de 2013

Bestiario político argentino N° 10: Los íncubos (publicado el 16/8/13 en Diario Registrado)

En los tratados de demonología europeos durante la Edad Media se mencionaba a unos espíritus que tenían capacidad de adoptar formas femeninas y/o masculinas para aprovecharse de los seres humanos mientras dormían. Si bien casi siempre se los vinculaba a actividades sexuales, también eran acusados de robar el aliento y generar opresión en el pecho. Cuando estos espíritus se interesaban por un varón adoptaban el cuerpo de una hermosa doncella y se los denominaba súcubos; cuando, en cambio, intentaban poseer a una mujer, estos espíritus se masculinizaban y se los llamaba íncubos. Es más, algunos investigadores afirmaban que cuando estos espíritus deseaban embarazar a una mujer primero adoptaban una forma femenina para copular con un varón y extraer el semen que luego utilizarían, ya en forma de íncubo, con la elegida. Eso sí: dado que solía pasar un lapso importante de tiempo entre su copulación en tanto súcubo y su copulación en tanto íncubo, era fácil reconocerlos pues su pene y su semen eran fríos.
Con la universalización del voto estos espíritus fueron utilizados por partidos y corporaciones no sólo para explicar manchas en sábanas y poluciones nocturnas sino para robar voluntades cerca de cada elección posándose en el pecho de la víctima durante los momentos de sueño profundo. Si bien eran algo toscos al principio y su accionar dejaba una sensación de angustia, molestia toráxica, sed y nudos en la garganta, con los siglos su accionar se ha perfeccionado hasta transformarlos en imperceptibles y se dice que varios presidentes en Argentina han tenido  íncubos de su lado. Por qué estos seres actúan sobre algunas personas y no sobre otras se desconoce pero está claro que su patrón de belleza debe ser amplio y que no discriminan por clase social ni formación, lo cual echa por tierra el mito de que estos espíritus atacan sólo a los pobres y los analfabetos. Con todo, se sabe que los atrae la luz y tienen cierta predilección por aquellas personas que duermen con la televisión prendida.   

        

miércoles, 14 de agosto de 2013

Apoyar lo bueno y criticar lo malo (publicado el 6/8/13 en Veintitrés)

Desde esta columna muchas veces se advirtió a los sectores no oficialistas que la estrategia de un oposicionismo casquivano no era la receta adecuada para enfrentar al kirchnerismo, y que no era mala idea retomar la estrategia discursiva del caprilismo en Venezuela, esto es, aquella que lo presentaba como “superación” antes que como “oposición”. Sin embargo, a  juzgar por el desempeño de todo el arco opositor frente al acuerdo con Chevron, la muchachada no ha aprendido la lección pues los mismos que denunciaron que este gobierno se había “chavizado” al momento de expropiar las acciones de Repsol, ahora lo acusan de “vendepatria” y “cipayo”. Sin embargo, ha ganado lugar en las últimas semanas una argucia retórica de esas que se instalan, se repiten sin cesar y suelen pasar desapercibidas. Se ha escuchado, entonces, a opositores que buscan presentarse como sensatos, ante la pregunta presuntamente incisiva pero cómplice del periodista de turno, dar una particular respuesta al interrogante “¿usted cree que todo lo que hace el gobierno está mal?” La respuesta en cuestión es sencilla porque ni el más audaz podría suponer que todo lo que se ha hecho en 10 años ha sido un error. Así, naturalmente, el opositor responde “no, no todo está mal. Nosotros vamos a apoyar lo que se hizo bien y vamos a criticar lo que se hizo mal”.  
Dicho esto la pregunta que podría hacerse todo aquel espectador es ¿habría algún político o, en su defecto, algún ser humano que pudiera decir lo contrario? Imaginemos alguien que dijera “vamos a apoyar todo lo que se hizo mal. Trataremos de profundizar los errores y llevarlos hasta el extremo”; o un candidato que indicase “es verdad que se han hecho muchas cosas bien pero como nosotros nos oponemos a estas transformaciones por razones ideológicas vamos a realizar un giro de 180 grados en esas políticas”. En la Argentina todo puede pasar pero dudo que algún candidato pudiera afirmar públicamente cosas así. De aquí que quisiera volver a esa frase mágica capaz de abrir todas las puertas superfluas y redundantes de quienes no tienen horror al vacío: “apoyaremos todo lo bueno y criticaremos todo lo malo”.
Hagamos, entonces, un juego, y planteemos una hipotética entrevista con quien lleve como bandera a la victoria esa frase. Le pediré además, en este ejercicio lúdico, que  adoptemos el lugar de periodistas. Preguntemos, en primer lugar, y ya que evidentemente existe un criterio objetivo para determinar lo bueno y lo malo y que ese criterio no es conocido por el gobierno puesto que, de ser así, no habría hecho cosas malas, ¿cuál es ese criterio? Puede que la pregunta sea difícil y genere una perplejidad metafísica, o, algo peor, puede que de tan abstracta genere respuestas del tipo “el criterio es el que determina la gente en la calle”. Dado que esa respuesta no satisface nuestro interés facilitemos las cosas al interpelado y digamos “más allá del criterio en cuestión, el cual, quizás, sea difícil de explicitar, ¿cuáles son las cosas concretas que se han hecho bien?” Ante esta pregunta el referente de la oposición deberá decir algo y seguramente indicará la cobertura de casi la totalidad de los jubilados, la renegociación de la deuda con un 75% de quita, la Asignación Universal por Hijo, el nombramiento de la Corte Suprema, la duplicación del PBI en 10 años, el consumo interno, los 5.000.000 de puestos de trabajo, la política de DDHH, el aumento del presupuesto educativo a un 6,47% del PBI y el plan Conectar-Igualdad, entre otros. Nótese que traté de listar esos logros que no dejan espacio para la crítica más allá de que varios candidatos se encantan con el mantra del “Sí, pero”, y que he dejado de lado lo que considero que han sido conquistas como la recuperación de los fondos jubilatorios, YPF, y el fin de la independencia del BCRA, esa suerte de Vaticano que, como un presente griego, se había heredado del modelo neoliberal. Lo hice porque desde el paradigma liberal estas conquistas pueden ser objetadas y quiero centrarme en aquellos aspectos incontrovertibles. Aclarado esto, la pregunta es si el grupo de las políticas acertadas puede pensarse como autónomo del grupo de decisiones que la oposición pondría en la lista de “lo malo”. Seré más específico: si no se hubiese tomado la decisión de acabar con la estafa de las AFJP no se podrían haber recuperado esos fondos que hoy permiten cubrir cada uno de los aciertos incontrovertibles antes mencionados (exceptuando, claro está, el de la Corte Suprema y la política de los DDHH, los cuales no están directamente vinculados a los recursos).  Algo similar sucede con la política keynesiana que sin estar exenta de dificultades, errores o ajustes pragmáticos, es la que explica la lista de lo “bueno” a pesar de que muchos de los que aceptarían esa lista de bondades, la ubican como culpable de “lo malo”.
De esto no se sigue, claro está, que se deba pensar al kirchnerismo como un bloque monolítico sin fisuras que se toma o se deja. Existen, sin dudas, grandes lineamientos y políticas coherentes desarrolladas en estos 10 años pero siempre hay margen para las tensiones y hasta las contradicciones. Incluso podrían encontrarse políticas que dentro del kirchnerismo han avanzado en cierta línea y luego virado, pero existe un corpus más o menos coherente y sistémico de medidas y políticas que se entrelazan y no es posible separar asépticamente.     

               Esto no es mérito exclusivo del proyecto kirchnerista sino que en cualquier proyecto más o menos coherente las decisiones se entrelazan y muchas políticas se encuentran vinculadas. En esta línea, y volviendo al ejemplo dado anteriormente, si alguien está en contra de la estatización de los fondos jubilatorios pero a favor de las políticas impulsadas con esos recursos, deberá explicar de dónde obtendrá el dinero si es que decide recrear el modelo de las AFJP. Probablemente ofrezca el endeudamiento voluntario con los organismos de crédito lo cual en el mediano plazo afectará el crecimiento del país, el porcentaje del PBI que se da para la educación y las políticas en favor del mercado interno. Esto, por supuesto, atentará, además, contra la recuperación del empleo. Lo mismo sucedería con algunas recetas para bajar la inflación: ¿hay que dejar de lado la maquinita de imprimir billetes y enfriar la economía? Muy bien: ¿cuáles serían las consecuencias que ello traería en el consumo, el trabajo y los sectores más necesitados? Por último, las mismas preguntas podrían hacerse a aquellos que afirman que hay que devaluar porque perdemos competitividad sin explicar los conflictos sociales que ello podría traer aparejado. Por supuesto que nada es tan lineal pero toda decisión en un área tiene repercusiones en otras al menos de manera indirecta. Negar estos vínculos es engañar al electorado o, lo que es peor, es carecer de una mirada macro y totalizante de cómo funciona un Estado y obviar las dificultades que tiene gobernar un país en el que no existe mesa de negociación en la que todos puedan irse contentos.  

La era de la datapolítica (publicado el 30/7/13 en Veintitrés)

Mucho se ha hablado del modo en que las nuevas tecnologías fueron determinantes para el triunfo de Obama en las elecciones de 2008. Para el que no lo recuerde, bajo una estricta estrategia secreta, un grupo de expertos en sistemas, sociólogos y matemáticos fueron convocados para participar durante 18 meses, desde la llamada Cueva (una sala del principal búnker de campaña), de la recolección, clasificación, cruce y análisis de datos de los ciudadanos estadounidenses habilitados para votar. Esto que a simple vista no parece novedoso, debe ponderarse tanto cuantitativa como cualitativamente porque supuso la llegada de lo que se conoce como los big data a la política, y porque expone como nunca el modo en que se reconfigura la mirada sobre el votante.
Los big data son sistemas complejos capaces de poder manejar un enorme volumen de información sin que ello vaya en detrimento de la velocidad y la variedad de esos datos. En este sentido, supóngase que un equipo de campaña de un candidato x es capaz de unificar la información de una enorme cantidad de encuestas a lo largo de todo el país y durante un determinado lapso de tiempo. Esa importante información podría dar cuenta de cuál es el nivel de simpatía o antipatía del electorado en relación a determinado candidato según estrato social,  región, nivel educativo y edad entre otras variables. Pero los big data de Obama tenían algo más que estos datos que ya se encuentran disponibles en cualquier parte del mundo en el que un candidato puede contratar a una encuestadora. El plus de información lo dieron las redes sociales y lo que se conoce como “minería de datos” pues el grupo de La Cueva promovía adherirse a la candidatura de Obama vía Facebook y de esa manera lograba acceso no sólo a aquellos convencidos sino a los amigos de los convencidos que no siempre lo están, y a los amigos de los amigos de los amigos, etc. Gracias a esto, las variables antes mencionadas no eran desechadas pero el nivel de especificidad que se ganaba era abismal. Por poner un ejemplo, se dice que a partir de los big data se pudo reconocer cuál era la serie favorita de las mujeres de un pueblo de uno de los distritos más reacios a aceptar la candidatura del actual presidente y, gracias a una estrategia de marketing que incluía publicidad en los intervalos de ese programa, se logró revertir la situación. Esto quiere decir que a la información de las encuestas tradicionales se le sumaron datos sobre gustos personales que incluían libros y películas favoritas, pertenencias deportivas, frecuencia con la que se visitan espacios de recreación y toda la información privada relevante e irrelevante que insólitamente volcamos en las redes sociales. El partido demócrata invirtió unos 100 millones de dólares en construir esa gigante base de datos y se dice que gracias a ella Obama conoce el nombre y el apellido de los 69 millones de habitantes que confiaron en él en 2008.  
Sin duda, bien interpretada, esta información puede ser importante al momento de enfrentar una elección y hay muchos candidatos en Argentina que son reconocidos por su devoción a las encuestas y su acercamiento al fenómeno de las redes sociales, terreno en el que hoy se reproduce buena parte de los temas de la agenda pública sin que ello la transforme necesariamente en representativa del clima social tal como algunos optimistas e interesados se apresuran en afirmar.
 Pero más allá del marketing político resulta interesante reflexionar acerca del modo en que esta posibilidad de fragmentación de los datos altera el modo en que se interpreta al electorado y al ciudadano que vota. En otras palabras, el ciudadano que vota podría ser caracterizado más que nunca por aquello que el filósofo Gilles Deleuze denominó proceso de “dividualización”. Este término viene a reemplazar un proceso anterior, clave de la modernidad, que fue la “individualización”, la irrupción del sujeto, que en el ámbito de la filosofía se ubica a partir de la reflexión de Descartes y su célebre “pienso, luego existo”. Es desde allí que se considera que existe una racionalidad afincada en un cuerpo individual al que le inhieren, en tanto cuerpo humano, una serie de derechos también individuales. El fin de la modernidad, en cambio, trajo un proceso de división, de fragmentación en el sujeto: una dividualización. Ya no hay individuos sino dividuos. Ya no somos unidades claramente delineables sino un conjunto de fragmentos reunidos arbitrariamente bajo un número de DNI. Donde esto se ve con claridad es en Internet donde más que como una unidad somos vistos como perfiles de consumo. La red no globaliza identidades individuales sino fragmentos a los que se les despoja de los rasgos identitarios que supimos conseguir en los últimos siglos. El primero de estos rasgos perdidos es la nacionalidad. Esto hace que el único número que interese no sea el del documento de identidad ni el del pasaporte sino el de la tarjeta de crédito, y nuestra identidad no sea otra cosa que una ficción constituida por los seudónimos (nicks) con los que ingresamos como usuarios a los servicios que páginas de nuestro interés solicitan.
Ahora bien, la fragmentación no llega a los padrones electorales donde la variable individual y el nombre propio como unidad indivisible siguen existiendo. Sin embargo, ¿hasta qué punto el marketing político no está pensando su objeto como fragmentario? En otras palabras, ¿no se estará reemplazando la mirada tradicional sobre el votante por aquella que impera en la lógica analítica de la división cada vez más microscópica que impera en la web? ¿No será esta dividualización un aporte más hacia una mirada que equipara elegir un determinado candidato con la decisión de seleccionar un producto?
Sin pregonar por un retorno romántico a un paraíso que nunca existió, el vertiginoso avance de las nuevas tecnologías y de una cultura de la conectividad en la que no hay delimitación clara entre lo privado y lo público, abre una enorme discusión acerca del modo en que la información que, voluntaria e involuntariamente, allí se expone, puede ser utilizada no sólo por los Estados sino por las empresas. Pero además, las nuevas tecnologías están contribuyendo enormemente a una reconfiguración de la identidad y de la autocomprensión que los seres humanos tenemos de nosotros mismos. Sin duda esto tiene consecuencias en la arena de la política y en los modos de acercamiento a electores que comienzan a ser vistos como fragmentos de decisión y no como unidades complejas. Claro que, a su vez, la información de los big data podría utilizarse en el momento postelectoral, es decir, en el momento en que se acaban las promesas y hay que poner manos a la obra. Allí sin duda, reconocer la especificidad de las reivindicaciones de cada uno de los votantes parece una herramienta infinitamente útil pero una enorme cantidad de datos no garantizan ni un buen diagnóstico ni una buena solución. Menos que menos puede responder a cuáles son las razones por las que un electorado hace determinadas reivindicaciones y si tales reivindicaciones son razonables. Para eso no hay wikipedia ni máquina que valga.