domingo, 20 de junio de 2010

Saramago y las preguntas insumisas (publicado originalmente el 20/6/10 en Miradas al Sur)

¿Qué sucedería si en los próximos comicios el 70% de la ciudadanía votase en blanco? ¿Y si en vez de gripe A este invierno nos trajera una horrorosa peste de ceguera? Estas dos preguntas no pretenden describir los deseos de un fanático ultraizquierdista argentino sino que son dos interrogantes a partir de los cuales podemos reflexionar acerca de la maravillosa obra literaria del recientemente fallecido José Saramago. De este portugués autoproclamado marxista libertario, hijo de una familia rural, ganador del premio Nobel de literatura y condenado al ostracismo por su ateísmo militante, se dirá mucho pero quisiera circunscribirme a sus ensayos sobre la ceguera y la lucidez, pues, quizás, pocos escritores hayan podido, desde la literatura fantástica, realizar un examen tan agudo acerca de la democracia liberal, el individualismo y el fundamentalismo de Mercado. En este sentido, me atrevería a decir que al mejor estilo de un contractualista moderno como Hobbes, Saramago construye su hipótesis del estado de naturaleza, a partir de la ficción de una extraña epidemia de ceguera “blanca”. En un mundo donde todos somos ciegos, antes que un tuerto rey, aflorará lo peor de la miseria humana y se impondrá la ley del más fuerte. Pero esta metáfora no es más que una fotografía de la sociedad contemporánea dado que al igual que en la caverna de Platón, Saramago denuncia que el Occidente actual “cree que ve, pero no es más que ciego” y casi no hay prisioneros que se liberen de las grandes desigualdades amparadas en un egoísmo que se presenta como natural. Así, con una impronta ilustrada, Saramago entiende, por un lado, a la ceguera como un síntoma de la ignorancia y un signo de nuestros tiempos.
Por otra parte, la sociedad actual, individualista y apolítica, entiende al Estado como un otro ajeno y es la causa de que en las democracias liberales de partidos los ciudadanos hayan decidido delegar su poder de autogobierno en una aristocracia parlamentaria. Pero, ¿a quién beneficia que el pueblo no gobierne sino a través de sus representantes? Esta pregunta acerca del poder, una de sus obsesiones, está presente en la idea de que es esta misma comunidad que padeció la ceguera la que, una vez recuperada, hastiada de una clase política aislada, vota mayoritariamente en un blanco que ahora es signo de la lucidez de quienes denuncian las kafkianas burocracias estatales y no avalan la casta de ricos funcionarios genuflexos ante los poderes económicos.
Saramago se fue y además de inolvidables novelas nos legó el espíritu de una insumisión constitutiva y la osadía de las preguntas que pocos se atreven a formular.

domingo, 13 de junio de 2010

Cassandra y el castigo del INDEC

La importante suba que muchos gremios exigen a los empresarios, lo cual, en algunos casos, llega hasta el intento de reabrir las paritarias que se habían pactado algunos meses atrás, se ha interpretado como signo de que el INDEC miente. Dicho de otra manera, la lógica de los grandes voceros de la oposición construyó una suerte de silogismo por el cual se indica que dado que los aumentos exigidos por los gremios tienen que ver con su razonable intención de no perder poder adquisitivo frente a la inflación, lejos del 15% que el INDEC proyecta, deberíamos prestar atención a ese promedio de 40% que se está exigiendo pues allí parece estar el termómetro de lo que verdaderamente sucede. No es mi intención defender los indefendibles número del INDEC sino más bien apuntar a los presupuestos de este razonamiento puesto que en ningún momento estos comunicadores se plantearon la posibilidad de pensar que existe la posibilidad de que los gremios no sólo no deseen atrasar su poder de compra sino que, quizás, hayan tomado la decisión de discutir con los empresarios un reparto más equitativo de la torta. Esto quiere decir que un pedido de 40% de aumento puede no equivaler al cálculo de las expectativas inflacionarias, sino a un intento de acercarse a ese punto “ideal” que se había logrado con el primer peronismo: 50% para los empresarios y 50% para los trabajadores. Si tenemos en cuenta que en el 2002 la participación de los trabajadores era del 27% del PBI y que hoy se encuentra en alrededor del 43%, hay indicios para ser optimistas y para considerar que quizás los trabajadores estén determinados a acercarse aún más al famoso “fifty-fifty”.
Sin embargo, si bien los planteos de una redistribución más equitativa suelen ser pasados por alto por los principales editorialistas, no les falta verdad cuando critican los números oficiales que, particularmente en lo que a inflación refiere, nos brinda el INDEC.
Es posible que la intención de manipular estos números haya tenido primeramente una finalidad estrictamente económica vinculada a pagar menos intereses por los bonos atados a la inflación. Este punto, claramente cuantificable ha dado sus dividendos aunque probablemente a un costo simbólico demasiado alto. Pues el dinero que el Gobierno evita pagar por los intereses tiene como correlato el germen de la pérdida de confianza no sólo de empresarios sino de la ciudadanía en general y la posibilidad de que consultoras privadas de dudosa reputación y huérfanas de control y metodologías, cuantifiquen su odio al Gobierno en números “objetivos” de inflación.
El riesgo de todo esto es grande pues puede hacer de CFK una suerte de heredera del gran mito griego de Cassandra. Como ustedes saben, la leyenda cuenta que el dios Apolo se había enamorado de Cassandra y con la intención de ser correspondido otorgó a ésta el don de la adivinación. Sin embargo, un tiempo más tarde Cassandra se arrepintió de haber aceptado el vínculo amoroso con el dios, el cual furioso, le dejó ese don profético pero le quitó el de la persuasión. Esto es lo que hace que nadie le crea a Cassandra cuando ella avizora la destrucción de Troya. De este modo, el INDEC puede transformarse en el castigo divino que desacredite toda palabra del Gobierno. Gracias a esta manipulación, parte de la ciudadanía descree de la recuperación de los salarios de los trabajadores mucho más allá de la inflación real y, además, es presa fácil de ese razonamiento falaz pero, en tanto tal, persuasivo, que afirma que si el gobierno miente con el INDEC, debemos desconfiar de cualquier tipo de afirmación que provenga del kirchnerismo. Habrá que hacer el cálculo pero sin olvidar que la verdad sin persuasión puede alcanzar para dormir reconciliados con nuestra almohada pero nunca será suficiente para ganar una elección.