jueves, 29 de diciembre de 2011

"2011 superado, sin sobresaltos" (publicado el 29/12/11 en Veintitrés)

Sonaría raro afirmar que un año tan intenso como éste, con elecciones ejecutivas nacionales y provinciales, ha sido también un año sin grandes sobresaltos, pero si juzgamos en términos relativos tal afirmación puede tener cierto sentido. El 2011 fue el año de los triunfos de los oficialismos impulsados justamente por la aplastante aceptación que obtuvo el oficialismo nacional en las primarias de agosto y en la primera vuelta de octubre. Así, paradójicamente el gran repunte obtenido por el kirchnerismo y el clima general de apoyo a las principales políticas del gobierno, arrastró votos para fuerzas opositoras al gobierno que estaban al frente de provincias, ciudades y municipios.

Además, las elecciones desnudaron una patética ausencia programática y de liderazgo en la oposición, si bien el triunfo de CFK se debió más a virtudes propias que a deficiencias ajenas. Uno por uno, fuimos testigos desde principios de 2011, del modo en que se intentaron impulsar candidatos que eran incapaces de mover el amperímetro o de vehiculizar la libido de una importante porción de la ciudadanía que tiene un rechazo visceral a todo lo que sea kirchnerista. Bien asesorado, antes de la paliza, Macri se bajó; Cobos aún lo está pensando; Ernesto Sanz quiere ser presidente pero la ciudadanía no sabe quién es Ernesto Sanz; Duhalde decía que podía y sólo pudo duplicar los votos del PO; Pino Solanas atravesó una navidad en solitario y apenas recibió el llamado de Marcelo Bonelli; la comandante Elisa Carrió pasó a la clandestinidad y la UCR aprendió que no se puede ganar una elección con un traje, una voz y unos gritos encarnados en lo que parecía menos un candidato que un “doble de riesgo”. El escenario es que ya no hay crisis de partidos pues ya no hay partidos, salvo el PJ, y las condiciones no parecen capaces de cambiar en el corto plazo. De este modo, Macri, la esperanza blanca de la derecha, no deja de ser todavía una expresión vecinal y el FAP un rejunte de indignados con tibias buenas intenciones.

Asimismo, como sucede en todos los países del mundo, por tratarse de un año electoral, el gobierno no intentó avanzar con iniciativas polémicas que pudieran modificar el paso seguro hacia el triunfo. En un contexto donde la mayoría legislativa se lograba con una sumatoria de átomos anti Kirchneristas desperdigados, el resultado fue el esperado: poco movimiento en las cámaras y ninguna ley que supusiera un cambio estructural como supimos tener en años anteriores. Claro está que esta situación cambió radicalmente a partir de la asunción de los nuevos legisladores el 10 de diciembre pues, con mayoría a su favor, el gobierno no sólo obtuvo la aprobación del presupuesto que insólitamente le había sido negada para el corriente año, sino que avanzó en un paquete de leyes que si no son de la importancia de la ley de medios o la recuperación de los fondos previsionales, puede pensarse como, en algunos casos, el inicio y, en otros, la profundización, de políticas gubernamentales capaces de generar cambios sustanciales. En este sentido, se sabe que tras crear 5.000.000 de puestos de trabajo, lo central es mejorar la calidad del mismo y seguir bajando los niveles de informalidad. De aquí que no sea casual la sanción de un nuevo estatuto del peón mientras el “Momo” Venegas patalea por la pérdida de la caja y sus húsares sólo son festejados en carnaval. Otro aspecto central donde profundizar los avances producidos por la ley de medios fue en la sanción de la ley que declara de interés público la producción, comercialización y distribución del papel para diarios. Es difícil defender la insólita posición dominante de Clarín y La Nación al frente de Papel Prensa aun cuando se probara que obtuvieron las acciones de la empresa sin la complicidad del gobierno militar. Igualmente, hay editorialistas que lo intentan aunque, claro está, con resultado infructuoso y, por momentos, risueño.

Por último, también se sancionó la ley de tierras lo cual es un primer paso que pone coto a la extranjerización y que debiera ser el inicio de una discusión que en Argentina lleva nada menos que 200 años: la tenencia de la tierra, sea que esté en manos de capitalistas argentinos, sea que esté afectada por inversores de otros lares.

Por otra parte, fuera del ámbito de las cámaras legislativas, tras ganar la elección en octubre, apareció la necesaria revisión de la política de subsidios en un contexto internacional y nacional que exige cirugía más delicada. A nadie le gusta que le aumente nada pero si en la gran mayoría de los casos pagábamos bimestralmente por Luz, Gas y Agua juntos, lo mismo que abonamos por dos entradas para ver en 3D a El gato con Botas, parece razonable repensar a quiénes se está subsidiando.

Ahora bien, en lo que respecta a construcción política, sin duda, el 2011 estuvo signado por la muerte de Néstor Kirchner producida a fines del año anterior. En tal sentido hubo algunos indicios de un intento del gobierno por generar las condiciones para la irrupción de una nueva base de legitimidad por fuera de las estructuras tradicionales. En otras palabras, el armado de las listas nacionales arrojó un fuerte recambio generacional que postergó a sectores del aparato justicialista y del campo sindical. Si esto logrará mantenerse y si los ungidos tendrán la capacidad para hacer frente a los furiosos embates que ya están recibiendo, es algo que sólo el tiempo dirá.

La oposición y la crisis vista desde lejos

Ahora bien ¿cuál fue la verdadera oposición a lo largo de este año de electoral? No hay dudas al respecto pues la principal usina de ideas siguió siendo la que se marca desde los titulares de los diarios pertenecientes a los multimedios de posición dominante.

En esta línea, la estrategia de las corporaciones económico-mediáticas pasó por asumir el rol, “políticamente correcto”, de minoría. En otras palabras, la justamente denostada política comunicacional del gobierno, una de las principales causantes de la derrota en torno a la 125, se ajustó notablemente en el marco de la discusión sobre la ley de medios al punto de haber logrado ganar la batalla en la opinión pública. De aquí que la nueva estrategia de los medios de posición dominante sea la épica del perseguido, la de ser representantes de la resistencia frente a un presunto poder despótico voraz. De ahí se siguieron una serie de sobreactuaciones como la famosa tapa en blanco el día en que un grupo del ahora caucásico y republicano, ex negro extorsionador, Hugo Moyano, había, torpemente, impedido la circulación del diario Clarín; o la tapa de hace unos pocos días con el artículo 32 de la Constitución, algo que sólo sirvió para que muchas señoras regresen de la verdulería con una parte sensible de nuestra Carta Magna envolviéndole los huevos. Justamente en torno a la libertad de expresión se dio el debate alrededor de Vargas Llosa devenido ícono de la libertad tras la poco feliz carta de Horacio González y la igualmente poco feliz defensa de esa carta que hicieron algunos intelectuales afines al gobierno.

En cuanto a operaciones de prensa las hubo aunque con suerte y fundamento dispar. El caso “Sueños compartidos” y la utilización de Schoklender para desprestigiar a las Madres, en tanto uno de los bastiones de legitimidad en los que se supo erigir el gobierno, fue eficaz en la elección porteña aunque, por supuesto, no es la única razón para explicar el triunfo de Macri. Asimismo, que haya habido una operación vergonzante en torno al ex apoderado de las Madres, personaje siniestro si los hay, no puede eximir al Estado de ser más exigente en los controles ni de revisar la forma en que “terceriza” la construcción de viviendas.

Siguiendo con las operaciones, la última fue la corrida bancaria que llevó al estrellato a un nuevo personaje de la sitcom de la city: “el dólar blue”. El eufemismo “dólar blue” es una de esas construcciones capaces de canalizar la arbitrariedad del que realiza la operación mediática pues como su precio no es oficial cualquier periodista puede cuantificar su odio cotizándolo lo que le dé la gana.

Por último pareció bastante claro cómo a lo largo de todo el año, ante la imposibilidad de construir una alternativa de gobierno, los medios apuntaron a atacar cada uno de los pilares del kirchnerismo más allá de que en algunos casos tal ataque podía llegar a tener cierto asidero. Al ya mencionado caso de las Madres de Plaza de Mayo lo cual, como en una pendiente resbaladiza, buscaba poner en tela de juicio toda la política de derechos humanos, le podemos agregar el affaire del puticlub de Zaffaroni, situación por la que se intentó hacerlo renunciar y, a la vez, llevar al desprestigio a una Corte Suprema inobjetable.

Por su parte, el caso de La Cámpora mezclado con Aerolíneas naufragó por acción indirecta de la quiebra de American Airlines dos días después de que la editorialista de Clarín Susana Viau propusiera tomar la Aerolínea estadounidense como modelo a seguir. Pero junto a omniscientes opinadores seriales como Enrique Piñeyro y la ayuda de gremios anti kirchneristas, tuvimos semanas de debates técnicos que desviaban el núcleo de la discusión, esto es, si una aerolínea de bandera resulta un derecho y una necesidad para el país o es un mero servicio que puede estar en manos de la lógica eficientista del capital privado. En cuanto al ataque a los intelectuales que adhieren al modelo, éste se dio alrededor del ya mencionado “caso Vargas Llosa” y la operación que se mantuvo constante, aunque con algunos picos de excitabilidad, fue la de la relación entre el gobierno y el sindicalismo. Desde la reacción corporativa de Moyano en defensa del Momo Venegas allá por principio de año hasta su último discurso crítico, se azuza una ruptura que no conviene a ninguno de los involucrados pero menos que menos conviene a Moyano.

Si bien todo lo relatado puede dar a entender que estuvimos lejos de un año tranquilo, reservemos el final de la nota para pensar qué lugar estamos ocupando frente a una preocupante crisis internacional. Aquí, haciendo hacer una separación bastante imprecisa, tenemos por un lado la crisis de los países del norte de África, producto de conflictos político-culturales, y la crisis en Europa como un nuevo coletazo del constreñimiento natural al que parece llevar el modelo del capitalismo financiero. En cuanto a la “primavera árabe”, mientras todavía se nos vienen a la mente las imágenes del asesinato de Kadafi, el desenlace está completamente abierto y todo parece augurar años de inestabilidad. En cuanto a Europa, la asunción de gobiernos técnicos con presunta pulcritud es garantía de conflicto social más o menos inminente si bien puede decirse que todavía existe algún margen para seguir desmantelando la vieja estructura del Estado de Bienestar.

Para cerrar, entonces, si bien tales cismas nos afectarán directa o indirectamente, el ser independientes de los volátiles inversores de la timba financiera y la decisión de afianzar los lazos políticos y económicos con Latinoamérica, hace que, en buena medida, hayamos sido testigo de estos grandes conflictos sólo a través de las imágenes de la televisión internacional. Por todo esto es que el 2011 ha sido para Argentina, comparativamente con los años anteriores y con lo que ha sucedido en el mundo, un año tranquilo; un año en que la crisis fue del primer mundo y parecía extraída de un espejo de lo que aquí sucedió en 2001, esto es, un espejo que en el presente refleja un pasado que hemos superado.

viernes, 23 de diciembre de 2011

"2001: la normalidad de la excepción" (publicado el 22/12/11 en Veintitrés)

La imposibilidad de hallar parámetros objetivos para describir hechos sociales suele ponerse de manifiesto al momento de dar cuenta de hitos que marcan un punto de inflexión en la historia de un país. De este modo, un mismo hecho conocido por todos suele tener tantas interpretaciones como sujetos existentes. Asimismo, si es que necesitamos agregarle dificultades, los análisis realizados por quienes de algún modo fueron testigos de tales sucesos, está teñida de sentimientos encontrados que agregan elementos a favor del escepticismo en lo que respecta a alcanzar una elaboración precisa de lo sucedido.

Es por todo esto que considero honesto hablar, más que nunca, en primera persona, y ventilar reflexiones y acciones que me rodearon aquel 19 y 20 de diciembre de 2001.

Yo no estuve en la plaza exigiendo la renuncia de De la Rúa no porque apoyase su política de continuidad neoliberal sino porque interpretaba que se estaba frente a un golpe institucional y consideraba que lo que venía podía ser peor. Además entendía que los miles de ciudadanos que no abandonaron la plaza a pesar del estado de sitio eran sólo una de las caras (la más desesperada y honesta) de una situación compleja en la que se conjugó la caída por peso propio del inepto y desilusionante gobierno de la Alianza, con fuertes maniobras desestabilizadoras de referentes del PJ bonaerense los cuales, para bien del país, hoy son parte de un museo de cera del horror construido desde la prepotencia más sana: la de las urnas. Por esto, creo que debe quedar claro que lo acaecido en esos dos días que parecieron ser uno solo y que llegó a extenderse hasta el desfile incesante de presidentes de la semana después, no tiene una explicación monocausal.

Por otra parte, en aquella época y en los años posteriores se discutía no sólo el rol de Duhalde y Ruckauf en los saqueos sino, por ejemplo, si se trataba de una “revolución burguesa” de individuos cuyo lenguaje cacerolil no pretendía bajar de Sierra Maestra ni dejarse la barba, o si, efectivamente, llegaba el momento de la revolución proletaria de un país con cada vez menos trabajadores y liderada por una vanguardia capaz de cooptar las asambleas rousseaunianas en las plazas de Villa Urquiza. Con algo más de sentido se escribió bastante acerca del rol que estaban jugando los nuevos movimientos sociales y si en ellos se depositaba la responsabilidad de ser los nuevos sujetos de la historia en el contexto en que el capitalismo readaptaba sus formas y se transformaba en esencialmente financiero. Asimismo, se abría un interrogante acerca de la democracia de partidos y la representación pasó a estar depositada en referentes mediáticos indignados.

A mi favor, podría decir que a la distancia se puede resignificar el episodio de 2001 como el agotamiento de un modelo de exclusión cuyos coletazos ahora están llegando a Europa, pero quien lo hubiese visto con claridad en aquel momento merece todo mi respeto y el pedido de un último favor: los números del pozo vacante del Quini 6 de la semana que viene.

A mi favor también, aunque pueda ser usado en mi contra, está lo que 10 años después entiendo que era una habituación a la excepcionalidad. En este sentido, una anécdota personal para no comprometer a nadie más que a mí a pesar de que no creo haber sido el único. Como todos los años, el 20 de diciembre festejo mi cumpleaños y ese 2001 me disponía, naturalmente, a hacerlo. A pesar de seguir atentamente todos los sucesos a través de los medios, interpretaba que lo que se vivía era una protesta con brutal represión, algo que, recuérdelo, era moneda corriente en esa época. Estaba el plus de la renuncia del ícono de los 90: Domingo Cavallo; y el fenómeno de una clase media enloquecida por la confiscación de sus ahorros. Pero yo no tuve la lucidez para identificar el sentido de lo que allí ocurría. A tal punto que al salir de mi casa a comprar la bebida fría para el encuentro con amigos y familiares a la noche, noté que en la esquina, a pocas cuadras del congreso, un local de una ahora extinta cadena multinacional de Videoclubes estaba siendo incendiada al igual que ese otro local de enfrente perteneciente a otra cadena multinacional (de comidas rápidas). Ese hecho sumado a la llegada intempestiva de un familiar fuera del horario de convocatoria, transpirado, con un incipiente ataque de asma por los gases y con los cartuchos de bala de plomo que pudo recolectar, en el bolsillo, me hizo pensar que quizás lo que estaba pasando era grave (algo que se confirmó con el campeonato de Racing algunos días después).

Insisto, hablo por mí, pero no creo haber sido un extraterrestre. Era normal. Algo parecido me sucedió en los meses posteriores, en particular cuando tuve la posibilidad de poder interactuar con hombres y mujeres de diversas regiones del mundo. Todos tenían grabadas en sus mentes esas imágenes de camiones volcados y cientos de pobres saqueando y peleando por un paquete de fideos, o el tristemente inolvidable llanto desconsolado del supermercadista chino que veía con impotencia cómo vaciaban su negocio y un encapuchado se llevaba un arbolito de navidad. Y sin embargo, estábamos habituados y nuestra vida se desarrollaba con relativa normalidad a pesar de la preocupación que se transparentaba en aquellos que, viviendo lejos, veían a la Argentina por televisión y creían que habíamos vuelto al estado de naturaleza. Aquel familiar que mencioné en la anécdota anterior, no había leído a Hegel ni la dialéctica del reconocimiento, pero me decía que la mejor manera de saber cómo estás es dando cuenta de la cara que pone tu interlocutor al mirarte. Tal parábola moderna le había llegado como una epifanía tras un accidente en moto en el que después de salir despedido 50 metros y golpear en el asfalto, creyó estar en perfectas condiciones hasta que se dio cuenta que esa vecina que se agarraba la cabeza y gritaba como en una película de terror, lo hacía por estar mirándolo.

Mi familiar sobrevivió para contarlo, tener una hija y para ver todo lo que ha sucedido hasta ahora. Fue testigo también de ese interregno del Gobierno de Duhalde signado por la devaluación y la represión a piqueteros, y esa anomalía, como diría Ricardo Forster, que significó Néstor Kirchner. Nótese que tal noción nos obliga a repensar, entonces, esa instancia de normalidad en la que se había naturalizado la farandulización de la política, la corrupción y un sentido común neoliberal. Normalización que a una gran mayoría le impidió ver que era posible otra cosa. En este sentido, aun cuando sea políticamente incorrecto, como lo indiqué alguna vez desde esta misma columna, la irrupción del kirchnerismo, sin duda, estuvo signada por el contexto de desprestigio absoluto de la clase política y del Estado, y buena parte de sus acciones deben entenderse por esa sana presión de una sociedad heterogénea movilizada y sin paciencia. Pero esa masa movilizada no tenía un plan ni un proyecto común. Más bien, fueron las decisiones políticas del gobierno asumido el 25 de mayo de 2003 las que empezaron a darle fisonomía a lo que era una natural desperdigada atomización. Fueron también esas decisiones performativas, esto es, decisiones que no refieren a sujetos preexistentes sino a sujetos que son constituidos por esa misma acción, las que establecieron las condiciones y los reagrupamientos sociales y políticos que nos permiten ver el futuro con optimismo. De esta manera, el surgimiento de Kirchner no puede entenderse sin ese 2001 pero su aparición no se debe a presuntas condiciones objetivas. Más bien, se trató de una conjunción contingente de fenómenos y a la decisión política del gobernante en un contexto de horizonte nulo.

Así, ni partidos del orden encargados de proteger a la minoría aventajada ni disolución de la Argentina en asambleas vecinales que vuelven al modelo del trueque; tampoco salidas individuales conmovedoramente televisadas, emergentes naturales de una sociedad civil en el marco de un Estado ausente. Menos que menos Pactos de La Moncloa que resguarden las líneas principales del statu quo que creó las condiciones de la crisis, o vacuos discursos de la institucionalidad con dos estructuras partidarias que tras el Pacto de Olivos se habían expuesto como igualmente incapaces de dar cuenta de las reivindicaciones de la ciudadanía, sea por ineptos, sea por corruptos. Otras discusiones, otros horizontes, otros sentidos y, por sobre todo, la demostración de que se puede pensar un Estado que pierda el hábito de la excepcionalidad para dejar de estar indisolublemente ligado a la represión y a los estados de sitio en los que las garantías constitucionales quedan en manos de los que generan y reprimen el desorden.