lunes, 31 de diciembre de 2012

Museo político del prólogo catástrofe (publicado el 27/12/12 en Veintitrés)


Muchas veces, desde este espacio, utilicé el recurso de referencias literarias con la pretensión de ayudar a comprender un poco mejor la realidad política de nuestro país. Tal estrategia no es casual pues buena parte de las discusiones de los últimos años utilizan categorías como relato, tragedia, ficción, metáfora, discurso o épica y hay quienes sostienen que la construcción política en general y la de los gobiernos populistas en particular, abusa de los recursos narrativos para acabar construyendo una suerte de gran escena de irrealidad que se separa de aquello que verdaderamente sucede en el mundo.
Dicho esto, quisiera adentrarme en la obra de una figura compleja, difícil, tan impenetrable como sugestiva: Macedonio Fernández. Y mi idea es utilizar algunos de los elementos que se siguen de su Museo de la Novela de la Eterna para encontrar tópicos que puedan ayudar a comprender los tipos de discurso de la oposición política en Argentina.
Para los que no lo conocen, Macedonio no fue un escritor del establishment, vivió en esa suerte de miseria elegida propia de un Diógenes vernáculo y su obra comenzó a tener mayor circulación póstumamente, allá por los años 60.
 Macedonio era contemporáneo de Lugones, parte de esa generación y, sin embargo, respetado por aquellas vanguardias que se mofaban del autor de El payador sabiendo que tras escribir “azul” seguramente su próxima frase terminaría con “abedul”. De hecho, mucho de esa literatura atravesada de metafísica y de filosofía tan característica de Borges se encuentra prefigurada en Macedonio, a tal punto que el autor de Ficciones, escribe en la revista Sur, en ocasión de la muerte de nuestro autor en 1952, lo siguiente: “Yo, que por aquellos año lo imité hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio. Yo sentía: Macedonio es la Metafísica, es la Literatura. Quienes lo precedieron pueden resplandecer en la historia, pero eran borradores de Macedonio, versiones imperfectas y previas. No imitar ese canon hubiera sido una negligencia increíble”.    

 En un artículo de hace ya algunos años, Lidia Díaz, investigadora de la Universidad de Pittsburg recuerda el modo en que allá por los años 20 Macedonio realizaba tertulias semanales con Borges y otros jóvenes interesados en la literatura a los que él, como mínimo, doblaba en edad. Y las anécdotas de esas charlas o de las acciones que surgían de esos intercambios son dignos de, al menos, un breve comentario.
Se dice que Macedonio fue abogado fiscal en Misiones pero que lo echaron rápidamente porque no acusaba a nadie, algo bastante coherente con esa suerte de anarquismo conservador y antiestatalista que también defendió Borges.
 Por otra parte, con claro desprecio hacia los líderes populares, él y su grupo de jóvenes seguidores iniciaron una campaña no oficial que proponía “Macedonio presidente 1928” (una afrenta a Hipólito Yrigoyen) y que tenía una estrategia de campaña insólita: se trataba de producir una serie de inventos propios de la literatura fantástica con miras a la generación de un gran desorden en la sociedad. Similar a lo que Borges planteaba en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, cuando los objetos idealistas de Tlön comienzan a aparecer y a interactuar con los objetos “reales”, Macedonio creía que ubicando a lo largo de todo Buenos Aires escaleras inútiles que no llevasen a ningún lugar o salivaderas que se movieran frenéticamente y que no permitieran nunca dar en el blanco, lograría que la ciudadanía exija un líder que llegara para poner orden. Ese líder, claro, sería Macedonio. Pero si con eso no alcanzase se podrían incluir cucharas apócrifas realizadas con papel plateado que acabasen disolviéndose una vez que alguien decida revolver el café, o terrones símil azúcar que fuesen de mármol y que pesaran demasiado como para romper la tacita de té.  
Estas anécdotas recordaba Ricardo Piglia en una de las clases que fue televisada por la Televisión pública hace algunos pocos meses. Pero según el autor de Plata quemada, lo más interesante de Macedonio es su visión de la novela y la propuesta de un tipo de construcción fragmentario, no lineal. En otras palabras, como sucede en la actualidad con aquellos que intentan reflexionar acerca de Internet y definen a la web como aquel espacio en el que prevalece un lector no secuencial y disruptivo que salta de un link a otro, la mirada vanguardista de Macedonio intentaba plasmar esta idea en la antes mencionada Museo de la Novela de La Eterna cuya primera edición preliminar fue publicada en 1942 bajo el título Una novela que comienza. ¿Cuál es el elemento característico de esta obra? Por lo pronto, que consta de 56 prólogos. Efectivamente, Macedonio propone una novela que siempre promete empezar pero nunca lo hace. Entusiasma al lector pero luego lo desanima en la página siguiente. Además, muestra los diferentes puntos de entrada para una misma obra, algo que en parte se acerca a algunas de las construcciones no sólo de Borges sino también de Cortázar. La novela siempre está por comenzar, es muy bien “vendida”, pero se hace esperar y con eso aparece lo que Macedonio identifica como “lector salteado”, un lector de fragmentos, que no puede encontrar continuidades ni linealidades. Sólo vuelve una y otra vez por anticipos de lo que está por venir y no viene.
 Según Piglia este tipo de construcción se inscribe en una disputa literaria entre Macedonio y los escritores de la tradición realista como Manuel Gálvez quien parece preocupado por tratar de mostrar el modo en que la realidad puede aparecer en la ficción hasta prácticamente borrar sus límites. Justamente, Macedonio trabaja inversamente: busca los elementos de ficción que existen ya en la realidad, lo cual también borra los límites precisos de una y otra.
 Por último, no deja de ser interesante algo que resalta Piglia y aparece en el “Prólogo final” titulado “Al que quiera escribir esta novela”. Se trata de una suerte de dispositivo o maquinaria propuesta por Macedonio para que finalmente sea el lector el que acabe construyendo su propia novela. Aquí, una vez más, en las primeras décadas del siglo XX, Macedonio se estaría anticipando a estas propuestas de novelas que pululan en internet y que ofrecen la posibilidad de formar parte activamente de la trama. En esta línea, la novela no tiene un final cerrado sino abierto al lector, es una obra que se constituye con él y que recomienza y se modifica con cada nuevo punto de vista como bien mostraba Borges en “Pierre Menard, autor del Quijote”.
Bajo este espíritu macedoniano y aprovechando que llegando fin de año usted puede tener más tiempo para la lectura, le propongo, para finalizar, que sea usted mismo el que encuentre los vínculos entre las descripciones precedentes y la lógica de los discursos de la oposición en Argentina. Le daré algunas pistas en forma de pregunta. ¿No le parece, por ejemplo, que asistimos a un relato en el que todo el tiempo se prometen catástrofes por venir, prólogos de desastres anunciados y sin embargo, éstos nunca llegan? ¿No está la opinión pública inmersa en una narrativa fragmentada que no encuentra linealidad ni contextualización ni historización, sino sólo noticias de la inseguridad de hoy y de la corrupción de mañana?
Creo que con estas pistas el cierre de la nota bien puede hacerlo usted mismo. Le doy una semana para que lo ensaye y en el próximo número le ofreceré mi propia mirada al respecto.

(continuará la próxima semana)








viernes, 21 de diciembre de 2012

Un remedio en busca de su enfermedad (publicado el 20/12/12 en Veintitrés


Como sucede en todos los países donde rigen modelos republicanos liberales con una democracia de partidos, existen períodos de gracia en los que el gobierno que asume tiene cierto margen de maniobra antes de que arrecien las críticas y comience un natural desgaste. En el período de democracia ininterrumpida que acaba de cumplir 29 años esto le sucedió a todos los gobiernos salvo al de Kirchner, que asumió con un raquítico 22% y luego fue, desde el poder formal, constituyendo un poder real que se fue materializando en las urnas en 2005 y 2007.
A Alfonsín, la primavera le duró hasta 1987, a Menem, las críticas le llovieron pronto ante su insospechada política neoliberal pero su crisis en las urnas le llegó recién transitado su segundo mandato; la debacle de De la Rúa comenzó con la renuncia de Chacho Álvarez y la fractura en la alianza de poder, y en el primer mandato de CFK, el conflicto con las patronales del campo erosionó su figura en pocos meses, algo que no le sucedió a ningún gobierno democrático argentino. De estas crisis ningún gobierno se pudo reponer salvo el de CFK que tras tocar su piso electoral en 2009 arrasó en las elecciones de 2011.
Ahora bien, en un sistema bipartidista, que el oficialismo pierda apoyo genera naturalmente que el partido de la oposición crezca y que se genere una situación de alternancia, pero está claro que ese mapa ya no es descriptivo de la Argentina desde 2001. Hoy la UCR está completamente desdibujada y sólo mantiene cierta preeminencia en armados locales, especialmente intendencias en algunas provincias. En cuanto al PJ, el partido como tal también viene sufriendo los embates de la crisis de la representación política y si bien es el sello del partido de gobierno mantiene su fuerza a partir de gobernadores de algunas provincias pero debe convivir con las nuevas formas orgánicas que el kirchnerismo propone a través de la Cámpora y Kolina entre otros.
Pero más allá del internismo que crecerá luego de 2013, el kirchnerismo mantiene un liderazgo claro que mantiene encolumnada a la tropa y goza de un apoyo muy alto de alrededor de un 40% de la sociedad. Con esta base de votos, la oposición no parece tener mucho espacio para disputar el poder real aun cuando el gobierno pueda cometer errores en gestión o simplemente sufrir el desgaste propio de todo oficialismo.
A su vez, si se analiza lo sucedido en este primer año de CFK, probablemente se alcen voces críticas que superen aquel 46% que se opuso en 2011, y sin embargo no aparecen en la oposición figuras capaces de disputar ese espacio. ¿Por qué sucede esto? No hay una única respuesta y probablemente lo que más se adecue a la realidad es una lista larga de dificultades pero me voy a centrar en un aspecto, en algún sentido, paradójico, porque se trata de un tipo de discurso frecuentemente adjudicado al kirchnerismo y señalado como dañino, y que, sin embargo, viene siendo adoptado por el sector no kirchnerista cada vez con más radicalidad. Me refiero a lo que podría denominarse “discurso refundacional” pues se suele oír que uno de los problemas de la Argentina es que cada gobierno tiene pretensiones refundacionales, es decir, asume el poder y en ese mismo instante marca un corte tajante con todo lo anterior como si la historia comenzara con cada nueva administración. ¿Pero es esto así? Creo que en parte sí pero hay que contextualizar la respuesta. Centrándome en los últimos 29 años, parece razonable que los gobiernos se hayan visto en la necesidad de adoptar una épica y una práctica refundacional, justamente, porque su llegada fue producto de crisis precedentes que de una manera u otra dejaron al país en una situación de anomia y fractura que ponía en serio riesgo la unidad y la soberanía. Alfonsín asume después de la dictadura más sangrienta y la sola convicción de que debía imponerse el Estado de Derecho marcaba un punto de inicio. No había nada que rescatar de ese período oscuro y la ruptura debía ser total. Menem, por su parte, llega a la presidencia en medio de una hiperinflación generada por un golpe de mercado a Alfonsín. Si bien no es comparable el aspecto refundacional que supone el paso de una dictadura a un Estado de Derecho, podría decirse que simbólicamente la necesidad de acabar con la inflación hizo que Menem presentara su modelo neoliberal como una modernización que debía acabar con la “Argentina del atraso”. El gobierno de De la Rúa no pudo/no supo/no quiso realizar el corte que se imponía a un modelo que había partido a la Argentina con casi 25% de desocupación y la mitad de la población bajo la línea de pobreza, de manera tal que, para nuestro análisis, es sólo una continuidad de la década menemista. El interregno del no votado Duhalde buscó y logró una cierta estabilidad que evidentemente fue percibido por la sociedad como un matiz a un modelo que no acababa de languidecer hasta que la asunción de Kirchner retomó la idea de refundación con una retórica anti Consenso de Washington, una política económica keynesiana y algunos hitos como la política de derechos humanos y el descabezamiento de la Corte suprema adicta al menemismo. Esta última refundación es la vigente en la actualidad y la que se ha intentado profundizar en los sucesivos gobiernos de CFK. En resumen, 1983, 1989 y 2003 (como eco de 2001), son años en que se produce el corte con una situación de crisis cuya salida implicaba de un modo u otro, un quiebre. La pregunta, entonces, ahora es, ¿acaso la oposición no está abusando de un discurso rupturista en un contexto de ausencia de crisis? Dicho de otra manera, el espectro antikirchnerista desde Quebracho a Macri adopta un relato infantil de oposicionismo burdo, y constituye su identidad como lo otro del kirchnerismo. Algunos lo hacen por izquierda y otros por derecha pero lo importante para ellos es plantarse como contrarios al kirchnerismo, negarle sus aciertos y prometer un giro de 180 grados. Lo hacen mientras se quejan de que no existan pactos de La Moncloa, es decir, lo hacen desde la retórica consensualista de la continuidad, de las políticas de Estado a largo plazo, de los acuerdos básicos que constituyan un bloque homogéneo de ganadores y perdedores ad infinitum. Y esa es la paradoja, pues patalean contra las épicas refundacionales al tiempo que prometen la propia, aquella que será lo absolutamente otro del kirchnerismo. En resumidas cuentas, son los líderes de una prédica antikirchnerista refundacional en un contexto de ausencia de crisis, es decir, en un momento en el que buena parte de la ciudadanía apoya el modelo vigente y muchos de los que lo rechazan exigirían la continuidad de lo que, juzgan, son algunos aciertos de este gobierno. Expresado en términos médicos, la oposición posee una suerte de remedio obsoleto, una cajita en stock para una enfermedad que hoy no existe. Es curioso, porque la situación desesperante se da cuando existe una enfermedad y no se tiene el remedio. Aquí es a la inversa: se tiene el remedio pero no se consigue la enfermedad, lo cual es, quizás, aún más desesperante. Y porque han creado un remedio que no acepta dosis, el kirchenrismo es frecuentemente presentado como un cáncer, como esa suerte de maldad que se extirpa completa o te mata. Es un remedio antikirchnerista para una sociedad que al menos por ahora desea kirchnerismo o una variante poskirchnerista que mantenga muchos de los avances innegables que en esta última década se han logrado.   

viernes, 14 de diciembre de 2012

Lorenzetti: la última esperanza "no positiva" (publicado el 13/12/12 en Veintitrés)


El último fallo de la “Cámara en lo Clarín y Comercial” que prorrogó la cautelar que favorece al grupo de Héctor Magnetto, tornó obsoleto el 7D si bien debe entenderse como un avance que todos los grupos (salvo Clarín) hayan presentado un plan de adecuación, esto es, hayan reconocido a la ley vigente y a la autoridad de aplicación que surge de ella. Pero la prórroga de la cautelar realizada por el recusado juez De las Carreras ha trabado el aspecto medular de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual pues de mantenerse la posición dominante en el sistema de cable, las nuevas señales están condenadas a la invisibilidad. Ahora bien, a través del mecanismo del per saltum, el gobierno intentó que la Corte corrija el vergonzoso fallo que se burla del pedido que ésta misma había realizado cuando sucesivamente habló de “tiempos razonables” para las cautelares y luego, con menos ambigüedad, determinó que el 7D sería el plazo máximo para estas nuevas formas de la dilación. Pero resultaba evidente que por tratarse de un fallo de segunda instancia y de una cautelar, la iniciativa no prosperaría. Lo que queda, entonces, es esperar un inminente fallo sobre la cuestión de fondo, en manos del juez Alfonso y según cuál sea su decisión será apelada por el Grupo Clarín o por el Estado argentino. Así, todos los caminos llevan a la Corte, y a su Jefe: Ricardo Lorenzetti.
Pero Lorenzetti, a diferencia del resto de los jueces que conforman la Corte que reemplazó a la “Corte adicta” del menemismo, no ha ocultado, al menos extraoficialmente, su voluntad de realizar una carrera política. Incluso, uno de sus pares, el decano Carlos Fayt, declaró públicamente que vería con buenos ojos a un Lorenzetti presidente de la Nación. Además, como recordaba Horacio Verbitsky en su nota del domingo pasado, Wikileaks reveló que desde el “no positivo” de Cobos, se venía reuniendo en secreto un grupo integrado por empresarios, banqueros y referentes políticos como Ernesto Sanz y Alfonso Prat Gay, entre otros, con el fin de diseñar una estrategia “poskirchnerista”. De estas reuniones fue notificada la embajadora de Estados Unidos, Vilma Martínez, por boca de Gabriela Michetti y la información publicada por el sitio de Julian Assange da cuenta de que Lorenzetti era parte de esos encuentros y que incluso su nombre aparecía como compañero de fórmula en una eventual candidatura a presidente de Julio Cobos.
En este contexto, la decisión de la Corte se muestra más política que cualquier otra decisión que, en tanto tal, claro, siempre es política. Sin embargo, alcanza una instancia incómoda pues la Corte ya no podrá seguir con ese rodeo zigzagueante de ambigüedades que reparte flores y cuchillos para un lado y para el otro de manera tal de tener a ambos contendientes “a raya”.
Ahora bien, este aspecto coyuntural y, al fin de cuentas, hipotético (lo aclaro, como siempre, para que ningún abogado del Grupo Clarín pretenda realizarme una denuncia penal), se enmarca en discusiones estructurales y conceptuales acerca del rol de la justicia en su relación con el resto de los poderes. Sin duda, el control de constitucionalidad es una prerrogativa del poder judicial como forma de control sobre el poder legislativo en ese complejo intento de equilibrio que el modelo republicano construye dividiendo la soberanía en un sistema de contrapesos constantes. Porque, claro está, es posible que el poder legislativo sancione una ley que contradiga los principios de la Constitución y en tanto tal carezca de validez. Sin embargo, este mismo modelo es el que muchas veces transforma al poder judicial en aquel poder nunca refrendado por la voluntad popular que, sin embargo, acaba ejerciendo de hecho acciones legislativas y ejecutivas. En otras palabras, desde esta misma columna se ha mostrado en más de una ocasión el carácter contramayoritario del poder judicial, heredero de esa prosapia antidemocrática con que la constitución estadounidense trató de poner límites a los vaivenes de la voluntad popular. En esta línea tampoco se puede olvidar esa interesante distinción que el jurista Arturo Sampay realizara mostrando el modo en que el Estado de Derecho liberal-burgués separaba el Estado (como representativo del pueblo) del Derecho, para garantizar que el modelo esté exento de cualquier intento de modificación vía los representantes populares de turno. Pero en muchos casos el poder judicial no opera simplemente como un espacio de resistencia ante las pretensiones presuntamente populistas sino que compele a la realización de políticas activas. En esta línea tómese el ejemplo de los diferentes fallos que obligan al ANSES a actualizar las jubilaciones. La discusión es muy interesante y prometo abordarla en próximas columnas, pero la decisión de las diferentes cámaras y de la propia Corte Suprema, evidentemente altera, para bien o para mal, las políticas de un gobierno. En este caso, con buen tino, el titular de ANSES mostró con números claros que generalizar, por ejemplo, el fallo Badaro, no sólo quebraría en pocos años el sistema previsional sino que afectaría decisiones ejecutivas plasmadas en políticas tales como a) la cobertura que ya incluye a más del 95% de aquellos hombres y mujeres en edad de jubilarse; b) el achicamiento de la pirámide a través de una política de mayor aumento de las jubilaciones mínimas y c) el conjunto de políticas sociales como los planes CONECTAR, PROCREAR o la AUH. Insisto con esto: no se valora aquí si las políticas del gobierno son buenas o no sino simplemente lo que se busca es mostrar que las decisiones del poder Judicial no se abocan simplemente a “limitar” una acción que vulnere derechos individuales sino que en muchos casos obliga a políticas activas, algo que, en principio, debiera ser potestad del poder Ejecutivo o del Legislativo. Para tomar un caso menos controvertido, recuérdese por ejemplo el fallo de la Corte que obliga al Estado a ocuparse del saneamiento del Riachuelo. Nadie en su sano juicio puede oponerse a esa decisión pero si lo que está en juego es la discusión en torno a la división de poderes no sería descabellado afirmar que puede que el poder judicial se esté tomando una atribución que no le compete.
             En esta línea, creo que hace falta resaltar varias cosas. Desde el punto de vista coyuntural de la historia reciente de la Argentina, parece que ha llegado la hora de desnudar, de una vez por todas, el entramado que vincula a varios jueces con los poderes económicos y el grupo de familias con doble apellido que ha sobrevivido en posición dominante a todos los gobiernos. Por otra parte, desde el punto de vista conceptual, no sería mala idea comenzar una larga discusión acerca del rol de los jueces y el modo en que el sistema republicano sacraliza al único poder que nunca se expone a la voluntad popular como sí ocurre en el 90% de los Estados que conforman los Estados Unidos por ejemplo.
Es esta misma sacralidad aristocrática la que justamente transforma a un juez en un candidato ideal para la oposición. Porque todos los demás están embarrados: los políticos de la oposición no pueden ser buenos candidatos porque ellos mismos promueven un discurso antipolítico; los periodistas opositores están en su momento de credibilidad más baja y prefieren ocupar su clásico espacio de lobby y presión desde la presunta neutralidad frente a las facciones políticas que eventualmente pueden llegar a ubicar a un militante en el “puesto menor” de Presidente. Lo que queda es un representante de la impoluta justicia. Un hombre de leyes que en tanto tal parezca sólo un técnico, un sujeto que no interpreta ni hace política sino que sólo actúa como marca la ley. Porque en el relato opositor, perdida la posibilidad de un triunfo en las urnas, lo único que queda es una ayuda de la biología (como sucede en Venezuela), la presión mediática o la última trinchera del statu quo: la justicia.
¿Se imagina qué buen candidato opositor sería el jefe de la Corte Ricardo Lorenzetti si le diese un voto no positivo a la ley de Medios que afecta a Clarín? ¿Acaso las fuerzas opositoras no encontrarían en él al hombre que pudiera aparecer por encima de las luchas de facciones como defensor de la nueva biblia republicana, la Constitución? ¡Quién lo diría! Quizás está naciendo un nuevo Cobos y nosotros no nos habíamos dado cuenta.          

viernes, 7 de diciembre de 2012

7D: con "D" de "Decisión" (publicado el 6/12/12 en Veintitrés)


Finalmente llega el 7D, esa clave alfanumérica que ha dado lugar a todo tipo de elucubraciones y que ha atravesado cada una de las acciones de los actores políticos del último semestre. Llega tras la innumerable cantidad de obstáculos que establecieron los poderes fácticos para intentar frenar la plena vigencia de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual sancionada en 2009. Si bien nadie dijo que iba a ser fácil, no lo ha sido ni lo será, pareciera que claramente la llegada de ese día es una derrota para el Grupo Clarín. Claro que no es definitiva ni mucho menos y, en este sentido, cabe afirmar, aun contra los ansiosos, que el 7D, más que una fecha de fin de ciclo, es una fecha de comienzo de un proceso que, en última instancia, puede llevar mucho tiempo más. Pero reducir el 7D al ámbito judicial supondría un análisis pobre, meramente técnico y, si bien no menor, secundario respecto de la importancia simbólica de la fecha. Pero extendiéndome algo más sobre el asunto, dígase que es de esperar que el Grupo Clarín no presente ningún plan de adecuación pues, naturalmente, la coherencia en su estrategia de apuntar a la declaración de inconstitucionalidad debe ser acompañada del desconocimiento de la ley y, por ello mismo, de la autoridad de aplicación (AFSCA). Esta estrategia legal también es parte del posicionamiento político del Grupo que ha decidido adoptar una postura de total confrontación con el gobierno sin ahorrar los más insólitos artilugios de manipulación reñidos con la realidad, la ética y la vergüenza.
Tal estrategia apunta también a la victimización y, como escribí aquí alguna vez, pretende que el gobierno pague un costo político enorme por el simple hecho de hacer cumplir la ley. En este sentido, al grupo no le importa pasar de hecho y de derecho a la clandestinidad. Lo que le importa es resistir y, si es posible, lograr intentar ser desalojados por la gendarmería mientras las cámaras cómplices de las corporaciones de medios del mundo editorializan advirtiendo una supuesta “chavización de la Argentina” (esto, por supuesto, es una opinión personal. Lo aclaro para que los abogados del grupo Clarín no me denuncien penalmente).
Pero para no adelantarnos tanto, entiéndase que desde el punto de vista técnico, el 7D es la fecha a partir de la cual la Autoridad de Aplicación tiene hasta 120 días para analizar las propuestas de adecuación de los grupos que voluntariamente acercaron su plan. Una vez aprobadas estas propuestas, los grupos en cuestión tendrán 180 días más para adecuarse, esto es, para desprenderse, de una u otra forma, de las licencias excedidas. En el caso de los grupos que no se presenten voluntariamente, los tiempos serán otros ya que, sobre ellos, AFSCA actuará de oficio y en el transcurso de 100 días iniciará el proceso de “adecuación compulsiva” que implica primero una tasación, luego la selección de las licencias que serán licitadas siguiendo el criterio de menor afectación patrimonial, más tarde el llamado a concurso, y, finalmente, la adjudicación y el traspaso. Llegado ese momento, es de esperar que nuevas instancias judiciales aparezcan en caso de que la cuestión de fondo siga sin resolverse y los abogados del grupo necesiten justificar sus suculentos honorarios.
Ahora bien, sin duda, la estrategia de judicialización de las corporaciones que ven afectados sus intereses hace necesario entrar en esta maraña judicial que nos obliga a todos a transformarnos en expertos de la terminología jurídica y a vivir en un clima enrarecido donde todo parece ser materia de pleito y donde necesitamos ascender hasta el cielo para ganar algo de aire puro como bien nos hacía notar burlonamente Aristófanes en su comedia Las Aves. Pero no es esto lo más importante a pesar de que no lo entiendan aquellos tontuelos que consideran que dado que el 7D no va “a pasar nada”, el énfasis en esta fecha es parte del delirio psicótico que le endilgan al relato oficial. Claro que no va a pasar nada si por “pasar algo” entendemos un “apagón” de TN a las 23:59 o el suicidio televisado del empleado de Cablevisión Darío Panico mientras el diario promueve esa sensación maravillosamente homónima. Eso no va a pasar, justamente, porque no hay nada en la ley que vaya en ese sentido. En otras palabras, lo que no va a pasar es lo que el Grupo Clarín decía que iba a pasar como tampoco pasó nada cuando el gobierno declaró de interés público la producción, distribución y comercialización del papel, y los editorialistas auguraban que Clarín saldría “flaquito” y La Nación pasaría del formato sábana al pocket. Tampoco se van a acabar otros problemas de los argentinos como la inflación, la inseguridad o la pobreza como socarronamente otros tontuelos hacen notar para banalizar la importancia de la ley. ¡Pues claro! ¡Es que se trata de una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual! Lamentablemente, quienes argumentan falazmente en esta línea recurren a un razonamiento bastante trillado que llevaría a una parálisis del Estado en nombre de la urgencia. Sería algo así como “dado que hay un chico con hambre, cualquier iniciativa del Estado en cualquier nivel debe postergarse”. La falacia no está, claro, en darle relevancia al chico con hambre sino en evitar la complejidad en el análisis del funcionamiento del Estado y de las necesidades de la sociedad, además de promover el soslayo de la pregunta acerca de qué poderes y que modelos económicos han hecho que ese chico y esa familia estén en esa situación.          
Retomando y para decirlo con claridad: el 7D es una fecha de carácter fundamentalmente simbólico. Con esto me refiero a que más allá de que todo slogan acaba simplificando una realidad siempre más compleja, no es impropio afirmar que el 7D se ha transformado en la fecha en la que se sintetiza una disputa que enfrenta a la política y a la democracia con las corporaciones. Esto no significa que estemos frente a un gobierno inmaculado que no incluya acuerdos explícitos o tácitos con espacios corporativos. Ni siquiera significa que las corporaciones económicas han perdido del todo su poder y se encuentran en el campo antagónico del gobierno. No es eso pues ningún gobierno podría sostenerse teniendo a todas las corporaciones en contra y el kirchnerismo no está planteando ni “desalambrar” ni implementar la dictadura del proletariado. Pero que el grupo que ha condicionado la vida de la democracia contemporánea de los argentinos deba aceptar una ley que busca terminar con las posiciones dominantes, resulta algo de un valor innegable. No está en juego la verdad contra la mentira. En política no caben estas categorías propias de la teoría del conocimiento. Están en juego proyectos de país complejos, heterogéneos, con tensiones y claramente poco lineales, pero proyectos al fin. Nos puede gustar más uno que otro y seguramente consideremos que hay uno que es mejor que el otro. Pero hay algo que no puede pasarse por alto: si triunfa la política, triunfará la democracia y la voluntad popular que permite, justamente, a través de los diferentes mecanismos de participación ciudadana, decidir quién gobierna y qué leyes necesita el país. Este triunfo será también un triunfo de aquellos hombres y mujeres que llegan a considerar, incluso, que el kirchnerismo es el peor gobierno democrático. Porque si la ley democrática es la que se impone, ellos tendrán la certeza de que podrán generar una opción política capaz de exigir al gobierno de turno escuchar sus reivindicaciones y eventualmente poder reemplazarlo en próximas elecciones a través de la decisión de una mayoría de la ciudadanía. En cambio, si triunfan las corporaciones habrá que acostumbrarse a que las decisiones las tomen otros, unos poquitos, aquellos que a lo largo de la historia argentina las han tomado casi siempre. Por ello, esa “D” no es sólo la “D” de “diciembre”. Es la “D” de “decisión” y lo que está en juego es la cuestión de quién decide, esto es, una pregunta bastante poco original que generalmente se encuentra subsumida al interrogante central, aquel que lisa y llanamente puede sintetizarse en la pregunta de dónde está el poder.